Intención para la evangelización ‐

Intenciones de oración de Enero: Por el don de la diversidad en la Iglesia El Papa Francisco pide rezar al Espíritu Santo “para que nos ayude a reconocer el don de los diferentes carismas dentro de las comunidades cristianas y a descubrir la riqueza de las diferentes tradiciones rituales dentro de la Iglesia Católica”.

"Todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre"

"Todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre" Mt 7, 7-8. No sé qué quería, pero había algo en mí que me movía a buscar, tal vez que las cosas tengan sentido, y te encontré. Me cuestionaba sobre la vida y me diste tu sabiduría para que pueda encontrar alegría y paz. Ante mis miedos y dudas, te pido que me acompañes en mi peregrinar y me das tu Espíritu Santo, el mismo que te acompaño a vos, hoy me acompaña a mí, me asiste y guía. Hoy sigo buscando más de tu Palabra, de la Verdad y el camino, con la confianza puesta en vos, Dios mío, sé que estás presente en mi vida. Ven Señor Jesús, te necesito.

Del libro de la Sabiduría 6, 12-16

Del libro de la Sabiduría 6, 12-16: La Sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo: se deja contemplar fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la buscan. Ella se anticipa a darse a conocer a los que la desean. El que madruga para buscarla no se fatigará, porque la encontrará sentada a su puerta. Meditar en ella es la perfección de la prudencia, y el que se desvela por su causa pronto quedará libre de inquietudes. La Sabiduría busca por todas partes a los que son dignos de ella, se les aparece con benevolencia en los caminos y le sale al encuentro en todos sus pensamientos.

viernes, 4 de abril de 2014

Quinto Domingo de Cuaresma (Ciclo A)



«Yo soy la Resurrección y la Vida… y todo el que vive y cree en mí,
no morirá jamás.”
Lecturas del 6-04-14

Quinto Domingo de Cuaresma (Ciclo A)

Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14
Así habla el Señor: Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor.
Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré -oráculo del Señor-. Palabra de Dios.
 Salmo 129
R. En el Señor se encuentra la misericordia  y la redención en abundancia.
Desde lo más profundo te invoco, Señor. ¡Señor, oye mi voz!  Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria.  R.
Si tienes en cuenta las culpas, Señor,                
 ¿quién podrá subsistir? Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido.  R.
Mi alma espera en el Señor,  y yo confío en su palabra.
Mi alma espera al Señor, Como el centinela espera la aurora,  espere Israel al Señor R.
Porque en él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia: él redimirá a Israel de todos sus pecados.  R.

San Pablo a los cristianos de Roma 8, 8-11
Hermanos: Los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes.          
El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes. Palabra de Dios.

Santo Evangelio según san Juan 11, 1-45
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo.»  Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»       
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea.»
Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?» Jesús les respondió: « ¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él.» Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo.»              
Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará.» Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.        
Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo.»        
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»
Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.         
Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»          
Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.» Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»             
Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.»     
Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama.» Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado.
Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»               
Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: « ¿Dónde lo pusieron?»
Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»         
Y Jesús lloró.  Los judíos dijeron: « ¡Cómo lo amaba!»  Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?»
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra.»  
Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.»  Jesús le dijo: « ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: « ¡Lázaro, ven afuera!» El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar.» Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. 
Palabra del Señor.

Reflexión:

El relato de la resurrección de Lázaro es una gran catequesis sobre la vida y la fe en la resurrección. De todos los signos que hizo Jesús  es el más importante. Constituye el último de los siete elegidos por Juan para manifestar que Jesús es más fuerte que la muerte y que su vida termina dando vida.

En un ámbito dominado por la muerte de Jesús se presenta como la resurrección y la vida. En el proyecto creador de Dios las personas no están destinadas a la muerte, sino a la vida plena y definitiva.  Tal es el designio del Padre y la obra mesiánica de Jesús.  El grupo de Jesús es una comunidad de hermanos y amigos en la que rigen relaciones de afecto y amor; y que está dispuesta a afrontar el máximo riesgo para  ayudar a los que lo necesitan. La comunidad cristiana que aún ve en la muerte, la interrupción de la vida, no ha alcanzado la plenitud de la fe, por no haber comprendido la calidad de vida que Jesús comunica. El miedo a la hostilidad del mundo nace precisamente de esa falta de fe que teme morir.  Jesús no elimina la muerte física, pero para quien ha recibido de él la vida, la muerte física no es más que un sueño.

En la primera parte, el episodio de la resurrección de Lázaro quiere mostrar que la vida comunicada por Jesús a los suyos vence la muerte y, por lo tanto, lleva consigo la resurrección. Se desarrolla en una comunidad de discípulos que, habiendo recibido la vida definitiva, no perciben aún su calidad. Esta falta de visión está en paralelo con una falta de comprensión del mesianismo de Jesús, no se dan cuenta del poder salvador del Mesías por estar apegados en la mentalidad del AT.  Cada uno de los tres hermanos –Lázaro, María y Marta- es prototipo de la comunidad en diversos aspectos. La enfermedad de Lázaro se debe a su condición humana, que lleva consigo la muerte física, pero está rodeada por el miedo a la muerte misma; este miedo es la máxima esclavitud del hombre y la raíz de todas las esclavitudes de las que viene a liberarnos Jesús. Por eso la persona se llama Lázaro (=un enfermo) como síntesis  y caso límite de todos los que han aparecido en el Evangelio. En Lázaro se manifiesta la plenitud de la obra de Jesús en la humanidad enferma, mostrando hasta qué punto es poderosa la vida que Él comunica: ésta por ser definitiva, supera la muerte física y es así, ella misma, la resurrección.  Marta representa a la comunidad en trance de crecer en la fe.  María a la comunidad en estado de dolor.

“Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?” (1). Jesús nunca oculta su cariño hacia tres hermanos que viven en Betania. Seguramente son los que lo acogen en su casa siempre que sube a Jerusalén. Un día Jesús recibe un recado: nuestro hermano Lázaro, “tu amigo”, está enfermo. Al poco tiempo, Jesús se encamina hacia la pequeña aldea.       
Cuando se presenta, Lázaro ha muerto ya. Al verlo llegar, María, la hermana más joven, se echa a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver llorar a su amiga y también a los judíos que la acompañan, Jesús no puede contenerse. También él “se echa a llorar” junto a ellos. La gente comenta: “¡Cómo lo quería!“.
Jesús no llora solo por la muerte de un amigo muy querido. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. Todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser un deseo insaciable de vivir. ¿Por qué hemos de morir? ¿Por qué la vida no es más dichosa, más larga, más segura, más vida?      
El hombre de hoy, como el de todas las épocas, lleva clavada en su corazón la pregunta más inquietante y más difícil de responder: ¿Qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Es inútil tratar de engañarnos. ¿Qué podemos hacer? ¿Rebelarnos? ¿Deprimirnos? 
Sin duda, la reacción más generalizada es olvidarnos y “seguir tirando”. Pero, ¿no está el ser humano llamado a vivir su vida y a vivirse a sí mismo con lucidez y responsabilidad? ¿Solo a nuestro final hemos de acercarnos de forma inconsciente e irresponsable, sin tomar postura alguna?            
Ante el misterio último de nuestro destino no es posible apelar a dogmas científicos ni religiosos. No nos pueden guiar más allá de esta vida. Más honrada parece la postura del escultor Eduardo Chillida al que, en cierta ocasión, le escuché decir: “De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada”.      
Los cristianos no sabemos de la otra vida más que los demás. También nosotros nos hemos de acercar con humildad al hecho oscuro de nuestra muerte. Pero lo hacemos con una confianza radical en la Bondad del Misterio de Dios que vislumbramos en Jesús. Ese Jesús al que, sin haberlo visto, amamos y, sin verlo aún, le damos nuestra confianza.         
Esta confianza no puede ser entendida desde fuera. Sólo puede ser vivida por quien ha respondido, con fe sencilla, a las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?” .Recientemente, Hans Küng, el teólogo católico más crítico del siglo veinte, cercano ya a su final, ha dicho que para él morirse es “descansar en el misterio de la misericordia de Dios”. (1) J.A. Pagola

En La segunda parte vemos la reacción de las autoridades (fariseos, sacerdotes, el Sanedrín) que condenan a muerte a Jesús, el dador de vida.  El conflicto, comenzando abiertamente al juicio del Evangelio llega aquí a su cenit. La actividad de Jesús es insoportable para la institución, que ve en Él un peligro y una amenaza a sus intereses.

Se delimitan así los campos y se dibuja el dilema que se presenta ante el pueblo: Jesús ha terminado su actividad como dador de vida, las autoridades, al condenarlo, manifiestan claramente su verdadera condición de agentes de muerte.  El Mesías y la institución son incompatibles. El pueblo deberá optar ahora entre uno y otra. La “hora” del Mesías, que va a comenzar, será la de la decisión.

Encontramos un Jesús humano y divino a la vez.  Por una parte: su conocimiento sobrehumano (conoce la muerte de Lázaro) su autoconciencia mesiánica (“Yo soy la resurrección y la vida”), su obrar milagroso; ese dejarse llamar “Señor”, “Mesías”, “Hijo de Dios”.
Por otra parte: sus relaciones humanas, sus amistades, sus emociones profundas, su llorar, su oración, su voz potente… El Jesús así presentado, el revelador tan humano, se encuentra en el centro de la historia con su autoafirmación: “Yo soy la resurrección y la vida”.

Nuestra vida amenazada por las guerras, el terrorismo, la violencia, la explotación, la injusticia… frente a esta cultura de la muerte es urgente que los cristianos, los creyentes  en la vida, luchemos y trabajemos por una cultura de la vida y la dignidad del hombre. Una cultura de vida marcada sobre todo en el respeto, en la tolerancia, la solidaridad y el amor fraterno.

Creer en Dios es creer en la vida.  La fe en la resurrección es fe en la vida, en la esperanza que transforma el mundo con el Evangelio de la vida.

Un Mundo mejor es posible:
Francisco

“A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual”

La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. “Si los bienes materiales y el dinero se convierten en el centro de la vida, nos atrapan y nos esclavizan”

En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.

No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente.

Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza!
Extracto del mensaje del Papa Francisco
para la Cuaresma 2014

Aclaración: Se han utilizado para la preparación de la presente: El libro del Pueblo de Dios. CELAM/CEBIPAL.
P Daniel Silva 2011.


Cuadro de texto: Círculo Bíblico San José
Parroquia San José:
Brandsen 4970 Villa Domínico.
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