Intención para la evangelización ‐

Intenciones de oración de Enero: Por el don de la diversidad en la Iglesia El Papa Francisco pide rezar al Espíritu Santo “para que nos ayude a reconocer el don de los diferentes carismas dentro de las comunidades cristianas y a descubrir la riqueza de las diferentes tradiciones rituales dentro de la Iglesia Católica”.

"Todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre"

"Todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre" Mt 7, 7-8. No sé qué quería, pero había algo en mí que me movía a buscar, tal vez que las cosas tengan sentido, y te encontré. Me cuestionaba sobre la vida y me diste tu sabiduría para que pueda encontrar alegría y paz. Ante mis miedos y dudas, te pido que me acompañes en mi peregrinar y me das tu Espíritu Santo, el mismo que te acompaño a vos, hoy me acompaña a mí, me asiste y guía. Hoy sigo buscando más de tu Palabra, de la Verdad y el camino, con la confianza puesta en vos, Dios mío, sé que estás presente en mi vida. Ven Señor Jesús, te necesito.

Del libro de la Sabiduría 6, 12-16

Del libro de la Sabiduría 6, 12-16: La Sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo: se deja contemplar fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la buscan. Ella se anticipa a darse a conocer a los que la desean. El que madruga para buscarla no se fatigará, porque la encontrará sentada a su puerta. Meditar en ella es la perfección de la prudencia, y el que se desvela por su causa pronto quedará libre de inquietudes. La Sabiduría busca por todas partes a los que son dignos de ella, se les aparece con benevolencia en los caminos y le sale al encuentro en todos sus pensamientos.

sábado, 22 de octubre de 2022

Trigésimo domingo durante el año. Lecturas 23-10-19, Ciclo C.

  

” Ven Espíritu Santo”

Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guie y asista al meditar tus enseñanzas, para que pueda saborearla y comprenderla, para que tu Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la Verdad completa. Amén 

 “La experiencia gozosa del perdón de Dios” 

Libro de Eclesiástico 35,12-14.16-18.                    
El Señor es juez y no hace distinción de personas: no se muestra parcial contra el pobre y escucha la súplica del oprimido; no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja. El que rinde el culto que agrada al Señor, es aceptado, y su plegaria llega hasta las nubes. La súplica del humilde atraviesa las nubes y mientras no llega a su destino, él no se consuela: no desiste hasta que el Altísimo interviene, para juzgar a los justos y hacerles justicia. Palabra de Dios.  

Salmo 33, R: El pobre invocó al Señor, y Él lo escucho.

Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor; que lo oigan los humildes y se alegren. R

El Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra. Cuando los justos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias. R

El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos. Pero el Señor rescata a sus servidores, y los que se refugian en él no serán castigados. R          

2ª Carta de s. Pablo a Timoteo 4,6-8.16-18.

Querido hijo: yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe.
Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su Manifestación. Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que todos me abandonaron. ¡Ojalá que no les sea tenido en cuenta! 
Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén. Palabra de Dios.  

Evangelio según San Lucas 18,9-14.                      
refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: "Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'.            
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.               
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado". Palabra del Señor  

 Reflexión:

“¡Dios mío!, ten compasión de este pobre pecador”. 

La parábola del fariseo y el recaudador se sitúa en contexto urbano y, más en concreto, en la ciudad de Jerusalén: en el recinto del templo, el lugar propicio para obtener la purificación y redención de los pecados. La influencia y atracción del templo para los judíos se extendía incluso más allá de las fronteras de Palestina, como lo mostraba claramente la obligación del pago del impuesto al templo por parte de los judíos que no vivían en Palestina. Pagar ese impuesto se había convertido en un acto de devoción hacia el templo, porque éste hacía posible que los judíos mantuviesen una relación saludable con Dios.  

En tiempos de Jesús, el cobro de impuestos no lo hacían los romanos directamente, sino indirectamente, adjudicando puestos de arbitrios y aduanas a los mejores postores, que solían ser gente de las élites urbanas o de la aristocracia. Estas élites, sin embargo, no regentaban las aduanas, sino que, a su vez, dejaban la gestión de estas a gente sencilla, que recibía a cambio un salario de subsistencia. Los recaudadores de impuestos practicaban sistemáticamente el despojo y la extorsión de los campesinos. Debido a esto, el pueblo tenía hacia estos cobradores de impuestos la más fuerte hostilidad, por ser colaboracionistas con el poder romano. La población los odiaba y los consideraba ladrones. Tan desprestigiados estaban que se pensaba que ni siquiera podían obtener el arrepentimiento de sus pecados, pues para ello tendrían que restituir todos los bienes extorsionados, más una quinta parte, tarea prácticamente imposible al trabajar siempre con público diferente. Esto hace pensar que el recaudador de la parábola era un blanco fácil de los ataques del fariseo, pues era pobre, socialmente vulnerable, virtualmente sin pudor y sin honor, o lo que es igual, un paria considerado extorsionador y estafador.  

Jesús relata esta parábola del fariseo y del cobrador de impuestos que suben al Templo a orar, para referirse a los que se tenían por justos porque cumplían a la perfección la Ley de Dios, a diferencia de los demás. Los dos van al Templo y oran de pie, según la posición propia para orar en aquel tiempo. El fariseo cuenta en detalle todo lo que hace y le da gracias a Dios por todo eso. Como tiene clara conciencia del bien que obra, sin tener en cuenta sus propias deficiencias, hace alarde de su propia justicia y, desde la perfección conseguida, se compara con los demás, despreciando y mirando en menos a los que no son como él.

El cobrador de impuestos, en cambio, sabe que lo único que tiene como propio es su pecado, y lo reconoce ante Dios y le pide perdón de corazón. Es evidente el contraste entre estos dos personajes que representan dos modos distintos de relacionarse con Dios: el que cumple rigurosamente todo lo que está mandado en la Ley, pensando que así agrada a Dios, buscando ganarse su favor (el fariseo), y el que es considerado como el peor de los pecadores, (el cobrador de impuestos). Con esta figura, tan despreciada por los que se tienen por justos, Jesús enseña que ser justos ante Dios es un don gratuito que el mismo Dios concede a los que creen en él, como a Abrahán (Gn 15,6). Dios, nos dice Jesús, escuchó la súplica del cobrador de impuestos y le concedió la gracia de ser justo, pero no al fariseo, lleno de sí mismo, pero no de Dios ni de sus bienes.  

Los fariseos de hoy. Hoy nadie quiere ser llamado fariseo, y con razón. Pero esto no prueba, desgraciadamente que los fariseos hayan desaparecido.     

El fariseo de ayer y de hoy es esencialmente el mismo. Una persona satisfecha de sí misma y segura de su valer, una persona que se cree siempre con la razón; que piensa poseer en exclusiva la verdad y se sirve de ella para juzgar y condenar a los demás. El fariseo juzga, clasifica y condena. Él siempre está entre los que poseen la verdad y tienen las manos limpias.     

El fariseo no cambia, no se arrepiente de nada, no se corrige. No se siente cómplice de ninguna injusticia. Por eso exige siempre a los demás cambiar y ser más justo. El fariseo piensa siempre que Dios está con él porque es observante, duro, trabajador, severo y nada se escapa a su control. Clasifica las injusticias, la violencia, las personas… Quizá sea este uno de los males más graves de nuestra sociedad y de nuestro cristianismo. Queremos cambiar las cosas, lograr una sociedad más humana y habitable, transformar la historia de los hombres y hacerla mejor, pero, ilusos de nosotros, pensamos cambiar la sociedad sin pensar qué cosas tenemos que cambiar nosotros.    

 Jesús condena no un método de oración sino una actitud de hipocresía, orgullo y arrogancia que nos lleva a separar a las personas en clases, a vivir esclavos de una religión rígida, severa y legalista, a manipular a Dios.                            

Esta parábola, dirigida a todos los manipuladores de la religión, a los que entonces y ahora “presumen de ser hombres de bien y desprecian a los demás”, revela la espiritualidad del discípulo de Jesús, que reconoce su condición de pecador, su necesidad de ser salvado y confía en el amor/misericordia de Dios.    

“¡Dios mío!, ten compasión de este pobre pecador”. Hoy nadie quiere oír hablar de sus pecados. El hombre actual ensaya toda clase de caminos imaginables para sacudirse de encima la culpa. Ya, difícilmente usamos la palabra “pecado”. Nos produce sonrisa o alergia.

Pero no es fácil suprimir la culpa. Y si uno trata de ahogarla en su interior, puede aparecer de muchas maneras bajo forma de angustia, inseguridad, tristeza, agresividad, descontento, insatisfacción, fracaso, soberbia.                               
La parábola del fariseo y el recaudador nos sigue recordando a todos el camino más sano y liberador también hoy. Lo primero es reconocer todo aquello que nos aleja del Amor de Dios, y saber arrepentirnos sin angustias ni remordimientos estériles. Hacer lo que hizo el recaudador: no ponernos máscaras.           

El remordimiento no es cristiano, por el contrario, mira al pasado, nos encierra obsesionada mente en la culpa y nos puede hundir en la angustia. Muchas personas no conocen la experiencia gozosa del perdón de Dios.  

El arrepentimiento cristiano, por el contrario, mira al futuro, se abre con confianza al perdón de Dios y genera ya la esperanza de una vida renovada.             

¿Qué significa ser un hombre justo?

Podríamos mirar a San José para guiar nuestros pensamientos.

A José le tocó vivir momentos difíciles, cuando se entera de que María estaba embarazada, cualquier hombre del momento hubiera pensado, me ha traicionado, merece un castigo. Es justo. Sin embargo San José no era un mero cumplidor de leyes, sino que también era una persona compasiva. Porque justicia, sin misericordia, en realidad es venganza y no ayuda a salir adelante a nadie, sino que hunde. 

¿Entonces quién es una persona justa? Es aquél que no solamente vive detrás del cumplimiento externo de leyes y mandatos sino el que ante todo quiere seguir a Dios viviendo desde un corazón compasivo. Porque en el fondo, el justo, es el santo.  

Así se convierte en modelo para todos, aquellos que son padres de familia, jefes del hogar y a los que les toca vivir en un mundo de indiferencias. Están invitados a ser hombres justos, es decir, que amen profundamente a Dios y sus mandatos y al mismo tiempo que sean compasivos y misericordiosos con los demás. Sólo así guiamos a los demás hacia el bien. (Ref.: ACIprensa)  

El corazón de Dios Padre. El rostro de la misericordia divina que mostraba Jesús a través de sus actos, quiso dejarlo retratado para siempre. A los pecadores que se veían excluidos del reino de Dios por la mezquindad de los "fariseos”, proclama el evangelio de la misericordia infinita, en la línea directa de los mensajes auténticos del AT. Los que regocijan el corazón de Dios no son los hombres que se creen justos, sino los pecadores arrepentidos, comparables con la oveja o la dracma perdida y hallada (Lc 15,7.10); el "Padre está esperando el regreso de su hijo pródigo y cuando lo descubre de lejos «siente compasión» y corre a su encuentro (Lc 15,20). Dios ha aguardado largo tiempo, y aguarda todavía con "paciencia a Israel, que no se convierte, como una higuera estéril (Lc 13,6-9). (Extraído de Vocabulario de Teología bíblica)

 

“Felices los justos”  (22° domingo)  

“El que no renuncie a todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo”  (23° domingo)  

“Dios sale a nuestro encuentro”  (24° domingo)

“No podemos servir a Dios y al dinero, tenemos que elegir”   (25° domingo)

“Romper la indiferencia”   (26° domingo)  

“El servicio a Dios. Somos simples servidores”  (27° domingo)

 “Levántate y vete, tú fe te ha salvado”  (28° domingo)

“Oración, signo de esperanza viva” (29° domingo)

Aclaración: Se han utilizado para la preparación de las reflexiones: El libro del Pueblo de Dios. Misioneros Oblatos. Biblia de las América.  

Círculo Bíblico San José

“Tu palabra es una lámpara a mis pies  y una luz en mi camino” Sal 119  

Te esperamos todos los sábados a las 17 hs para compartir y reflexionar el evangelio de cada semana.