Lecturas del 24 - 07 – 16 – Ciclo C –
Lectura del libro del Génesis 18, 20-32
El Señor dijo: «El clamor contra Sodoma y Gomorra es tan grande, y su pecado tan grave, que debo bajar a ver si sus acciones son realmente como el clamor que ha llegado hasta mí. Si no es así, lo sabré.» Dos de esos hombres partieron de allí y se fueron hacia Sodoma, pero el Señor se quedó de pie frente a Abraham.
Entonces Abraham se le acercó y le dijo: « ¿Así que vas a exterminar al justo junto con el culpable? Tal vez haya en la ciudad cincuenta justos. ¿Y tú vas a arrasar ese lugar, en vez de perdonarlo por amor a los cincuenta justos que hay en él? ¡Lejos de ti hacer semejante cosa! ¡Matar al justo juntamente con el culpable, haciendo que los dos corran la misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿Acaso el Juez de toda la tierra no va a hacer justicia?» El Señor respondió: «Si encuentro cincuenta justos en la ciudad de Sodoma, perdonaré a todo ese lugar en atención a ellos.» Entonces Abraham dijo: «Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Quizá falten cinco para que los justos lleguen a cincuenta. Por esos cinco ¿vas a destruir toda la ciudad?» «No la destruiré si encuentro allí cuarenta y cinco», respondió el Señor. Pero Abraham volvió a insistir: «Quizá no sean más de cuarenta.» Y el Señor respondió: «No lo haré por amor a esos cuarenta.»
«Por
favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no lo tome a mal si continúo
insistiendo. Quizá sean solamente treinta.»
Y
el Señor respondió: «No lo haré si encuentro allí a esos treinta.» Abraham
insistió: «Una vez más, me tomo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Tal
vez no sean más que veinte.» «No la destruiré en atención a esos veinte»,
declaró el Señor. «Por favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no se enoje
si hablo por última vez. Quizá sean solamente diez.» «En atención a esos diez,
respondió, no la destruiré.» Palabra de Dios.
Salmo 137, R. Señor, me respondiste cada vez que te invoqué.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque has oído las palabras de mi boca, te cantaré en presencia de los ángeles. Me postraré ante tu santo Templo. R.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque has oído las palabras de mi boca, te cantaré en presencia de los ángeles. Me postraré ante tu santo Templo. R.
Y daré gracias a tu Nombre por tu amor y tu fidelidad,
porque tu promesa ha superado tu renombre. Me respondiste cada vez que te
invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma. R.
El
Señor está en las alturas, pero se fija en
el humilde y reconoce al orgulloso desde lejos. Si camino entre peligros, me
conservas la vida. R
Tu derecha me salva. El Señor lo hará todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos! R.
San Pablo a los cristianos de Colosas 2, 12-14
Hermanos: En el bautismo, ustedes fueron sepultados con él, y con él resucitaron, por la fe en el poder de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Ustedes estaban muertos a causa de sus pecados y de la incircuncisión de su carne, pero Cristo los hizo revivir con él, perdonando todas nuestras faltas. El canceló el acta de condenación que nos era contraria, con todas sus cláusulas, y la hizo desaparecer clavándola en la cruz. Palabra de Dios.
Santo Evangelio según san Lucas 11, 1-13
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos.»
El les dijo entonces: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación.»
Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle," y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos."
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!» Palabra del Señor.
Tu derecha me salva. El Señor lo hará todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos! R.
San Pablo a los cristianos de Colosas 2, 12-14
Hermanos: En el bautismo, ustedes fueron sepultados con él, y con él resucitaron, por la fe en el poder de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Ustedes estaban muertos a causa de sus pecados y de la incircuncisión de su carne, pero Cristo los hizo revivir con él, perdonando todas nuestras faltas. El canceló el acta de condenación que nos era contraria, con todas sus cláusulas, y la hizo desaparecer clavándola en la cruz. Palabra de Dios.
Santo Evangelio según san Lucas 11, 1-13
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos.»
El les dijo entonces: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación.»
Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle," y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos."
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!» Palabra del Señor.
Reflexión:
Francisco: La Oración no es magia y no rezamos a un "Dios
cósmico" sino a un Padre cercano.
Orar a Nuestro Padre. No
hay necesidad de emplear tantas palabras para rezar: el Señor sabe lo que
queremos decirle. Lo importante es que la primera palabra de nuestra oración
sea «Padre». Es el consejo de Jesús a los apóstoles.
Para
rezar, no hay necesidad de hacer ruido ni creer que es mejor derrochar muchas
palabras. No podemos confiarnos al ruido, al alboroto de la mundanidad, que
Jesús identifica con «tocar la tromba» o «hacerse ver el día de ayuno». Para
rezar no es necesario el ruido de la vanidad: Jesús dijo que esto es un
comportamiento propio de los paganos.
El
Santo Padre fue más allá, afirmando que la oración no se ha de considerar como
una fórmula mágica: «La oración no es algo mágico; no se hace magia con la
oración»; «esto es pagano».
Entonces, ¿cómo
se debe orar? Jesús nos lo enseñó: «Dice que el Padre que está en el Cielo “sabe
lo que necesitan, antes incluso de que se lo pidan”». Por lo tanto, la primera
palabra debe ser «“Padre”. Esta es la clave de la oración. Sin decir, sin
sentir, esta palabra no se puede rezar», explicó el Obispo de Roma.
Y
se preguntó: « ¿A quién rezo? ¿Al Dios omnipotente? Está
demasiado lejos. Esto yo no lo siento, Jesús tampoco lo sentía. ¿A quién rezo?
¿Al Dios cósmico? Un poco común en estos días. Esta modalidad politeísta llega
con una cultura superficial». Es necesario, en cambio, «orar al Padre», a
Aquél que nos ha generado. Pero no sólo: es necesario rezar al Padre «nuestro»,
es decir, no al Padre de un «todos» genérico o demasiado anónimo, sino a Aquél
«que te ha generado, que te ha dado la vida, a ti, a mí», como persona
individual, explicó el Pontífice. Es el Padre «que te acompaña en tu camino»,
quien «conoce toda tu vida, toda».
Para
profundizar en el sentido de la palabra «Padre», el Pontífice volvió a proponer
la actitud confiada con la que Isaac —«este muchacho de veintidós años no era
un tonto», subrayó— se dirige a su padre cuando se da cuenta de que no estaba el
cordero para sacrificar y sospecha que él mismo era la víctima sacrificial:
«Debía hacer la pregunta, y la
Biblia nos dice que dijo: “Padre, falta el cordero”. Pero se
fio de quien estaba a junto a él. Era su padre. Su preocupación: “¿tal vez soy
la oveja?”, la arrojó en el corazón de su padre». Es lo que sucede también en
la parábola del hijo que despilfarra la herencia «pero luego regresa a casa y
dice: «Padre, he pecado». Es la clave de toda oración: sentirse amados
por un padre»; y nosotros tenemos «un Padre, muy cercano, que nos
abraza» y a quien podemos confiarle todas nuestras preocupaciones porque «Él
sabe lo que necesitamos».
Pero,
¿es «un padre solamente mío?» —Se preguntó una vez más el Pontífice—. Y
respondió: «No, es el Padre nuestro, porque yo no soy hijo único. Ninguno de
nosotros lo es. Y si no puedo ser hermano, difícilmente puedo llegar a ser hijo
de este Padre, porque es un Padre, con certeza, mío, pero también de los demás,
de mis hermanos». Por ello —observó— se deduce que «si yo no estoy en paz con
mis hermanos, no puedo decirle Padre a Él. Y así se explica lo que dice
inmediatamente Jesús, después de enseñarnos el Padrenuestro: “Si vosotros
perdonáis las culpas a los demás, vuestro Padre que está en los cielos os
perdonará también a vosotros; pero si vosotros no perdonáis a los demás,
tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas».
Dios nuestro,
Padre de la luz, envía ahora tu Espíritu sobre nosotros: Que Él nos dé un
corazón oyente, nos permita encontrarte en tus Santas Escrituras y engendre tu
Verbo en nosotros. Amén
Francisco, junio de 2013
Porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden:
“El
perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos
más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz
tu alma y la tendrá el que te ofendió” Madre Teresa de Calcuta.
Muchas
veces se nos hace difícil perdonar, perdonar no desde las palabras,
un “te perdono” puede resultar hasta una fórmula hecha, a
perdonar desde lo más profundo de nuestro corazón. Cuando hemos sido heridos,
ofendidos, defraudados, algo se quiebra dentro de nosotros y lo que puede
enmendarlo en alguna medida es el perdón genuino. No es fácil ¿Debería serlo?
El
ser humano tiende a encerrarse en su dolor cuando ha sido herido, como
mecanismo de defensa tal vez nos distanciamos de aquél que causó nuestro dolor,
como si alejándonos, la angustia menguase. Sin embargo, pocos entendemos que
para sanear un corazón lastimado, el verdadero perdón es la mejor
opción.
Cuando
uno perdona desde lo más profundo de su alma, limpia las heridas, aleja el
sabor amargo que ha quedado y deja vacío ese espacio que ocupaba el rencor o la
ofensa para dar cabida a sentimientos y sensaciones más agradables.
Por
otro lado, perdonar nos hace mejores personas. Perdonar implica también
entender al otro, su circunstancia, su situación y –desde ese entendimiento-
construir un mejor lazo.
El perdonar en forma genuina –desde
el alma- implica también volver a confiar. Cuando hemos sido defraudados o
maltratados, no es fácil poner la otra mejilla, no somos Jesús, pero podemos
intentar imitarlo.
Muchas
veces sentimos que hemos perdonado, así lo creemos, pero a la hora de volver a
confiar, el perdón se desdibuja en una forma etérea, pero tangible. Si no volvemos
a confiar, no hemos perdonado del todo.
El perdón limpia, redime,
eleva, nos hace más bondadosos y más grandes. El rencor pesa demasiado, no es
una carga agradable de llevar en la vida. Nos quita energías para enfrentar la
vida de una manera más positiva, aletarga nuestro paso y no nos conduce a buen
destino.
El perdón nos ayuda a vivir en paz con nosotros mismos y con los demás, pero también ayuda a quien nos ha lastimado. Si
aquél que obró mal siente que es realmente perdonado y que nuestro corazón le
abre sus puertas nuevamente, sin dudas no volverá a lastimarnos. El perdón
habrá servido como la mejor de las lecciones, esas que se aprenden sin tomar
nota, con el alma misma.
El
rencor aleja, endurece, contrae y nos empequeñece. El perdón nos da, ni más ni
menos, la posibilidad de volver a empezar, de volver a creer.
“El perdón
cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito; bendice
al que lo da y al que lo recibe”
Oración del Papa Francisco para
el Jubileo de la Misericordia
Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a
ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo
ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo
y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la
felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la
traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche
como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don
de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre
invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el
perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor,
resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros
fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los
que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque
a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos
con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un
año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo,
llevar la Buena Nueva
a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y
restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María,
Madre de la Misericordia , a
ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los
siglos. Amén.
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de las reflexiones: El libro del
Pueblo de Dios. Unos momentos con Jesús y María. P. Daniel Silva
2010. Red Asís. (www.encuentos.com)
Lectio Divina: los Sábados 16 hs. en:
Círculo Bíblico San José
Parroquia San José: Brandsen 4970
V.
Domínico.
Si querés
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