Mientras se
dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en
un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a
distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de
nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y
en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en
voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole
gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros
nueve, ¿dónde están?
¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó:
"Levántate y vete, tu fe te ha salvado". Palabra del Señor.
Hoy, Jesús pasa
cerca de nosotros para hacernos vivir la escena de tantas personas marginadas,
como las hay en nuestra sociedad... En tiempos del Señor, los leprosos formaban
parte de los marginados. De hecho, aquellos diez leprosos fueron al encuentro
de Jesús en la entrada de un pueblo (cf. Lc 17,12), pues no podían entrar en
las poblaciones, ni les estaba permitido acercarse a la gente («se pararon a
distancia»).
Con un poco de imaginación, cada uno de nosotros puede reproducir la imagen de
los marginados de la sociedad, que tienen nombre como nosotros: inmigrantes,
drogadictos, delincuentes, enfermos de sida, gente desocupados, pobres... Jesús
quiere integrarlos, ayudarlos en sus sufrimientos; y nos pide colaboración de
forma desinteresada, gratuita, eficaz... por amor.
Además, hacemos más presente en cada uno de nosotros la lección que da Jesús.
Somos pecadores y necesitados de perdón, somos pobres que todo lo esperan de
Él. ¿Seríamos capaces de decir como el leproso «Jesús, maestro, ten compasión
de mi» (cf. Lc 17,13)? ¿Sabemos recurrir a Jesús con plegaria profunda y
confiada?
¿Imitamos al leproso curado, que vuelve a Jesús para darle gracias? De hecho,
sólo «uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios» (Lc 17,15).
Jesús echa de menos a los otros nueve: «¿No quedaron limpios los diez? Los
otros nueve, ¿dónde están?» (Lc 17,17). San Agustín dejó la siguiente
sentencia: «‘Gracias a Dios’: no hay nada que uno puede decir con mayor
brevedad (...) ni hacer con mayor utilidad que estas palabras». Por tanto,
nosotros, ¿cómo agradecemos a Jesús el gran don de la vida, propia y de la
familia; la gracia de la fe, la santa Eucaristía, el perdón de los pecados...?
¿No nos pasa alguna vez que no le damos gracias por la Eucaristía, aun a pesar
de participar frecuentemente en ella? (evangeli.net)
Ven Señor Jesús,
te necesito.
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