Lecturas del 23/08/09 –Ciclo B–
Domingo 21° Durante el año
« Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna »
Libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b
Josué reunió en Siquém a todas las tribus de Israel, y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces y a sus escribas, y ellos se presentaron delante del Señor. Entonces Josué dijo a todo el pueblo: «Si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor.»
El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. El nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos. Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que él es nuestro Dios.» Palabra de Dios.
SALMO 33
R. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren. R.
Los ojos del Señor miran al justo y sus oídos escuchan su clamor; pero el Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra. R.
Cuando ellos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias. El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos. R.
El justo padece muchos males, pero el Señor lo libra de ellos. El cuida todos sus huesos, no se quebrará ni uno solo. R.
La maldad hará morir al malvado, y los que odian al justo serán castigados; pero el Señor rescata a sus servidores, y los que se refugian en él no serán castigados. R.
Carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 5, 21-33
Hermanos: Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo. Las mujeres deben respetar a su marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo.
Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido. Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo. Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida.
Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, cada uno debe amar a su mujer como a sí mismo, y la esposa debe respetar a su marido. Palabra de Dios.
Santo Evangelio según san Juan 6, 60-69
Muchos de sus discípulos decían: « ¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: « ¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.» En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: « ¿También ustedes quieren irse?»
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.» Palabra del Señor.
Reflexión
La clave de los diversos textos litúrgicos de este domingo esta en decidirse en qué camino vamos a elegir para vivir, lo que propone el mundo o el de Dios.
Las tribus reunidas por Josué en Siquém deben decidirse por servir, a Yahvé o a otros dioses. Josué organiza la gran asamblea de Siquém, como la reunión constitutiva del pueblo de las tribus. Es el punto de partida de un movimiento nuevo que arranca del éxodo. El pueblo debe aceptar su nueva identidad teológica, social, cultural. Es fundamental identificar al Dios del Éxodo: el que ve la opresión del pueblo, el que oye el griterío de dolor y conoce sus sufrimientos, el que está decidido a bajar para librarlo del poder de los opresores (Ex 3,7-8). El Dios de sus Padres, el Dios de la Historia.
Las tribus proceden de diferentes orígenes culturales, religiosos, étnicos, pero ahora se aglutinan, gracias a la fe en este Dios del éxodo, en un solo pueblo: Israel. Es la teología, la fe en Yahvé y no la sangre quien los compacta para una alianza tribal.
El corazón de esta alianza tribal es la fe común en este Dios de los pobres. Pero supone también, identificar a los dioses “extraños”, a los dioses cananeos y egipcios, imágenes corrompidas de Dios, que generan esclavitud y muerte: un sistema de impuestos, una vida de esclavos, una religión opresora. Cambiar esos dioses por el Dios del Éxodo, fundando una sociedad de leyes para la vida, de reparto de la tierra, de culto nuevo basado en la pascua es el tema central de esta gran asamblea de Josué en Siquém.
Las tribus de Israel hacen un pacto de amor con este Dios de los pobres. Unos desposorios, como nos insinúa la carta a los efesios. “Una Iglesia dócil al Mesías”, “para hacerla radiante, sin mancha, ni arruga, ni nada parecido”.
Este domingo concluimos la lectura del capítulo 6 del Evangelio de Juan. Una vez que se ha escuchado de manera completa y cabal el discurso sobre el Pan de Vida, los mismos que seguían a Jesús hacen un análisis, una evaluación sobre las palabras del Señor. El veredicto es simple y contundente: “es muy difícil de aceptar”. El texto continúa además con una pregunta retórica: “¿quién puede estar de acuerdo contigo?”.
Jesús no se queda callado y les va a responder con dos preguntas retóricas: ¿esto les ofende?; ¿qué sucedería si lo vieran subir como Hijo del Hombre al Cielo donde antes estaba?
De esta forma les marca una vez más que la incapacidad que ellos tienen surge por una falta de fe: por más que “vean” lo más prodigioso no van a creer. Hace entrar en diálogo al Espíritu: ningún simple ser humano puede dar Vida Eterna, solo el Espíritu de Dios. Jesús se asocia así a la acción del Espíritu. Las palabras que el Señor ha dicho vienen del mismo Espíritu, no son palabras humanas, sino de Dios.
Jesús conoce el corazón del hombre, sabe quién cree y quién no cree… Además les recuerda como el Padre es, en definitiva, el que da el don de ser discípulo auténtico.
El resultado último de las palabras de Jesús es que muchos lo abandonan, no quieren seguirlo.
En este contexto el Señor preguntará a los más cercanos, a los apóstoles que Él mismo había elegido: “¿También ustedes quieren irse?”. Simón Pedro responderá en nombre de los Doce también con una pregunta retórica y con una afirmación contundente: “¿Y a quién seguiríamos, Señor? Sólo tus palabras dan vida eterna. Nosotros hemos creído en ti, y sabemos que tú eres el Hijo de Dios”.
Un grupo muy grande de personas escuchó el Discurso del Pan de Vida que pronunció el Señor. La mayoría de ellas no lo aceptaron y se fueron desilusionadas. En cambio, los Doce Apóstoles, se quedaron con el Señor mostrando que la fe ya había prendido en su corazón. Dios les había concedido el don de la fe y ellos fueron capaces de cuidarlo para que de fruto verdadero.
Esta profesión de fe en Jesús como el único que tiene “palabras” de Vida Eterna nos lleva mirar a Jesús como Palabra, Palabra con mayúsculas. Como lo expresan estas líneas tomadas del Mensaje Final del Sínodo de los Obispos 2008 que junto al Papa reflexionó sobre el tema de la Palabra de Dios.
EL ROSTRO DE LA PALABRA: JESUCRISTO
En el original griego son sólo tres las palabras fundamentales: Lógos, sarx, eghéneto, «el Verbo/Palabra se hizo carne». Sin embargo, éste no es sólo el ápice de esa joya poética y teológica que es el prólogo del Evangelio de san Juan (1, 14), sino el corazón mismo de la fe cristiana. La Palabra eterna y divina entra en el espacio y en el tiempo y asume un rostro y una identidad humana, tan es así que es posible acercarse a ella directamente pidiendo, como hizo aquel grupo de griegos presentes en Jerusalén: «Queremos ver a Jesús» (Jn. 12, 20-21). Las palabras sin un rostro no son perfectas, porque no cumplen plenamente el encuentro, como recordaba Job, cuando llegó al final de su dramático itinerario de búsqueda: «Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos» (42, 5).
Cristo es «la Palabra que está junto a Dios y es Dios», es «imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación» (Col 1, 15); pero también es Jesús de Nazaret, que camina por las calles de una provincia marginal del imperio romano, que habla una lengua local, que presenta los rasgos de un pueblo, el judío, y de su cultura.
El Jesucristo real es, por tanto, carne frágil y mortal, es historia y humanidad, pero también es gloria, divinidad, misterio: Aquel que nos ha revelado el Dios que nadie ha visto jamás (cf. Jn. 1, 18). El Hijo de Dios sigue siendo el mismo aún en ese cadáver depositado en el sepulcro y la resurrección es su testimonio vivo y eficaz.
Preguntas para la meditación: ¿Qué me dice?
Con frecuencia queremos convertir la palabra de Jesús en el ejercicio de un conjunto de ritos. Pero, la palabra de Jesús nos desestabiliza, nos lleva a cuestionar la vida diaria. A veces, incluso, decimos como los discípulos. «Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso? No obstante, si queremos seguirlo y queremos ser como él no podemos contentarnos con los laureles que nos ofrece el mundo, sino que debemos caminar con el Nazareno la difícil y tortuosa vía del pueblo de Dios en la historia.
¿Qué opinión tengo de lo que Jesús “me dice” a través de la Escritura, a través de su Palabra?
¿Acepto las exigencias del Evangelio?
¿Qué temas del Evangelio de Jesús me cuesta más aceptar?
¿Dónde percibo hoy las mayores exigencias del Evangelio para mi vida?
Qué le respondo a Jesús si me dice: ¿“tú también quieres irte”?
¿Qué implica para mí hoy decirle a Jesús: “sólo tus palabras dan vida eterna”?
Tú me lo diste; A ti Señor, lo devuelvo;
Todo es tuyo: dispone según tu voluntad.
Dame tu amor y tu gracia, Que esto me basta.
Amén (San Ignacio de Loyola)
Lecturas de la semana:
LUNES 24: Ap. 21, 9b-14; Sal. 144; Jn. 1, 45-51.
MARTES 25: 1Tes, 2, 1-8; Sal. 138; Mt. 23, 23-26.
MIERCOLES 26: 1 Tes. 2, 9-13; Sal. 138; Mt. 23, 27-32.
JUEVES 27: 1Tes. 3, 7-13.; Sal. 89; Mt. 24, 42-51.
VIERNES 28: 1Tes. 4, 1-8; Sal 96; Mt. 25, 1-13.
SABADO 29: Jr. 1, 17-19; Sal 70; Mc. 6, 17-29.
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de las reflexiones que acompañan las lecturas, textos de distintos autores: El libro del Pueblo de Dios. Unos momentos con Jesús y Maria, Catholic.net, “Claves de Lectio Divina” Proyecto Lectionautas CEBIPAL/CELAM –Impresión Librería “Del Rocío” Av. Mitre 6199 – Wilde – 4207-4785
Te esperamos los sábados 17:00 h.
para leer la Biblia en la Parroquia San José: Brandsen 4970 Villa Dominico.
Círculo Bíblico San José