Sexto Domingo
durante el año
Lecturas 17 -2-19, Ciclo C
Lectura libro del profeta Jeremías 17, 5-8
Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en
el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor!
Él es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la
aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el hombre que
confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! Él es como un árbol
plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no
teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en
un año de sequía y nunca deja de dar fruto. Palabra de Dios.
Salmo 1
R. ¡Feliz
el que pone en el Señor su confianza!
¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los
malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la
reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de
día y de noche! R.
Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que
produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan; todo lo que
haga le saldrá bien. R.
No sucede así con los malvados: ellos son como paja que
se lleva el viento. Porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el
camino de los malvados termina mal. R.
1° carta de Pablo a los Corintios 15, 12. 16-20
Hermanos: Si se anuncia que Cristo resucitó de entre
los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan?
Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no
resucitó, la fe de ustedes es inútil, y sus pecados no han sido perdonados.
En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo
han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo
solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no,
Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.
Palabra de Dios
Evangelio según san Lucas 6, 12-13. 17. 20-26. Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración
con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de
ellos, a los que dio el nombre de apóstoles. Al bajar con éstos se detuvo en
una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había
llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón. Entonces
Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: “¡Felices ustedes, los
pobres, porque el reino de Dios les pertenece! ¡Felices
ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices
ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! ¡Felices ustedes, cuando los
hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban el nombre de ustedes,
considerándolos infames a causa del Hijo del hombre! ¡Alégrense y llénense de
gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo! ¡De
la misma manera, los padres de ellos trataban a los profetas! Pero ¡ay de
ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡ay de ustedes, los que ahora
están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen,
porque conocerán la aflicción y las lágrimas! ¡ay de ustedes cuando todos los
elogien! ¡De la misma manera, los padres de ellos trataban a los falsos profetas!
Palabra del Señor.
Reflexión
Las bienaventuranzas y las amenazas forman parte de un discurso. La primera parte del discurso está dirigido a los discípulos (Lc 6,20). La segunda parte está dirigida a “ustedes los que me escuchan” (Lc 1,27), o sea, a aquella multitud inmensa de pobres y enfermos, llegada de todas partes. Las palabras que Jesús dirige a esta muchedumbre son exigentes y difíciles: “¿cómo entender estas palabras? Dos frases ayudan a entender lo que estas palabras quieren enseñar. La primera frase: “¡Lo que quieran que les hagan los hombres, háganlo ustedes a ellos!” (Lc 6,31) La segunda frase: “¡Sean misericordiosos, como es misericordioso nuestro Padre!”
Las bienaventuranzas y las amenazas forman parte de un discurso. La primera parte del discurso está dirigido a los discípulos (Lc 6,20). La segunda parte está dirigida a “ustedes los que me escuchan” (Lc 1,27), o sea, a aquella multitud inmensa de pobres y enfermos, llegada de todas partes. Las palabras que Jesús dirige a esta muchedumbre son exigentes y difíciles: “¿cómo entender estas palabras? Dos frases ayudan a entender lo que estas palabras quieren enseñar. La primera frase: “¡Lo que quieran que les hagan los hombres, háganlo ustedes a ellos!” (Lc 6,31) La segunda frase: “¡Sean misericordiosos, como es misericordioso nuestro Padre!”
Jesús no pretende cambiar simplemente algo, porque nada
cambiaría. Él quiere cambiar el sistema. La novedad que Jesús quiere construir
viene de la nueva experiencia que tiene de Dios, Padre lleno de ternura que
acoge a todos. Las palabras de amenazas contra los ricos no pueden ser ocasión
de venganza por parte de los pobres. Jesús ordena el tener una conducta
contraria: “¡Amen a sus enemigos!” El
verdadero amor no puede depender de lo que recibo del otro. El amor debe querer
el bien del otro independientemente de lo que el otro haga por mí. Porque así
es el amor de Dios para con nosotros.
Jesús ha pasado la noche en oración y ha escogido a
los doce, a los que ha dado el nombre de apóstoles. Ahora Él desciende de la
montaña junto con los doce. Una vez que ha llegado a la llanura encuentra a un
grupo numerosos de discípulos y una inmensa multitud de personas que han
llegado de toda la Judea, de Jerusalén, de Tiro y de Sidón.
La muchedumbre que
busca a Jesús: La
muchedumbre se siente desorientada y abandonada y busca a Jesús porque quiere
escuchar su palabra y quiere ser curada de sus males. Fue curada mucha gente,
poseídas de espíritus impuros. La gente trata de tocar a Jesús, porque se da
cuenta de que en Él hay una fuerza que hace bien y cura a las personas. Jesús
acoge a todos los que lo buscan. Entre la muchedumbre hay judíos y extranjeros.
Las cuatro
bienaventuranzas. “Levantando
los ojos sobre los discípulos”, Jesús declara: “¡Dichosos ustedes los pobres,
porque de ustedes es el Reino de Dios!” Esta primera bienaventuranza identifica
la categoría social de los discípulos de Jesús. Ellos son ¡los pobres! Y Jesús les garantiza: “¡Suyo es el
Reino de los cielos!”. No es una promesa que mira al futuro. El verbo está en
presente. ¡El Reino está ya en ellos! Aun siendo pobres, ellos son ya felices. El Reino no es un bien futuro.
Existe ya, en medio de los pobres.
En el Evangelio de Mateo, Jesús explica el sentido y dice: “¡Dichosos los pobres en “el Espíritu!” (Mt 5,3). Son los pobres que tienen el Espíritu de Jesús. Porque hay pobres que tienen el espíritu y la mentalidad de los ricos. Los discípulos de Jesús son pobres y tienen la mentalidad de pobres. También ellos como Jesús, no quieren acumular, sino que asumen la pobreza y, como Jesús, luchan por una convivencia más justa, donde exista la fraternidad y el compartir de bienes, sin discriminación.
En el Evangelio de Mateo, Jesús explica el sentido y dice: “¡Dichosos los pobres en “el Espíritu!” (Mt 5,3). Son los pobres que tienen el Espíritu de Jesús. Porque hay pobres que tienen el espíritu y la mentalidad de los ricos. Los discípulos de Jesús son pobres y tienen la mentalidad de pobres. También ellos como Jesús, no quieren acumular, sino que asumen la pobreza y, como Jesús, luchan por una convivencia más justa, donde exista la fraternidad y el compartir de bienes, sin discriminación.
En la segunda y tercera bienaventuranza Jesús dice: “¡Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Dichosos ustedes los que ahora lloran porque reirán!” Lo que ahora vivamos y suframos no es definitivo. Lo que es definitivo será el Reino que estamos construyendo hoy con la fuerza del Espíritu de Jesús. Construir el reino supone sufrimiento y persecución, pero una cosa es cierta: el Reino llegará y “¡ustedes serán saciados y reirán!” El Reino es a la vez una realidad presente y futura. La segunda bienaventuranza evoca el cántico de María: “Colmó de bienes a los hambrientos” (Lc 1,53).
La tercera evoca al profeta Ezequiel que habla de las
personas que “suspiran y lloran por todas las abominaciones” realizadas en la
ciudad de Jerusalén (Ez 9,4).
La cuarta bienaventuranza se refiere al futuro: “¡Dichosos ustedes cuando los hombres los odien y los metan en prisión por causa del Hijo del Hombre! ¡Alégrense aquel día y gocen porque grande será su recompensa, porque así fueron tratados los profetas!”. Con estas palabras de Jesús, Lucas indica que el futuro anunciado por Jesús está por llegar. Y estas personas están en el buen camino.
Las cuatro amenazas. Después de las cuatro bienaventuranzas a favor
de los pobres y marginados, siguen cuatro amenazas contra los ricos, los que
están saciados, los que ríen, los que son alabados por todos.
¡Ay de ustedes los
ricos! Delante de Jesús,
en aquella llanura, hay sólo gente pobre y enferma, venida de todos los lados.
Pero delante de ellos Jesús dice: “¡Ay de
ustedes los ricos!”. Al transmitir estas palabras de Jesús, Lucas está
pensando en las comunidades de su tiempo, hacia fines del primer siglo. Había
ricos y pobres, había discriminación contra los pobres por parte de los ricos,
discriminación que marcaba también la estructura del Imperio Romano. Jesús
critica dura y directamente a los ricos: “¡Ustedes
ricos, ya tienen su consuelo!”
¡Ay de ustedes los que ahora ríen!
“Ay de ustedes los que ahora están hartos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes los que ahora ríen, porque serán afligidos y llorarán!” Estas dos amenazas indican que para Jesús la pobreza no es una fatalidad, ni mucho menos el fruto de prejuicios, sino el fruto de un enriquecimiento injusto por parte de los otros. También aquí es bueno recordar las palabras del cántico de María: “Despidió a los ricos vacíos” (Lc 1,53).
“Ay de ustedes los que ahora están hartos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes los que ahora ríen, porque serán afligidos y llorarán!” Estas dos amenazas indican que para Jesús la pobreza no es una fatalidad, ni mucho menos el fruto de prejuicios, sino el fruto de un enriquecimiento injusto por parte de los otros. También aquí es bueno recordar las palabras del cántico de María: “Despidió a los ricos vacíos” (Lc 1,53).
“¡Ay de ustedes cuando todos los hombres digan “bien
de ustedes”, del mismo modo hacían sus padres con los falsos profetas!” Esta
cuarta amenaza se refiere a los judíos, o sea, a los hijos de aquéllos que en
el pasado elogiaban a los falsos profetas. Citando estas palabras de Jesús,
Lucas piensa en algunos judíos convertidos de su tiempo que se servían de su
prestigio y de su autoridad para criticar la apertura hacia los paganos. (cf
Act 15,1.5)
Para
meditar:
Las bienaventuranzas quieren decir, que, aún en las
peores circunstancias que podamos imaginar, las posibilidades de ser no nos las
puede arrebatar nadie. Recordemos lo que decíamos el domingo pasado: “Rema mar
adentro”, busca en lo hondo de ti, lo que vale de veras. Si creemos que la
felicidad nos llega del consumir, no hemos descubierto la alegría de ser.
Nosotros, al poner la confianza en las seguridades externas, en el hedonismo a
todos los niveles, estamos equivocándonos y en vez de bienaventuranza encontraremos
desdicha. Nunca se ha consumido más y sin embargo nunca ha habido tanta
infelicidad.
Un cristianismo como capote externo, que busca las
seguridades espirituales además de los materiales, no tiene nada que ver con
Jesús. Llevamos dos mil años intentando armonizar cristianismo y riqueza;
salvación y poder. Nadie se siente responsable de los muertos de hambre. No nos
preocupa la suerte de los que no tienen un puñado de arroz para evitar la
muerte.
Decimos: Yo no puedo hacer nada por evitar el hambre.
Tú, lo puedes hacer todo, porque no se trata de eliminar la injusticia, sino de
que tú, salgas de toda injusticia. No se trata de hacerles un favor a ellos,
aunque sea salvarles la vida, se trata de que tú salgas de cualquier inhumanidad.
Nosotros, los “ricos”, somos los que tenemos que cambiar buscando esa humanidad
que nos falta. Tu salvación está, en no ser causa de opresión para nadie sino
en ayudar a los demás a salir de toda opresión. Si damos de comer al pobre le
salvamos la vida biológica. Si salgo de mi egoísmo, salvo la vida al pobre y me
libero de mi inhumanidad.
LECTIO DIVINA
Actitud. La Palabra no es magia, no es automática. El
hecho de utilizar unos pasos que en sí son medios para el encuentro con el
Señor, no significa ni garantiza un encuentro vital. Es verdad, que ella es
siempre eficaz, pero no es automática, no es algo mecánico, sino que requiere
una disposición, es imprescindible una apertura y una docilidad a la acción del
Señor en uno por medio de su Palabra. Siempre va a requerir una respuesta a la
manifestación y a la acción de Dios en nuestra vida.
La Lectio Divina y en sí la
lectura de la Sagrada Escritura es un adentrarse en el mundo de la gracia, en
el mundo de Dios, donde todo es don, donde todo es gratuidad, donde todo es
manifestación del Señor, donde nada es debido, sino que todo es expresión de
amor.
El encuentro con el Señor por medio de su Palabra es
algo vital, es algo renovador y transformador, es acción directa del Espíritu
Santo por medio del texto escrito, pero es fundamental una respuesta a esa
manifestación, que requiere una correspondencia, al amor preferencial del Señor
que se revela por medio de su Palabra. Si de verdad hay encuentro con el Señor
nunca, de ninguna manera uno puede salir siendo la misma persona. Eso no, sino
que el encuentro lleva a la transformación y esta transformación es respuesta y
docilidad a la acción del Señor en uno mismo.
Dios mío, envía ahora tu Espíritu
sobre mí y que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guie y asista
al meditar tus enseñanzas, para que pueda saborearla y comprenderla,
para
que tu Palabra penetre en mi corazón, y me
conduzca a la Verdad completa. Amén