” Ven Espíritu Santo”
Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y que abra mis
ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guie y asista al meditar tus
enseñanzas, para que pueda saborearla y comprenderla, para que tu Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la
Verdad completa. Amén
“Señor, al despertar, me saciare de tu presencia”
Segundo
Libro de Macabeos 6,1;7,1-2.9-14.
El rey Antíoco envió a un consejero ateniense para
obligar a los judíos a abandonar las costumbres de sus padres y a no vivir
conforme a las leyes de Dios. Fueron detenidos siete hermanos, junto con su
madre. El rey, flagelándolos con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos
a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Pero uno de ellos,
hablando en nombre de todos, le dijo: "¿Qué quieres preguntar y saber de
nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que violar las leyes de nuestros
padres". Una vez que el primero murió, llevaron al suplicio al segundo. Y
cuando estaba por dar su último suspiro, dijo: "Tú, malvado, nos privas de
la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, ya
que nosotros morimos por sus leyes".
Después de este, fue castigado el tercero. Apenas se lo pidieron, presentó su
lengua, extendió decididamente sus manos y dijo con valentía: "Yo he
recibido estos miembros como un don del Cielo, pero ahora los desprecio por
amor a sus leyes y espero recibirlos nuevamente de
él". El rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del
valor de aquel joven, que no hacía ningún caso de sus sufrimientos. Una vez que
murió este, sometieron al cuarto a la misma tortura y a los mismos
suplicios. Y cuando ya estaba próximo a su fin, habló así: "Es
preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser
resucitados por él. Tú, en cambio, no resucitarás para la
vida". Palabra de Dios.
Salmo 17, R: Señor, al despertar, me saciaré de tu presencia.
Escucha,
Señor, mi justa demanda, atiende a mi clamor; presta oído a mi plegaria, porque
en mis labios no hay falsedad. R
Mis pies
se mantuvieron firmes en los caminos señalados: ¡mis pasos nunca se apartaron
de tus huellas! Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes: inclina tu
oído hacia mí y escucha mis palabras. R
Escóndeme
a la sombra de tus alas. Pero yo, por tu justicia, contemplaré tu rostro,
y al despertar, me saciaré de tu presencia. R
2º
C S. Pablo a los Tesalonicenses 2,16-3,5.
Hermanos:
que nuestro Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente
un consuelo eterno y una feliz esperanza, los reconforte y fortalezca en
toda obra y en toda palabra buena.
Finalmente, hermanos, rueguen por nosotros, para que la Palabra del
Señor se propague rápidamente y sea glorificada como lo es entre
ustedes. Rueguen también para que nos veamos libres de los hombres
malvados y perversos, ya que no todos tienen fe. Pero el Señor es fiel: él
los fortalecerá y los preservará del Maligno.
Nosotros tenemos plena confianza en el Señor de que ustedes cumplen y seguirán
cumpliendo nuestras disposiciones. Que el Señor los encamine hacia el amor
de Dios y les dé la perseverancia de Cristo. Palabra de
Dios.
Evangelio
según San Lucas 20,27-38.
Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la
resurrección, y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si
alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle
descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El
primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la
viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar
descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa,
ya que los siete la tuvieron por
mujer?". Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se
casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y
de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a
los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de
la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios
de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en
efecto, viven para él". Palabra del Señor.
La Palabra de este domingo nos trae el tema de la vida eterna, el misterio de la vida después de la muerte: «esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro». Estas palabras del Credo nos recuerdan que no estamos destinados a la nada, sino que, por don de Dios, nuestro horizonte se abre a la promesa de una vida plena después de esta existencia terrena. Jesús nos habla de un Dios que es presencia y nos propone ser desde la dignidad de hijos de Dios. Un Dios, que no es de muertos, que es un Dios de vivos porque para Él todos están vivos.
Hoy el relato del evangelio nos sitúa en la ciudad santa, en la explanada del Templo, donde Jesús realiza su misión, la controversia entre Jesús y los saduceos, nos lleva a colocar en primer plano nuestra esperanza en la Resurrección. No nacimos para morir sino para vivir. La resurrección es nuestro destino de gloria.
Los saduceos eran los más
conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero sólo en sus ideas, no
en su conducta. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros cinco libros
de la Biblia, los que ellos atribuían a Moisés. Los profetas, los escritos
apocalípticos, todo lo referente al Reino de Dios, lo consideraban ideas
“liberacionistas”, para ellos no existía otra vida, la única vida que existía
era la presente, y en ella eran los privilegiados; por eso, no había que
esperar otra.
A esa manera de pensar pertenecían las familias
sacerdotales principales, los jefes de las familias aristocráticas y tenían sus
propios escribas que, aunque no eran los más prestigiosos, les ayudaban a
fundamentar teológicamente sus aspiraciones a una buena vida. “Las riquezas y
el poder que tenían eran muestra de que eran los preferidos de Dios”. No
necesitaban esperar otra vida. Gracias a eso mantenían una posición cómoda: por
un lado, la apariencia de piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo con
las costumbres paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios
y concesiones que agrandaban sus fortunas.
En respuesta a la pregunta capciosa de los saduceos sobre el destino de la mujer que ha tenido siete maridos en la tierra, Jesús reafirma sobre todo el hecho de la resurrección, corrigiendo, a la vez, la representación materialista y caricaturesca que se hacen de ella los saduceos.
Antes que nada, Jesús rechaza la idea de los saduceos
que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida que
ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a
partir de nuestras experiencias actuales. Hay una diferencia radical entre
nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de
Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente "nueva". Por
eso, la podemos esperar, pero nunca describir o explicar.
Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la "vida eterna". Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que "el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman".
Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de
orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una "novedad" que está
más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida
"preparada" por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras
aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la
curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en
Dios.
Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.
Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.
La unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: "Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado" (salmo 25,1-2).
La resurrección es nuestro destino de gloria, no es una simple transposición de nuestras condiciones de vida actuales: es un verdadero y completo nacimiento a la vida gracias a la obra amorosa del Dios de la vida. En esta fe se alienta nuestra esperanza, encontramos fuerza a la hora de la tribulación y sentimos impulso para hacer todo lo posible de manera que la vida actual vaya en esa dirección.
La base de toda reflexión sobre al más allá está en la
resurrección de Cristo. La experiencia que de ella tuvieron los discípulos es que,
en Jesús, Dios realizó plenamente la salvación del ser humano. Jesús sigue vivo
con una Vida que ya tenía cuando estaba con ellos, pero que no descubrieron
hasta que murió. En él, la última palabra no la tuvo la muerte sino la Vida.
Esta es la principal aportación del texto de hoy: “serán como Ángeles, serán
hijos de Dios”.
La esperanza que
da sentido a nuestro presente. La esperanza en el Dios de la vida
se manifestará en cómo afrontamos el presente. Fe en la vida eterna
no es una invitación a desviar nuestra atención y compromiso del aquí y ahora, permaneciendo
paralizados y vueltos hacia un futuro que no sabemos cuándo llegará. Más bien
nos urge a llenar nuestro presente con un significado nuevo, comprometiéndonos
con nuestros hermanos a crear un ambiente más humano y fraterno.
El que vive en la esperanza de la resurrección, aún dentro de su pobreza, va sembrando vida con sus palabras, sus gestos, sus decisiones. Es capaz de compartir lo que tiene y lo que vive porque se sabe hermano y compañero de camino en esta peregrinación hacia la casa del Padre. Ahí es donde se juega nuestra fe y nuestra esperanza.
Cristo
es nuestro modelo. Él vivió aliviando el sufrimiento y liberando
de toda clase de miedos a las gentes que le seguían. Contagiaba una confianza
total en Dios. Su preocupación fue hacer la vida más humana, tal como lo desea
el Padre. La resurrección de Jesús es la prueba de que su vida y su entrega
hasta la muerte tuvieron un sentido.
Es
cierto que nuestra fe y confianza son frágiles; las dudas y el desánimo están
siempre al acecho. Sin embargo, la Pascua de Cristo, su victoria sobre el mal y
la muerte nos alienta a vivir en la confianza de que él sigue acompañando la
humanidad hasta su último destino. Dios que es fiel y nos ha llamado a esta
grande esperanza, nos conforta para que un día sea realidad.
Fr. Pedro Luis González González
Convento del Santísimo Rosario (Madrid)
Santo Espíritu de Dios, mora en mí mora en mí, quiero ser lleno de tu luz, mora en mí.
Si tu bella luz mora en mí, la gloria de Jesús irradiaré, mora en mí, mora en mí, soy de ti, soy de ti.
¡Jesús misericordioso en vos confío!
“El que no renuncie a todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo” (23° domingo)
“Dios sale a nuestro encuentro” (24° domingo)
“No podemos servir a
Dios y al dinero, tenemos que elegir” (25° domingo)
“Romper la indiferencia” (26° domingo)
“El servicio a Dios.
Somos simples servidores” (27° domingo)
“Levántate y vete, tú fe te ha salvado” (28° domingo)
“Oración, signo de esperanza viva” (29° domingo)
“La experiencia gozosa del perdón de Dios” (30° domingo)
“He
venido a salvar lo que estaba perdido” (31° domingo)
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de las reflexiones: El libro del Pueblo de Dios. Misioneros Oblatos. J: A: Pagola. Dicc. Bíblico.
Círculo Bíblico San José
“Tu
palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino” Sal 119
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