Hola, les comparto la reflexión de las
lecturas del vigésimo primer domingo durante el año, 22 de agosto del 2021, por
el padre Juan José Milano. Bendiciones.
¡Con su Palabra, Jesús se nos revela y sale a nuestro encuentro, para que experimentemos al Dios de la vida!
Intención para la evangelización ‐
"Todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre"
Del libro de la Sabiduría 6, 12-16
sábado, 21 de agosto de 2021
“Fidelidad y amor para aquel que nos liberó”
“Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”
Vigésimo primer domingo, Lecturas 22-8-21, Ciclo B
Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guie y asista al meditar tus enseñanzas, para que pueda saborearla y comprenderla, para que tu Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la Verdad completa. Amén
Lectura del libro de Josué 24,
1-2a. 15-17. 18b
Josué reunió en Siquém a todas las tribus de Israel, y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces y a sus escribas, y ellos se presentaron delante del Señor. Entonces Josué dijo a todo el pueblo: «Si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor.» El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. El nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos. Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que él es nuestro Dios.» Palabra de Dios.
Salmo 33, R. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor
en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se
gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren. R.
Los ojos del Señor
miran al justo y sus oídos escuchan su clamor; pero el Señor rechaza
a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra. R.
Cuando ellos
claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias. El
Señor está cerca del que sufre y salva a los que están
abatidos. R.
El justo padece
muchos males, pero el Señor lo libra de ellos. El cuida todos sus
huesos, no se quebrará ni uno solo. R.
La maldad hará morir al malvado, y los que odian al justo serán castigados; pero el Señor rescata a sus servidores, y los que se refugian en él no serán castigados. R.
Carta Pablo a los cristianos de
Éfeso 5, 21-32
Hermanos:
Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo. Las mujeres deben
respetar a su marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer,
como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así
como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben
respetar en todo a su marido.
Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por
ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra,
porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin
ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar
a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo.
Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo
cuida. Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los
miembros de su Cuerpo. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para
unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio: y
yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, cada
uno debe amar a su propia mujer como así mismo, y la esposa debe respetar a su
marido. Palabra de Dios.
Santo Evangelio según san Juan 6,
60-69
Muchos de sus
discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede
escucharlo?» Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo:
«¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre
subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada
sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes
algunos que no creen.» En efecto, Jesús sabía desde el primer momento
quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a
entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre
no se lo
concede.»
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron
de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren
irse?» Simón Pedro respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes
palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de
Dios.» Palabra del Señor.
Señor ¿A quién iremos?
El evangelio de hoy trae la parte final del Discurso del Pan de Vida. Se trata de la discusión de los discípulos entre sí y con Jesús y de la conversación de Jesús con Simón Pedro. Nos muestra las exigencias de la fe y la necesidad de un compromiso firme con Jesús y con su propuesta. “Este lenguaje es duro. ¿Quién puede escucharlo?” con esta expresión se refleja cómo diversos discípulos se volvieron atrás y ya no estaban dispuestos a recorrer el camino de Jesús. Hoy a nosotros nos puede pasar lo mismo. Estamos en un tiempo en que la vida cristiana debe ser vivida a la intemperie, a contracorriente, proclamando unos valores que el mundo entiende como contravalores y podemos ceder a la tentación de cobijar en nuestro corazón este pensamiento: esto es muy duro, ¿Quién puede cargar con esto? La decisión de quedarse o marcharse dependerá de que hayamos experimentado fuertemente su “pan de vida” y sus “palabras de vida eterna”. Llega la hora del desenlace. La disyuntiva es clara: o acceder a la verdadera Vida, o permanecer enredados en la pura materialidad. ¿En qué camino nos encontramos? ¿Cuál es nuestra decisión?
Las palabras de
Jesús dichas anteriormente (Discurso del Pan de Vida) provocan una fuerte
resistencia entre los discípulos, que las consideran excesivas. Han
interpretado mal el anuncio de su muerte (El pan que voy a dar es mi
carne para que el mundo viva), considerándolo una debilidad y un fracaso y, en
consecuencia, se niegan a seguirle. Conservan la concepción del Mesías
rey que manifestaron con ocasión de reparto de panes. Jesús les explica
que su muerte es condición para la vida y que su realidad humana contiene la
fuerza del Espíritu. A pesar de su explicación, la mayor parte le
abandona.
Los discípulos que ahora le abandonan, los judíos que murmuran y la gente que pretende hacerle rey y que le busca porque comió pan hasta saciarse, son las mismas personas con distintos nombres. Representan a aquellos que se entusiasmaron con Jesús en un primer momento, considerándole como un profeta, pero no se decidieron a dar el paso decisivo de la fe cristiana, la entrega.
“¿Esto los escandaliza?” Venimos de
domingos acompañados por el signo del pan, donde Jesús clarifica su identidad y
su misión: nos ubica. Vino porque el Padre lo envía y busca hacer su
voluntad.
Por si no se entiende, nos vuelve a clarificar: el Espíritu y la palabra son vida y dan vida. ¿Esto nos escandaliza? Si la Palabra no se transforma en vida, de nada sirve saberla, aprenderla. El Espíritu es vida y nos impulsa desde dentro, nos orienta hacia la vida verdadera, plena… es como el olfato: percibe desde dentro, atraído por el afuera… vida que busca Vida.
Los discípulos
encuentran duro el lenguaje de Jesús. Les asusta el precio que es
necesario pagar por tener vida, por seguirle y por seguir su causa.
Jesús, no obstante, da un paso más en sus enseñanzas, aunque esto signifique el
alejamiento de algunos de sus seguidores. Opone el “espíritu” que es
vida y fuerza, a la carne, a lo puramente material, es decir, entre dos
concepciones de la persona y, en consecuencia, de Jesús y de su misión.
La condición indispensable para ser verdadero discípulo y poder identificarse
con Él es la visión de la persona como “espíritu”, es decir, como realizada por
la acción creadora del Padre, no meramente como “carne” o movida por los
intereses egoístas.
A estas dos
concepciones de la persona corresponden dos visiones de Jesús. El Mesías
“según la carne” es el rey que ellos han querido hacer, el que impone su
gobierno, un Mesías político y triunfante.
El Mesías “según el Espíritu” es el que se hace servidor de las personas hasta dar su vida por ellas, para comunicarles vida plena, es decir, libertad y capacidad de amar como Él. La aceptación de tal Mesías implica la asunción de su persona y mensaje.
En una sociedad que, tras proclamar la revalorización
del cuerpo, muchos de los caminos emprendidos conducen a su trivialización y
banalización, no son fáciles de entender las palabras de Jesús: “El
Espíritu es quien da la vida; la carne no…”
Por otro lado, los diferentes medios martillean nuestros oídos con noticias, discursos y comunicados de última hora. Nos hemos convertido en una especie de pequeño radar impactado constantemente por palabras e imágenes que llegan de todo el mundo.
¿A dónde iremos? El
problema no es “adónde” ir, sino a “quién”. Hay una nube de gurús y
maestros apostados en el camino “comprensivos” de nuestras debilidades,
persuasivos, suministradores de palabras amigables, que nos ofrecen
tranquilidad, seguridad, felicidad, novedad, etc., pero que nos dejan con el
vacío, porque sus palabras son huecas. Pedro prefiere permanecer al lado
de Jesús, aunque no entienda mucho, porque sólo en Él ha encontrado palabras de
vida.
Hoy, Jesús nos desafía, nuestra vida es, toda ella, un camino de libertad y opciones, queramos o no, tenemos que elegir. Unas veces lo hacemos conscientemente, otras de manera inconsciente, todas tienen su importancia. Pero hay algunas, muy pocas, que nos marcan y orientan definitivamente. El evangelio nos recuerda uno de esos momentos que marcó a Pedro y a los otros discípulos. Y nosotros, ¿a quién iremos?
Toma
Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi
voluntad, todo lo que tengo y poseo.
Tú me
lo diste; A ti Señor, lo devuelvo; Todo es tuyo: dispone según tu voluntad.
Dame tu amor y tu gracia, Que esto me basta. Amén (San Ignacio de Loyola)
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna” (Jn 6,54)
Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día » (Jn 6, 54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el « secreto » de la resurrección. Por eso san Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan eucarístico «fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte ».
La tensión escatológica suscitada por la Eucaristía
expresa y consolida la comunión con la Iglesia celestial. No es casualidad que
en las anáforas orientales y en las plegarias eucarísticas latinas se recuerde
siempre con veneración a la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo,
nuestro Dios y Señor, a los ángeles, a los santos apóstoles, a los gloriosos
mártires y a todos los santos. Es un aspecto de la Eucaristía que merece ser
resaltado: mientras nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a
la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita: «La
salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero » (Ap
7, 10). La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre
sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en
las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino.
San Juan Pablo II (1920-2005), Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 18-19.
Décimo tercer domingo, “Dios, es el Dios de la Vida”
Décimo cuarto domingo, “Dios ”El Mesías, el hijo de Dios, es el carpintero, uno de nosotros”
Décimo quinto domingo, “La misión siempre nace del corazón transformado por el amor de Dios”
Décimo sexto domingo, “Eran como ovejas sin pastor”
Décimo séptimo domingo, “Vivir el reino de Dios, es compartir nuestro pan”
Décimo octavo domingo, “El Pan espiritual que sacia los anhelos más profundos del corazón”
Décimo noveno domingo, “Yo soy el pan de Vida”
Vigésimo domingo, María, lugar de encuentro con Dios
Aclaración: Se han consultado para la preparación del siguiente texto: El libro del Pueblo de Dios. Centro Bíblico del CELAM. Donbosco.org.ar. Dominicos.org. José Antonio Pagola. ACIprensa.
Círculo Bíblico San José
“Tu palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino” Sal 119