Trigésimo
octavo domingo, Lecturas 25-10-20, Ciclo A
” Ven Espíritu Santo”
Dios mío: Abre mi espíritu y dame inteligencia, en vano leeré o escucharé tu Palabra si Tú no haces que penetre en mi corazón. Concédeme ardor para buscarla, docilidad para aceptarla y fidelidad para cumplirla. Amén
No maltratarás al extranjero ni lo
oprimirás, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto. No harás daño a la
viuda ni al huérfano. Si les haces daño y ellos me piden auxilio, yo escucharé
su clamor. Entonces arderá mi ira, y yo los mataré a ustedes con la espada; sus
mujeres quedarán viudas, y sus hijos huérfanos. Si prestas dinero a un miembro
de mi pueblo, al pobre que vive a tu lado, no te comportarás con él como un
usurero, no le exigirás interés. Si tomas en prenda el manto de tu
prójimo, devuélveselo antes que se ponga el sol, porque ese es su único abrigo
y el vestido de su cuerpo. De lo contrario, ¿con qué dormirá? Y si él me
invoca, yo lo escucharé, porque soy compasivo. Palabra de Dios.
Salmo 17, R. Yo te amo, Señor, mi fortaleza.
Yo te amo, Señor, mi fuerza, Señor,
mi Roca, mi fortaleza y mi libertador. R.
Mi Dios, el peñasco en que me
refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoqué al
Señor, que es digno de alabanza y quedé a salvo de mis
enemigos. R.
¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi Roca! ¡Glorificado sea el Dios de mi salvación. El concede grandes victorias a su rey y trata con fidelidad a su Ungido. R.
Pablo a los
Tesalonicenses 1, 5c-10
Hermanos: Ya saben cómo procedimos cuando estuvimos allí al servicio de ustedes. Y ustedes, a su vez, imitaron nuestro ejemplo y el del Señor, recibiendo la Palabra en medio de muchas dificultades, con la alegría que da el Espíritu Santo. Así llegaron a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya. En efecto, de allí partió la Palabra del Señor, que no sólo resonó en Macedonia y Acaya: en todas partes se ha difundido la fe que ustedes tienen en Dios, de manera que no es necesario hablar de esto. Ellos mismos cuentan cómo ustedes me han recibido y cómo se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo, que vendrá desde el cielo: Jesús, a quien él resucitó y que nos libra de la ira venidera. Palabra de Dios.
Evangelio
según san Mateo 22, 34-40
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿Cuál es el mandamiento más grande de la Ley?» Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.» Palabra del Señor.
Reflexión: “La necesidad de traducir en gestos de amor la Palabra escuchada”
La Palabra del Señor, que se acaba de proclamar en el Evangelio, nos
ha recordado que el amor es el compendio de toda la Ley divina. El evangelista
San Mateo narra que los fariseos, después de que Jesús respondiera a los
saduceos dejándolos sin palabras, se reunieron para ponerlo a prueba. Uno de
ellos, un doctor de la ley, le preguntó: "Maestro, ¿cuál es el
mandamiento mayor de la Ley?".
La pregunta deja adivinar la preocupación, presente en la antigua tradición judaica, por encontrar un principio unificador de las diversas formulaciones de la voluntad de Dios. No era una pregunta fácil, si tenemos en cuenta que en la Ley de Moisés se contemplan 613 preceptos y prohibiciones. ¿Cómo discernir, entre todos ellos, el mayor? Pero Jesús responde con prontitud: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento".
En su respuesta, Jesús cita el Shemá, la oración que el israelita piadoso reza varias veces al día, sobre todo por la mañana y por la tarde (cf. Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Nm 15, 37-41): la proclamación del amor íntegro y total que se debe a Dios, como único Señor. Con la enumeración de las tres facultades que definen al hombre en sus estructuras psicológicas profundas: corazón, alma y mente, se pone el acento en la totalidad de esta entrega a Dios. El término mente, diánoia, contiene el elemento racional. Dios no es solamente objeto del amor, del compromiso, de la voluntad y del sentimiento, sino también del intelecto, que por tanto no debe ser excluido de este ámbito. Más aún, es precisamente nuestro pensamiento el que debe conformarse al pensamiento de Dios.
Sin embargo, Jesús añade luego algo que, en verdad, el doctor de la ley no había pedido: "El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". El aspecto sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el hecho de que establece una relación de semejanza entre el primer mandamiento y el segundo, al que define también en esta ocasión con una fórmula bíblica tomada del código levítico de santidad (cf. v 19, 18). De esta forma, en la conclusión del pasaje los dos mandamientos se unen en el papel de principio fundamental en el que se apoya toda la Revelación bíblica: "De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas".
La página evangélica sobre la que estamos meditando subraya que ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor.
También la primera Lectura, tomada del libro del Éxodo, insiste en el deber del amor, un amor testimoniado concretamente en las relaciones entre las personas: tienen que ser relaciones de respeto, de colaboración, de ayuda generosa. El prójimo al que debemos amar es también el forastero, el huérfano, la viuda y el indigente, es decir, los ciudadanos que no tienen ningún "defensor". El autor sagrado se detiene en detalles particulares, como en el caso del objeto dado en prenda por uno de estos pobres. En este caso es Dios mismo quien se hace cargo de la situación de este prójimo.
En la segunda lectura San Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses, les da a entender que, aunque los conozca desde hace poco, los aprecia y los lleva con cariño en su corazón. Por este motivo los señala como "modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya". Por supuesto, no faltan debilidades y dificultades en aquella comunidad fundada hacía poco tiempo, pero el amor todo lo supera, todo lo renueva, todo lo vence: el amor de quien, consciente de sus propios límites, sigue dócilmente las palabras de Cristo, divino Maestro, transmitidas a través de un fiel discípulo suyo. "ustedes siguieron nuestro ejemplo y el del Señor —escribe San Pablo—, acogiendo la Palabra en medio de grandes pruebas". "Partiendo de ustedes —prosigue el Apóstol—, ha resonado la Palabra del Señor y su fe en Dios se ha difundido no sólo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes".
La lección que sacamos de la experiencia de los Tesalonicenses, experiencia que en verdad se realiza en toda auténtica comunidad cristiana, es que el amor al prójimo nace de la escucha dócil de la Palabra divina. Es un amor que acepta también pruebas duras por la verdad de la Palabra divina; y precisamente así crece el amor verdadero y la verdad brilla con todo su esplendor. ¡Qué importante es, por tanto, escuchar la Palabra y encarnarla en la existencia personal y comunitaria!
Testigos vivos del amor de Dios. Al hablar del amor a Dios, Jesús no está pensando en los
sentimientos o emociones que pueden brotar de nuestro corazón; tampoco nos está
invitando a multiplicar nuestros rezos y oraciones. Amar al Señor, nuestro
Dios, con todo el corazón es reconocer a Dios como fuente última de nuestra
existencia, despertar en nosotros una adhesión total a su voluntad, y responder
con fe incondicional a su amor universal de Padre de
todos.
Por eso añade Jesús un segundo mandamiento. No es posible amar a Dios
y vivir de espaldas a sus hijos e hijas. Una religión que predica el amor a
Dios y se olvida de los que sufren es una gran mentira. La única postura
realmente humana ante cualquier persona que encontramos en nuestro camino es
amarla y buscar su bien como quisiéramos para nosotros mismos.
Todo este lenguaje puede parecer demasiado viejo, demasiado gastado y poco
eficaz. Sin embargo, también hoy el primer problema en el mundo es la falta de
amor, que va deshumanizando, uno tras otro, los esfuerzos y las luchas por
construir una convivencia más humana. El mundo necesita testigos vivos que
ayuden a las futuras generaciones a creer en el amor pues no hay un futuro
esperanzador para el ser humano si termina por perder la fe en el amor.
¡Ven Señor Jesús, te necesito!
Aclaración: Se han consultado para la preparación
de las reflexiones: El libro del Pueblo de
Dios. Hojitas anteriores. Centro Bíblico del CELAM. Amigos de fe adulta. J
A Pagola.
Círculo Bíblico San José, “Tu palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino” Sal 119