Intención para la evangelización ‐

Intenciones de oración de Enero: Por el don de la diversidad en la Iglesia El Papa Francisco pide rezar al Espíritu Santo “para que nos ayude a reconocer el don de los diferentes carismas dentro de las comunidades cristianas y a descubrir la riqueza de las diferentes tradiciones rituales dentro de la Iglesia Católica”.

"Todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre"

"Todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre" Mt 7, 7-8. No sé qué quería, pero había algo en mí que me movía a buscar, tal vez que las cosas tengan sentido, y te encontré. Me cuestionaba sobre la vida y me diste tu sabiduría para que pueda encontrar alegría y paz. Ante mis miedos y dudas, te pido que me acompañes en mi peregrinar y me das tu Espíritu Santo, el mismo que te acompaño a vos, hoy me acompaña a mí, me asiste y guía. Hoy sigo buscando más de tu Palabra, de la Verdad y el camino, con la confianza puesta en vos, Dios mío, sé que estás presente en mi vida. Ven Señor Jesús, te necesito.

Del libro de la Sabiduría 6, 12-16

Del libro de la Sabiduría 6, 12-16: La Sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo: se deja contemplar fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la buscan. Ella se anticipa a darse a conocer a los que la desean. El que madruga para buscarla no se fatigará, porque la encontrará sentada a su puerta. Meditar en ella es la perfección de la prudencia, y el que se desvela por su causa pronto quedará libre de inquietudes. La Sabiduría busca por todas partes a los que son dignos de ella, se les aparece con benevolencia en los caminos y le sale al encuentro en todos sus pensamientos.

viernes, 2 de abril de 2010

Santas Pascuas de Resurrección

Lecturas del 04-04-10 – Ciclo C –


Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43



Pedro, tomando la palabra, dijo: «Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección.
Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre.» Palabra de Dios.

Salmo 117



R. Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.



¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor! R.



La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. R.



La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. R.



Carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 3, 1-4



Hermanos:

Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.

Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.

Palabra de Dios.

SECUENCIA



Cristianos, ofrezcamos al Cordero pascual
nuestro sacrificio de alabanza. El Cordero ha redimido a las ovejas: Cristo, el inocente, reconcilió a los pecadores con el Padre.



La muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable: el Rey de la vida estuvo muerto, y ahora vive.



Dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el camino? He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado.



He visto a los ángeles, testigos del milagro, he visto el sudario y las vestiduras. Ha resucitado a Cristo, mi esperanza, y precederá a los discípulos en Galilea.



Sabemos que Cristo resucitó realmente; tú, Rey victorioso, ten piedad de nosotros.



Santo Evangelio según san Juan 20, 1-9



El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»

Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.

Todavía no habían comprendido que, según la Escritura , él debía resucitar de entre los muertos. Palabra del Señor.

Reflexión



Hay hombres --lo vemos en el fenómeno de los terroristas suicidas-- que mueren por una causa equivocada o incluso inicua, considerando sin razón que es buena.

Por sí misma, la muerte de Cristo no testimonia la verdad de su causa, sino sólo el hecho de que Él creía en la verdad de ella. La muerte de Cristo es testimonio supremo de su caridad, pero no de su verdad. Ésta es testimoniada adecuadamente sólo por la resurrección. «La fe de los cristianos -dice San Agustín- es la Resurrección de Cristo. No es gran cosa creer que Jesús ha muerto; esto lo creen también los paganos; todos lo creen. Lo verdaderamente grande es creer que ha resucitado».



Ateniéndonos al objetivo que nos ha guiado hasta aquí, estamos obligados a dejar de lado, de momento, la fe, para atenernos a la historia. Desearíamos buscar respuesta al interrogante: ¿podemos o no definir la resurrección de Cristo como un evento histórico, en el sentido común del término, esto es, «realmente ocurrido»?



Lo que se ofrece a la consideración del historiador y le permite hablar de la resurrección son dos hechos: primero, la imprevista e inexplicable fe de los discípulos, una fe tan tenaz como para resistir hasta la prueba del martirio; segundo, la explicación que, de tal fe, nos han dejado los interesados, esto es, los discípulos. En el momento decisivo, cuando Jesús fue prendido y ajusticiado, los discípulos no alimentaban esperanza alguna de una resurrección. Huyeron y dieron por acabado el caso de Jesús.

Entonces tuvo que intervenir algo que en poco tiempo no sólo provocó el cambio radical de su estado de ánimo, sino que les llevó también a una actividad del todo nueva y a la fundación de la Iglesia. Este «algo» es el núcleo histórico de la fe de Pascua.



El testimonio más antiguo de la resurrección es el de Pablo, y dice así: «Os he transmitido, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto. Luego se apareció a Santiago, y más tarde a todos los apóstoles. Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara» (1 Corintios 15, 3-8).

La fecha en la que se escribieron estas palabras es el 56 o 57 d.C. El núcleo central del texto, sin embargo, está constituido por un credo anterior que San Pablo dice haber recibido él mismo de otros. Teniendo en cuenta que Pablo conoció tales fórmulas inmediatamente después de su conversión, podemos situarlas en torno al año 35 d.C., eso es, unos cinco o seis años después de la muerte de Cristo. Testimonio, por lo tanto, de raro valor histórico.


Los relatos de los evangelistas se escribieron algunas décadas más tarde y reflejan una fase ulterior de la reflexión de la Iglesia. El núcleo central del testimonio, sin embargo, permanece intacto: el Señor ha resucitado y se ha aparecido vivo.

A ello se añade un elemento nuevo, tal vez determinado por preocupación apologética y por ello de menor valor histórico: la insistencia sobre el hecho del sepulcro vacío.

Para los Evangelios el hecho decisivo siguen siendo las apariciones del Resucitado.
Las apariciones, además, testimonian también la nueva dimensión del Resucitado, su modo de ser «según el Espíritu», que es nuevo y diferente respecto al modo de existir anterior, «según la carne». Él, por ejemplo, puede ser reconocido no por cualquiera que le vea, sino sólo por aquél a quien Él mismo se dé a conocer. Su corporeidad es diferente de la de antes. Está libre de las leyes físicas: entra y sale con las puertas cerradas; aparece y desaparece.

Los discípulos no pudieron engañarse: eran gente concreta, pescadores, lo contrario de personas dadas a las visiones. En un primer momento no creen; Jesús debe casi vencer su resistencia: « ¡tardos de corazón en creer!». Tampoco pudieron querer engañar a los demás. Todos sus intereses se oponían a ello; habrían sido los primeros en sentirse engañados por Jesús. Si Él no hubiera resucitado, ¿para qué afrontar las persecuciones y la muerte por Él? ¿Qué provecho material podían sacar?



Negado el carácter histórico, esto es, el carácter objetivo y no sólo el subjetivo, de la resurrección, el nacimiento de la Iglesia y de la fe se convierte en un misterio más inexplicable que la resurrección misma.

Se ha observado justamente: «La idea de que el imponente edificio de la historia del cristianismo sea como una enorme pirámide puesta en vilo sobre un hecho insignificante es ciertamente menos creíble que la afirmación de que todo el evento –o sea, el dato de hecho más el significado inherente a él- realmente haya ocupado un lugar en la historia comparable al que le atribuye el Nuevo Testamento».



¿Cuál es entonces el punto de llegada de la investigación histórica a propósito de la resurrección? Podemos percibirlo en las palabras de los discípulos de Emaús: algunos discípulos, la mañana de Pascua, fueron al sepulcro de Jesús y encontraron que las cosas estaban como habían referido las mujeres,

quienes habían acudido antes que ellos, «pero a Él no le vieron». También la historia se acerca al sepulcro de Jesús y debe constatar que las cosas están como los testigos dijeron. Pero a Él, al resucitado, no lo ve.



No basta constatar históricamente, es necesario ver al Resucitado, y esto no lo puede dar la historia, sino sólo la fe.



El ángel que se apareció a las mujeres, la mañana de Pascua, les dijo: « ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lucas 24, 5).

Les confieso que al término de estas reflexiones siento este reproche como si se dirigiera también a mí. Como si el ángel me dijera: « ¿Por qué te empeñas a buscar entre los muertos argumentos humanos de la historia, al que está vivo y actúa en la Iglesia y en el mundo? Ve mejor y di a tus hermanos que Él ha resucitado».



Pbro. Carlos Ontivero



“El Señor ha resucitado, no temamos vivir como resucitados” (1)



Por el misterio pascual de Jesús somos liberados, purificados, perdonados, reconciliados. Ya no somos simples espectadores, sino protagonistas y colaboradores de esta acción sagrada y salvífica.

La iniciativa salvadora de Dios reclama de nuestra parte una respuesta personal que no debe quedar en meros gestos individuales, externos y aislados. Abarca toda nuestra vida. Provoca una renovación total; un cambio profundo, definitivo, que debe estar presente en los criterios, los juicios, las actitudes, los comportamientos y los compromisos. Es mucho más que la adhesión a un “código de convivencia y buenas costumbres”….



La Pascua de Jesús debe incidir en nuestra propia Pascua. Este es su mensaje: “Permanezcan en mi amor para que den fruto”. El fruto consiste en “que se amen unos a otros” (Jn 13,34).

“Que se amen como yo los he amado”. Y “Nadie tiene mayor amor que dar la vida por los amigos”. (Jn.15, 13)

Por esta razón aprendamos a vivir sólo de su Amor. Es la vocación suprema del hombre. A su amor, respondamos con su mismo amor. Sin límites.

(1) Esta segunda parte tomada del mensaje de Pascua 2009 de Mons. Rubén Oscar Frassia Obispo diócesis de Avellaneda Lanús!



Lecturas de la semana:



LUNES 5: Hechos apóstoles 2, 14.22-32; Sal. 15; Mateo 28, 8-15.

MARTES 6: Hechos apóstoles 2, 36-41; Sal. 32; Juan 20, 11-18.

MIERCOLES 7: Hechos de los apóstoles 3, 1-10; Sal. 104; Lucas 24, 13-35

JUEVES 8: Hechos apóstoles 3, 11-26; Sal. 8; Lucas 24, 35-48.

VIERNES 9: Hechos apóstoles 4, 1-12; Sal. 117; Juan 21, 1-14.

SABADO 1: Hechos apóstoles 4, 13-21; Sal. 117; Marcos 16, 9-15.



Aclaración: Se han utilizado para la preparación de las lecturas: El libro del Pueblo de Dios. Unos momentos con Jesús y Maria



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martes, 30 de marzo de 2010

Domingo de Ramos

Lecturas del 28-03-10 – Ciclo C –

Lectura del libro del profeta Isaías 50, 4-7

El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Palabra de Dios.

Salmo 21

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Los que me ven, se burlan de mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: «Confió en el Señor, que él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto.» R.

Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Yo puedo contar todos mis huesos. R.

Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.

Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea: «Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo, descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel.» R.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11

Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor.» Palabra de Dios

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 22,66c.23, 1b-49

Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron: «Dinos si eres el Mesías». Él les dijo: «Si yo les respondo, ustedes no me creerán, y si los interrogo, no me responderán. Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso». Todos preguntaron: «¿Entonces eres el Hijo de Dios?». Jesús respondió: «Tienen razón, yo lo soy». Ellos dijeron: «¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca».
Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato. Y comenzaron a acusarlo, diciendo: «Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías». Pilato lo interrogó, diciendo: «¿Eres tú el rey de los judíos?». «Tú lo dices», le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena». Pero ellos insistían: «Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí». Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.
Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia. Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos.
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo: «Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad».
Pero la multitud comenzó a gritar: «¡Que muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!». A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Por tercera vez les dijo: «¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad». Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos! Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?». Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.
Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo esto, expiró.
Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando: «Realmente este hombre era un justo». Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho.
Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido. Palabra del Señor.

Reflexión:

SEMANA SANTA
Los últimos días de Cuaresma

Durante la Cuaresma la Iglesia nos exhorta a una solidaridad particular con todos los que sufren y que de cualquier modo experimentan la pobreza, la miseria, la injusticia, la persecución.
En la última semana de Cuaresma la Iglesia nos exhorta a una particular y excepcional solidaridad con el mismo Cristo paciente, es la semana propiamente dicha de la Pasión del Señor, la Semana Santa.
Detenerse ante Cristo que sufre, encontrar en sí mismo la solidaridad con El, he aquí el deber y la necesidad de cada corazón humano, he aquí la prueba de la sensibilidad humana. La Semana Santa es el tiempo de la apertura más amplia de la Iglesia a la humanidad y a la vez el tiempo cumbre de la evangelización. Al solidarizarnos con el Cristo que sufre y muere, experimentamos la cercanía de lo divino y lo humano. Dios ha decidido hablarnos con el lenguaje del amor, que es más fuerte que la muerte. Juan Pablo II

DOMINGO DE RAMOS
ENTRADA SOLEMNE EN JERUSALEN

1° No es una procesión religiosa, sino una manifestación

Durante la fiesta de Pascua, en primavera, se congregaban en Jerusalén miles de peregrinos venidos del resto del país y de la diáspora (=judíos dispersos por otros países). El ambiente de la ciudad en esos días era de efervescencia nacionalista y llamativa alegría. La Pascua era la fiesta judía por excelencia, conmemoración anual de la liberación del pueblo de la esclavitud egipcia. Su celebración ponía al rojo vivo las expectativas políticas del pueblo, sus ansias de liberación y esperanza mesiánica. Era una ocasión apta para movilizaciones populares de todo tipo.
Jesús tuvo que ser muy consciente de este clima y aprovechó la ocasión que se presentaba para realizar un importante gesto profético en el mismo centro del bastión político-religioso de sus enemigos en Jerusalén, y en su mismo corazón, que era el Templo.
Los hechos narrados por este Evangelio fueron sin duda una auténtica manifestación popular, masiva y enardecida, en la que se mezclaban los más profundos sentimientos de la fe del pueblo en Dios liberador y en su Mesías, con los sentimientos nacionalistas y políticos de los más diversos signos. No se trata, pues, de una procesión religiosa ordenada, con palmas que se agitan pacíficamente al ritmo de los cantos religiosos. Aquello fue un verdadero tumulto.

2° Su mensaje: Un Mesías humilde y pacifico

El relato de Lucas, a través de gestos narrados y signos empleados, transmiten nuevamente una imagen del Mesías que rompe algunos esquemas:

a) Jesús hace una entrada en Jerusalén, no con el aire triunfal de los vencedores sino en son de paz, con la sencillez de un Rey/Mesías que viene a servir a su pueblo, sin emplear para nada el poder y la violencia. Eso es lo que significa el “entrar montado sobre un asno”, en vez de hacerlo sobre un brioso caballo, como los príncipes y generales. Con su gesto profético, Jesús se presenta como el Mesías pacifico y humilde de Zacarías (9, 9-10).

b) El gesto de “enviar a sus discípulos a la aldea de enfrente a desatar y traer un asno en que nadie se ha montado nunca” tiene su significado. Todo hace referencia al texto de Zacarías sobre el Mesías y su entrada humilde y pacífica en Jerusalén. “Desató el asno” es símbolo de desatar la profecía que había permanecido “atada” hasta entonces, porque nadie le interesaba un Mesías de esta índole. Jesús intenta que sus discípulos, con la acción de desatar el asno abran los ojos y comprendan el estilo pacífico, humilde y liberador de su mesianismo. Es el Mesías que inaugura un tiempo nuevo, en el que la profecía queda liberada.
c) “La gente extendían sus mantos sobre el camino a medida que iba avanzando”. Con este gesto reconocen a Jesús como Rey/Mesías, renuncian a su poder, a sus ideologías, y le rinden homenaje, ya que el manto es signo de poder y dignidad.

d) Pero ante un Mesías de esta índole, hay división de opiniones, “Los discípulos en masa, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto. A la reacción positiva de los discípulos-si bien no todos entienden de este modo al Mesías pacifico- se contrapone la de “algunos fariseos” que, dirigiéndose a Jesús, quieren que reprenda a sus discípulos. Como siempre, los que están seguros de sí mismos tienen la osadía de censurar todo, como si todo el mundo tuviera que pensar como ellos.

3° ¡Si también tú comprendieras en este día lo que lleva a la paz!

…Jesús termina con el llanto y con esta profecía. “Pero no, no tienes ojos para verlo”. “Llegará un día…”. Cuando Lucas escribe este Evangelio, ya los romanos habían destruido Jerusalén, matado a muchos de sus habitantes y vendidos a los supervivientes como esclavos en Roma. Fue el gran desastre del pueblo judío en el año 70.
El Reino que Jesús trae pasa por el cambio en la escala de valores. La paz es lo que construye la nueva sociedad, y no el poder y la fuerza.

4° Gestos proféticos

Hay cosas en Jesús que nos desconciertan. Es más, diríamos que las hace a propósito para eso; como si con ellas nos estuviera queriendo decir algo. Una de esas cosas desconcertantes es su entrada en Jerusalén montado en un burro. Es un gesto cargado de sentido. Con El nos da unas claves de interpretación y unas coordenadas precisas para comprender quién es El, cuál es su mesianismo y su buena noticia. Como todos los gestos proféticos, tienen el valor de crear adhesiones y recelos, de romper con la indiferencia, de ponernos en la tesitura de optar.

Hoy día somos propensos a calcular, normativizar y cumplir. No queremos sentirnos desconcertados. Todo lo que se salga de la línea tendemos a devaluarlo, a quitarle fuerza. El ser prudentes, el ser razonables, guía muchas de nuestras decisiones y acciones… Nos faltan gestos proféticos: acciones que hablen con claridad y hondura, acciones que interroguen a las personas, acciones que nos desinstalen, acciones que nos sorprendan y agarren… faltan gestos proféticos entre nosotros: eclesiales, comunitarios, personales… Vivimos una fe sabida, conocida, ritual izada, sin sobresaltos… sin profetismo.

Nos proponemos a reflexionar:

- Yo también participo en la manifestación. Me preparo para ella. Recuerdo los hechos liberadores y constructores de paz que suceden en el mundo, y a quienes los protagonizan. Aclamo a Jesús por todo ello. ¿Cuál es mi grito, mi cántico?

- Me siento parte de una muchedumbre que experimenta la liberación, que participa en ella, que vence obstáculos y se convierte, poco a poco, en zona liberada del Reino y de un mundo justo, solidario y pacifico

- ¿Qué gestos proféticos puedo llevar a cabo? Todos podemos hacer que nuestra vida tenga otra dimensión. Todos podemos asumir otro talante, otra actitud. Todos podemos llevar a cabo acciones proféticas, acciones que rompan la tranquilidad en la que estamos instalados. Todos podemos… ¡Todos debemos! ¡Todos necesitamos!

- Contemplo y escucho a Jesús. Veo sus gestos. Dejo que resuenen sus palabras.

Pbro. Daniel Silva.



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