Décimo cuarto domingo durante el año Ciclo A, Lecturas del 9-7-17
Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y
que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guíe y asista
al meditar tus enseñanzas, para que tu Palabra penetre en mi corazón,
y me conduzca a la Verdad
completa. Amén
Profecía de Zacarías 9, 9-10
Así habla el Señor: ¡Alégrate
mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene
hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno,
sobre la cría de un asna. El suprimirá los carros de Efraím y los caballos de
Jerusalén; el arco de guerra será suprimido y proclamará la paz a las naciones.
Su dominio se extenderá de un mar hasta el otro, y
desde el Río hasta los confines de la tierra. Palabra de Dios.
Salmo 144
R. Bendeciré tu nombre eternamente, Dios
mío, el único Rey.
Te alabaré, Dios mío, a ti, el único Rey, y
bendeciré tu Nombre eternamente; día tras día te bendeciré, y alabaré
tu Nombre sin cesar. R.
El Señor es bondadoso y
compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; el Señor es
bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas. R.
Que todas tus obras te den gracias,
Señor, y tus fieles te bendigan; que anuncien la gloria de tu
reino y proclamen tu poder. R.
El Señor es fiel en todas sus
palabras y bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a
los que caen y endereza a los que están encorvados. R.
San Pablo a
los Romanos 8, 9. 11-13
Hermanos: Ustedes no están animados
por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en
ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Y si el
Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a
Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo
Espíritu que habita en ustedes.
Hermanos, nosotros no somos deudores de la carne,
para vivir de una manera carnal. Si ustedes viven según la carne, morirán. Al
contrario, si hacen morir las obras de la carne por medio del Espíritu,
entonces vivirán.
Palabra de Dios.
Evangelio según san Mateo 11, 25-30
Jesús dijo: Te alabo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los
prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has
querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están afligidos y
agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí,
porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi
yugo es suave y mi carga liviana. Palabra del Señor.
Reflexión:
El Reino revelado a los pequeños
Mientras Jesús realiza su Misión, aparecen
incomprensiones y resistencias que Jesús debe afrontar. Juan Bautista, que
miraba a Jesús con una mirada del pasado, no lo comprende (Mt 11, 1-15). El
pueblo, que miraba a Jesús sólo por interés, no es capaz de entenderlo (Mt 11,
16-19). Las grandes ciudades en torno al lago, que habían oído la predicación y
habían visto los milagros, no quieren abrirse a su mensaje (Mt 11, 20-24). Los
escribas y doctores que juzgaban todo a partir de su ciencia, no son capaces de
entender la predicación de Jesús (Mt 11,25). Ni siquiera los parientes lo
entienden (Mt 12,46-50). Sólo los pequeños entienden y aceptan la buena nueva
del Reino. Los otros quieren sacrificios, pero Jesús quiere misericordia (Mt
12,8). La resistencia contra Jesús lleva a los fariseos a intentar matarlo (Mt
12,9-14). Ellos lo llaman Belcebú (Mt 12, 22-32). Pero Jesús no cede; él
continúa asumiendo la misión del Siervo, descripto por el profeta Isaías (Is
43, 1-4). Así, este contexto sugiere que la aceptación de la buena nueva por
parte de los pequeños es la realización de la profecía de Isaías. En el
contexto del Evangelio de Mateo de hoy, los sabios y prudentes son, los
maestros de la ley, los fariseos y sumos sacerdotes, es decir, la
minoría, que detenta el poder social y religioso, gente importante y
religiosa, segura de sí misma, que desprecia al pueblo marginado, y el término
pequeños nos indica el contexto de exclusión que reinaba en aquella época y son
ellos que han sabido recibir la revelación de Jesús y han acogido.
Jesús es el Mesías esperado, pero es diverso de lo
que la mayoría imaginaba. No es el Mesías glorioso nacionalista, ni siquiera un
juez severo, ni un Mesías rey poderoso. Sino que es el Mesías humilde y siervo
que "no rompe la caña cascada, ni apagará la mecha humeante" (Mt
12,20). Él proseguirá luchando, hasta cuando la justicia y el derecho
prevalezcan en el mundo (Mt 12,18. 20-21). La acogida del Reino por parte de
los pequeños es la luz que brilla (Mt 5,14), es la sal que da sabor (Mt 5,13),
es el grano de mostaza que (una vez convertido en árbol grande) permitirá a las
aves del cielo anidar entre sus ramas (Mt 13, 31-32).
De frente a la acogida del mensaje del Reino por
parte de los pequeños, Jesús tiene un gran gozo, y espontáneamente, transforma
su gozo en una oración al Padre: "Te bendigo, Padre, Señor del cielo
y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las
revelaste a los pequeñuelos. Sí, Padre, porque así lo has querido".
Los sabios, los doctores de aquel tiempo, habían
creado una serie de leyes en torno a la pureza legal, que después imponían al
pueblo en nombre de Dios (Mt 15, 1-9). Ellos pensaban que Dios exigía todas
estas observancias, para que el pueblo pudiese tener paz. Pero la ley del amor,
revelada por Jesús, afirmaba lo contrario.
Los pequeños oían esta nueva noticia y se
alegraban. Los sabios y doctores no conseguían entender tal clase de enseñanza.
Hoy, como en aquel tiempo, Jesús está enseñando muchas cosas a los pobres y a
los pequeños. Los sabios e inteligentes harán bien en convertirse en discípulos
de estos pequeños.
El origen de la nueva Ley: Jesús trata de
aproximarnos a su singular relación con el Padre. El Hijo conoce al
Padre, y sabe lo que el Padre quería. El Padre conoce al Hijo en profundidad y
lo manifiesta en dos momentos culminantes de su vida, en los que a través de
una voz del cielo revela su condición de Hijo único y amado –el bautismo y la
transfiguración. Dios ha manifestado a los pequeños gratuitamente estas cosas.
Jesús invita a todos aquéllos que están cansados y
les promete su descanso. El pueblo de aquel tiempo, vivía cansado, bajo el
doble peso de los impuestos y de las observancias exigidas por las leyes de
pureza. Y Jesús dice: " Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de
mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque
mi yugo es suave y mi carga liviana". A través del Profeta Jeremías Dios
había invitado al pueblo a investigar en el pasado para conocer qué camino
bueno podría dar descanso a las almas (Jer. 6,16). Este camino bueno aparece
ahora en Cristo. Jesús ofrece descanso a las almas. Él es el camino.
En esta invitación resuenan las palabras tan
bellas de Isaías que consolaba al pueblo cansado por el destierro (Is 55,1-3).
Esta invitación está en relación con la Sabiduría Divina, que convoca en torno
a sí a las personas (Sir 24,18-19) afirmando que "sus caminos son caminos
deleitosos y son paz todas sus sendas" (Prov. 3, 17).
También dice: "La sabiduría exalta a sus
hijos y acoge a los que la buscan. El que la ama, ama la vida, y los que
madrugan para salir a su encuentro, serán llenos de alegría" (Sir 4,
11-12). Esta invitación revela un aspecto importante del rostro de Dios, la
ternura y el acogimiento que consuela, revitaliza las personas y les hace
sentir bien. ¡Jesús es el alivio que Dios ofrece al pueblo fatigado!
Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Hemos
de aprender de Jesús a vivir como él. Jesús no complica nuestra vida. La hace
más clara y más sencilla, más humilde y más sana. Ofrece descanso. No propone
nunca a sus seguidores algo que él no haya vivido. Nos llama a seguirlo por el
mismo camino que él ha recorrido. Por eso puede entender nuestras dificultades
y nuestros esfuerzos, puede perdonar nuestras torpezas y errores, animándonos
siempre a levantarnos.
Jesús muestra su especial afecto invitándonos a hacernos discípulos, liberándonos de miedos y presiones; hace crecer nuestra libertad, no nuestras servidumbres; despierta en nosotros la confianza, nunca la tristeza; nos atrae hacia el amor, no hacia las leyes y preceptos. Nos invita a vivir haciendo el bien.
Jesús muestra su especial afecto invitándonos a hacernos discípulos, liberándonos de miedos y presiones; hace crecer nuestra libertad, no nuestras servidumbres; despierta en nosotros la confianza, nunca la tristeza; nos atrae hacia el amor, no hacia las leyes y preceptos. Nos invita a vivir haciendo el bien.
Somos algo mucho más importante que nuestro
trabajo, oficio, cargo, profesión. Somos seres hechos para vivir, amar,
reír, descansar, ser, servir…
Descansar es reconciliarse con la vida, disfrutar
del regalo de la existencia, reencontrarse con lo mejor de nosotros
mismos. Para encontrar descanso no hay que recorrer largas
distancia. Basta recorrer la que nos lleva a encontrar la paz en nuestro
corazón. Si ahí no la encontramos, inútil buscarla en otra parte del
mundo.
Necesitamos salir al aire libre. Salir de
nuestros egoísmos y mezquindades, y abrirnos a la vida y a las personas.
Los creyentes sabemos que un Dios acogido en nuestra vida, como amigo querido y
cercano, es camino de pacificación, de liberación y de descanso.
El estilo de Jesús en el
anuncio de la buena nueva del Reino.
Francisco: Un mundo mejor es posible
En
el Amor de Dios
Jesús descansa en su centro más
profundo: el de sentirse Hijo amado, y hermanado en aquellos mismos pequeños
que recibieron de sus manos ese amor del Padre. Ese amor alivia, suaviza,
apacienta y en él la vida deja de ser una carga. La solidaridad fraternal que
crea quita el agobio y ese peso desmedido con el que nuestra propia presunción
y obstinación ahogan el alma. Dios nos hermana en Jesucristo, para que su amor
cuidadoso, paciente, estimulante, nos libere de la ceguera y coraza del propio
orgullo y vanidad, revelándonos que, en ese Amor, una vida distinta es
posible…
…La sabiduría de nuestro pueblo,
silencioso y trabajador, sin otra condición social más que la de ser humildes.
La sabiduría de los que cargan la
cruz del sufrimiento, de la injusticia, de las condiciones de vida con que se
enfrentan al levantarse todas las mañanas para sacrificarse por los propios.
La sabiduría de los que cargan la
cruz de su enfermedad, de sus dolencias y pérdidas poniendo el hombro como
Cristo.
La sabiduría de “miles de mujeres
y de hombres que hacen filas para viajar y trabajar honradamente, para llevar
el pan de cada día a la mesa, para ahorrar e ir de a poco comprando ladrillos y
así mejorar la casa… Miles y miles de niños con sus guardapolvos desfilan por
pasillos y calles en ida y vuelta de casa a la escuela, y de ésta a casa. Mientras
tanto los abuelos, quienes atesoran la sabiduría popular, se reúnen a compartir
y a contar anécdotas”.
Pasarán las crisis y los
manipuleos; los desprecios de los poderosos los arrinconarán con miseria, les
ofrecerán el suicidio de la droga, el descontrol y la violencia; los tentarán
con el odio del resentimiento vengativo. Pero ellos, los humildes, cualquiera
sea su posición y condición social, apelarán a la sabiduría del que se siente
hijo de un Dios que no es distante, que los acompaña con la Cruz y los anima
con la Resurrección en esos milagros, los logros cotidianos, que los animan a
disfrutar de las alegrías del compartir y celebrar.
Los que saborean esta
mística, los sabios de lo pequeño, ellos son los que recurren a Aquél que
los alivia, al abrazo tierno de Dios en el perdón o en la entrega solidaria de
muchos que, en distintas actividades, dan de la riqueza de sí.
Porque la Palabra llena de amor,
aunque sea en un gesto, libera. Libera del yugo que nos imponemos cuando nos
proponemos lo imposible, nos castigamos con lo irrealizable, nos atosigamos
hasta deprimirnos con nuestras ambiciones y necesidad de ser reconocidos, de
resaltar, o con nuestra mendicidad de afecto: no es otra cosa el acumular poder
y riqueza. La sabiduría del humilde no las necesita, sabe que él vale por sí
mismo, se siente amado por su Padre y Creador, aun ante el desprecio, el
abandono, la humillación.
Así nos lo enseñó el Maestro de la
humildad, el que llevó ligero su Cruz a la Pasión… Card.
J.M. Bergoglio s.j. Tedeum del 25 de
mayo 2011
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de esta
hoja: Reflexiones
del P. Fidel Oñoro, cjm Centro Bíblico del CELAM. Pbro. Daniel Silva.
Y J. A Pagola.
Lectio
Divina: los sábados 16 hs. en: Círculo Bíblico San José
Parroquia San José: Brandsen 4970
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