Ven Espíritu Santo, ayúdame a abrir mis ojos y mis oídos a tu Palabra y a meditar tus enseñanzas, para que tu Palabra penetre en mi corazón, y pueda saborearla y comprenderla. Habla Señor, que yo te escucho, porque tus palabras son para mi vida, alegría y paz. Amén
¡Dueños o servidores!
Lectura del libro de Isaías 5,1-7.
Voy a cantar en nombre de mi amigo el canto de mi amado a su viña. Mi amigo tenía una viña en una loma fértil. La cavó, la limpió de piedras y la plantó con cepas escogidas; edificó una torre en medio de ella y también excavó un lagar. El esperaba que diera uvas, pero dio frutos agrios. Y ahora, habitantes de Jerusalén y hombres de Judá, sean ustedes los jueces entre mi viña y yo. ¿Qué más se podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? Si esperaba que diera uvas, ¿por qué dio frutos agrios? Y ahora les haré conocer lo que haré con mi viña: Quitaré su valla, y será destruida, derribaré su cerco y será pisoteada. La convertiré en una ruina, y no será podada ni escardada. Crecerán los abrojos y los cardos, y mandaré a las nubes que no derramen, lluvia sobre ella. Porque la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantación predilecta. ¡El esperó de ellos equidad, y hay efusión de sangre; esperó justicia, y hay gritos de angustia! Palabra de Dios.
Salmo 79, R. La viña del Señor es la casa de Israel.
Tú sacaste de Egipto una vid, expulsaste a los paganos y la plantaste; extendió sus sarmientos hasta el mar y sus retoños hasta el Río. R.
¿Por qué has derribado sus cercos para que puedan saquearla todos los que pasan? Los jabalíes del bosque la devastan y se la comen los animales del campo. R.
Vuélvete, Señor de los ejércitos, observa desde el cielo y mira: ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano, el retoño que tú hiciste vigoroso. R.
Nunca nos apartaremos de ti: devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre. ¡Restáuranos, Señor de los ejércitos, que brille tu rostro y seremos salvados! R.
Carta de San Pablo a los Filipenses 4, 6-9
Hermanos: No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús. En fin, mis hermanos, todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos. Pongan en práctica lo que han aprendido y recibido, lo que han oído y visto en mí, y el Dios de la paz estará con ustedes. Palabra de Dios.
Evangelio según San Mateo 21, 33-46
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo." Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia." Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?» Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo.» Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras. La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.». Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta. Palabra del Señor.
El evangelio nos propone la lectura de los viñadores homicidas y está en continuidad con los textos del evangelio de Mateo que muestran las discusiones de Jesús con los dirigentes judíos antes de la pasión, viniendo a poner el punto final de una polémica que comenzó en Galilea.
El relato del Evangelio de este domingo comienza de manera similar al canto de Isaías: “Un propietario plantó una viña, la rodeo con una tapia, cavó un lagar y construyó una torre”. Viene después el momento decisivo en el que el propietario confía la viña a unos labradores y se marcha. Se pone a prueba la lealtad de los labradores: se les ha confiado la viña; deberán vendimiar y entregar después la cosecha al propietario. El pasaje del Evangelio nos invita a reflexionar sobre nuestras responsabilidades y dones que cada uno tenemos. Sí somos posesivos, sí nos creemos dueños y perdemos de vista que el único dueño es el Señor.
Leída como una alegoría, cada uno de los elementos de la parábola evangélica tiene su significado. El dueño de la viña es Dios, que ha puesto en ella amor, cariño y esperanzas. La viña es Israel, el pueblo. Los criados enviados a recoger los frutos son los profetas. El hijo es Jesús. Los labradores o jornaleros que atropellan y matan a los mensajeros son los jefes religiosos y políticos, que buscan únicamente sus intereses y al adueñarse de lo que no es suyo, contraviniendo el plan de Dios. Toda la parábola es una clara alusión a la historia de Israel. Pero es sobre todo un desenmascaramiento de sus jefes.
El relato habla de unos labradores encargados por un señor para trabajar su viña. Llegado el tiempo de la vendimia sucede algo sorprendente e inesperado. Los labradores se niegan a entregar la cosecha. El señor no recogerá los frutos que tanto espera.
Su osadía es increíble. Uno tras otro, van matando a los criados que el señor les envía para recoger los frutos. Más aún. Cuando envía a su propio hijo, lo echan «fuera de la viña» y lo matan para quedarse como únicos dueños de todo.
¿Qué puede hacer el señor de la viña con esos labradores? Los dirigentes religiosos, que escuchan nerviosos la parábola, sacan una conclusión terrible: los hará morir y traspasará la viña a otros labradores «que le entreguen los frutos a su tiempo». Ellos mismos se están condenando. Jesús se lo dice a la cara: «Por eso les digo que se los quitará a ustedes el reino de Dios y se lo dará a un pueblo que produzca sus frutos».
El mensaje de la parábola de los viñadores homicidas es muy claro. Jesús reprocha a los jefes religiosos que se apropiaron de la viña y de los frutos de la viña. La pronuncia el propio Jesús o los primeros cristianos, se percibe que fue concebida desde el dolor… Dolor al contemplar la indolencia de los que podían hacer algo por los desfavorecidos y no lo hicieron. ¡Cuántas veces hemos experimentado ese mismo sentimiento!
En la «viña de Dios» no hay sitio para quienes no aportan frutos. En el proyecto del reino de Dios que Jesús anuncia y promueve no pueden seguir ocupando un lugar «labradores» indignos que no reconozcan el señorío de su Hijo, porque se sienten propietarios, señores y amos del pueblo de Dios. Han de ser sustituidos por «un pueblo que produzca frutos».
A veces pensamos que esta parábola tan amenazadora vale para el pueblo del Antiguo Testamento, pero no para nosotros, que somos el pueblo de la Nueva Alianza y tenemos ya la garantía de que Cristo estará siempre con nosotros. Es un error. La parábola está hablando también de nosotros.
Como Iglesia no estamos exentos de esto. Nos puede pasar lo mismo de los viñadores de la parábola: dejar de ser servidores y pensar que somos dueños. Creer que Dios es solo nuestro y de nadie más. Y de esta manera dejamos gente afuera. por requisitos, por cláusulas canónicas, por prejuicios, por reglamentos; o porque pensamos que Dios está más cerca de nosotros, los que somos fieles, los que vamos a misa, los que participamos de instituciones parroquiales, grupos, movimientos… A veces corremos el riesgo de pensar que Dios es “más nuestro” que de otros. E incluso podemos caer en el mal del “hermano mayor” de la otra parábola. En vez de alegrarnos por la fiesta de hermanos que se encuentran o reencuentran con Jesús, nos entristecemos y pensamos más en nosotros que en ellos. Muchas veces nos pasa esto en el fondo del corazón. Y en vez de abrir puertas, como nos pide el Papa Francisco, las cerramos. Y nos olvidamos de que hubo una época en la que nosotros no éramos cristianos, o lo éramos por costumbre o herencia, y no por elección personal. Y hubo Iglesia, hermanos, comunidad que nos presentó a Jesús, que nos recibió, que nos dio acogida. y que hizo fiesta porque volvíamos a ser de Jesús. Si esto nos pasó a nosotros, ¿por qué vamos a cerrar puertas y no hacer que pase con otros? ¡Abramos el corazón a Jesús y abramos el corazón a hermanos que quieren encontrarse con Él!
Nos lleva a preguntarnos también si en nuestra vida da cada día no hay algún tipo de complicidad con los viñadores homicidas. ¿Qué papel juega en nosotros el establecimiento de la justicia y el derecho? ¿Cuáles son nuestros frutos?