Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y
que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guíe y asista
al meditar tus enseñanzas, para que tu Palabra penetre en mi corazón,
y me conduzca a la Verdad completa. Amén
Ven a mí, Espíritu Santo, Espíritu
de amor: haz que mi corazón siempre sea capaz de más caridad.
Décimo quinto domingo, durante el año, Ciclo
A, Lecturas del 16-7-17
Libro del profeta Isaías 55,
10-11
Así habla el Señor: Así como
la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado
la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al
sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca:
ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la
misión que yo le encomendé. Palabra de Dios.
Salmo 64
R. La semilla cayó en tierra
fértil y produjo fruto.
Visitas la tierra, la haces fértil y
la colmas de riquezas; los canales de Dios desbordan de agua, y así
preparas sus trigales. R.
Riegas los surcos de la
tierra, emparejas sus terrones; la ablandas con aguaceros y
bendices sus brotes. R.
Tú coronas el año con tus
bienes, y a tu paso rebosa la abundancia; rebosan los pastos del
desierto y las colinas se ciñen de alegría. R.
Las praderas se cubren de
rebaños y los valles se revisten de trigo: todos ellos aclaman y
cantan. R.
Pablo a
los cristianos de Roma 8, 18-23
Hermanos: Yo considero que
los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura
que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente
esta revelación de los hijos de Dios.
Ella quedó sujeta a la
vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero
conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la
esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los
hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y
sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las
primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la
redención de nuestro cuerpo. Palabra de Dios.
Evangelio según san
Mateo 13, 1-23
Aquel día, Jesús salió de la
casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de
manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud
permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de
parábolas.
Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!»
Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!»
Los discípulos se acercaron y
le dijeron: «¿Por qué les hablas por medio de
parábolas?»
Él les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure.
Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.
Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno.» Palabra del Señor.
Él les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure.
Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.
Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno.» Palabra del Señor.
Reflexión
Cultivemos la semilla de la Palabra
en lo profundo
del corazón
El texto del profeta Isaías
que hoy leemos nos presenta una comparación que subraya el papel
fundamental de la palabra de Dios para que se verifique la eficacia de su obra
o acción. La palabra de Dios es entonces la lluvia que hace fecundos incluso
los terrenos más áridos y duros. Se describe todo el ciclo completo del agua,
desde su precipitación como gotas en las nubes, pasando por su acción benéfica
en el terreno cultivado, hasta su retorno al cielo, lista para emprender de
nuevo su cometido. De igual forma la palabra de Dios, que parte rauda de la
boca de Dios, hace fértil el campo que la recibe y realiza el cometido para el
que fue enviada.
El evangelio de Mateo
complementa esta imagen tan poderosa y sugestiva con la ‘parábola del
sembrador’. En esta parábola los elementos decisivos son la excelente calidad
de la semilla y la disposición del terreno. El sembrador lanza una semilla de excelente
calidad y lo hace con la generosidad y esperanza de quien ama su campo de
cultivo. No ahorra esfuerzo ni semillas; las coloca incluso en lugares en donde
no cabría esperar ningún resultado ya que su interés no es conservarla sino
esperar que esa semilla haga fructificar todos los sectores de su parcela.
El comportamiento del
sembrador, que es un profesional en la materia, ciertamente parece extraño
cuando deja caer algunas semillas en terreno impropio para el cultivo.
Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la calidad
de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba Jesús:
arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían dado
su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación.
Entonces la imagen de un
sembrador arrojando las semillas en los tres primeros terrenos es un retrato de
la obra de Jesús quien no ha venido “a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt
9,13). Ante todo, se proclama la bondad de Dios, quien no tiene límites para
ofrecer sus bendiciones (Mt 6,45), pero esto implica de parte de cada hombre el
hacerse a sí mismo “buena tierra” para que la semilla de la Palabra pueda
crecer.
La buena disposición de cada
pedazo de la parcela constituye el factor decisivo para el éxito de la
empresa. La semilla es buena, pero no siempre el terreno responde de la
misma manera. La disposición del terreno se refiere a la actitud de las
personas. Algunas se dejan cultivar y ofrecen una tierra apta donde la semilla
echa raíces profundas. Otras, en cambio, ofrecen terrenos donde la semilla se
pierde por exceso de dureza, por descuido, superficialidad o negligencia. Tanto
el grupo representado por los buenos terrenos, como el grupo representado por
los terrenos no receptivos, hacen parte de la misma parcela. Los dos están en
la misma geografía, en la misma historia y en el mismo momento. No hay excusa
válida para justificar la falta de acogida y de respuesta.
En la comunidad, representada
por la parcela, se encuentran terrenos, es decir personas, con diferentes
actitudes y proyectos. No se puede saber de antemano que respuesta va a dar
cada quien. Lo único que se sabe es que el sembrador reparte con generosidad su
fértil semilla. Sin embargo, en el desarrollo del proceso de cultivo se sabe
quién es apto y quién no. Pero no basados en criterios arbitrarios, sino en el
fruto que cada quien muestra. La expresión ‘dar frutos’ tiene un
valor muy preciso en la Biblia y se refiere siempre a la respuesta positiva del
ser humano al proyecto de Dios. Pero no a cualquier proyecto presentado en
nombre de Dios, sino a la propuesta que Jesús de Nazaret ha llamado ‘reino de
Dios’. Es decir, una experiencia humana donde sea posible al amor solidario, la
libertad para hacer el bien y la justicia responsable.
La parábola del sembrador nos
pone en contacto con la profecía consoladora de Isaías. La palabra de Dios
actúa en la historia humana en las personas que cultivan el terreno
sorprendente del amor solidario, de la escucha atenta del hermano y del
servicio generoso y desinteresado a los excluidos. La palabra de Dios se hace
fecunda en las comunidades y personas que asumen una actitud responsable ante
la historia y no permiten que la ‘buena nueva del evangelio’ se convierta en
consigna barata ni en cliché de espiritualizaciones alienadoras y superfluas.
Pablo, en la Carta a los
Romanos, nos propone esta misma reflexión: la creación, el terreno fértil que
Dios ha dado al ser humano en la historia (Gn 2, 4-25), aguarda con impaciencia
la realización de la obra de Cristo en toda la humanidad. La propuesta de Jesús
nos abre a la esperanza de un futuro en el que la Humanidad se reconoce en la
justicia y en el amor solidario y no en la muerte y la guerra.
Así
siembra Jesús su mensaje. Lo ven salir todas las mañanas a anunciar la
Buena Noticia de Dios. Siembra su Palabra entre la gente sencilla que lo acoge,
y también entre los escribas y fariseos que lo rechazan. Nunca se desalienta.
Su siembra no será estéril.
Desbordados por una fuerte
crisis religiosa, podemos pensar que el Evangelio ha perdido su fuerza original
y que el mensaje de Jesús ya no tiene garra para atraer la atención del hombre
o la mujer de hoy.
¿Es el Evangelio el que ha perdido fuerza humanizadora? ¿O somos nosotros los que lo estamos anunciando con una fe débil y vacilante?
¿Es el Evangelio el que ha perdido fuerza humanizadora? ¿O somos nosotros los que lo estamos anunciando con una fe débil y vacilante?
No es Jesús el que ha perdido
poder de atracción. Somos nosotros los que lo desvirtuamos con nuestras
incoherencias y
contradicciones.
El Papa Francisco dice que, cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús, “pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie”.
El Papa Francisco dice que, cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús, “pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie”.
Evangelizar no es propagar una
doctrina, sino hacer presente en medio de la sociedad y en el corazón de las
personas la fuerza humanizadora y salvadora de Jesús.
¿Qué contagiamos? ¿Indiferencia o fe
convencida? ¿Mediocridad o pasión por una vida más humana?
Francisco: Un mundo mejor es posible
En
el Amor de Dios
El Papa Francisco nos dice que
Jesús invita a todos a ir hacia Él, especialmente a los que sufren más y a
quienes tienen el “corazón vacío y sin Dios”.
La indiferencia: ¡Cuánto daño
hace a los necesitados la indiferencia humana! Y aún peor la de los cristianos.
En los márgenes de la sociedad hay muchos hombres y mujeres probados por la
indigencia, pero también por las insatisfacciones de la vida y las
frustraciones.
Una vez que recibimos el
alivio y consuelo de Cristo, “estamos llamados también nosotros a ser alivio y
consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del
Maestro”.
“El amor nos hace semejantes,
crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con
nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de
hombre”.
“Si los bienes materiales y el
dinero se convierten en el centro de la vida, nos atrapan y nos esclavizan”
“Nunca se dejen vencer por el
desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de
haber encontrado a una persona, Jesús; que está entre nosotros”.
“Y, por favor, ¡no se dejen
robar la esperanza!, ¡no dejen robar la esperanza! Esa que nos da Jesús”.
Aclaración: Se han utilizado para
la preparación de esta hoja: El libro del Pueblo de Dios. Reflexiones del P.
Fidel Oñoro, cjm Centro Bíblico del CELAM.
cfr.A.Pagola
Lectio
Divina: los sábados 16 hs. en: Círculo Bíblico San José, Parroquia San
José: Brandsen 4970
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