21 de enero 2018, -Ciclo B-, Tercer
domingo durante el año
Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mi y
que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guíe y asista
al meditar tus enseñanzas, para que pueda saborearla y comprenderla,
para que tu Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la Verdad completa. Amén
Lectura de la profecía de Jonás 3,
1-5. 10
La palabra del Señor fue dirigida por segunda vez a
Jonás, en estos términos: «Parte ahora mismo para Nínive, la gran ciudad, y
anúnciale el mensaje que yo te indicaré.»
Jonás partió para Nínive, conforme a la palabra del Señor. Nínive era una ciudad enormemente grande: se necesitaban tres días para recorrerla. Jonás comenzó a internarse en la ciudad y caminó durante todo un día, proclamando: «Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida.»
Los ninivitas creyeron en Dios, decretaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño.
Al ver todo lo que los ninivitas hacían para convertirse de su mala conducta, Dios se arrepintió de las amenazas que les había hecho y no las cumplió. Palabra de Dios.
Jonás partió para Nínive, conforme a la palabra del Señor. Nínive era una ciudad enormemente grande: se necesitaban tres días para recorrerla. Jonás comenzó a internarse en la ciudad y caminó durante todo un día, proclamando: «Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida.»
Los ninivitas creyeron en Dios, decretaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño.
Al ver todo lo que los ninivitas hacían para convertirse de su mala conducta, Dios se arrepintió de las amenazas que les había hecho y no las cumplió. Palabra de Dios.
Salmo 24, R. Muéstrame,
Señor, tus caminos.
Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame
por el camino de tu fidelidad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador. R.
enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador. R.
Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu
amor, porque son eternos. Por tu bondad, Señor, acuérdate de mí
según tu fidelidad. R.
El Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el
camino a los extraviados; él guía a los humildes para que obren
rectamente y enseña su camino a los pobres. R.
Primera carta de Pablo a los Corintos 7, 29-31
Lo que quiero decir, hermanos, es esto: queda poco
tiempo. Mientras tanto, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los
que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran;
los que compran, como si no poseyeran nada; los que disfrutan del mundo, como
si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo es pasajera. Palabra de
Dios.
Santo Evangelio según san Marcos 1, 14-20
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a
Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido:
el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia.»
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres.» Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron. Palabra del Señor.
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres.» Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron. Palabra del Señor.
Reflexión
Marcos después de narrarnos los comienzos del evangelio con la presentación de Juan Bautista, con la unción mesiánica de Jesús en el río Jordán y con sus tentaciones en el desierto, nos relata, la actividad pública de Jesús; es el humilde carpintero de Nazaret que ahora recorre su región, predicando en las aldeas y ciudades, en los cruces de los caminos, en las sinagogas y en las plazas. Su voz llega a quien quiera oírlo, sin excluir a nadie, sin exigir nada a cambio. Una voz desnuda y vibrante como la de los antiguos profetas. Marcos resume el contenido entero de la predicación de Jesús en estos dos momentos: el reinado de Dios ha comenzado -es que se ha cumplido el plazo de su espera- y ante el reinado de Dios sólo cabe convertirse, acogerlo, aceptarlo con fe.
El reinado de Dios ha comenzado. ¿De qué rey hablaba Jesús? Del anunciado por los profetas y anhelado por los justos. Un rey divino que garantizaría a los pobres y a los humildes la justicia y el derecho, y excluiría de su vista a los violentos y a los opresores. Un rey universal que anularía las fronteras entre los pueblos y haría confluir a su monte santo a todas las naciones, incluso a las más bárbaras y sanguinarias, para instaurar en el mundo, una era de paz y fraternidad, sólo comparable a la era de antes del pecado.
Este «reinado de Dios» que Jesús anunciaba hace más de 2000 años por Galilea, sigue siendo la esperanza de todos los pobres de la tierra.
Ese reino que ya está en marcha desde que Jesús lo
proclamara, porque lo siguen anunciando sus discípulos, los que Él llamó en su
seguimiento para confiarles la tarea de pescar a los seres humanos de buena
voluntad. Es el Reino que proclama la Iglesia y que todos los cristianos del
mundo se afanan por construir de mil maneras, todas ellas reflejo de la
voluntad amorosa de Dios: curando a los enfermos, dando pan a los hambrientos,
calmando la sed de los sedientos, enseñando al que no sabe, perdonando a los
pecadores y acogiéndolos en la mesa fraterna; denunciando, con palabras y
actitudes, a los violentos, opresores e injustos.
A nosotros corresponde, como a Jonás, a Pablo y al mismo Jesús, retomar las banderas del reinado de Dios y anunciarlo en nuestros tiempos y en nuestras sociedades; a todos los que sufren y a todos los que oprimen y deben convertirse, para que la voluntad amorosa de Dios se cumpla para todos los seres del universo.
Dios quiere la conversión. (1) Después de que Juan fue arrestado, Jesús se acercó a Galilea predicando el Evangelio de Dios y decía: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; Conviértanse y crean en la Buena Noticia». Debemos eliminar inmediatamente los prejuicios. Primero: la conversión no se refiere sólo a los no creyentes, o a aquellos que se declaran «laicos»; todos indistintamente tenemos necesidad de convertirnos; segundo: la conversión, entendida en sentido genuinamente evangélico, no es sinónimo de renuncia, esfuerzo y tristeza, sino de libertad y de alegría; no es un estado regresivo, sino progresivo.
Antes de Jesús, convertirse significaba siempre un «volver atrás» (el término hebreo, shub, significa invertir el rumbo, regresar sobre los propios pasos). Indicaba el acto de quien, en cierto punto de la vida, se percata de estar «fuera del camino»; entonces se detiene, hace un replanteamiento; decide cambiar de actitud y regresar a la observancia de la ley y volver a entrar en la alianza con Dios. Hace un verdadero cambio de sentido, un «giro en U». La conversión, en este caso, tiene un significado moral; consiste en cambiar las costumbres, en reformar la propia vida.
En labios de Jesús este significado cambia. Convertirse ya no quiere decir volver atrás, a la antigua alianza y a la observancia de la ley, sino que significa más bien dar un salto adelante y entrar en el Reino, aferrarse a la salvación que ha venido a los hombres gratuitamente, por libre y soberana iniciativa de Dios.
Conversión y salvación se han intercambiado de lugar. Ya no está, como lo primero, la conversión por parte del hombre y por lo tanto la salvación como recompensa de parte de Dios; sino que está primero la salvación, como ofrecimiento generoso y gratuito de Dios, y después la conversión como respuesta del hombre. En esto consiste el «alegre anuncio», el carácter gozoso de la conversión evangélica. Dios no espera que el hombre dé el primer paso, que cambie de vida, que haga obras buenas, casi que la salvación sea la recompensa debida a sus esfuerzos. No; antes está la gracia, la iniciativa de Dios. En esto, el cristianismo se distingue de cualquier otra religión: no empieza predicando el deber, sino el don; no comienza con la ley, sino con la gracia. (1) Cantalamessa
A nosotros corresponde, como a Jonás, a Pablo y al mismo Jesús, retomar las banderas del reinado de Dios y anunciarlo en nuestros tiempos y en nuestras sociedades; a todos los que sufren y a todos los que oprimen y deben convertirse, para que la voluntad amorosa de Dios se cumpla para todos los seres del universo.
Dios quiere la conversión. (1) Después de que Juan fue arrestado, Jesús se acercó a Galilea predicando el Evangelio de Dios y decía: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; Conviértanse y crean en la Buena Noticia». Debemos eliminar inmediatamente los prejuicios. Primero: la conversión no se refiere sólo a los no creyentes, o a aquellos que se declaran «laicos»; todos indistintamente tenemos necesidad de convertirnos; segundo: la conversión, entendida en sentido genuinamente evangélico, no es sinónimo de renuncia, esfuerzo y tristeza, sino de libertad y de alegría; no es un estado regresivo, sino progresivo.
Antes de Jesús, convertirse significaba siempre un «volver atrás» (el término hebreo, shub, significa invertir el rumbo, regresar sobre los propios pasos). Indicaba el acto de quien, en cierto punto de la vida, se percata de estar «fuera del camino»; entonces se detiene, hace un replanteamiento; decide cambiar de actitud y regresar a la observancia de la ley y volver a entrar en la alianza con Dios. Hace un verdadero cambio de sentido, un «giro en U». La conversión, en este caso, tiene un significado moral; consiste en cambiar las costumbres, en reformar la propia vida.
En labios de Jesús este significado cambia. Convertirse ya no quiere decir volver atrás, a la antigua alianza y a la observancia de la ley, sino que significa más bien dar un salto adelante y entrar en el Reino, aferrarse a la salvación que ha venido a los hombres gratuitamente, por libre y soberana iniciativa de Dios.
Conversión y salvación se han intercambiado de lugar. Ya no está, como lo primero, la conversión por parte del hombre y por lo tanto la salvación como recompensa de parte de Dios; sino que está primero la salvación, como ofrecimiento generoso y gratuito de Dios, y después la conversión como respuesta del hombre. En esto consiste el «alegre anuncio», el carácter gozoso de la conversión evangélica. Dios no espera que el hombre dé el primer paso, que cambie de vida, que haga obras buenas, casi que la salvación sea la recompensa debida a sus esfuerzos. No; antes está la gracia, la iniciativa de Dios. En esto, el cristianismo se distingue de cualquier otra religión: no empieza predicando el deber, sino el don; no comienza con la ley, sino con la gracia. (1) Cantalamessa
Puesto que Dios ama al hombre y
desea que éste sea feliz, quiere que se convierta y viva. Pues bien, la voluntad del Padre es
"elevar a los hombres a la participación de la vida divina" (LG 2).
Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es
la Iglesia, que es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este
Reino" (LG 5).
La conversión es a la vez una llamada y una respuesta.
Dios nos llama a convertirnos y el hombre responde con la conversión, gracias
al don de la fe. En base a la fe en Dios, el hombre se convierte y vive la
experiencia nueva de vivir orientado hacia Él. La fe que previene la
conversión, también la acompaña y la sigue para dar frutos de conversión en la
conducta y vida diarias. Una conversión sin el acompañamiento de la fe no sería
otra cosa que un puro y momentáneo sentimiento, un "fervorín"
suscitado por una experiencia fuerte. Es decir, se reduciría a algo superficial
y desprovisto de futuro.
Sin embargo, cuando la conversión se funda en la fe y
es acompañada por ésta, entonces lo más natural es que culmine con el
seguimiento: ir pisando las mismas huellas de Cristo en el camino de la vida.
En tiempo de Jesús, eran los discípulos los que escogían al rabino o maestro;
Jesús hace lo contrario; es él quien elige y dice a sus elegidos: “sigue mis
pasos, camina tras mis huellas”. Así serás mi verdadero discípulo.
Nuestra respuesta al llamado del Señor. En el pasaje del Evangelio encontramos la llamada que Jesús hace a Pedro, Andrés, a Santiago y a Juan.
Los cuatro apóstoles que llama el Señor en este pasaje eran pescadores, y Jesús los encuentra trabajando, pescando o arreglando las redes. Para estos apóstoles, las redes lo eran todo, pues eran los instrumentos de trabajo y de su sustento diario. Al recibir el llamado, estos hombres, al instante, dejaron todo para seguir al Señor, responden sin demora al llamado, libres de ataduras para seguir a Cristo. (A igual que Jonás, en la primera lectura).
Para seguir a Cristo es necesario que no exista en
nosotros un apegamiento por los bienes materiales y por los valores del mundo.
El Señor nos pide a todos los cristianos, en el estado
en que nos ha llamado, un desprendimiento efectivo de nosotros mismos, de lo
que tenemos y de lo que usamos.
El Concilio Vaticano II nos advierte al respecto,
diciéndonos: “Vigilen todos para ordenar rectamente sus afectos, no sea que en
el uso de las cosas de este mundo y en el apego a las riquezas, encuentren un
obstáculo que los aparte, contra el espíritu de pobreza evangélica, de la
búsqueda de la perfecta caridad”.
El desprendimiento que nos pide Cristo no es un
desprecio absoluto a los bienes materiales, que son buenos si se adquieren y
utilizan conforme a la voluntad de Dios y siguiendo las enseñanzas de Jesús:
“Busquen primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás se les dará por
añadidura”. Pero esta enseñanza no es compatible con un corazón dividido, que
busca compartir el amor a Dios con el amor a los bienes, a la comodidad y al
aburguesamiento, porque muy pronto termina desalojando a Dios del corazón y
cayendo prisionero de los bienes de la tierra, que ahí sí se convierten en
males.
A la tendencia natural que todos tenemos por aferrarnos, se une la carrera desenfrenada por la posesión cada vez mayor de bienes, una clara ambición, no al legítimo confort, sino al lujo, a no privarse de nada placentero, a un comportamiento individualista, como si éstas fueran las metas más importantes en nuestras vidas.
A la tendencia natural que todos tenemos por aferrarnos, se une la carrera desenfrenada por la posesión cada vez mayor de bienes, una clara ambición, no al legítimo confort, sino al lujo, a no privarse de nada placentero, a un comportamiento individualista, como si éstas fueran las metas más importantes en nuestras vidas.
Este es el modo de vida que parece extenderse cada vez
más en nuestras sociedades. Y ésta es una gran presión a la que con mucha
frecuencia contribuyen los medios de comunicación y económicos, en la que no
debemos caer si queremos de verdad mantenernos libres de ataduras para seguir a
Cristo.
Preguntas para la meditación: ¿qué me dice?
¿En qué situaciones de mi pasado y de mi presente siento que Jesús sale a mi encuentro en el camino de mi vida?
¿Cómo he respondido esas llamadas?
¿En qué situaciones de mi pasado y de mi presente siento que Jesús sale a mi encuentro en el camino de mi vida?
¿Cómo he respondido esas llamadas?
¿Qué situaciones hoy hacen que no me encuentre libre de ataduras para seguir a Cristo?
Nuestro Dios que es fuente de amor colme
tu interior con su
Paz.
Jesucristo, Amor que se entrega haga de ti
Jesucristo, Amor que se entrega haga de ti
un instrumento de
reconciliación.
El Espíritu Santo, vínculo y unidad haga de tu corazón ardiente impulso de comunión.
El Señor te bendiga y te guarde y haga de ti una bendición para los demás!
El Espíritu Santo, vínculo y unidad haga de tu corazón ardiente impulso de comunión.
El Señor te bendiga y te guarde y haga de ti una bendición para los demás!
Aclaración: Se han utilizado para la preparación
de las reflexiones: El libro del Pueblo de Dios. Centro Bíblico del CELAM Catholic.net.
Lectio Divina: los sábados 17 hs. en:
Círculo Bíblico San José, Parroquia
San José: Brandsen 4970, V. Domínico.
Si
querés recibir la hojita por e-mail pedila: miencuentroconjesus@yahoo.com.ar,
www.facebook.com/miencuentroconjesussanjose