Cuarto
domingo de Cuaresma, Ciclo A
Lecturas del 26-03-17
Primer libro de Samuel 16, 1b. 5b-7.
10-13a
El Señor dijo a
Samuel: «¡Llena tu frasco de aceite y parte! Yo te envío a Jesé, el de Belén,
porque he visto entre sus hijos al que quiero como rey.» Purifíquense y
vengan conmigo al sacrificio. Cuando ellos se presentaron, Samuel vio a Eliab y
pensó: «Seguro que el Señor tiene ante él a su ungido.»
Pero el Señor dijo a
Samuel: «No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo
lo he descartado. Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las
apariencias, pero Dios ve el corazón.» Así Jesé hizo pasar ante Samuel a siete
de sus hijos, pero Samuel dijo a Jesé: «El Señor no ha elegido a ninguno de
estos.» Entonces Samuel preguntó a Jesé: «¿Están aquí todos los
muchachos?» El respondió: «Queda todavía el más joven, que ahora está
apacentando el rebaño.» Samuel dijo a Jesé: «Manda a buscarlos, porque no nos
sentaremos a la mesa hasta que llegue aquí.» Jesé lo hizo venir: era de
tez clara, de hermosos ojos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel:
«Levántate y úngelo, porque es este.» Samuel tomó el frasco de óleo y lo
ungió en presencia de sus hermanos. Y desde aquel día, el espíritu del Señor
descendió sobre David. Palabra de Dios.
Salmo 22,
R. El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El Señor es mi
pastor, nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. R.
El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el
recto sendero, por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no
temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden
confianza. R.
Tú preparas ante
mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa
rebosa. R
Tu bondad y tu
gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por
muy largo tiempo. R.
Carta de Pablo a los cristianos de
Éfeso 5, 8-14
Hermanos: Antes,
ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la
luz. Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad.
Sepan discernir lo que agrada al Señor, y no participen de las obras estériles
de las tinieblas; al contrario, pónganlas en evidencia. Es verdad que resulta
vergonzoso aun mencionar las cosas que esa gente hace ocultamente. Pero cuando
se las pone de manifiesto, aparecen iluminadas por la luz, porque todo lo que
se pone de manifiesto es luz. Por eso se dice: Despiértate, tú que duermes,
levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará. Palabra de Dios.
Evangelio según san Juan 9, 1-41
Jesús, al pasar,
vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro,
¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» «Ni él ni
sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él
las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras
es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el
mundo, soy la luz del mundo.»
Después que dijo esto,
escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del
ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa
«Enviado.»
El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.
El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.
Los vecinos y los que
antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba
a pedir limosna?» Unos opinaban: «Es el mismo.» «No, respondían otros, es uno
que se le parece.»
El decía: «Soy realmente yo.» Ellos le dijeron: « ¿Cómo se te han abierto los ojos?» El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: "Ve a lavarte a Siloé". Yo fui, me lavé y vi.» Ellos le preguntaron: «¿Dónde está?» El respondió: «No lo sé.» El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»
El decía: «Soy realmente yo.» Ellos le dijeron: « ¿Cómo se te han abierto los ojos?» El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: "Ve a lavarte a Siloé". Yo fui, me lavé y vi.» Ellos le preguntaron: «¿Dónde está?» El respondió: «No lo sé.» El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»
Algunos fariseos decían:
«Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.» Otros replicaban:
«¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?» Y se produjo una
división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices
del que te abrió los ojos?» El hombre respondió: «Es un profeta.»
Sin embargo, los judíos
no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver,
hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este el hijo de
ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta.» Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él.» Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.» «Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo.» Ellos le preguntaron: «¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?»
El les respondió: «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?»
Ellos lo injuriaron y le dijeron: « ¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este.» El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.»
Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron.
Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta.» Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él.» Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.» «Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo.» Ellos le preguntaron: «¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?»
El les respondió: «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?»
Ellos lo injuriaron y le dijeron: « ¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este.» El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.»
Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo
habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del
hombre?» El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús
le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando.» Entonces él
exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él.
Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven.» Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?»
Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece.» Palabra del Señor
Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven.» Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?»
Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece.» Palabra del Señor
Reflexión:
Soy luz del mundo. El
encuentro de Jesús con un ciego (de nacimiento)-mendigo nos permite vivir en
forma progresiva un itinerario de “iluminación”.
Jesús es luz que orienta
el sentido de la vida de todo hombre en la dirección del proyecto de
Dios: “Yo soy la luz del mundo, el que me siga no caminará en la
oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8,12).
Hoy notamos cómo desde el
principio del relato, Jesús dice: “Mientras estoy en el mundo, soy luz del
mundo”. Esta “luz” vino al mundo y permanece en el mundo. Está en el mundo,
pero no es evidente, como predicaba el Bautista: “En medio de vosotros
está uno a quien no conocéis” (Mt 1,26). La “luz” se ha hecho presente de
manera escondida en la encarnación de Jesús, por tanto, hay que descubrirla.
¿Por qué se le da tanta
importancia a la luz? En el pensamiento bíblico, lo primero en ser creado es la
“luz” (Génesis 1,3) y está estrechamente relacionada con la “vida” (una
reflexión del pueblo en la Biblia: lo mismo que pasa cuando no hay “agua”, pasa
cuando no hay “luz”, no hay vida). Por eso la “luz” aparece en la Escritura
como símbolo de salvación (“El Señor es mi luz y mi salvación”, Salmo 27,1).
Más aún, se afirma que Dios es luz (“Dios es luz, y en Él no hay tiniebla
alguna”, 1Juan 1,5). Solamente quien se deja iluminar está en comunión con
Jesús y viceversa. La iluminación se da en la medida en que se “escucha” a
Jesús y se le sigue.
Jesús
va al encuentro del ciego y lo sana. La primera palabra que
aparece en el texto es el verbo “ver”: Jesús “vio, al pasar, a un hombre ciego
de nacimiento”. Jesús “vio” al ciego de nacimiento y los discípulos
también, pero lo curioso es que Jesús y los discípulos no vieron lo mismo:
• Los discípulos vieron a un ciego, y por detrás del ciego vieron el “pecado” (-enfermedad).
• Jesús vio un ciego, pero no vio en esa ceguera un castigo de Dios; más bien, vio que “era preciso” aquel ciego para que Dios se manifestase en Él.
• Los discípulos vieron a un ciego, y por detrás del ciego vieron el “pecado” (-enfermedad).
• Jesús vio un ciego, pero no vio en esa ceguera un castigo de Dios; más bien, vio que “era preciso” aquel ciego para que Dios se manifestase en Él.
Aquí los discípulos
establecen una relación entre enfermedad y castigo con el pecado, no resulta
extraño, así se pensaba en tiempos de Jesús. Pero Jesús tiene otro punto de
vista:
• Rechaza este tipo de explicación: “ni él pecó ni sus padres”.
• Plantea, el sentido de lo que va hacer: “es para que se manifiesten en él las obras de Dios”. Jesús anuncia que por medio de su “obra” se verá con claridad que Él mismo es la luz del mundo que saca a todo hombre de las tinieblas del pecado.
• Rechaza este tipo de explicación: “ni él pecó ni sus padres”.
• Plantea, el sentido de lo que va hacer: “es para que se manifiesten en él las obras de Dios”. Jesús anuncia que por medio de su “obra” se verá con claridad que Él mismo es la luz del mundo que saca a todo hombre de las tinieblas del pecado.
El
sanado se encuentra con sus familiares y conocidos. El ciego, ahora vidente,
se encuentra con su círculo de vecinos aquellos con los que sostiene relaciones
habituales y estrechas y se sorprenden: ¡Ya no es un mendigo! Su situación de
desgracia ahora es cosa del pasado, pero ¿se trata de la misma persona o
no? Ante esta duda sobre su verdadera identidad, el mismo sanado toma la
palabra para confirmar: “soy yo”. Entonces cuenta lo que Jesús le “hizo”.
El
sanado es llevado donde los fariseos. El “que antes era ciego” es conducido a
los fariseos. De repente el evangelista nos recuerda que hay algo que no está
bien: “era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos”.
La primera conclusión a la
que llegan es que –puesto que no cumple estrictamente la ley del sábado- Jesús
sería un “pecador”, es decir, que lo suyo no viene de la comunión con Dios.
Pero surgen otras opiniones: “¿Cómo puede un pecador realizar semejantes
signos?”. De nuevo es el sanado quien reflexiona sobre el valor del signo
realizado en él. Se le pregunta: “¿Tú qué dices de él?, “Es un
profeta”. Quiere decir, en otras palabras, que la obra realizada por
Jesús sí es la de un enviado de Dios.
Las
autoridades judías entrevistan a los padres del sanado. Esta nueva escena
–dejando de lado por algunos instantes al hombre sanado- se concentra en la
entrevista, con carácter oficial, que las autoridades judías les hacen a los
progenitores del sanado.
Jesús va al encuentro del
sanado por segunda vez. Vamos
llegando a la cumbre del relato. Recordemos que cuando el ciego volvió de la
piscina de Siloé, donde recuperó la vista, ya no encontró a Jesús. Sin embargo,
durante los episodios anteriores hemos visto cómo la persona de Jesús siempre
ha estado en su mente y cómo, por todos los interrogatorios a que ha sido sometido
-interrogatorios que lo han presionado para que tome una posición definida ante
la identidad de Jesús-, el rostro de Jesús se le ha ido volviendo más claro y
luminoso.
Justamente
por declarar abiertamente quién es Jesús, la situación se pone peligrosa para
el ciego de nacimiento y este pobre hombre es expulsado de su comunidad. El
hecho es que las autoridades cierran conscientemente los ojos ante la evidencia
del signo, ante la luz.
(1)
Encontrar… El ciego-mendigo de nacimiento queda desvalido, sin el apoyo de
su comunidad de fe. Jesús entonces, por segunda vez, entra en acción: sale a su
encuentro: “encontrándolo”. El que era ciego, aunque no lo “ve” físicamente ha
aprendido del “ver” de la fe: sabe bien quién es Jesús.
(2)
Reconocer… Pero falta un paso. Para darlo, Jesús lo ayuda con una palabra
revocatoria, haciéndolo capaz de ver más a fondo.
Jesús
se le revela como el “Hijo del hombre”. No lo afirma de una vez, lo lleva a
descubrirlo mediante la didáctica de la pregunta: “¿Tú crees en el Hijo del
hombre?”, este título es profundo: Jesús se le está revelando como el Hijo de
Dios encarnado, como aquel que no ha venido a la tierra en el esplendor de la
gloria (ver Daniel 7,13) sino en la humana sencillez y como aquel que está a
punto de ser exaltado en la Cruz.
Quizás
este Jesús que ahora tiene al frente –con el cual está hablando - no sea
físicamente como se lo había imaginado, sin embargo, a estas alturas del
proceso de fe ya está bien formado para acogerlo porque sabe de su identidad
más profunda.
Ahora
se resuelve el suspenso para el ciego-mendigo que fue sanado: “Le has
visto, el que está hablando contigo, ese es”.
(3) Adorar. El sanado afirma que cree en Jesús –sellando así
su reconocimiento- y se postra ante él, un gesto de respeto y entrega con
el cual admite estar ante divinidad.
Esta
postración en el suelo, a los pies de Jesús, es el momento culminante de este
encuentro salvífico. La fe se expresa exteriormente y el conocimiento se vuelve
adoración prolongada.
En
todo este arco de la historia narrada, mediante la curación y en el saber
conducirlo a la fe, Jesús ha sido para este hombre –que es nuestro modelo- luz
y cada vez más luz. El ciego recobró la vista inmediatamente, pero la luz
de la fe fue gradual: “no se”; “es un profeta”, “viene de Dios”; “Creo, Señor”.
De
esta manera el ciego de nacimiento no sólo abrió los ojos, sino que también
descubrió una ruta definida para su existencia: la persona de Jesús de Nazaret,
el Verbo Encarnado que su amor “hasta el fin” lo conduce hasta el Padre.
En
fin, siendo la luz del mundo, Jesús le concedió el don de la vista al ciego de
nacimiento acompañado del don de la luz (iluminación) en orden a la
contemplación de la realidad.
Oremos con el Evangelio…
El
proceso del ciego de nacimiento: es una progresiva iluminación que fue
recibiendo en lo relativo a la fe: pasó de ser un hombre común a ser un
creyente, y en este sentido el signo que hizo Jesús con él de abrirle los ojos,
no es más que la exteriorización de un proceso mucho más hondo que se dio
en el interior del hombre.
Habiendo
llegado a este punto, la lección de Jesús nos da luz y nos mira cara a cara y
nos interpela: “¿En qué situación estás hoy?”, “¿Te sentís llamado a vivir
un encuentro conmigo como lo hizo el ciego de nacimiento?”, “¿Tú crees en el
Hijo del hombre?”
Jesús
ha venido de parte de Dios, al encuentro del hombre, para llevarlo a la
comunión con él. Ese es el sentido de su “trabajar en las obras de Dios”.
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de la
presente: El libro del Pueblo de Dios. CELAM
/CEBIPAL.
Lectio Divina: los sábados 17 hs. en:
Círculo Bíblico San José
Parroquia San José: Brandsen 4970
V. Domínico.
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