Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guie y asista al meditar tus enseñanzas, para que pueda saborearla y comprenderla, para que tu Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la Verdad completa. Amén
Palabra que Isaías, hijo
de Amós, recibió en una visión, acerca de Judá y de Jerusalén: Sucederá al fin
de los tiempos, que la montaña de la Casa del Señor será afianzada
sobre la cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. Todas
las naciones afluirán hacia ella y acudirán pueblos numerosos, que dirán;
¡Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la Casa del Dios de Jacob!
Él nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas". Porque de
Sión saldrá la Ley y de Jerusalén, la palabra del
Señor.
El será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas
forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación
contra otra ni se adiestrarán más para la guerra. ¡Ven, casa de Jacob, y
caminemos a la luz del Señor! Palabra de Dios.
Salmo 121: Canto de peregrinación. De David. R: Vamos con alegría a la casa del Señor.
¡Qué alegría cuando me
dijeron: "Vamos a la Casa del Señor"! Nuestros pies ya
están pisando tus umbrales, Jerusalén. R
Allí suben las tribus, las
tribus del Señor para celebrar el nombre del Señor. Porque allí está el
trono de la justicia, el trono de la casa de David. R
Auguren la paz a
Jerusalén: "¡Vivan seguros los que te aman! ¡Haya paz en tus muros y
seguridad en tus palacios!". R
Por amor a mis
hermanos y amigos, diré: "La paz esté contigo". Por amor
a la Casa del Señor, nuestro Dios, buscaré tu
felicidad. R
Carta de San Pablo a los Romanos 13,11-14ª Hermanos: ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de despertarse, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está muy avanzada y se acerca el día. Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz. Como en pleno día, procedamos dignamente: basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias. Por el contrario, revístanse del Señor Jesucristo. Palabra de Dios.
Evangelio según San Mateo
24,37-44.
Jesús dijo a sus
discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de
Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se
casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que
llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo
del hombre. De dos hombres que estén
en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén
moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su
Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la
noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su
casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a
la hora menos pensada. Palabra del señor
El Señor viene. Estemos atentos. El Evangelio de hoy de Mateo, suele llamarse discurso escatológico, porque nos habla de los últimos acontecimientos y definitivos, sobre el final de la historia y del mundo. Debido a que habla de la venida definitiva del Hijo del Hombre, con poder y gloria recibe, también, el nombre de discurso sobre la parusía y su finalidad no es describir el futuro sino orientar a los discípulos hacia él e invitarles a vivirlo en vigilancia.
Ante la pregunta, de cuándo va a ocurrir el final, la respuesta es, el momento es incierto y llegará en medio de la normalidad. De ahí la insistencia de estar atentos, vigilantes y vivir con lucidez. Es una llamada a vivir atentos a los signos de los tiempos, a no dejarnos atrofiar por el activismo, la ligereza, la superficialidad y la incoherencia; a despertarnos a la fe con responsabilidad personal y social.
Nuestras expectativas como cristianos. Jesús hizo presente el Reino de Dios en su
trayectoria humana, la primera e imprescindible referencia para nosotros es su
vida terrena, porque es en su vida donde hizo presente el amor y desterró el
odio.
Jesús no sólo hizo presente el Reino, sino que hizo
una propuesta a todos. Se trata de una oferta de salvación definitiva para el
hombre. Él quiso indicar, a todos los seres humanos, el camino de la verdadera
salvación. Celebrar el adviento hoy sería tomar conciencia de esta propuesta de
salvación y prepararnos para hacerla realidad. Esa posibilidad de plenitud
humana, debe ser nuestra verdadera preocupación. Jesús, viviendo al máximo su
vida humana, desplegó todas sus posibilidades de ser y propuso esa misma meta a
todos.
Por eso lo más urgente para nosotros hoy, es centrarnos en hacer nuestro el mensaje de Jesús y vivir esa posibilidad de plenitud que él vivió y nos propuso. Partiendo de su vida, debemos tratar de dar sentido a la nuestra.
Las primeras comunidades cristianas vivieron años muy
difíciles. Perdidos en el
vasto Imperio de Roma, en medio de conflictos y persecuciones, aquellos
cristianos buscaban fuerza y aliento esperando la pronta venida de Jesús y
recordando sus palabras: “Vigilen. Vivan despiertos. Tengan los ojos abiertos.
Esten alerta.”
¿Significan todavía algo para nosotros las llamadas de Jesús a vivir despiertos? ¿Qué es hoy para los cristianos poner nuestra esperanza en Dios viviendo con los ojos abiertos?
Lo repitió Jesús una y otra vez: «estén siempre despiertos». Era su gran preocupación: que el fuego inicial se apagara y sus seguidores se durmieran. Es el gran riesgo de los cristianos: instalarnos cómodamente en nuestras creencias, «acostumbrarnos» al evangelio y vivir adormecidos en la observancia tranquila de una religión apagada. ¿Cómo despertar?
Lo primero es volver a Jesús y sintonizar con la experiencia primera que desencadenó todo. No basta instalarnos «correctamente» en la tradición. Hemos de enraizar nuestra fe en la persona de Jesús, volver a nacer de su espíritu. Nada hay más importante que esto en la Iglesia. Sólo Jesús nos puede conducir de nuevo a lo esencial.
Necesitamos, además, reavivar la experiencia de Dios. Lo esencial del evangelio no se aprende desde fuera. Lo descubre cada uno en su interior como Buena Noticia de Dios. Hemos de aprender y enseñar caminos para encontramos con Dios. De poco sirve desarrollar temas didácticos de religión o seguir discutiendo de cuestiones de «moral …», si no despertamos en nadie el gusto por un Dios amigo, fuente de vida digna y dichosa.
Vigilar es antes que nada despertar de la
inconsciencia. Vivimos el
sueño de ser cristianos cuando, en realidad, no pocas veces nuestros intereses,
actitudes y estilo de vivir no son los de Jesús. Este sueño nos protege de
buscar nuestra conversión personal y la de la Iglesia. Sin «despertar»,
seguiremos engañándonos a nosotros mismos.
Vigilar es vivir atentos a la realidad. Escuchar los gemidos de los que sufren. Sentir el amor de Dios a la vida. Vivir más atentos a su venida a nuestra vida, a nuestra sociedad y a la tierra. Sin esta sensibilidad, no es posible caminar tras los pasos de Jesús.
Vivimos inmunizados a las llamadas del evangelio.
Tenemos corazón, pero se nos ha endurecido. Tenemos los oídos abiertos, pero no
oímos lo que Jesús escuchaba. Tenemos los ojos abiertos, pero ya no vemos la
vida como la veía él, no miramos a las personas como él las miraba. Puede
ocurrir entonces lo que Jesús quería evitar entre sus seguidores: verlos como «ciegos
conduciendo a otros ciegos».
Si no despertamos, a todos nos puede ocurrir lo de aquellos de la parábola que todavía, al final de los tiempos, preguntaban: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o extranjero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?»
Hoy. La clave de la que Jesús vivía a Dios y miraba la vida entera no era el pecado, la moral o la ley, sino el sufrimiento de las gentes. Jesús no sólo amaba, saliendo al encuentro de los marginados y desprotegidos, sino que nada amaba más o por encima de ellos. No estamos siguiendo bien los pasos de Jesús si vivimos más preocupados por las cosas del mundo que por el sufrimiento de las personas. Nada nos despertará de la rutina, inmovilismo o mediocridad si no nos conmueve más el hambre, la humillación y el sufrimiento. Lo importante para Jesús es siempre la vida digna y dichosa de las personas. Por eso, si nuestro «cristianismo» no sirve para hacer vivir y crecer, no sirve para lo esencial por más nombres piadosos y venerables con que lo queramos designar.
Lo que caracteriza al cristiano es una manera de enfrentarse a la vida desde la esperanza arraigada en Cristo. Si se pierde esta esperanza lo pierde todo. Hay que vivir en esperanza y despertando en esperanza es nuestro llamado en este tiempo de Adviento. Es un programa de vida, un reto, una tarea. Minados por el pecado, la cobardía o la mediocridad, muchas veces nos encontramos sin fuerzas para generar esperanza, defraudando nuestra propia identidad y misión. Vivimos sin horizonte, sin futuro, sin objetivos adecuados. Más que gozar de nuestra liberación y esperar nuestra salvación y plenitud nos aferramos a lo que tenemos.
El adviento debe ser un tiempo de reflexión profunda,
que me lleve a ver más claro el sentido que debo dar a toda mi existencia. No
hay tiempos más propicios que otros para afrontar un tema determinado. Soy yo
el que tengo que acotar el tiempo que debo dedicar a los asuntos que más me
interesan.
Dios está viniendo en todo instante, pero solo el que está despierto se dará cuenta de esa presencia. Si no descubro esa presencia, mi vida puede transcurrir sin enterarme de la mayor riqueza que está a mi alcance. Pero como ser humano, mi más alta posibilidad de plenitud consiste precisamente en descubrir y vivir conscientemente esa realidad. Dios está en todo, pero solo el hombre puede ser consciente de esa presencia.
No tengo que esperar tiempos mejores para poder realizar mi proyecto humano. Si tengo que esperar a que cambien los demás para encontrar mi salvación, no he descubierto lo que soy ni lo que es Dios. La salvación que Jesús propuso no está condicionada por circunstancias externas. Aún en las situaciones más adversas, está siempre a nuestro alcance. En cualquier momento puedo hacer mía esa salvación. En cualquier instante de mi vida puedo descubrir la plenitud.
El Adviento es el tiempo de preparación que comienza cuatro
domingos antes de la fiesta de Navidad. Además, marca el inicio del Nuevo Año
Litúrgico católico y este 2022 empezará el domingo 27 de noviembre
(Comienza el ciclo A, San Mateo).
Adviento viene del latín “ad-venio”, que quiere decir “venir,
llegar”.
Período de preparación, que no está polarizado solo en el acontecimiento natalicio, el adviento se perfilará como un «tiempo de espera», como una celebración solemne de la esperanza cristiana, abierta escatológicamente hacia el adventus último y definitivo del Señor al final de los tiempos. El adviento que hoy celebra la Iglesia ha mantenido esta doble perspectiva.
Las primeras semanas del adviento subrayan el aspecto escatológico de la espera abriéndose hacia la parusía final; en la última semana, la liturgia del adviento centra su atención en torno al acontecimiento del nacimiento del Señor.
En los templos y casas se colocan las coronas de Adviento y se va encendiendo una vela por cada domingo. Asimismo, los ornamentos del sacerdote y los manteles del altar son de color morado como símbolo de preparación y penitencia.
La Luz de Cristo quiere iluminar la noche del mundo a través de la luz que somos nosotros, su presencia ya iniciada ha de seguir creciendo por medio de nosotros. En la noche santa debemos recordar que el inicio que se produjo en Belén ha de ser inicio permanente, que aquella noche santa es nuevamente un “hoy” cada vez que un hombre permite que la luz del bien haga desaparecer en él tinieblas del egoísmo (....) el niño Dios nace allí donde se obra por inspiración del amor del Señor, donde se hace algo más que intercambiar regalos.
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de las reflexiones: El libro del Pueblo de Dios. Hojitas anteriores. J: A: Pagola. Fray Marcos. Dicc. Bíblico.
Círculo
Bíblico San José
“Tu palabra es una lámpara a mis
pies y una luz en mi camino” Sal
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