Lecturas del 27-05-12
”– Ciclo B –
Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían:
«¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.» Palabra de Dios.
Salmo 103
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían:
«¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.» Palabra de Dios.
Salmo 103
R. Señor, envía tu Espíritu y renueva la superficie de la tierra.
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor! la tierra está llena de tus criaturas! R.
Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra. R.
¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras! que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el Señor. R. 1º carta Pablo a los corintios 12, 3b-7. 12-13
Hermanos: Nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: «Maldito sea Jesús.» Y nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. Palabra de Dios.
Secuencia
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.
Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.
Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma suave alivio de los hombres.
Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto.
Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles.
Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente.
Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas.
Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.
Concede a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados.
Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.
Santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado.
¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras! que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el Señor. R. 1º carta Pablo a los corintios 12, 3b-7. 12-13
Hermanos: Nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: «Maldito sea Jesús.» Y nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. Palabra de Dios.
Secuencia
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.
Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.
Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma suave alivio de los hombres.
Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto.
Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles.
Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente.
Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas.
Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.
Concede a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados.
Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.
Santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado.
Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.»
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.» Palabra del Señor.
Reflexión:
Aparición a los discípulos,
donación del Espíritu
Pentecostés (cincuenta, es decir, cincuenta días después de la Pascua) era, en Israel, la fiesta de la recolección. De agraria se convierte, más tarde, en fiesta histórica: en ella se recordaba la promulgación de la ley sobre el Sinaí. Recibía también el nombre de de “Fiesta de las semanas” (7x7 días después de la Pascua). En ese día la ciudad de Jerusalén se llenaba de creyentes judíos venidos a la festividad desde diferentes lugares de la diáspora.
Los cristianos conmemoramos en Pentecostés la donación del Espíritu. En Hechos 2, 1-21 se nos relata cómo los discípulos de Jesús, estando reunidos, temerosos y sin saber qué hacer, el día de Pentecostés reciben el don del Espíritu que les llevará a proclamar la buena nueva a todos aquellos que se encontraban en la ciudad. La comunidad de los discípulos es presentada como el nuevo pueblo de Dios lleno de Espíritu que da testimonio de Jesús, el Mesías. De ahí que Pentecostés sea también la fiesta del nacimiento de la Iglesia.
En los discípulos de Jesús no existía la más mínima predisposición para la fe en la resurrección. Lo prueba claramente María Magdalena y de Pedro ante el sepulcro vacío y, sobre todo, la actitud de Tomás. La muerte de Jesús había sido un golpe duro para ellos. El enfrentamiento con los jefes del pueblo y las autoridades romanas los aterraba.
Este relato está pensado desde el cumplimiento de las promesas de Jesús: “Volveré a ustedes” “les enviaré el Espíritu Santo y tendrán paz”. Jesús les desea la paz, el shalom, es decir, integridad de vida, salud, búsqueda de justicia y armonía personal y social.
Les manda, además, continuar la misión, que precisamente le había llevado a la muerte ignominiosa que tanto les asusta.
La misión de la comunidad como la de Jesús, es liberar, dar paz, perdonar, amnistiar, dar vida hasta la entrega total. De Él recibe esta misión y el Espíritu para llevar adelante.
Cada cristiano es un enviado de Jesús. La llamada a la fe y a la comunidad es, al mismo tiempo, llamada a la misión. Hemos sido elegidos por Jesús para realizar el proyecto de Dios con Él. Pero la llamada/envío se remonta más arriba, hasta el mismo Dios: “Como el Padre me envió a mí, así los envió yo a ustedes”. Es decir, cada cristiano es otro Jesús, que recibe su misma misión de parte de Dios. Somos enviados de Dios, embajadores del Padre, sus mensajeros, en compañía de Jesús, en la construcción de la nueva humanidad.
Y no hay excusas para la misión. Los primeros enviados “estaban con las puertas atrancadas “por miedo a los judíos y autoridades, carecían de paz y tenían pocas miras. Humanamente no estaban preparados. No daban la talla. Sin embargo, ellos son los elegidos. Ellos son lo que tienen que proseguir la causa de Jesús. Ellos son los que tienen que perdonar y dar vida.
“Reciban el Espíritu Santo”. Así comprendieron y renacieron a la vida. Y se fueron por todo el mundo. Y supieron perdonar. Rompieron las barreras del miedo y las puertas de la pequeña comunidad. Experimentaron la paz en la misión y en el compromiso. Y se sintieron llamados a la resurrección.
La misión cristiana no es una orden sino un fuego interior. El amor misionero del padre y de Jesús, y el nuestro, es el Espíritu Santo. Quema mucho para purificarnos. Arde fuerte para darnos vida. Nos pone en movimiento, para crear más vida. El Espíritu Santo sabe que la misión es dura, porque no luchamos contra enemigos de carne y hueso sino contra estructuras de opresión y dominación. Pero Él nos hace capaces de perdonar pecados, es decir, de destrozar la injusticia, derribar la mentira, quebrar la oscuridad y dar vida. Él nos hace descentrarnos de nuestros fallos y descubrir nuestros auténticos pecados, y así no hay paz ni somos capaces de llevar adelante el proyecto de Dios. El Espíritu que se nos da nos hace ser personas resucitadas, llenas de paz, perdón y vida.
Bajo la inspiración del Espíritu Santo los discípulos encuentran el lenguaje apropiado para ese anuncio. No se trata de emplear un solo idioma, sino de ser capaces de entenderse. Cada uno comprende en su lengua, desde su mundo cultural. Por consiguiente, la evangelización no consiste en una uniforme impuesta, sino en la fidelidad al mensaje y el entendimiento en la diversidad. Eso es la Iglesia, una comunión; en ella cada miembro tiene una función. Todos cuentan y deben, por lo tanto, ser respetados en sus carismas. Coraje para decir el Evangelio y verdadero sentido de la comunión eclesial, a eso nos llama la fiesta de Pentecostés.
Vivir sin Espíritu, vivir sin haber resucitado. Los que nos consideramos creyentes vivimos a menudo, como los discípulos del Evangelio: “al anochecer”, “con las puertas cerradas”, “llenos de miedo”, temerosos de las “autoridades”. Estamos inmersos en la vieja creación. No hemos visto ni experimentamos al resucitado. La humanidad nueva parece ausente de nuestras vidas.
Necesitamos que el Señor resucitado se haga presente y nos transmita el soplo creador del Espíritu que nos infunda aliento de vida, porque la fe en el Espíritu es fe liberadora. Pbro. Daniel Silva.
Ven Espíritu Santo, ven padre de los pobres, ven fuego divino, ven.
Hoy:
No hace falta que te digan que estamos en una época difícil, que hoy no es sencillo vivir, que muchas veces a todos nos ataca el desaliento, que nos cuesta querernos comunicarnos y ayudarnos, que cada uno piensa demasiado en sí mismo, que no reconocemos fácilmente el amor de Dios en nuestra propia vida, que hay viejos rencores y heridas que nos cuesta sanar, que por ahí nos sentimos insatisfechos, que otras veces no sabemos para qué trabajamos, para qué nos estamos esforzando, para qué vivimos en realidad. O quizás en el fondo nos sentimos solos, con una oculta tristeza.
Nada puede negar que algunas de estas cosas aniden en nuestro corazón.
Pero para solucionar este profundo problema, para vivir con intensidad y con armonía, necesitamos algo, hay algo que nos falta.
En definitiva, nos falta “espíritu”. A nuestras existencias les falta el fuego, la luz, la vitalidad, la fortaleza, el empuje, la paz del Espíritu Santo. Y en el fondo, todo nuestro ser está sediento de Él, de su presencia, de su río de vida. Entonces proclamamos nuestra oración:
Dios nuestro, Espíritu inasible, Luz de toda luz, Amor que está en todo amor, Fuerza y Vida que alienta en toda la Creación: derrámate hoy de nuevo sobre toda la creación y sobre todos los pueblos, para que buscándote más allá de los diferentes nombres con que te invocamos, podamos encontrarte, y podamos encontrarnos, en Ti, unidos en amor a todo lo que existe. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos.
Nada puede negar que algunas de estas cosas aniden en nuestro corazón.
Pero para solucionar este profundo problema, para vivir con intensidad y con armonía, necesitamos algo, hay algo que nos falta.
En definitiva, nos falta “espíritu”. A nuestras existencias les falta el fuego, la luz, la vitalidad, la fortaleza, el empuje, la paz del Espíritu Santo. Y en el fondo, todo nuestro ser está sediento de Él, de su presencia, de su río de vida. Entonces proclamamos nuestra oración:
Dios nuestro, Espíritu inasible, Luz de toda luz, Amor que está en todo amor, Fuerza y Vida que alienta en toda la Creación: derrámate hoy de nuevo sobre toda la creación y sobre todos los pueblos, para que buscándote más allá de los diferentes nombres con que te invocamos, podamos encontrarte, y podamos encontrarnos, en Ti, unidos en amor a todo lo que existe. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos.
Espíritu Santo, Divino Consolador y Huésped de mi alma, te adoro, te alabo y te bendigo.
Me consagro hoy de nuevo a Ti, para que me invadas con tu gracia, ordenes mis facultades y sentidos, me ilumines, fortalezcas, serenes y bendigas.
Espíritu Santo, San Agustín:
Ven a mí, Espíritu Santo, Espíritu de sabiduría: dame mirada y oído interior, para que no me apegue a las cosas materiales, sino que busque siempre las realidades del Espíritu.
Ven a mí, Espíritu Santo, Espíritu de amor: haz que mi corazón siempre sea capaz de más caridad.
Ven a mí, Espíritu Santo, Espíritu de verdad: concédeme llegar al conocimiento de la verdad en toda su plenitud.
Ven a mí, Espíritu Santo, agua viva que lanza a la vida eterna: concédeme la gracia de llegar a contemplar el rostro del Padre en la vida y en la alegría sin fin.
Lecturas de la Semana
Lunes 28: Hech.1, 12-14;Sal Jdt. 13, 18. 19; Jn. 19,25-27.
Martes 29: 1 Pe. 1, 10-16; Sal 97; Mc. 10, 28-31.
Miércoles 30: 1Pe. 1, 18-25; Sal 147; Mc. 10, 32-45.
Jueves 31: Rm. 12, 9; 16; Sal Is. 12, 2-3.4.5-6; Lc. 1, 39-56.
Viernes 1: 1Pe. 4, 7-13; Sal 95; Mc. 11, 11-26.
Sábado 2: Js. 17, 20b-25; Sal 62; Mc. 11, 27-33.
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de las lecturas: El libro del Pueblo de Dios. Unos momentos con Jesús y María. www.corazones.org
Círculo Peregrino: queremos compartir con vos la Palabra del Señor, por eso podemos ir a tu casa a visitarte a vos o algún familiar enfermo.
Lectio Divina: También podes venir para compartirla el primer sábado de cada mes a las 16 hs. en:
Círculo Bíblico San José
Parroquia San José:
Brandsen 4970 Villa Domínico.