Intención para la evangelización ‐

Intenciones de oración de Enero: Por el don de la diversidad en la Iglesia El Papa Francisco pide rezar al Espíritu Santo “para que nos ayude a reconocer el don de los diferentes carismas dentro de las comunidades cristianas y a descubrir la riqueza de las diferentes tradiciones rituales dentro de la Iglesia Católica”.

"Todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre"

"Todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre" Mt 7, 7-8. No sé qué quería, pero había algo en mí que me movía a buscar, tal vez que las cosas tengan sentido, y te encontré. Me cuestionaba sobre la vida y me diste tu sabiduría para que pueda encontrar alegría y paz. Ante mis miedos y dudas, te pido que me acompañes en mi peregrinar y me das tu Espíritu Santo, el mismo que te acompaño a vos, hoy me acompaña a mí, me asiste y guía. Hoy sigo buscando más de tu Palabra, de la Verdad y el camino, con la confianza puesta en vos, Dios mío, sé que estás presente en mi vida. Ven Señor Jesús, te necesito.

Del libro de la Sabiduría 6, 12-16

Del libro de la Sabiduría 6, 12-16: La Sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo: se deja contemplar fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la buscan. Ella se anticipa a darse a conocer a los que la desean. El que madruga para buscarla no se fatigará, porque la encontrará sentada a su puerta. Meditar en ella es la perfección de la prudencia, y el que se desvela por su causa pronto quedará libre de inquietudes. La Sabiduría busca por todas partes a los que son dignos de ella, se les aparece con benevolencia en los caminos y le sale al encuentro en todos sus pensamientos.

viernes, 15 de agosto de 2014

Vigésimo domingo durante el año – Ciclo A –





«Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» 

Lecturas del 17-08-14


Libro del profeta Isaías 56, 1. 6-7
Así habla el Señor: Observen el derecho y practiquen la justicia, porque muy pronto llegará mi salvación y ya está por revelarse mi justicia.  
 Y a los hijos de una tierra extranjera que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y para ser sus servidores, a todos los que observen el sábado sin profanarlo y se mantengan firmes en mi alianza, yo los conduciré hasta mi santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptados sobre mi altar, porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos. Palabra de Dios.

Salmo 66
R. ¡Que los pueblos te den gracias, Señor,
 que todos los pueblos te den gracias!
El Señor tenga piedad y nos bendiga,  haga brillar su rostro sobre nosotros,  para que en la tierra se reconozca su dominio, y su victoria entre las naciones.  R.
Que canten de alegría las naciones, porque gobiernas a los pueblos con justicia y guías a las naciones de la tierra.  R.
¡Que los pueblos te den gracias, Señor,  que todos los pueblos te den gracias! Que Dios nos bendiga,  y lo teman todos los confines de la tierra.  R.
Pablo a los Romanos 11, 13-15. 29-32
Hermanos: A ustedes, que son de origen pagano, les aseguro que en mi condición de Apóstol de los paganos, hago honor a mi ministerio provocando los celos de mis hermanos de raza, con la esperanza de salvar a algunos de ellos. Porque si la exclusión de Israel trajo consigo la reconciliación del mundo, su reintegración, ¿no será un retorno a la vida? Porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables.  En efecto, ustedes antes desobedecieron a Dios, pero ahora, a causa de la desobediencia de ellos, han alcanzado misericordia. De la misma manera, ahora que ustedes han alcanzado misericordia, ellos se niegan a obedecer a Dios. Pero esto es para que ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos.    Palabra de Dios.

Evangelio según san Mateo 15, 21-28
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar:   «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio.» Pero él no le respondió nada. 
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos.» Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.» Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: « ¡Señor, socórreme! » 
Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros.» Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!» 
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó curada.  Palabra del Señor.

 Rectángulo redondeado: Dios mío: Abre mi espíritu y dame inteligencia, en vano leeré o escucharé tu Palabra si Tú no haces que penetre en mi corazón. Concédeme ardor para buscarla, docilidad para aceptarla y fidelidad para cumplirla. 
Amén

Reflexión 

El evangelio de este domingo empieza nombrando los lugares donde se encontraba Jesús, Tiro y Sidón, estas regiones eran habitadas por los gentiles. Tiro era la Metrópoli de los cananeos y Sidón el límite de la región por el lado norte.
Es importante saber que los cananeos habían sido expulsados por los judíos, quienes decían que estos pervertían al pueblo judío, y por eso los judíos les llamaban “perros”. También es importante recordar que en tiempos de Jesús la mujer era marginada de la vida pública y por eso, es doblemente importante esta presentación de Mateo: el evangelista resalta el lugar de procedencia de la mujer cuando dice: Entonces una mujer cananea Además, es una mujer abandonada (porque no tiene un marido que interceda por su hija y debe hacerlo sola) y es gentil, o sea no pertenece al Pueblo de Israel.

Una mujer cananea se puso a gritar (1). Si Jesús hubiera escuchado a la mujer cananea a la primera petición, sólo habría conseguido la liberación de la hija. Habría pasado la vida con menos problemas. Pero todo hubiera acabado en eso y al final madre e hija morirían sin dejar huella de sí. Sin embargo, de este modo su fe creció, se purificó, hasta arrancar de Jesús ese grito final de entusiasmo: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas". Desde aquel instante, constata el Evangelio, su hija quedó curada. Pero, ¿qué le sucedió durante su encuentro con Jesús? Un milagro mucho más grande que el de la curación de la hija. Aquella mujer se convirtió en una "creyente", una de las primeras creyentes procedentes del paganismo. Una pionera de la fe cristiana. Nuestra predecesora... La mujer Cananea se presenta siempre como maestra de perseverancia y oración.        

Quien observara el comportamiento y las palabras que Jesús dirigió a aquella pobre mujer que sufría, podía pensar que se trataba de insensibilidad y dureza de corazón. ¿Cómo se puede tratar así a una madre afligida? Pero ahora sabemos lo que había en el corazón de Jesús y que le hacía actuar así. Sufría al presentar sus rechazos, trepidaba ante el riesgo de que ella se cansara y desistiera. Sabía que la cuerda, si se estira demasiado, puede romperse. De hecho, para Dios también existe la incógnita de la libertad humana, que hace nacer en él la esperanza. Jesús esperó, por eso, al final, manifiesta tanta alegría. Es como si hubiera vencido junto a la otra persona. Dios, por tanto, escucha incluso cuando... no escucha.

Dios hace que el objeto de nuestra oración se eleve; que de lo material pasemos a lo espiritual, de lo temporal a lo eterno, de los pequeño a lo grande. De este modo, puede darnos mucho más de lo que le habíamos pedido en un primer momento…               

San Agustín era un gran admirador de la Cananea. Aquella mujer le recordaba a su madre, Mónica. También ella había seguido al Señor durante años, pidiéndole la conversión de su hijo. No se había desalentado por ningún rechazo. Había seguido al hijo hasta Italia, hasta Milán, hasta que vio que regresaba al Señor. En uno de sus discursos, recuerda las palabras de Cristo: "Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; tocad y se os abrirá", y termina diciendo: "Así hizo la Cananea: pidió, buscó, tocó a la puerta y recibió". Hagamos nosotros también lo mismo y también se nos abrirá.  (1)   P. Raniero Cantalamessa

Fe. Paciencia. Humildad. Debemos destacar tres aspectos importantes de esta mujer cananea:
En primer lugar: reconocer a Jesús como Dios, y por su fe en Dios, ella creía que Jesús podía sanar a su hija y por eso acude a Él y se arrodilla delante de Él para adorarle.
En Segundo lugar la paciencia: porque a pesar de ser despreciadas sus súplicas ella continúa implorando la misericordia de Dios.

Y en tercer lugar la humildad: para conformarse con las migas de pan que caen al suelo de la mesa del Señor, esas migas son suficientes para alimentar y llenar las necesidades de esta mujer.
Después de ver estas actitudes de la mujer cananea Jesús le dice: ¡Mujer, tú sí que tienes confianza en Dios! Lo que me has pedido se hará.
Jesús hace énfasis en la confianza de la mujer en Dios, esto para que los que están viendo aprenden como la fe y la confianza en Dios pueden romper cualquier barrera.
Nosotros, sí queremos servir al Señor, hemos de desear y pedirle con insistencia la virtud de la humildad. Nos ayudará a desearla de verdad el tener siempre presente que el pecado capital opuesto, la soberbia, es lo más contrario a la vocación que hemos recibido del Señor, lo que más daño hace a la vida familiar, a la amistad, lo que más se opone a la verdadera felicidad... Es el principal apoyo con que cuenta el demonio en nuestra alma para intentar destruir la obra que el Espíritu Santo trata incesantemente de edificar.
Con todo, la virtud de la humildad no consiste sólo en rechazar los movimientos de la soberbia, del egoísmo y del orgullo. De hecho, ni Jesús ni su Santísima Madre experimentaron movimiento alguno de soberbia y, sin embargo, tuvieron la virtud de la humildad en grado sumo. La palabra humildad tiene su origen en la latina humus, tierra; humilde, en su etimología, significa inclinado hacia la tierra; la virtud de la humildad consiste en inclinarse delante de Dios y de todo lo que hay de Dios en las criaturas. En la práctica, nos lleva a reconocer nuestra pequeñez ante Dios. Los santos sienten una alegría muy grande en anonadarse delante de Dios y en reconocer que sólo Él es grande, y que en comparación con la suya, todas las grandezas humanas están lejos de ese ideal.

La humildad se fundamenta en la verdad, sobre todo en esta gran verdad: es infinita la distancia entre la criatura y el Creador. Por eso, frecuentemente hemos de detenernos para tratar de persuadirnos de que todo lo bueno que hay en nosotros es de Dios, todo el bien que hacemos ha sido sugerido e impulsado por Él, y nos ha dado la gracia para llevarlo a cabo.

Por la gracia de Dios.

“A la pregunta ‘¿cómo he de llegar a la humildad?” Corresponde la contestación inmediata: “Por la gracia de Dios”. Solamente la gracia de Dios puede darnos la visión clara de nuestra propia condición y la conciencia de su grandeza que origina la humildad”.

Quien es humilde no necesita demasiadas alabanzas y elogios en su tarea, porque su esperanza está puesta en el Señor; y Él es, de modo real y verdadero, la fuente de todos sus bienes y su felicidad: es Él quien da sentido a todo lo que hace. “Una de las razones por las que los hombres son tan propensos a alabarse, a sobreestimar su propio valor y sus propios poderes, a resentirse de cualquier cosa que tienda a rebajarlos en su propia estima o en la de otros, es porque no ven más esperanza para su felicidad que ellos mismo. Por esto son a menudo tan susceptibles, tan resentidos cuando son criticados, tan molestos para quien les contradice, tan insistentes en salirse con la suya, tan ávidos de ser conocidos, tan ansiosos de alabanza, tan determinados a gobernar su medio ambiente. Se afianzan en sí mismos como el náufrago que se sujeta a una paja. Y la vida prosigue, y cada vez están más lejos de la felicidad...”.
Quien lucha por ser humilde no busca ni elogios ni alabanzas; y si llega procura enderezarlos a la gloria de Dios, autor de todo bien. La humildad se manifiesta no tanto en el desprecio como en el olvido de sí mismo, reconociendo con alegría que no tenemos nada que no hayamos recibido, y nos lleva a sentirenos hijos pequeños de Dios que encuentran toda la firmeza en la mano fuerte de su Padre.               

Nada tiene que ver la humildad con la timidez, la pusilanimidad o con una vida mediocre y sin aspiraciones. La humildad descubre que todo lo bueno que existe en nosotros, tanto en el orden de la naturaleza como en el orden de la gracia, pertenece a Dios, porque de su plenitud hemos recibido todos; y tanto don nos mueve al agradecimiento.        



Francisco: En el Amor de Dios
un mundo mejor es posible


El Papa Francisco nos dice que Jesús invita a todos a ir hacia Él, especialmente a los que sufren más y a quienes tienen el “corazón vacío y sin Dios”.

La indiferencia: ¡Cuánto daño hace a los necesitados la indiferencia humana! Y aún peor la de los cristianos. En los márgenes de la sociedad hay muchos hombres y mujeres probados por la indigencia, pero también por las insatisfacciones de la vida y las frustraciones. 

Una vez que recibimos el alivio y consuelo de Cristo, “estamos llamados también nosotros a ser alivio y consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del Maestro”.

Las Bienaventuranzas son el camino que Dios muestra como respuesta al deseo de felicidad inherente en el hombre, y perfeccionan los mandamientos de la Antigua Alianza…

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.        

"Lo importante no es mirar desde lejos o ayudarlo desde lejos, sino ir al encuentro. Eso es lo cristiano, lo que nos enseña Jesús. Ir al encuentro de los más necesitados. Como Jesús que iba siempre al encuentro de la gente. Él iba a encontrarlos".

“Nunca se dejen vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; que está entre nosotros”.            

“Y, por favor, ¡no se dejen robar la esperanza!, ¡no dejen robar la esperanza! Esa que nos da Jesús”.         

"Les quiero pedir un favor: caminemos todos juntos, cuidémonos los unos a los otros, cuídense entre ustedes, no se hagan daño; ¡cuídense! Cuiden la vida, cuiden la familia, cuiden la naturaleza, cuiden los niños, cuiden a los viejos. Que no haya odio, que no haya peleas. Dejen de lado la envidia y no le saquen el cuero a nadie; dialoguen, vayan creciendo en el corazón y acérquense a Dios".

“La paz no se puede comprar: es un don que hemos de buscar con paciencia y construir ‘artesanalmente’ mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana”.
“El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre del cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza”, señaló.


Rectángulo redondeado: “Santo Espíritu de Dios, si me unges con tu fuerza y tu poder al mundo nada tengo que temer, mora en mí, mora en mí, soy de ti, soy de ti, mora en mí, mora en mí, quiero ser lleno de tu luz, mora en mi.”

 Aclaración: Se han utilizado para la preparación de esta hoja: El libro del Pueblo de Dios. Reflexiones del P. Fidel Oñoro, Centro Bíblico del CELAM.

domingo, 10 de agosto de 2014

Décimo noveno domingo durante el año – Ciclo A –

 

 
«Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»
 
Lecturas del 10-08-14
 
 
Primer libro de los Reyes 19, 9a. 11-13ª
Habiendo llegado Elías a la montaña de Dios, el Horeb, entró en la gruta y pasó la noche. Allí le fue dirigida la palabra del Señor. El Señor le dijo: «Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor.» 
Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. Palabra de Dios.
 
Salmo 84 
 
R. Manifiéstanos, Señor, tu misericordia,
 y danos tu salvación.
Voy a proclamar lo que dice el Señor: el Señor promete la paz,  la paz para su pueblo y sus amigos. Su salvación está muy cerca de sus fieles,  y la Gloria habitará en nuestra tierra.  R.
El Amor y la Verdad se encontrarán,  la Justicia y la Paz se abrazarán; la Verdad brotará de la tierra  y la Justicia mirará desde el cielo.  R.
El mismo Señor nos dará sus bienes y nuestra tierra producirá sus frutos. La Justicia irá delante de él, y la Paz, sobre la huella de sus pasos.  R.
  
San Pablo a los cristianos de Roma 9, 1-5 
Hermanos: Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza. 
Ellos son israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las promesas. A ellos pertenecen también los patriarcas, y de ellos desciende Cristo según su condición humana, el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente. Amén.  Palabra de Dios.
 
Evangelio según san Mateo 14, 22-33 
Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.            
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron.
«Es un fantasma,» dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. 
Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman.»  Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua.» «Ven,» le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame.» En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios.» Palabra del Señor.
 
 
Rectángulo redondeado: Ven, Espíritu Santo, mi vida se halla en la tempestad, los vientos egoístas me empujan a donde
 no quiero ir, no consigo resistir su fuerza. Soy débil y falto de fuerzas. Tú eres la energía que da la vida, Tú eres mi fortaleza, mi fuerza y mi grito de plegaria. Ven Espíritu Santo, desvélame el sentido de las Escrituras, devuélveme la paz, la serenidad y el gozo de vivir. Amén
 
Reflexión:
Jesús camina sobre las aguas
 
Este relato evangélico posee un tinte claramente eclesial y evidencia la particular preocupación eclesiológica de Mateo después de la resurrección de Jesús: Él está lejos, mientras ellos se encuentran en la noche merced del mar y de los vientos.  Las olas y el mar representan en el Antiguo Testamento las fuerzas del mal que Dios vence con su poder.  Aquí es Jesús quien vence a esta fuerza maligna. Su manifestación a los discípulos tiene los rasgos de los relatos de las apariciones del resucitado: la escena tiene lugar de noche, lo mismo que la resurrección del Señor; Jesús viene a los suyos; los discípulos creen ver un fantasma; Jesús afirma su identidad y da el saludo y  paz: “Soy yo, no tengan miedo”.
Es curioso que Mateo sólo habla de la oración de Jesús en dos ocasiones: aquí y en Getsemaní; y en ambos  casos sus oraciones precede a un momento de prueba: la prueba que soportan sus discípulos aquí, y la del mismo Jesús en su pasión.
 
El episodio y diálogo entre Jesús y Pedro, que sólo se encuentra en Mateo, revela la importancia que tiene este apóstol en el primer Evangelio.  En Mateo, Pedro aparece como portavoz del grupo de los doce, recibe una instrucción en privado y el encargo de una tarea singular en la Iglesia.  Ésta es la primera vez que Pedro aparece en el Evangelio como protagonista de un relato.  Y Mateo quiere resaltar la fragilidad de su fe.  Pedro, que aparece como modelo de todos los creyentes, se debate entre la confianza en Jesús y el temor que provocan las adversidades.
 
En la última escena, el desconcierto inicial de los discípulos se convierte en una confesión de fe: “Realmente eres Hijo de Dios”.  Estas palabras van acompañadas por unos gestos más fáciles de imaginar en una celebración litúrgica de la comunidad de Mateo que en una pequeña barca en medio del lago.  Las palabras pronunciadas por los discípulos son las mismas que las pronunciará Pedro en nombre de los doce y el centurión romano al pie de la cruz.  Esta confesión de fe refleja la convicción de la comunidad de Mateo, que reconozca a Jesús como Hijo de Dios frente a los judíos que dudaban de su divinidad.
 
El relato de la tempestad calmada contiene, pues, una enseñanza dirigida a la comunidad cristiana de todos los tiempos, para que afronte con valentía, como Pedro, el riesgo del encuentro con Jesús, y para que, sintiendo siempre su presencia, no vacile ni tenga miedo ante las dificultades que la acosan.
 
¿Por qué has dudado? No es fácil responder con sinceridad a esa pregunta que Jesús hace a Pedro en el momento mismo en que lo salva de las aguas: “¿Por qué has dudado?”.
Pedro comienza a hundirse! ¿Qué fue lo que pasó si ya prácticamente se había hecho el milagro? Que Pedro dudó, desconfió del Señor, dejó de mirar a Cristo y comenzó a mirarse a sí mismo y la fuerza del viento, y fue cuando todo se vino abajo: “Viendo el viento fuerte –nos dice el Evangelio– temió y, comenzando a hundirse, gritó: Señor sálvame”. Jesús lo toma entonces de la mano y le reprocha con dulzura su desconfianza: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Y es que para nuestro Señor es mucho más milagro, que tengamos fe, que confiemos siempre en Él ciegamente, a pesar de todos los obstáculos y adversidades de la vida, que hacernos caminar sobre los mares.
Pero, si somos sinceros, hemos de confesar que hay una distancia enorme entre el creyente que profesamos ser y el creyente que somos en realidad.  ¿Qué hacer al constatar en nosotros una fe a veces tan frágil y vacilante?
 
Lo primero es no desesperar  ni asustarse al descubrir en nosotros dudas y vacilaciones.  Las búsquedas de Dios se vive casi siempre en la inseguridad, la oscuridad y el riesgo.  A Dios se le busca a tiendas. Y no hemos de olvidar que muchas veces la fe genuina sólo puede aparecer como duda superada.
 
Por eso, lo importante es saber gritar como Pedro: Sálvame, Señor”.  Saber levantar hacia Dios nuestras manos, no sólo como gesto de suplica sino también como entrega confiada de quien se siente necesitado.  No olvidemos que la fe es un caminar sobre las aguas, pero con la posibilidad de encontrar siempre esa mano que nos salva del hundimiento total.
 
En contra de lo que a veces pensamos, no es malo el miedo que se despierta en nosotros cuando detectamos una situación de peligro o inseguridad.  En realidad es señal de alarma que nos pone en guardia ante aquello que puede, de alguna manera, destruirnos.
Ciertamente, cuando un creyente, acosado por el miedo, grita como Pedro: “Sálvame, Señor”, ese grito no hace desaparecer sus miedos y sus angustias.  Todo puede seguir igual.  Su fe no le dispensa de buscar soluciones a cada problema.  Sin embargo, todo cambia si en el fondo de su corazón se despierta la confianza en Dios.  Lo más importante, lo más decisivo de nuestro ser está a salvo.  Dios es una mano tendida que nadie puede quitar. La fidelidad y la misericordia de Dios están por encima de todo.  Por encima, incluso, de toda fatalidad y de toda culpa.
 
La verdadera fe.  Son muchos los creyentes que se han sentido y se sienten a la intemperie y cuya fe se ha visto y se ve desamparada en medio de una crisis y confusión general.  Con mayor o menor sinceridad, se preguntan: ¿Qué debemos creer? ¿A quién debemos escuchar? ¿Qué dogmas hay que aceptar? ¿Qué moral hay que seguir?
Sería una equivocación confundir la firmeza de nuestro creer con la mayor o menor seguridad de unas fórmulas dogmáticas, o con un saber que sabe explicar y argumentar lo que dice, o con una seguridad psicológica que nace de nosotros mismos o de nuestra autoestima o formación.
 
Mateo nos ha descrito la verdadera fe al presentar a Pedro caminando sobre las aguas acercándose a Jesús.  Así es siempre la verdadera fe.  Caminar sobre agua y no sobre tierra firme.  Apoyar nuestra existencia en Dios y no en nuestras propias razones, argumentos o seguridades.
 
Y ésta era la lección que nos quería dejar: la necesidad de la FE y de una confianza absoluta en su gracia y en su poder. ¡Esa es la verdadera causa de los milagros! Cuando Jesús iba a obrar cualquier curación –pensemos en el paralítico, en el leproso, en el ciego de nacimiento, en la hemorroísa, en la resurrección de la hija de Jairo, en el siervo del centurión y en muchos otros más– la primera condición que pone es la de la fe y la confianza en Él. Y precisamente así termina este pasaje del lago: “Ellos se postraron ante Él, diciendo: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios”. Una maravillosa profesión de fe. Si nosotros tenemos fe en Jesús, no sólo caminaremos sobre las aguas, sino que seremos capaces de cosas aún mucho más importantes...
 
Fe
Tener fe es aceptar la palabra de otro, entendiéndola y confiando que es honesto y por lo tanto que su palabra es veraz. El motivo básico de toda fe es la autoridad (el derecho de ser creído) de aquel a quien se cree. Se trata de fe divina cuando es Dios a quien se cree. Se trata de fe humana cuando se cree a un ser humano.  
Hay lugar para ambos tipos de fe (divina y humana) pero en diferente grado. A Dios le debemos fe absoluta porque Él tiene absoluto conocimiento y es absolutamente veraz.
"La fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo es también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada"-JP II
 

 
Francisco:
En el Amor de Dios un mundo mejor es posible
 
“Aprendan las Bienaventuranzas”
 
Las Bienaventuranzas son el camino que Dios muestra como respuesta al deseo de felicidad inherente en el hombre, y perfeccionan los mandamientos de la Antigua Alianza. Estamos acostumbrados a aprender los diez mandamientos, seguro, todos ustedes lo saben. En la catequesis los aprendieron. Pero no estamos acostumbrados a aprender las bienaventuranzas. Vamos a probar de recordarlas y grabarlas en nuestros corazones…
 
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.          
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.       
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.       
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. 
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.    
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.                 
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.       
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.            
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.      (AICA)
 
 
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de esta hoja: El libro del Pueblo de Dios. Reflexiones del P. Fidel Oñoro, Centro Bíblico del CELAM. P. Daniel Silva. P. Sergio A. Cordova, Catholic.net