Lecturas del 28 - 08 – 16 – Ciclo C –
Libro Eclesiástico 3, 17-18. 20.
28-29
Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios. Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor, porque el poder del Señor es grande y él es glorificado por los humildes. No hay remedio para el mal del orgulloso, porque una planta maligna ha echado raíces en él. El corazón inteligente medita los proverbios y el sabio desea tener un oído atento. Palabra de Dios.
Salmo 67
R. Señor, tu eres bueno con los pobres.
Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios. Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor, porque el poder del Señor es grande y él es glorificado por los humildes. No hay remedio para el mal del orgulloso, porque una planta maligna ha echado raíces en él. El corazón inteligente medita los proverbios y el sabio desea tener un oído atento. Palabra de Dios.
Salmo 67
R. Señor, tu eres bueno con los pobres.
Los
justos se regocijan, gritan de gozo delante del Señor y se llenan de
alegría. ¡Canten al Señor, entonen un himno a su Nombre! Su Nombre es «el
Señor.» R.
El
Señor en su santa Morada es padre de los huérfanos y defensor de las
viudas: él instala en un hogar a los solitarios y hace salir con
felicidad a los cautivos. R.
Tú
derramaste una lluvia generosa, Señor: tu herencia estaba exhausta y tú la
reconfortaste; allí se estableció tu familia, y tú, Señor, la afianzarás por tu bondad para con el pobre R
Carta a los Hebreos 12, 18-19. 22-24
Hermanos: Ustedes, en efecto, no se han acercado a algo tangible: fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, tempestad, sonido de trompeta, y un estruendo tal de palabras, que aquellos que lo escuchaban no quisieron que se les siguiera hablando.
Ustedes, en cambio, se han acercado a la montaña de Sión, a
Santo Evangelio según san Lucas 14, 1.
7-14
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: «Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: "Déjale el sitio", y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: "Amigo, acércate más", y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.»
Después dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!» Palabra del Señor.
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: «Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: "Déjale el sitio", y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: "Amigo, acércate más", y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.»
Después dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!» Palabra del Señor.
Dios
nuestro, Padre de la luz, tú has enviado al mundo tu Palabra, sabiduría que
sale de tu boca, Tú has querido que tu propio Hijo, Palabra eterna que procede
de ti (Jn 1,1-14), se hiciera carne y viviera en medio de tu pueblo.
Envía
ahora tu Espíritu sobre nosotros: Que Él nos dé un corazón oyente (1 Re 3,9),
nos permita encontrarte en tus Santas Escrituras y engendre tu Verbo en
nosotros. Amén
Reflexión:
Jesús lleva a repensar la vida. Un buen maestro siempre está enseñando. Como lo
hemos venido notando en nuestra lectura del evangelio de Lucas en los domingos
anteriores, Jesús en su camino hacia Jerusalén encontró en las diversas
circunstancias de la vida cotidiana, la posibilidad de transmitir sus
enseñanzas.
Lo
importante es que al interior de cada una de las esferas de la vida humana,
Jesús va introduciendo la semilla del Reino que genera una verdadera revolución
en las maneras de pensar y en los hábitos del comportamiento ya previamente
establecidas por la cultura en sus diversos ámbitos. Jesús nos lleva a
repensar la vida, no con simples frases de afecto sino con meditaciones
profundas sobre la vida.
Jesús
entra en la vida cotidiana ya configurada por cada persona y su sociedad,
cuestiona y propone. Y en esta dinámica hace emerger de dentro de las
conciencias desnudas la fuerza renovadora del Reino, mano creadora de su Padre
en medio del mundo, y del impulso arrollador del Espíritu de amor que moldea la
vida según el querer de Dios.
Jesús está en una comida. Allí cada una de sus acciones queda retratada por la
lente pública, sobre todo por aquellos que ya lo consideran una persona
incómoda: “Y sucedió que, habiendo ido en sábado a casa de uno de los jefes de
los fariseos para comer, ellos le estaban observando”.
En
torno a la comida en común se viven los grandes valores de la relacionalidad.
No es simplemente el hecho “funcional” de alimentarse; en la comida compartida
se ejerce la hospitalidad, se teje la amistad, se experimenta la gracia del
compartir, se abre el corazón. Su anfitrión es “uno de los jefes de los
fariseos”. Jesús también evangeliza estos “altos niveles” de la sociedad
entrando hasta el comedor de sus propias casas.
Jesús
pasa de “observado” a “observador”. A partir del análisis de dos puntos
importantes del mundo de la etiqueta en los banquetes, la distribución de los
puestos en la mesa y la lista de los invitados, Jesús saca dos lecciones
importantes para la vida de sus discípulos. Todo se coloca bajo una nueva
lente. El problema no está en lo externo sino en la motivación interna: el
honor.
Una observación: “Los invitados elegían los primeros puestos”.
¿Qué hay detrás de este comportamiento? Una de las necesidades humanas es
la estima. Esto se percibe en la aspiración al reconocimiento. El problema es
cuando se busca ser superiores a los demás, tener posiciones más altas, estar
más adelante. Esto último es lo que Jesús ve en los comensales de aquella mesa:
quieren los puestos más visibles (a la cabecera de la mesa), los que indican
superioridad.
Esto
que sucede en las comidas formales también sucede en la convivencia humana y en
todos los estratos sociales. No es fácil reconocerles a las otras personas
nuestros mismos derechos y nuestro mismo valor. En esta feria de las vanidades,
aparece el deseo de la afirmación personal mediante la comparación: lo nuestro
es superior o mejor que lo de los otros. De esta comparación proviene un
criterio errado de valoración.
Bajo la mirada de Dios: De ahí que el verdadero lugar del hombre es el
que ocupa ante Dios y no el que puede ganar esforzándose en su propia
promoción.
Lo
mismo vale para las relaciones entre nosotros. Hay que evitar la autopromoción
y más bien actuar desde la humildad, no nos corresponde a nosotros sino a los
otros la promoción. La última palabra sobre el valor de las personas la
tiene Dios. Esto ya lo había dicho María en el Magníficat: “Derribó a los
potentados de sus tronos y exaltó a los humildes” (Lc. 1,52).
Todas
estas actitudes provienen del fondo del corazón, por eso se retoma como
conclusión de la parábola de la oración del fariseo y el publicano: “Todo el
que se eleve será humillado; y el que se humille será elevado”.
La
lección se volverá a escuchar en la última cena, donde irónicamente los
discípulos van a pelear por los puestos; Jesús les responderá con un llamado al
servicio humilde, de lo cual Él es el mejor ejemplo: “¿Quién es mayor, el que
está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en
medio de vosotros como el que sirve” (Lc. 22,27).
Humanizar la vida. Sin excluir. Una vez más, Jesús se esfuerza por
humanizar la vida rompiendo, si hace falta, esquemas y criterios de actuación
que nos pueden parecer muy respetables, pero que, en el fondo, están indicando
nuestra resistencia a construir ese mundo más humano y fraterno, querido
por Dios.
De ordinario, vivimos instalados en un círculo de relaciones familiares, sociales, políticas o religiosas con las que nos ayudamos mutuamente a cuidar de nuestros intereses dejando fuera a quienes nada nos pueden aportar. Invitamos a nuestra vida a los que, a su vez, nos pueden invitar. Eso es todo.
De ordinario, vivimos instalados en un círculo de relaciones familiares, sociales, políticas o religiosas con las que nos ayudamos mutuamente a cuidar de nuestros intereses dejando fuera a quienes nada nos pueden aportar. Invitamos a nuestra vida a los que, a su vez, nos pueden invitar. Eso es todo.
Esclavos
de unas relaciones interesadas, no somos conscientes de que nuestro bienestar
solo se sostiene excluyendo a quienes más necesitan de nuestra solidaridad
gratuita, sencillamente, para poder vivir. Hemos de escuchar los
gritos evangélicos del Papa Francisco en la pequeña isla de
Lampedusa: “La cultura del bienestar nos hace insensibles a los gritos de
los demás”. “Hemos caído en la
globalización de la indiferencia”. “Hemos perdido el sentido de la
responsabilidad”.
Los
seguidores de Jesús hemos de recordar que abrir caminos al Reino de Dios no
consiste en construir una sociedad más religiosa o en promover un sistema
político alternativo a otros también posibles, sino, ante todo, en generar
y desarrollar unas relaciones más humanas que hagan posible unas
condiciones de vida digna para todos empezando por los últimos.
Hay
que vencer el exclusivismo y los prejuicios, el corazón debe ensancharse para
darle espacio a todos, especialmente a los desfavorecidos, los abandonados, los
que sufren, y acogerlos con amor, haciéndolos parte de nuestra propia vida.
Esta
es la comunión que anticipa el modo de vivir definitivo en la resurrección.
“Jesús
misericordioso en vos confío”
Amén
Septiembre
Mes de la Biblia
"Felices
los misericordiosos" Mt. 5,7
¿Dónde nos podemos encontrar hoy con Dios?
Para
el cristiano la persona de Jesucristo es el centro que da sentido a su vida. Ya
es común recordar la frase del Santo Padre en Aparecida: “No se comienza a ser
cristiano, nos decía, por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la
vida y, con ello, una orientación decisiva” (Ap. 243). Ahora bien, la pregunta
importante es saber:
¿Dónde me encuentro hoy con Jesucristo?
Esta
pregunta nos permite descubrir uno de
los modos que él ha elegido para permanecer con nosotros, su Palabra,
que es la Palabra
de Dios.
Esta
presencia de Jesucristo a través de su Palabra no tiene sólo un contenido
doctrinal, sino que es para nosotros un acontecimiento que nos permite hoy
entrar en comunión viva con él. La
Biblia no es un libro del pasado, algo histórico, sino un
acontecimiento que se hace presencia para quién la lee con un corazón abierto,
este es el principio de la fe.
Oración del Papa Francisco para
el Jubileo de la Misericordia
Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a
ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo
ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo
y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la
felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la
traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche
como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don
de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre
invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el
perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor,
resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros
fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los
que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque
a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos
con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un
año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo,
llevar la Buena Nueva
a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir
la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María,
Madre de la Misericordia , a
ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los
siglos. Amén.
Aclaración: Se han
utilizado para la preparación de las reflexiones: El libro del Pueblo de Dios. Misioneros
Oblato y reflexión de J. A. Pagola.
Lectio Divina: los Sábados 16 hs. en:
Círculo Bíblico San José
Parroquia San José: Brandsen 4970
V.
Domínico.
Si querés
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.
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