“Reconocer la presencia de Jesús en
nuestras vidas”
Ciclo A
Lecturas del 30-04-17
Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y que abra mis
ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guíe y asista al meditar tus
enseñanzas, para que tu Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la Verdad completa. Amén
Hechos de los Apóstoles 2, 14. 22-33
El día de Pentecostés, Pedro poniéndose de pie con
los Once, levantó la voz y dijo: «Hombres de Judea y todos los que habitan
en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido.
Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante
ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos
conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la
previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio
de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la
muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él. En efecto,
refiriéndose a él, dijo David: Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él
está a mi derecha para que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi
lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza,
porque tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la
corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de
gozo en tu presencia.
Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción. A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen.» Palabra de Dios.
Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción. A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen.» Palabra de Dios.
Salmo 15
R. Señor, me harás conocer el camino
de la vida.
Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti. Yo digo
al Señor: «Señor, tú eres mi bien.» El Señor es la parte de mi herencia y
mi cáliz, ¡tú decides mi suerte! R.
Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me
instruye mi conciencia! Tengo siempre presente al Señor: él está a mi lado,
nunca vacilaré. R.
Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas
y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la Muerte ni dejarás
que tu amigo vea el sepulcro. R.
Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de
gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha. R.
Primera carta del apóstol san Pedro 1,
17-21
Queridos hermanos: Ya que ustedes llaman Padre a
aquel que, sin hacer acepción de personas, juzga a cada uno según sus obras,
vivan en el temor mientras están de paso en este mundo.
Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios. Palabra de Dios.
Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios. Palabra de Dios.
Santo Evangelio según san Lucas 24, 13-35
Aquel día, el primero de la semana, dos de los
discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez
kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se
acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo
reconocieran. El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?»
Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: « ¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
«¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.»
Jesús les dijo: «¡hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adónde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.»
El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Palabra del Señor.
Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: « ¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
«¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.»
Jesús les dijo: «¡hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adónde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.»
El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Palabra del Señor.
Reflexión:
Ver a Jesús
Los relatos pascuales,
más que insistir en el carácter prodigioso de las apariciones del resucitado,
nos descubren diversos caminos para encontrarnos con Él. El episodio de Emaús,
exclusivo de Lucas más que una crónica histórica es una catequesis que nos
descubre el camino que tenemos que hacer los discípulos y las comunidades de
todos los tiempos para reconocer la presencia de Jesús en nuestras vidas.
Presenta a dos discípulos
que han perdido la fe por el escándalo de la cruz. La situación de ambos está
bien descrita desde el comienzo y refleja un estado de ánimo en el que se
pueden encontrar los cristianos una y otra vez. Los dos discípulos poseen
aparentemente todos los elementos necesarios para creer: conocen los escritos
del antiguo Testamento, el mensaje de Jesús, su actuación y su muerte en cruz,
han escuchado también el mensaje de la resurrección, y las mujeres les han
comunicado su experiencia y les han confesado que “está vivo”. Todo es
inútil. Los de Emaús caminan envueltos en tristeza y desaliento. Todas las
esperanzas puestas en Jesús se han desvanecido. Ya no hay nada que
esperar. Es gente desilusionada, derrotada, sin esperanza, encerrada
tercamente en su posición de que aquello no tuvo que suceder.
Se habían hecho de Él una
imagen como profeta poderoso en obras y palabras, habían presenciado los
acontecimientos más importantes de su vida, se habían ilusionado con un nuevo
Reino, esperaban que Él fuera el liberador de Israel, un Mesías político y
triunfal… y lo sucedido expresa el fracaso de sus expectativas
mesiánicas. La cruz es para ellos el fin de toda esperanza. No pueden ver
otra cosa. Están cegados. Por eso, no reconocen a Jesús resucitado, en el
camino de la historia de los hombres, cuando se les aparece como uno más, como
otro caminante de la misma vida.
Pero cuando Jesús toma la
palabra y empieza a explicarle las Escrituras (= el plan de Dios) y ellos
comienzan a escucharle, a salir de sí mismos, a dejarse interpelar,
“sienten arder el corazón”. Y dan señales de vida: “Quédate con nosotros, que
está atardeciendo y ya el día se acaba”. Entonces sucede lo
imprevisto: “le ven”, le reconocen. Han acogido al hombre sin saber que era
Jesús. Se han hecho prójimos del caminante ofreciéndole techo y comida.
Ya no son los mismos que al comienzo. Su actitud es otra. Es ahora cuando el relato
nos recuerda la ultima cena: “Y sucedió que, estando recostado con ellos a
la mesa, tomó el pan, lo partió y se lo ofreció”. A los discípulos se les
abren los ojos y le reconocen. Es en la reunión fraterna, en la fracción del
pan compartido donde los discípulos descubren una nueva presencia de Jesús en
medio de ellos. E inmediatamente Jesús desaparece de su vista. No es necesaria
su presencia física.
En la comunidad reunida
en el amor, en la escucha y acogida de la Palabra de Dios, en la memoria de la
última cena, en la entrega y donación, en el pan compartido, en la acogida del
peregrino…, ahí está Jesús resucitado. Ahí tiene la comunidad el lugar
privilegiado de la presencia de Jesús resucitado.
Camino
de Emaús. El camino de Jerusalén a Emaús es también nuestro camino, el de
nuestras huidas de la responsabilidad, el de nuestras dudas en la fe, el de
nuestra débil esperanza, el de nuestra cerrazón al plan de Dios, el de nuestra
terquedad, el de nuestro orgullo herido. Pero es el camino de la vida, el
que todos, de una forma u otra, tenemos que recorrer.
Jesús
nos sale al encuentro. En ese camino, mientras avanzamos casi
sin ganas de llegar a ninguna parte, nos sale al encuentro Jesús…, pero no lo
reconocemos. No nos dejan verlo las preocupaciones y prejuicios, la ideología y
cerrazón. Jesús trata de enseñarnos a distinguir entre la esperanza y las
ilusiones, entre el plan de Dios y los propios planes, entre lo que nos
gustaría y lo que ha de suceder.
De
vuelta a la realidad. El camino, la conversación y el tiempo
fueron serenando el espíritu de los discípulos. Vieron con claridad. Ya no era
necesaria la presencia física, porque ya habían recuperado la fe y la
esperanza. La primera tarea del discípulo es precisamente ser testigo de
lo que han visto y oído, testigo de que Jesús ha resucitado. Así vuelven a
Jerusalén para dar testimonio ante los demás discípulos. El encuentro será una
fiesta, pues también los otros habían visto al Señor resucitado.
Testigos
de vista. Cuando llegaron al cenáculo sólo pudieron decir una cosa:
“Hemos visto al Señor”. Es anunciar el Evangelio: dar testimonio de
lo que hemos visto y oído, para que los demás, escuchando y viendo, crean.
Bendición del Hogar
La Bendición de Dios descienda
sobre esta casa y sobre todos los que viven en ella. Y la gracia del Espíritu
Santo santifique a todos.
El Santísimo y dulce nombre de Jesús, en el que está toda la salvación, derrame copiosamente salud y bendición sobre esta casa y sobre todos los que viven en ella.
La Santísima Virgen y Madre de Dios, cuide a todos con su materna protección y libere a todos de los males del alma y del cuerpo.
La poderosa intercesión del bienaventurado San José, dé a nuestros trabajos prosperidad y muchos méritos a nuestros sufrimientos.
Los ángeles de la guarda protejan a cuantos hay en esta casa de las asechanzas del maligno enemigo y nos conduzcan a la patria eterna.
Descienda sobre nosotros la bendición de Dios, del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo y permanezca siempre con nosotros. Amén
El Santísimo y dulce nombre de Jesús, en el que está toda la salvación, derrame copiosamente salud y bendición sobre esta casa y sobre todos los que viven en ella.
La Santísima Virgen y Madre de Dios, cuide a todos con su materna protección y libere a todos de los males del alma y del cuerpo.
La poderosa intercesión del bienaventurado San José, dé a nuestros trabajos prosperidad y muchos méritos a nuestros sufrimientos.
Los ángeles de la guarda protejan a cuantos hay en esta casa de las asechanzas del maligno enemigo y nos conduzcan a la patria eterna.
Descienda sobre nosotros la bendición de Dios, del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo y permanezca siempre con nosotros. Amén
“El
que recibe mis mandamientos y los cumple,
ese
es el que me ama;
y
el que me ama
será
amado por mi Padre,
y
yo lo amaré y me manifestaré a él».”
Jn 14, 21
Ven Señor Jesús
«¡Ven!». Que
venga el que tiene sed,
y
el que quiera, que beba gratuitamente del agua
de
la vida.
Ap. 22, 17
¡Felices Pascuas!
Cristo está vivo, no está muerto,
ha resucitado, que todos vivamos con ese espíritu de resurrección.
Círculo Bíblico San José
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de la
presente: El libro del Pueblo de Dios. Pbro. D. Silva 2011
Lectio Divina: los sábados 17 hs. en:
Círculo Bíblico San José
Parroquia San José: Brandsen 4970
V. Domínico.
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