Décimo tercer domingo durante el año
Ciclo A, Lecturas del 2-7-17
Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y
que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guíe y asista
al meditar tus enseñanzas, para que tu Palabra penetre en mi corazón,
y me conduzca a la Verdad
completa.
Amén
Segundo libro de los Reyes 4,
8-11. 14-16a
Un día, Eliseo pasó por
Sunám. Había allí una mujer pudiente, que le insistió para que se quedara a
comer. Desde entonces, cada vez que pasaba, él iba a comer allí. Ella dijo a su
marido: “Mira, me he dado cuenta de que ése que pasa siempre por nuestra casa
es un santo hombre de Dios. Vamos a construirle una pequeña habitación en la
terraza; le pondremos allí una cama, una mesa, una silla y una lámpara, y así,
cuando él venga, tendrá dónde alojarse”. Un día, Eliseo llegó por allí, se
retiró a la habitación de arriba y se acostó. Pero Eliseo insistió “¿Qué se
puede hacer por ella?”.
Guejazí respondió:
“Lamentablemente, no tiene un hijo y su marido es viejo”. “Llámala”, dijo
Eliseo. Cuando la llamó, ella se quedó junto a la puerta, y Eliseo le dijo: “El
año próximo, para esta misma época, tendrás un hijo en tus brazos”. Palabra de
Dios.
Salmo 88
R. Cantaré eternamente el amor
del Señor.
Cantaré eternamente el amor
del Señor, proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones. Porque tú has
dicho: “Mi amor se mantendrá eternamente, mi fidelidad está afianzada en el
cielo”. R.
¡Feliz el pueblo que sabe
aclamarte! Ellos caminarán a la luz de tu rostro; se alegrarán sin cesar en tu
nombre, serán exaltados a causa de tu justicia. R.
Porque tú eres su gloria y su
fuerza; con tu favor, acrecientas nuestro poder. Sí, el Señor es nuestro
escudo, el Santo de Israel es realmente nuestro rey. R.
Carta de san Pablo a los Romanos
6, 3-4. 8-11. Hermanos: ¿No saben ustedes que todos los
que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el
bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo
resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva.
Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos
que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene
poder sobre él. Al morir, él murió al pecado, una vez por todas, y ahora que
vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y
vivos para Dios en Cristo Jesús. Palabra de Dios
Evangelio según san Mateo 10, 37-42
Dijo Jesús a sus apóstoles:
“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que
ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su
vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que los
recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquél que me
envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un
profeta; y el que recibe a un justo, por ser justo, tendrá la recompensa de un
justo. Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de
agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin
recompensa”. Palabra del Señor.
Reflexión
Cuando leemos
desprevenidamente los textos bíblicos de este domingo, nos encontramos frente a
tres inspiradores temas, aparentemente desarticulados entre ellos: la
hospitalidad, el sentido del bautismo y las opciones radicales que nos exige el
seguimiento de Jesús. Pero cuando dejamos que la Palabra de Dios resuene en
nuestro interior, empezamos a descubrir una trama sutil que une estos tres
relatos.
Empecemos por el texto de san
Pablo en su Carta a los Romanos, en donde nos describe el sentido profundo del
bautismo, mediante el cual participamos de la muerte y resurrección del Señor.
En palabras simples, nacemos a una vida nueva. Para muchas familias, el
bautismo es una hermosa fiesta en la que celebramos el gozo del nacimiento de
un niño. Eso es cierto, pero para el creyente el significado va mucho más allá.
A pesar de los Cursos de Preparación al Sacramente del Bautismo que se ofrecen
a los padres y padrinos, pocas veces logramos transmitir que, a partir del rito
en la fuente bautismal, esa creatura, fruto del amor de sus padres, empieza a
recorrer un fascinante camino de transformación interior. La gracia divina hace
de él un ser diferente. Esta realidad nueva la expresa el texto de la Aclamación antes de
la proclamación del Evangelio: “Ustedes son linaje escogido,
sacerdocio real, nación consagrada a Dios, para que proclamen las obras
maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable”.
Este proceso de transformación
interior se irá dando en la medida en que participamos en la vida sacramental
de la Iglesia. Así entendemos que el bautismo no es un acontecimiento aislado,
cuya memoria se conserva en unas fotografías, sino el comienzo de un camino de
transformación en Cristo.
Esta vida nueva que iniciamos
debe implicar cambios profundos en nuestra manera de actuar.
El texto del II Libro de los
Reyes nos aporta ricos elementos humanos y teológicos. Allí se nos cuenta que
una familia de la ciudad de Sunem acogía en su casa al profeta Eliseo cuando debía
viajar en cumplimiento de la misión que le había sido confiada. Tenemos que
reconocer que se da un fuerte contraste entre la cálida hospitalidad de las
culturas orientales, y el individualismo egoísta que impera en nuestras grandes
ciudades, habitadas por millones de seres anónimos y solitarios.
La hospitalidad de estos
pueblos se desarrolló como una forma de protección para los viajeros que debían
recorrer largas distancias en medio de una carencia total de infraestructura.
El huésped era sagrado. Se lo acogía con un profundo respeto y se le
proporcionaba lo necesario para continuar el viaje. Esta solidaridad se ha
perdido en la cultura urbana, en la que cada uno busca sobrevivir de manera
aislada.
Tenemos que redescubrir los
vínculos de la solidaridad. Tenemos que abrir la puerta a los necesitados. Es
el llamado apremiante que nos hace el Papa Francisco. La pobreza y la violencia
han expulsado a millones de seres humanos de su terruño. Lo han perdido todo. Y
cuando llegan como desplazados a los centros urbanos, la gente los evita como
si fueran portadores de una enfermedad contagiosa.
Esta vida nueva que se nos ha
comunicado en el bautismo debe ser el comienzo de una sensibilidad nueva de
solidaridad con los más vulnerables. Recordemos que al final del camino
terrenal no seremos juzgados por los rezos y prácticas penitenciales, sino por
las manifestaciones concretas de solidaridad y acogida que hayamos realizado:
“Tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste”.
Este domingo meditamos la parte
final del Discurso sobre la
Misión (Mt 10,1-42).
Este discurso contiene frases y consejos de Jesús que enseñan a desarrollar la
misión del anuncio de la Buena Noticia de Dios. Jesús no engaña y señala con
claridad la dificultad que comporta la misión. “¿Cuál es la exigencia
fundamental de Jesús para los que van a la misión?”
“El que encuentra su vida, la
perderá: y el que pierda su vida por mí, la encontrará”.
Jesús exige renunciamiento a la realización arbitraria de la vida; exige la lucha contra el egoísmo y la obstinación; exige entregar y arriesgar la vida para Él y su Reino.
Sabemos y experimentamos cada día nuevamente que el egoísmo está muy dentro de nosotros mismos. Por eso, ninguno de nosotros, si quiere ser colaborador en el Reino de Jesús, puede desistir de esta lucha diaria. Así tenemos un vasto campo para nuestra auto educación. E incluso, si no podemos aniquilar este virus del mal hasta el fin de nuestra vida, lo que importa es que estemos luchando contra él hasta el último día.
Sólo esta abnegación de sí mismo, sólo esta renuncia del amor egoísta hace al hombre libre, abierto y generoso por el amor a Dios y por el amor a los demás. Toda nuestra vida tiene que ser un esfuerzo diario para des-centrarnos de nosotros mismos por la construcción de un nuevo mundo, un mundo lleno de amor, de entrega, de magnanimidad.
Cada uno por su camino y según los dones de la gracia está llamado a cumplir servicial y desinteresadamente sus tareas humanas, por amor a los suyos y a todos los hombres, y, en definitiva, solamente así vamos a encontrar la vida eterna.
Jesús exige renunciamiento a la realización arbitraria de la vida; exige la lucha contra el egoísmo y la obstinación; exige entregar y arriesgar la vida para Él y su Reino.
Sabemos y experimentamos cada día nuevamente que el egoísmo está muy dentro de nosotros mismos. Por eso, ninguno de nosotros, si quiere ser colaborador en el Reino de Jesús, puede desistir de esta lucha diaria. Así tenemos un vasto campo para nuestra auto educación. E incluso, si no podemos aniquilar este virus del mal hasta el fin de nuestra vida, lo que importa es que estemos luchando contra él hasta el último día.
Sólo esta abnegación de sí mismo, sólo esta renuncia del amor egoísta hace al hombre libre, abierto y generoso por el amor a Dios y por el amor a los demás. Toda nuestra vida tiene que ser un esfuerzo diario para des-centrarnos de nosotros mismos por la construcción de un nuevo mundo, un mundo lleno de amor, de entrega, de magnanimidad.
Cada uno por su camino y según los dones de la gracia está llamado a cumplir servicial y desinteresadamente sus tareas humanas, por amor a los suyos y a todos los hombres, y, en definitiva, solamente así vamos a encontrar la vida eterna.
Compromiso esperado para
recorrer este camino de la fe iniciado con el bautismo. Nos impresiona la
radicalidad de las palabras del Señor: “El que ama a su padre o a su madre más
que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no
es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”. Estas
palabras de Jesús no pueden interpretarse como un desprecio de las relaciones
familiares. En este texto encontramos varios mensajes: El seguimiento de
Jesucristo no puede considerarse como una actividad más que incorporamos en
nuestra agenda. No es una dedicación de tiempo parcial. Todo el proyecto de
vida debe quedar marcado por esta impronta.
El amor a Jesucristo no es un
amor más que coexiste con otros amores, por sublimes que éstos sean. Ocupa el
centro de nuestros afectos. Todo lo demás está en relación con Él.
Tomar la cruz significa ser
coherentes con las enseñanzas del Señor, y esto nos llevará a confrontaciones
con personas que tienen visiones diferentes frente a la honestidad, el manejo
de los recursos públicos, la fidelidad, etc.
La sociedad de consumo, en
nombre del libre desarrollo de la personalidad, ha mirado con permisividad
ciertos comportamientos que termina por aceptar como normales. La radicalidad
de la cruz nos pide llamar a las cosas por su nombre y establecer una clara
frontera entre los valores y los anti-valores.
Vamos descubriendo que la vida
cristiana como camino de santificación que se inicia con el bautismo, debe
transformar el ámbito de nuestra vida personal e íntima para irradiar a la
comunidad. La vida nueva que se inicia con el bautismo debe expresarse en
acciones de solidaridad y acogida hacia los necesitados y configurar una nítida
escala de valores que será la guía para la toma de decisiones.
La esperanza cristiana como fuerza de los
mártires. Cuando, en el Evangelio,
Jesús envía a sus discípulos en misión, no los ilusiona con quimeras de fácil
suceso; al contrario, les advierte claramente que el anuncio del Reino de Dios
implica siempre una oposición. Y usa incluso una expresión extrema: «Serán
odiados – odiados – por todos a causa de mi Nombre» (Mt 10,22). Los cristianos
aman, pero no siempre son amados…
Los
cristianos son pues hombres y mujeres “contracorriente”. Es normal: porque en
el mundo se manifiesta en diversas formas el egoísmo y la injusticia, quien
sigue a Cristo camina en dirección contraria. No por un espíritu polémico, sino
por fidelidad a la lógica del Reino de Dios, que es una lógica de esperanza, y
se traduce en el estilo de vida basado en las
indicaciones de Jesús.
Y
la primera indicación es la pobreza. Cuando Jesús envía a sus discípulos en
misión, parece que pone más atención en el “despojarlos” que en el “vestirlos”.
De hecho, un cristiano que no es humilde y pobre, desapegado de las riquezas y
del poder y sobre todo desapegado de sí, no se asemeja a Jesús. El cristiano recorre
su camino en este mundo con lo esencial para el camino, pero con el corazón
lleno de amor. La verdadera derrota para él o para ella es caer en la tentación
de la venganza y de la violencia, respondiendo al mal con el mal. Jesús nos
dice: «Yo los envío como a ovejas en medio de lobos» (Mt 10,16). Por lo tanto,
sin fauces, sin garras, sin armas. El cristiano mejor dicho deberá ser
prudente, a veces también astuto: estas son virtudes aceptadas por la lógica
evangélica. Pero la violencia jamás. Para derrotar al mal, no se puede
compartir los métodos del mal.
Vaticano, 28 de junio 2017
Aclaración: Se han utilizado para la
preparación de las lecturas: El libro del Pueblo de Dios. Unos
momentos con Jesús y María. Padre Nicolás
Schwizer Inst. Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Lectio
Divina: los sábados 16 hs. en:
Círculo Bíblico San José
Parroquia San José: Brandsen 4970
V. Domínico.
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