¿Con Pedro o con Judas?
Raniero Cantalamessa
Es necesario leer la historia de la negación de Pedro paralelamente a la de la traición de Judas.
Es necesario leer la historia de la negación de Pedro paralelamente a la de la traición de Judas.
El Domingo de Ramos es la única
ocasión, en todo el año, en que se escucha por entero el relato evangélico de
la Pasión. Lo que más impresiona, leyendo la Pasión según Marcos, es la
relevancia que se da a la traición de Pedro. Primero es anunciada por Jesús en
la última cena; después se describe en todo su humillante desarrollo.
Esta insistencia es significativa,
porque Marcos era una especie de secretario de Pedro y escribió su Evangelio
uniendo los recuerdos y las informaciones que le llegaban precisamente de él.
Fue por lo tanto el propio Pedro quien divulgó la historia de su traición. Hizo
una especie de confesión pública. En el gozo del perdón encontrado, a Pedro no
le importó nada su buen nombre y su reputación como cabeza de los apóstoles.
Quiso que ninguno de los que, a continuación, cayeran como él, desesperasen del
perdón.
Es necesario leer la historia de la
negación de Pedro paralelamente a la de la traición de Judas. También ésta es
preanunciada por Cristo en el cenáculo, después consumada en el Huerto de los
Olivos. De Pedro se lee que Jesús se volvió y «le miró» (Lc 22,61); con Judas
hizo más aún: le besó. Pero el resultado fue bien distinto. Pedro, «saliendo
fuera, rompió a llorar amargamente»; Judas, saliendo fuera, fue a ahorcarse.
Estas dos historias no están cerradas;
prosiguen, nos afectan de cerca. ¡Cuántas veces tenemos que decir que hemos
hecho como Pedro! Nos hemos visto en la situación de dar testimonio de nuestras
convicciones cristianas y hemos preferido mimetizarnos para no correr peligros,
para no exponernos. Hemos dicho, con los hechos o con nuestro silencio: «¡No
conozco a ese Jesús de quien habláis!».
Igualmente la historia de Judas,
pensándolo bien, en absoluto nos es ajena. El padre Primo Mazzolari tuvo una
predicación famosa un Viernes Santo sobre «nuestro hermano Judas», haciendo ver
cómo cada uno de nosotros habría podido estar en su lugar. Judas vendió a Jesús
por treinta denarios, ¿y quién puede decir que no le ha traicionado a veces
hasta por mucho menos? Traiciones, cierto, menos trágicas que la suya, pero
agravadas por el hecho de que nosotros sabemos, mejor que Judas, quién era
Jesús.
Precisamente porque las dos historias
nos afectan de cerca, debemos ver qué marca la diferencia entre una y otra: por
qué las dos historias, de Pedro y de Judas, acaban de modo tan distinto. Pedro
tuvo remordimiento de lo que había hecho, pero Judas también tuvo
remordimiento, tanto que gritó: «¡He traicionado sangre inocente!», y devolvió
los treinta denarios. ¿Dónde está entonces la diferencia? Sólo en una cosa:
Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no!
En el Calvario, de nuevo, ocurre lo
mismo. Los dos ladrones han pecado igualmente y están manchados de crímenes.
Pero uno maldice, insulta y muere desesperado; el otro grita: «Jesús, acuérdate
de mí cuando estés en tu reino», y se Le oye responder: «Yo te aseguro: hoy
estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).
Vivir la Pascua significa vivir una
experiencia personal de la misericordia de Dios en Cristo. Una vez un niño, al
que se le había relatado la historia de Judas, dijo con el candor y la
sabiduría de los niños: «Judas se equivocó de árbol para ahorcarse: eligió una
higuera». «¿Y qué debería haber elegido?», le preguntó sorprendida la
catequista. «¡Debía colgarse del cuello de Jesús!». Tenía razón: si se hubiera
colgado del cuello de Jesús, para pedirle perdón, hoy sería honrado como lo es
San Pedro.
Conocemos el antiguo «precepto» de la
Iglesia: «Confesarse una vez al año y comulgar al menos en Pascua». Más que una
obligación, es un don, un ofrecimiento: es ahí donde se nos ofrece la ocasión
de «colgarno del cuello de Jesús»
31 marzo 2012
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