Tiempo de Cuaresma
11 de marzo
2018 – Ciclo B –
Segundo libro de las Crónicas 36, 14-23
Todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo
multiplicaron sus infidelidades, imitando todas las abominaciones de los
paganos, y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado en
Jerusalén. El Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención
constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo
y de su Morada. Pero ellos escarnecían a los mensajeros de Dios, despreciaban
sus palabras y ponían en ridículo a sus profetas, hasta que la ira del Señor
contra su pueblo subió a tal punto, que ya no hubo más remedio.
Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron las
murallas de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron
todos sus objetos preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían
escapado de la espada y estos se convirtieron en esclavos del rey y de sus
hijos hasta el advenimiento del reino persa. Así se cumplió la palabra del
Señor, pronunciada por
Jeremías: «La tierra descansó durante todo el tiempo
de la desolación, hasta pagar la deuda de todos sus sábados, hasta que se
cumplieron setenta años.»
En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia,
para que se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor
despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de viva
voz y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor,
el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y él me ha
encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes
pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, ¡lo acompañe y que suba...!»
Palabra de Dios.
Salmo136
R. Que la lengua se me pegue al paladar
si no me acordara de ti.
si no me acordara de ti.
Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos
de Sión. En los sauces de las orillas teníamos colgadas nuestras
cítaras. R.
Allí nuestros carceleros nos pedían
cantos, y nuestros opresores, alegría: «¡Canten para nosotros
un canto de Sión!» R.
¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor en
tierra extranjera? Si me olvidara de ti, Jerusalén,
que se paralice mi mano derecha. R.
que se paralice mi mano derecha. R.
Que la lengua se me pegue al paladar si no me
acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén
por encima de todas mis alegrías. R.
por encima de todas mis alegrías. R.
San Pablo a los cristianos de Éfeso 2, 4-10
Hermanos: Dios, que es rico en misericordia, por el
gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de
nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo - ¡ustedes han sido salvados
gratuitamente! - y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el
cielo.
Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús.
Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe.
Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos. Palabra de Dios.
Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús.
Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe.
Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos. Palabra de Dios.
Santo Evangelio según san Juan 3, 14-21
Jesús dijo a Nicodemo: «De la misma manera que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo
del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan
Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a
ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra
conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que
sus obras han sido hechas en Dios.» Palabra del Señor.
Reflexión
Las lecturas de este cuarto domingo de Cuaresma son un
canto de alegría al mostrarnos que el amor de Dios por nosotros no sólo lo
manifestó en palabras, sino en su entrega, “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que
cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.”
“Es necesario que el Hijo del
hombre sea levantado en alto”. La
reflexión en torno al “levantar en alto” trae a colación un episodio muy
llamativo del Antiguo Testamento en el Libro de los Números 21,4-9 donde ante
la realidad del pecado y de las murmuraciones del pueblo, Dios “manda” unas
serpientes abrasadoras (se alude, posiblemente, al ardor que causan cuando
pican), mordían y provocaban la muerte de muchos. Cuando los miembros del
pueblo reconocen su pecado y piden perdón, Dios les da como “remedio” que miren
una serpiente de bronce colocada en el extremo de un mástil sostenido por
Moisés.
Todo el que era mordido al mirar este signo quedaba curado. Así como el “remedio” de la Antigua Alianza fue mirar a la serpiente levantada en alto, en la Nueva Alianza el “remedio” será el Hijo del hombre levantado en alto que trae vida eterna a todo el que cree en Él. Juan recrea y profundiza de manera simbólica el episodio del Antiguo Testamento para referirlo a la crucifixión y glorificación de Cristo. Jesús muerto y resucitado será la “nueva medicina” para sanar la enfermedad del pecado y la muerte espiritual en el corazón de los hombres. Así como la serpiente era un signo de salvación que curaba a los que la miraban, la Cruz será signo de salvación para los que la contemplen.
Todo el que era mordido al mirar este signo quedaba curado. Así como el “remedio” de la Antigua Alianza fue mirar a la serpiente levantada en alto, en la Nueva Alianza el “remedio” será el Hijo del hombre levantado en alto que trae vida eterna a todo el que cree en Él. Juan recrea y profundiza de manera simbólica el episodio del Antiguo Testamento para referirlo a la crucifixión y glorificación de Cristo. Jesús muerto y resucitado será la “nueva medicina” para sanar la enfermedad del pecado y la muerte espiritual en el corazón de los hombres. Así como la serpiente era un signo de salvación que curaba a los que la miraban, la Cruz será signo de salvación para los que la contemplen.
Mirar al crucificado. El evangelista Juan nos habla de un
extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Según
el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y va a donde Jesús «de
noche». Intuye que Jesús es «un hombre venido de Dios», pero se mueve
entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo hacia la luz.
Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz. Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna».
Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz. Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna».
¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre
torturado en la cruz?
Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los
momentos más duros y difíciles. Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor.
En esos brazos extendidos que no pueden ya abrazar a los niños, y en esas manos clavadas que no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos. Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando su "amor loco" a la Humanidad.
Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los
momentos más duros y difíciles. Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor.
En esos brazos extendidos que no pueden ya abrazar a los niños, y en esas manos clavadas que no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos. Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando su "amor loco" a la Humanidad.
«Dios no mandó su Hijo al mundo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Podemos acoger a ese Dios y lo
podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir.
Pero «la Luz ya ha venido al mundo». ¿Por qué tantas veces rechazamos la
luz que nos viene del Crucificado?
Dios nos propone un camino de salvación y
santificación y el ser humano tiene dos posibles respuestas ante el
designio y la propuesta de Dios: creer o no creer; la luz o la oscuridad; la
verdad o la mentira; los mandamientos y las obras buenas o el pecado… Dios hace
al hombre libre y el hombre elige de qué lado está, por qué se juega. De la
determinación del hombre depende la salvación o la perdición.
La fe y la incredulidad aquí se confrontan
violentamente. La razón de la incredulidad son las “malas obras”, “lo malo”;
por ello huye el pecador de la Luz. En la respuesta de fe se realiza el juicio
mismo de Dios sobre cada uno de los hombres. Es aquí donde la responsabilidad y
el buen uso de la libertad se ponen en juego.
¡San José, custodio de Jesús y esposo virginal de María, que pasaste la vida en el cumplimiento del deber, manteniendo con el trabajo de tus manos a la Sagrada Familia de Nazaret. Protégenos bondadoso, ya que nos dirigimos a ti, llenos de confianza.
Tú conoces nuestras
aspiraciones, nuestras angustias y nuestras esperanzas. Recurrimos a ti porque
sabemos que en ti encontramos un protector.
Tú también experimentaste
la prueba, la fatiga, el cansancio, pero tu espíritu, inundado de paz más
profunda, exulto de alegría al vivir íntimamente unido al hijo de Dios
confiados a tu cuidado y a María su bondadosa madre.
Ayúdanos a comprender que
no estamos solos en nuestro trabajo, a saber, descubrir a Jesús a nuestro lado,
acrecentarlo con la gracia y a custodiarlo fielmente, como tú lo hiciste. Y concédenos que, en nuestra
familia, todo sea santificado, en la caridad, en la paciencia, en la justicia y
en la búsqueda del bien. Amén.
San
José, ruega por nosotros, amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario