Lecturas 9-6-19, Ciclo C
Ven, Espíritu Santo, a nuestros corazones y
enciende en ellos el fuego de tu amor, danos la gracia de leer y reflexionar
esta página del Evangelio para hacerlo memoria activa, amante y operante en
nuestra vida. Deseamos acercarnos al misterio de la persona de Jesús. Por esto
te pedimos, que abras los ojos de nuestra mente y de nuestro corazón, para que
podamos conocer la fuerza de su resurrección. Amén
Hechos de los
apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar.
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar.
De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una
fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces
vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre
cada uno de ellos.
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron
a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: «¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?
Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: «¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?
Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la
Metoposcopia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en
Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma,
judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras
lenguas las maravillas de Dios.» Palabra de Dios.
Salmo 103
R. Señor, envía
tu Espíritu y renueva
la faz de la
tierra.
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor! la tierra está llena de tus criaturas! R.
Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra. R.
¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras! que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el Señor. R.
1º carta de Pablo a los corintios 12, 3-13
Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Palabra de
Dios.
Secuencia
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.
Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.
Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma suave alivio de los hombres.
Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto.
Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles.
Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente.
Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas.
Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.
Concede a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados. Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.
Santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas, por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los e nvío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.» Palabra del Señor.
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.
Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.
Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma suave alivio de los hombres.
Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto.
Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles.
Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente.
Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas.
Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.
Concede a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados. Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.
Santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas, por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los e nvío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.» Palabra del Señor.
Reflexión: En este día, contemplamos y revivimos en la
liturgia la efusión del Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre la
Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de Jerusalén
para difundirse por todo el mundo.
Aparición a los discípulos. Donación del Espíritu. La comunidad cristiana se construye
alrededor de Jesús.
En los discípulos de Jesús no existía la más mínima idea de que la resurrección era posible, lo prueba claramente la reacción de María Magdalena y de Pedro ante el sepulcro vacío y, sobre todo, la actitud de Tomás. En el presente relato está pensado desde el cumplimiento de las promesas de Jesús: “volveré a ustedes”, “les enviaré el Espíritu y tendrán paz”.
En los discípulos de Jesús no existía la más mínima idea de que la resurrección era posible, lo prueba claramente la reacción de María Magdalena y de Pedro ante el sepulcro vacío y, sobre todo, la actitud de Tomás. En el presente relato está pensado desde el cumplimiento de las promesas de Jesús: “volveré a ustedes”, “les enviaré el Espíritu y tendrán paz”.
El evangelista proclama y muestra que la comunidad cristiana
se constituye alrededor de Jesús vivo y presente, crucificado y resucitado. Él
está en su centro y la libera del miedo y de la estrechez de su entendimiento,
otorgándole confianza y seguridad, paz y alegría al mostrarle los signos de su
victoria sobre la muerte. De Él recibe la comunidad la misión y el
Espíritu para llevarla adelante. La misión de la comunidad, como la de Jesús,
es liberar, dar paz, perdonar, amnistiar, dar vida hasta la entrega
total.
Cada cristiano es un enviado de Jesús. La llamada a la fe y a la comunidad es, al mismo tiempo, llamada a la misión. Hemos sido elegidos por Jesús para realizar el proyecto de Dios con Él. Pero la llamada/envío se remonta más arriba, hasta el mismo Dios: “Como el Padre me envió a mí, así los envío yo, a ustedes”. Es decir, cada cristiano es otro Jesús, que recibe la misma misión de parte del Padre. Hay una inmensa cadena que parte del mismo Dios y, pasando por Jesús hasta mí haciéndome también su hijo, su enviado. ¡Somos enviados de Dios, embajadores del Padre, sus mensajeros, en compañía de Jesús, en la construcción de la nueva humanidad!
Cada cristiano es un enviado de Jesús. La llamada a la fe y a la comunidad es, al mismo tiempo, llamada a la misión. Hemos sido elegidos por Jesús para realizar el proyecto de Dios con Él. Pero la llamada/envío se remonta más arriba, hasta el mismo Dios: “Como el Padre me envió a mí, así los envío yo, a ustedes”. Es decir, cada cristiano es otro Jesús, que recibe la misma misión de parte del Padre. Hay una inmensa cadena que parte del mismo Dios y, pasando por Jesús hasta mí haciéndome también su hijo, su enviado. ¡Somos enviados de Dios, embajadores del Padre, sus mensajeros, en compañía de Jesús, en la construcción de la nueva humanidad!
Y no hay excusa para la misión. Los primeros enviados “estaban con
las puertas cerradas” por miedo a los judíos y autoridades, carecían de
paz, humanamente no estaban preparados, no daban la talla. Sin embargo, ellos
son los elegidos. Ellos son los que tienen que llevar adelante el proyecto de
Jesús.
Reciban el Espíritu Santo. Después de enviarlos, de transmitirles la misión del Padre, Jesús sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo”. Así comprendieron y renacieron a la vida. Y se fueron por todo el mundo. Y supieron perdonar. Y rompieron las barreras del miedo y las puertas de la pequeña comunidad. Y experimentaron la paz en la misión y en el compromiso. Y se sintieron llamados a la resurrección.
La misión cristiana no es una orden sino un fuego
interior. El amor misionero
del Padre y de Jesús, y el nuestro, es el Espíritu Santo. Quema mucho, para
purificarnos. Arde fuerte, para darnos vida. Nos pone en movimiento, para
crear más vida. El Espíritu Santo sabe que la misión es dura, porque no
luchamos contra enemigos de carne y hueso sino contra estructuras de opresión y
dominación. Pero él nos hace capaces de no callar ante la injusticia, derribar
la mentira, quebrar la oscuridad y dar vida. Él nos hace descentrarnos de
nuestros fallos y descubrir nuestros auténticos pecados. Porque muchas veces
nos duelen más nuestros fallos que nuestros pecados, y así no hay paz ni somos capaces
de llevar adelante el proyecto de Dios. El Espíritu que se da nos hace ser
personas resucitadas, llenas de paz, perdón y vida. Necesitamos que el Señor
resucitado se haga presente y nos transmita el soplo creador del Espíritu que
infunde aliento de vida.
Quien se deja invadir por el Espíritu, descubre que la
fuente de su misión es el amor del Padre. Entonces empieza a sentir “pasión
misionera” y “amor”, como Jesús, ante quienes sufren del dolor, la injusticia,
la ignorancia, el hambre, el sinsentido. Y en su vida, no sólo es capaz de
prescindir de las cosas más queridas, sino que descubre que la “plenitud” y la “realización”
están en ese salir de sí mismo y realizar la entrega necesaria. Persona
resucitada es la que se deja guiar por el Espíritu de Dios, hacia la aventura,
la sorpresa, la novedad, la vida, persona resucitada es la que pone vida
donde no la hay, o la defiende donde está amenazada.
Ven a mí,
Espíritu Santo, Espíritu de sabiduría: dame mirada y oído interior, para que no
me apegue a las cosas materiales, sino que busque siempre las realidades del
Espíritu.
Ven a mí,
Espíritu Santo, Espíritu de amor: haz que mi corazón siempre sea capaz de más
caridad.
Ven a mí,
Espíritu Santo, Espíritu de verdad: concédeme llegar al conocimiento de la
verdad en toda su plenitud.
Ven a mí,
Espíritu Santo, agua viva que lanza a la vida eterna: concédeme la gracia de
llegar a contemplar el rostro del Padre en la vida y en la alegría sin fin. Amén
Una experiencia personal de búsqueda espiritual. Queremos compartir una convicción: el ser
humano necesita recuperar su dimensión espiritual. Vivimos tiempos difíciles y
de grandes paradojas. Tenemos a nuestra disposición posibilidades, comodidades
y adelantos tecnológicos ni siquiera imaginados hace sólo unas décadas. Sin
embargo, vivimos en un mundo con grandes desorientaciones: crisis económicas,
sociales, ecológicas y políticas, pobreza, exclusión, marginación, violencia,
crisis de sentido… Medio mundo se muere de hambre y sed, y podría alimentarse
con lo que le sobra al otro medio.
Nuestra sociedad parece que ha optado por buscar la
felicidad y el sentido de la existencia en los valores más materiales e individualistas
de la técnica, el consumo, el poder, el control, la seguridad, el éxito, el
dinero… Los valores más inmateriales como la espiritualidad, la cultura, la
ética, la naturaleza, el amor, la solidaridad…quedan en un alejado segundo
plano. Sin embargo, la desorientación personal y social permanece y crece.
Todas o la inmensa mayoría de las personas compartimos
una inconformidad existencial que tiene que ver con la necesidad de buscar
un sentido a la vida. La experiencia demuestra que esta inquietud no se calma
con el analgésico de los valores materiales, necesita sere tratada con los
valores del espíritu. Pensar que la felicidad interior de cada persona o de la
sociedad tiene que ver exclusivamente con la dimensión material de la vida, con
lo que tenemos, acumulamos y controlamos, es una falsa expectativa.
No se trata de despreciar la importancia de los
valores materiales, pero sí de resituarlos y precisar que, si éstos son
concebidos como fin y no como medio, deshumanizan la vida y la convivencia.
Dejan de estar al servicio de la persona y de la sociedad, para convertirse en
un valor absoluto que lo pone a su servicio, provocando desorientación y
pérdida de identidad. Los valores materiales necesitan un fundamento de valores
humanistas que tienen que ser trabajados con nuestra sensibilidad más interior
y espiritual.
Sabemos que esta reflexión se posiciona a contracorriente
del mundo actual. No importa. Queremos decir claramente que el ser humano
necesita recuperar su dimensión espiritual. Simplemente, se trata de vivir,
cada uno desde donde esté y haciendo lo que hace, una experiencia personal
de búsqueda espiritual, promover la espiritualidad en su vida ordinaria.
Ven Espíritu
Santo
Ven
Espíritu Santo, ven padre de los
pobres, ven fuego divino, ven. Ven a regar lo que está seco en nuestras vidas,
ven.
Ven a fortalecer
lo que está débil, a sanar lo que está enfermo, ven. Ven a romper mis cadenas,
ven a iluminar mis tinieblas, ven.
Ven porque te
necesito, porque todo mi ser te reclama. Espíritu Santo, dulce huésped del alma,
ven, ven Señor" Amén
Aclaración: Se han utilizado para la preparación
de las reflexiones: J. A. Pagola.
P. Daniel Silva.
Círculo
Bíblico San José
“Tu palabra es una
lámpara a mis pies
y una luz en mi camino” Sal 119
y una luz en mi camino” Sal 119
Te esperamos todos los sábados a las 16 hs para compartir y reflexionar
el evangelio
de cada semana.
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