Pentecostés
Lecturas 31-5-20, Ciclo A
Señor, envía tu Espíritu sobre mí y que abra mis ojos y mis
oídos a tu Palabra, enséñame a abrir mi corazón para recibirla; dame fuerza
para poner en práctica tus mandatos. Ilumina, señor, mis caminos para que vaya
por los senderos de justicia y amor en los que te pueda encontrar. Amén.
Al llegar el día
de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del
cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la
casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego,
que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos
del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el
Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos
de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y
se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con
gran admiración y estupor decían: ¿Acaso estos hombres que hablan no son todos
galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?
Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma
Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en
Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos,
cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las
maravillas de Dios.» Palabra de Dios.
Salmo 103, R. Señor, envía tu Espíritu y renueva
la faz de la tierra.
Bendice al Señor,
alma mía: ¡Señor, ¡Dios mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras,
Señor! la tierra está llena de tus criaturas! R.
Si les quitas el
aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y
renuevas la superficie de la tierra. R.
¡Gloria al Señor
para siempre, alégrese el Señor por sus obras! que mi canto le sea agradable, y
yo me alegraré en el Señor. R.
1º carta de Pablo a los Corintios 12,
3b-7. 12-13
Hermanos: Nadie,
movido por el Espíritu de Dios,
puede decir:
«Maldito sea Jesús.» Y nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está
impulsado por el Espíritu
Santo.
Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos.
Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos.
En cada uno, el
Espíritu se manifiesta para el bien común.
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. Palabra de Dios.
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. Palabra de Dios.
Secuencia
Ven,
Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.
Ven,
Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.
Consolador
lleno de bondad, dulce huésped del alma suave alivio de los hombres.
Tú
eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro
llanto.
Penetra
con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles.
Sin
tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente.
Lava
nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas.
Suaviza
nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros
desvíos.
Concede
a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados. Premia
nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.
Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer del
primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas
por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos,
les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos
y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a
mí, yo también los envío a ustedes.»
Al decirles esto,
sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán
perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que
ustedes se los retengan.» Palabra del
Señor.
Reflexión: Dios es Espíritu
y lo inunda todo
Pentecostés. En este día, contemplamos y revivimos en
la liturgia la efusión del Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre
la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de
Jerusalén para difundirse por todo el mundo.
Pentecostés,
donación del Espíritu. (cincuenta días después de la Pascua) era, en
Israel, la fiesta de la recolección. De fiesta agraria se convierte, más
tarde, en fiesta histórica en ella se recordaba la promulgación de la ley sobre
el Sinaí. Recibía también el nombre de “Fiesta de las semanas” (7x7 días
después de la Pascua). En ese día la ciudad de Jerusalén se llenaba de
creyentes judíos venidos a la festividad desde diferentes lugares de la
diáspora.
Los cristianos
conmemoramos en Pentecostés la donación del Espíritu. En Hechos 2, 1-21
se nos relata cómo lo discípulos de Jesús estando reunidos, temerosos y sin
saber qué hacer, el día de Pentecostés reciben el don del Espíritu que los
llevará a proclamar la Buena Nueva a todos, los discípulos son presentados como
el nuevo pueblo de Dios lleno de Espíritu que da testimonio de Jesús, el
Mesías. De ahí que Pentecostés sea también la fiesta del nacimiento de la
Iglesia.
La comunidad
cristiana se constituye alrededor de Jesús. En los
discípulos de Jesús les costaba entender la resurrección. Lo prueba
claramente la reacción de María Magdalena y de Pedro ante el sepulcro vacío y,
sobre todo, la actitud de Tomás. La muerte del Maestro había sido un duro
golpe para ellos. El enfrentamiento con las autoridades judías y romanas
los aterraba. “Por miedo a los judíos” se hallaban reunidos, con las
puertas cerradas, sin saber qué hacer. La promesa de Jesús se cumple: “Volveré
a ustedes” “les enviaré el Espíritu y tendrán paz”. Jesús se
hace presente en medio de ellos y les desea la paz, el shalom, es
decir, integridad de vida, salud, búsqueda de justicia y armonía personal y
social. Les manda, además, continuar la misión, que precisamente le había
llevado a la muerte ignominiosa que tanto les asusta.
Cada cristiano es
un enviado de Jesús. La llamada a la fe y a la comunidad es,
al mismo tiempo, llamada a la misión. Hemos sido elegidos por Jesús para
realizar el proyecto de Dios con Él. “Como el Padre me envió, así los
envió a ustedes”. Los primeros enviados “estaban con las puertas cerradas”
por miedo a los judíos y romanos, carecían de paz y tenían pocas expectativas.
Humanamente no estaban preparados. No daban la talla. Sin embargo,
ellos son los elegidos. Ellos son los que tienen que llevar adelante el
proyecto de Dios. Ellos son los que tienen que proseguir la causa de
Jesús. Ellos son quienes tienen que perdonar y dar vida.
Reciban el
Espíritu Santo. Lo comprendieron y renacieron a la vida. Y se fueron
por todo el mundo. Y supieron perdonar. Y rompieron las barreras
del miedo y las puertas de la pequeña comunidad. Y experimentaron la paz
en la misión y en el compromiso. Y se sintieron llamados a la
resurrección.
Pentecostés,
misterio de salvación. Si fue pasajero el aspecto exterior de la
teofanía, el don dado a la Iglesia es definitivo. Pentecostés inaugura el
tiempo de la Iglesia, que en su peregrinación al encuentro del Señor recibe
constantemente de él el Espíritu que la reúne en la fe y en la caridad, la
santifica y la envía en misión. Los Hechos, «evangelio del Espíritu Santo»,
revelan la actualidad permanente de este don, tanto por el lugar que ocupa el
Espíritu en la dirección y en la actividad misionera de la Iglesia, como por
sus manifestaciones más visibles.
Partida en
misión. El pentecostés que reúne a la comunidad mesiánica es también
el punto de partida de su misión: el discurso de Pedro, «de pie con los Once»,
es el primer acto de la 'misión` dada por Jesús: «Recibirán la fuerza del
Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en
Jerusalén, en toda la Judea y en Samaría, y hasta los confines de la tierra».
Los Padres de la
iglesia compararon este «bautismo en el Espíritu Santo», como una investidura
apostólica de la Iglesia con el bautismo de Jesús, teofanía solemne al comienzo
de su ministerio público.
La misión
cristiana no es una orden sino un fuego interior. El amor
misionero del Padre y de Jesús, y el nuestro, es el Espíritu Santo. Quema
mucho para purificarnos. Arde fuerte, para darnos vida. Nos pone en
movimiento, para crear más vida. Bajo la inspiración del Espíritu Santo los
discípulos encuentran el lenguaje apropiado para ese anuncio. Eso es la
Iglesia, una comunión, en ella cada miembro tiene una función.
Todos cuentan y
deben, por lo tanto, ser respetados en sus carismas. Coraje para decir el
Evangelio y verdadero sentido de la comunión eclesial, a eso nos llama la
fiesta de Pentecostés.
Vivir sin
Espíritu, es vivir sin haber resucitado. Nuestras
comunidades están, a veces, replegadas, ocultas, sin dar testimonio.
Es como si no
tuvieran alegría, perdón, paz y vida que transmitir. Seguimos aferrados a
lo viejo. Necesitamos que el Señor resucitado se haga presente y nos
transmita el soplo creador del Espíritu que infunde aliento de vida.
Persona resucitada es la que se deja guiar por el Espíritu de Dios hacia la
aventura, la sorpresa, la novedad, la vida… Persona resucitada es la que pone
vida donde no la hay, o la defiende donde está amenazada.
Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia
personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la
plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre
cómo Jesús vivió con Dios-Espíritu: fue una relación “personal”; se atreve a
llamarlo papá, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su
voluntad; lo escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar
esa experiencia de Dios. Toda su predicación y todas sus acciones estuvieron
encaminadas en hacer ver a los que le seguían que tenían que vivir esa misma
experiencia para que todos alcanzasen la plenitud de humanidad que le alcanzó.
El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un
espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre”. El
Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone no dejarnos
atrapar por cualquier clase de esclavitud. El Espíritu es la fuerza que tiene
que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”,
odio, el apego, los miedos…
El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En
el relato de los Hechos de los Apóstoles, las personas de distinta lengua se
entienden, porque la lengua del Espíritu es una sola, la del amor, que todos
entienden. Es lo contrario de lo que pasó en Babel. Este es el mensaje
teológico del relato de los Hechos. Dios-Espíritu-amor hace de todos los
pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”. Durante los
primeros siglos el Espíritu fue el alma de la comunidad. Se sentían guiados por
él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción y se
dejaba guiar por él.
Reunión de la
comunidad mesiánica. Los profetas anunciaban que los "dispersos” serían reunidos
en la montaña de Sión y que así la asamblea de Israel estaría unida en torno a
Yahveh; pentecostés realiza en Jerusalén la "unidad espiritual” de los
judíos y de los prosélitos de todas las naciones; dóciles a la "enseñanza
de los apóstoles”, comulgan en el amor fraterno en la mesa *eucarística.
Comunidad abierta
a todos los pueblos. El Espíritu se da con vistas a un testimonio que se ha de llevar
hasta los confines de la tierra; el milagro de audición subraya que la comunidad
mesiánica se extenderá a todos los pueblos. El pentecostés de los paganos acaba
de hacerlo patente. La división operada en "Babel” (Gn 11,1-9) halla aquí
su antítesis y su término.
Ven, Espíritu Santo
Ven Espíritu
Santo, ven padre de los pobres,
ven fuego divino, ven.
Ven a regar lo que está seco en
nuestras vidas,
ven.
Ven a fortalecer lo que está débil, a sanar
lo que está
enfermo, ven.
Ven a romper mis cadenas, ven a iluminar
mis tinieblas,
ven.
Ven porque te necesito, porque todo
mi ser te reclama.
Espíritu Santo, dulce huésped del alma,
ven, ven Señor"
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Círculo
Bíblico San José
“Tu palabra es una lámpara a mis
pies y una luz en mi camino” Sal 119
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