Vigésimo octavo domingo, Lecturas 18-10-20, Ciclo A
Dios mío: Abre mi espíritu y dame inteligencia, en vano leeré o escucharé tu Palabra si Tú no haces que penetre en mi corazón. Concédeme ardor para buscarla, docilidad para aceptarla y fidelidad para cumplirla. Amén
Lectura libro del profeta Isaías 45, 1. 4-6
Así habla el Señor a su ungido, a Ciro, a
quien tomé de la mano derecha, para someter ante él a las naciones y desarmar a
los reyes, para abrir ante él las puertas de las ciudades, de manera que no
puedan cerrarse.
Por amor a Jacob, mi servidor, y a Israel, mi elegido, yo te llamé por tu
nombre, te di un título insigne, sin que tú me
conocieras.
Yo soy el Señor, y no hay otro, no hay ningún Dios fuera de mí. Yo te hice
empuñar las armas, sin que tú me conocieras, para que se conozca, desde el
Oriente y el Occidente, que no hay nada fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay
otro. Palabra de Dios.
Salmo 95, R. Aclamen
la gloria y el poder del Señor.
Canten al Señor un canto
nuevo, cante al Señor toda la tierra; anuncien su gloria entre las
naciones, y sus maravillas entre los pueblos. R.
Porque el Señor es grande y muy digno de
alabanza, más temible que todos los dioses. Los dioses de los pueblos
no son más que apariencia, pero el Señor hizo el cielo. R.
Aclamen al Señor, familias de los
pueblos, aclamen la gloria y el poder del Señor; aclamen la gloria del
nombre del Señor. Entren en sus atrios trayendo una
ofrenda. R.
Adoren al Señor al manifestarse su
santidad: ¡que toda la tierra tiemble ante él! Digan entre las
naciones: «¡el Señor reina! El Señor juzgará a los pueblos con
rectitud.» R.
Pablo a los
cristianos de Tesalónica 1, 1-5b
Pablo, Silvano y Timoteo saludan a la
Iglesia de Tesalónica, que está unida a Dios Padre y al Señor Jesucristo.
Llegue a ustedes la gracia y la paz. Siempre damos gracias a Dios por
todos ustedes, cuando los recordamos en nuestras oraciones, y sin cesar tenemos
presente delante de Dios, nuestro Padre, cómo ustedes han manifestado su fe con
obras, su amor con fatigas y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una
firme constancia.
Sabemos, hermanos amados por Dios, que ustedes han sido elegidos. Porque la
Buena Noticia que les hemos anunciado llegó hasta ustedes, no solamente con
palabras, sino acompañada de poder, de la acción del Espíritu Santo y de toda
clase de dones. Palabra de Dios.
Evangelio
según san Mateo 22, 15-21
Los fariseos se reunieron entonces para
sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios
discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres
sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta
la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie.
Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o
no?»
Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden
una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el
impuesto.»
Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó: «¿De quién es esta figura y
esta
inscripción?»
Le respondieron: «Del César.» Jesús les dijo: «Den al César lo que
es del César, y a Dios, lo que es de Dios.» Palabra del
Señor.
Reflexión:
Mediante las tres parábolas que leímos en los domingos anteriores, las autoridades judías fueron cuestionadas por Jesús por su experiencia religiosa y los llamó a la conversión. Ellos quedan en mala posición, por eso: “los fariseos se fueron y celebraron un consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra”.
En Jerusalén se dan cita todos los poderes. Allí Jesús se mueve en un campo de tensiones fuertes entre el poder de las autoridades judías, el estado de ánimo del pueblo, los intereses del dominador romano y las opiniones de los diversos grupos judíos. Cada uno de estos poderes está dispuesto a usar la violencia, si es necesario, en función de sus intereses. ¿De qué lado está Jesús?
Los fariseos hacen el complot y abordan a Jesús de forma indirecta: a través de una comisión compuesta por sus discípulos y un grupo de herodianos. Mateo nos describe el ambiente hostil hacia Jesús con un término especial, se dice literalmente que lo quieren “hacer caer en una trampa”
A nadie le gusta mucho tener que pagar impuestos y mucho menos le gustaba al pueblo judío tener que pagarlos a los romanos, como se les exigía desde el año 6 después de Cristo. Ese pueblo, soportaba al invasor y encima tenía que mantenerlo. Y, además, el emperador romano se hacía tratar como un dios. Usaba títulos divinos y exigía actos de culto. Por eso muchos pensaban que para ser fieles al Único y Verdadero Dios, no se debía aceptar la autoridad del emperador ni se debían pagar los impuestos. Ante este escenario los fariseos le preguntan a Jesús: “¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?” Es decir, si al pagar los impuestos se está pecando.
«Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios.» El tema se centra en la respuesta que da Jesús. La pregunta está planteada de modo que sólo se puede responder “sí” o “no”. En ambos casos, Jesús habría caído en la trampa: un sí lo exponía a la acusación de ir contra el señorío absoluto de Dios; un no, lo expone a ser acusado de subversivo (ver Lucas 23,2). De otra manera, si Jesús se pronuncia a favor del tributo, queda enemistado con el pueblo, y si se pronuncia en contra, les da el pretexto a sus adversarios para que lo acusen ante los romanos y deshacerse de él con su ayuda.
La pregunta, entonces, está muy bien pensada. El narrador del texto nos dice que efectivamente los adversarios de Jesús la habían planeado muy bien. La intención que está por detrás de esta trampa académica es quitarse de encima al maestro itinerante que se ha vuelto incómodo para las autoridades y muy querido por las multitudes.
Vale la pena analizar la manera cómo Jesús afronta a sus adversarios: les pide que le muestren la moneda del tributo y ellos le presentan una. El gesto es curioso porque por motivos religiosos los fariseos se negaban rotundamente a tocar con sus manos las monedas sacrílegas del tributo. Pero, de hecho, lo pagaban. Con razón, ya desde el principio los ha acusado de “hipocresía”. Pero notemos que, para responder, Jesús no toma como punto de partida una norma abstracta, sino el comportamiento concreto de los que lo interrogan.
Los adversarios
vienen a exigirle coherencia entre enseñanza y vida, pero ellos parten de un
mal presupuesto: la convicción de que el tributo al César es incompatible con
la fidelidad a Dios.
Jesús, entonces, les aplica su misma lógica: les demuestra que, en la pregunta planteada, ellos no están aplicando el principio de coherencia. Ellos poseen y adoptan la moneda del tributo, luego afirman que la imagen y la inscripción corresponden a la del emperador, por lo tanto, se están sirviendo de lo que viene de él. En otras palabras, si tienen en sus manos todos los días el dinero del emperador, ¿por qué no quieren adoptarlo cuando se trata de pagarle el tributo?
La respuesta de
Jesús es una denuncia de la incoherencia de sus adversarios: quienes en la
vida cotidiana se acogen al señorío del emperador y aprovechan las
ventajas que les trae esa situación, no tienen ningún motivo para plantear como
un problema de fe el pago del tributo. Por eso, como se va a decir
enseguida, lo que proviene del emperador, tranquilamente se lo pueden
restituir.
Con su
pregunta, “¿De quién es esta imagen y la inscripción?”, Jesús provoca
una segunda toma de posición de sus adversarios: ellos saben qué y quién está
gravado en la moneda del impuesto.
La moneda tenía
por un lado la efigie del emperador –recordemos que la Ley de Moisés prohibía
que se hicieran imágenes humanas- y por el otro lado tenía una frase que no
podía dejar de ser consideraba blasfema, o sea, ofensiva contra Dios, decía:
“Tiberio César, Augusto, hijo del divino Augusto”. Por lo tanto, el pago del
impuesto estaba asociado a un acto de reconocimiento de la divinidad imperial.
Después de
mostrarles su incoherencia, Jesús cuestiona la concepción que sus adversarios
tienen de la relación entre Dios y el emperador. Jesús aquí no elabora una
doctrina sobre cómo deben ser estas relaciones, pero sí deja claro que Dios y
el emperador no entran en competencia entre ellos. De ahí que la
fidelidad a Dios no se demuestra con el rechazo del tributo al emperador, por
eso: “Lo del César, devolvédselo al César”.
Debe quedar claro
que Dios y quien detenta la autoridad terrena no están en el mismo
plano. Hay cuestiones que son competencia de la autoridad terrena, el
emperador –el estado- tiene derecho a los tributos, pero no a la vida de los
ciudadanos: no es Dios ni tiene características divinas.
Dios tiene
exigencias que superan las del emperador y el emperador no tiene autoridad para
atribuirse competencias que sólo le pertenecen a Dios, porque “lo de Dios es de
Dios” y de nadie más. El hombre creado a imagen y semejanza de Dios, sólo
a Dios se le debe entregar como tributo.
En última
instancia, la cuestión no es lo que hay que darle al César sino lo que hay que
darle a Dios.
Esta enseñanza de
Jesús está respaldada con su vida. Fue así como se comportó “el Hijo”: Jesús
nunca puso en segundo plano los derechos de su Padre, aun cuando esta actitud
le costara la vida.
¡Ven Señor Jesús, te necesito!
Aclaración: Se han consultado para la preparación de las reflexiones: El libro del Pueblo de Dios. Hojitas anteriores. Centro Bíblico del CELAM. Amigos de fe adulta. J A Pagola.
Círculo Bíblico San José
“Tu palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino” Sal 119
No hay comentarios:
Publicar un comentario