“…bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
Santísima Trinidad
Lecturas 30-5-21, Ciclo B
” Ven Espíritu Santo”
Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guie y asista al meditar tus enseñanzas, para que pueda saborearla y comprenderla, para que tu Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la Verdad completa. Amén
Deuteronomio 4, 32-34. 39-40
Moisés habló al
pueblo diciendo: «Pregúntale al tiempo pasado, a los días que te han precedido
desde que el Señor creó al hombre sobre la tierra, si de un extremo al otro del
cielo sucedió alguna vez algo tan admirable o se oyó una cosa semejante. ¿Qué
pueblo oyó la voz de Dios que hablaba desde el fuego, como la oíste tú, y pudo
sobrevivir? ¿O qué dios intentó venir a tomar para sí una nación de en medio de
otra, con milagros, signos y prodigios, combatiendo con mano poderosa y brazo
fuerte, y realizando tremendas hazañas, como el Señor, tu Dios, lo hizo por
ustedes en Egipto, delante de tus mismos
ojos?
Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es Dios -allá arriba, en el
cielo, y aquí abajo, en la tierra- y no hay otro. Observa los preceptos y los
mandamientos que hoy te prescribo. Así serás feliz, tú y tus hijos después de
ti, y vivirás mucho tiempo en la tierra que el Señor, tu Dios, te da para
siempre.» Palabra de Dios.
Salmo 32, R. ¡Feliz el pueblo que el Señor se Eligió como herencia!
La palabra del
Señor es recta y él obra siempre con lealtad; él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.
R.
La palabra del
Señor hizo el cielo, y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales; porque
él lo dijo, y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste. R.
Los ojos del Señor
están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para
librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.
Nuestra alma
espera en el Señor: Él es nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor
descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti.
R.
San Pablo a los cristianos de Roma 8,
14-17
Hermanos: Todos
los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no
han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el
espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir,
¡Padre!
El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos
hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y
coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.
Palabra de Dios.
Santo Evangelio
según san Mateo 28, 16-20
Los once
discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al
verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la
tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a
cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el
fin del mundo.» Palabra del
Señor.
Hoy, la liturgia nos invita a celebrar a la Santísima
Trinidad, nuestro Dios. Un solo Dios en tres Personas, que es Padre, Hijo y Espíritu
Santo, en el nombre del cual hemos sido bautizados. Y por la gracia del
Bautismo estamos llamados a tener parte en la vida de la Santísima Trinidad, hemos
sido hechos partícipes de la vida divina, llegando a ser hijos del Padre Dios,
hermanos en Cristo y templos del Espíritu Santo.
Encuentro con el Resucitado. Mateo termina su evangelio narrando un breve encuentro entre Jesús Resucitado y el grupo de los once que había regresado a Galilea tras recibir el mensaje de las mujeres. Este encuentro ocurre ya lejos de Jerusalén, del lugar en el que habían vivido la experiencia traumática de la pasión de Jesús. Esta distancia física es también existencial. Después de la crisis, del miedo, de la desesperanza que los había paralizado, el maestro los invita a volver a Galilea, a los orígenes, a recorrer de nuevo los caminos, a evocar las experiencias junto a Jesús y que ahora han de releer de forma diferente.
Ya en Galilea, con el corazón preparado por la experiencia del regreso, se encuentran con Jesús, ahora resucitado. El breve relato de la aparición se centra en visibilizar la propuesta de futuro que Jesús les propone en este último encuentro. Esta propuesta se orienta en una doble dirección, por un lado, les recuerda la necesidad de seguir haciendo posible el Reino, de seguir invitando a más hombres y mujeres a formar parte de la comunidad de seguidores. Por otro, define los pilares en los que han de sostener y proclamar su fe: la vida compartida en tantos lugares: el lago, la montaña, la casa, los caminos…y las enseñanzas que se hacían compromiso en los encuentros con los enfermos, con los marginados, con quienes estaban sedientos de esperanza, con los que no tenían un lugar en la historia…Todo eso es lo que han de guardar en su corazón, pero también en su actuar.
Jesús resucitado les recuerda que la comunidad se construye en la comunión, en el compartir, en los proyectos comunes. Una comunidad que guiada por el Espíritu es capaz de salir de los pequeños espacios de Palestina para abrirse a gente de toda clase y lugar. Una comunidad que no teme arriesgarse, que no se resiste a lo nuevo porque se sabe sostenida por el Espíritu de Dios.
Los años vividos con Jesús recorriendo pueblos y ciudades, escuchándole hablar de un Dios Abba que solo quiere lo mejor para sus hijos, les permite comprender mejor las palabras que el Maestro les dirige. Un Dios que no teme contaminarse abrazando con misericordia y bondad a quien ha errado el camino, un Dios que sueña con sentarse a la mesa de los pobres, acoger en su casa a pecadores y prostitutas. Un Dios, padre y madre que no es celoso de su gloria, sino de su bondad y perdón.
Jesús es el hijo perfecto de un Padre así. Toda su vida, sus decisiones, su entrega final encarnaron la urgencia de ese Dios de ser también un padre y una madre para la humanidad. Sus encuentros, sus palabras, su alegría, sus comidas festivas… tenían sentido desde la fidelidad al Abba que lo sostenía en la oración, lo confirmaba en cada signo profético y sanador que podía realizar y lo impulsaba con la fuerza de su Espíritu en cada paso que daba.
La primera comunidad cristiana comprendió que tenía que dejarse persuadir por ese Dios Abba y continuar abriendo espacios a su Reino. Junto a Jesús resucitado supo que necesitaba recibir la sabiduría de Dios y ser guiados por el Espíritu Santo para construir el presente y proyectar el futuro. Por eso cualquier hombre o mujer que se incorporaba al grupo de seguidores de Jesús tenía que abrirse a ese impulso trinitario, por eso, eran invitados a bautizarse en el nombre del Padre (Madre), del Hijo y del Espíritu Santo.
El encuentro de Jesús resucitado en Galilea con el grupo que va a liderar a partir de ahora la comunidad es, para Mateo, una oportunidad para recordar a todos sus destinatarios en qué y en quién han de sostener su fe, y lo más importante: fortalecer en cada uno la certeza de que el Maestro siempre estará con ellos.
Muchos siglos después seguimos escuchando este relato y quizá nos siga invitando a preguntarnos en quién ponemos nuestra esperanza, y si realmente el Dios en el que creemos es el que sostuvo la misión de Jesús y derramó su santo Espíritu para impulsar su acción y compromiso. Los bautizados estamos llamados a encontrarnos también con Jesús resucitado en Galilea y recrear hoy sus palabras en nuestro concreto y a veces precario camino creyente.
Yo estaré siempre
con ustedes, hasta el fin del mundo. Al discipulado y el bautismo se agrega un
nuevo mandato: enseñarle a vivir todo lo que Jesús enseñó. Se trata de dar a
conocer a los nuevos discípulos el auténtico camino de la salvación.
En las últimas palabras del Evangelio de Mateo, Jesús dice uno de los
versículos más esperanzadores y consoladores del Nuevo Testamento: “Yo
estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”.
*Solo Amor… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Es necesario creer en la Trinidad, ¿se puede?, ¿sirve para algo?, ¿no es una construcción intelectual innecesaria?, ¿cambia en algo nuestra fe en Dios y nuestra vida cristiana si no creemos en el Dios trinitario? Hace dos siglos Kant escribía estas palabras: «Desde el punto de vista práctico, la doctrina de la Trinidad es perfectamente inútil».
Nada más lejos de la realidad. La fe en la Trinidad cambia no sólo nuestra manera de mirar a Dios sino también nuestra manera de entender la vida. Confesar la Trinidad de Dios es creer que Dios es un misterio de comunión y de amor. Dios no es un ser frío, cerrado e impenetrable, inmóvil e indiferente. Dios es un foco de amor insondable. Su intimidad misteriosa es sólo amor y comunicación. Consecuencia: en el fondo último de la realidad dando sentido y existencia a todo no hay sino Amor. Todo lo existente viene del Amor.
El Padre es Amor originario, la fuente de todo amor.
Él empieza el amor: «Sólo él empieza a amar sin motivos, es más, es él quien
desde siempre ha empezado a amar». El Padre ama desde siempre y para siempre,
sin ser obligado ni motivado desde fuera. Es el «eterno Amante». Ama y seguirá
amando siempre. Nunca retirará su amor y fidelidad. De él sólo brota amor.
Consecuencia: creados a su imagen, estamos hechos para amar. Sólo amando
acertamos a vivir plenamente.
El ser del Hijo consiste en recibir el amor del Padre. Él es el «Amado eternamente» antes de la creación del mundo. El Hijo es el Amor que acoge, la respuesta eterna al amor del Padre. El misterio de Dios consiste pues en dar y en recibir amor. En Dios, dejarse amar no es menos que amar. ¡Recibir amor es también divino! Consecuencia: creados a imagen de Dios, estamos hechos no sólo para amar sino para ser amados.
El Espíritu Santo es la comunión del Padre y del Hijo. Él es el Amor eterno entre el Padre amante y el Hijo amado, el que revela que el amor divino no es cerrazón o posesión celosa del Padre ni acaparamiento egoísta del Hijo. El amor verdadero es siempre apertura, don, comunicación hasta sus criaturas. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5, 5). Consecuencia: creados a imagen de ese Dios, estamos hechos para amarnos mutuamente sin acaparar y sin encerrarnos en amores ficticios y egoístas. *José Antonio Pagola
“Dios Amor nos invita al gozo de su vida en comunidad”
Dios nuestro, Padre de la luz, tú has enviado al mundo tu
Palabra, sabiduría que sale de tu boca, Tú has querido que tu propio Hijo,
Palabra eterna que procede de ti (Jn 1,1-14), se hiciera carne y viviera en
medio de tu pueblo. Envía ahora tu Espíritu sobre nosotros: Que Él nos dé un
corazón oyente (1 Re 3,9), nos permita encontrarte en tus Santas Escrituras y
engendre tu Verbo en nosotros. Que el Espíritu Santo levante el velo de
nuestros ojos (2 Cor 3,12-16), nos conduzca a la Verdad Completa (Jn 16,13), y
nos dé inteligencia y perseverancia. Te lo pedimos por Jesucristo, Nuestro Señor, Él sea bendito y
alabado por los siglos de los siglos. Amén.
Domingo de Pascua
“Cristo Vive”
Segundo domingo de Pascua
“Señor mío y Dios
mío”
“Ustedes son
testigos de todo esto”
“Yo Soy el buen
Pastor: conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí”
Quinto domingo de Pascua
“El que permanece
en mí, y yo en él,
da mucho fruto”
“Ámense los unos a los otros, como
yo los he amado”
Ascensión
“Vayan por todo el mundo, anuncien la buena Noticia a toda la creación”
Pentecostés
“Reciban el
Espíritu Santo”
Aclaración: Se han consultado para la preparación
del siguiente texto: El libro del Pueblo de Dios. Centro Bíblico del CELAM. Donbosco.org.ar.
Dominicos.org. José Antonio Pagola. Fray Marcos.
Círculo
Bíblico San José
“Tu palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino” Sal 119
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