Vigésimo noveno domingo, lecturas 17-10-21, Ciclo B
Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guie y asista al meditar tus enseñanzas, para que pueda saborearla y comprenderla, para que tu Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la Verdad completa. Amén
Lectura del libro del profeta
Isaías 53, 10-11
El Señor quiso
aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación,
verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá
por medio de él.
A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi
Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos.
Palabra de Dios.
Salmo 32, R. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti.
La palabra del
Señor es recta y él obra siempre con lealtad; él ama la justicia y el
derecho, y la tierra está llena de su amor. R.
Los ojos del Señor
están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su
misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el
tiempo de indigencia. R.
Nuestra alma espera en el Señor: él es nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.
Lectura de la carta a los
Hebreos 4, 14-16
Hermanos: Ya que
tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el
cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un
Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario,
él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener
misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. Palabra de
Dios.
Santo Evangelio según san
Marcos 10, 35-45
Santiago y Juan,
los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que
nos concedas lo que te vamos a pedir.»
Él les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?» Ellos le dijeron:
«Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés
en tu gloria.» Jesús le dijo:
«No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el
bautismo que yo recibiré?» «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús
agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo
que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí
concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido
destinados.» Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra
ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se
considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los
poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al
contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que
quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo
Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en
rescate por una multitud.» Palabra del Señor.
La Palabra de hoy sucede inmediatamente después de que Jesús anunciara por tercera vez a los apóstoles sus sufrimientos y su muerte humillante en Jerusalén. Podemos ver que Marcos contrasta las palabras y la actitud de Jesús con la ambición y el egoísmo de alguno de los apóstoles. Parece que cuanto más se aproxima la hora de la pasión de Jesús, más es la resistencia de sus discípulos a aceptarla.
Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús crucificado, porque desde niños tenemos esta imagen, pero en tiempos de Jesús la idea de un mesías sufriente y muerto en la cruz en manos de los odiados opresores del pueblo era totalmente ajena a la mentalidad judía y considerada como blasfemia. Es comprensible entonces que los discípulos se resistieran. Quedaron defraudados totalmente ante la muerte de Jesús y que les costó mucho descubrir su significado. Sólo a partir de la resurrección repasarán los hechos vividos junto a Jesús y se preguntarán cómo les fue posible pasar tanto tiempo con Él sin avizorar la novedad del mensaje, como así también las discusiones tenidas acerca de los primeros puestos y otras similares, pasarán a ser signos de toda una actitud que puede en cada momento infiltrarse en el creyente.
Decíamos anteriormente que nosotros estamos acostumbrados a ver la imagen de Jesús crucificado, pero nos podemos preguntar una vez más ¿si hemos aceptado hasta sus últimas consecuencias la actitud de Jesús y la llamada que nos hace a seguirlo?
Tres eran los
apóstoles líderes del grupo: Pedro, Santiago y Juan. Estos dos últimos hermanos
entre sí, llamados por su impetuosidad “los hijos del Trueno” protagonizan el
evangelio de hoy. Suponiendo que debía estar lejos el día de la
inauguración del reino de Cristo, se adelantaron al resto de sus compañeros y
le dijeron a Jesús: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”.
La forma es
atrevida. Saben que Jesús ahora tiene pocos seguidores y aprovechan su
situación de “fieles” para exigir algo por esa fidelidad. Están buscando
una recompensa a su fe.
Se trata de una actitud muy común entre nosotros, suponemos que Dios se encuentra muy necesitado de nosotros y que de alguna manera está obligado a recompensar nuestros buenos servicios. Mas como Dios no suele darse por aludido surge nuestra oración, al modo de los hijos del trueno: impetuosa y atrevida. No faltan los que hasta esconden una velada amenaza: “Si no me concedes tal cosa, no iré más a misa o abandonaré la Iglesia”, esta manera de proceder descubre que lejos se está de una fe concebida como servicio.
Servir a Dios en
el amor es una donación gratuita de uno mismo; quien ama por la
recompensa que puede darle el amado, en realidad se ama a sí mismo.
Los apóstoles tenían una fe muy inmadura; buscaban la recompensa y seguían a Jesús por esa recompensa.
La fe cristiana
es el seguimiento de Jesús. Es a nosotros mismos a quienes debemos
exigir esto o lo otro. De lo contrario, no solamente no superamos la
etapa del Antiguo Testamento, sino que podemos con mucha facilidad convertir el
cristianismo en una religión pagana con su panteón de dioses sujetos al capricho
de los hombres.
Y ante la proposición de los dos hermanos, Jesús asiente… Ellos entonces, le piden dos principales carteras del nuevo gobierno. Jesús les deja llevar las cosas hasta el preciso momento en que pueda hacerles descubrir esto “nuevo” que es la fe. Llegado el momento les dice: “No saben lo que piden” O sea no tienen ni idea de lo absurdo del pedido, no han comprendido nada de lo que significa ser el Cristo y de lo que implica seguirlo.
Seguir a Cristo
es compartir su cruz. Por eso, a su vez, le pregunta: “¿Son
capaces de beber el cáliz que yo he de beber…?” Lo más insólito es la
respuesta de los dos: “Podemos”. No podemos dudar de la sinceridad de ambos,
aunque cuando pronunciaron enfáticamente “podemos” no imaginaban todo su
alcance.
Jesús confirma que ambos lo seguirán por el camino del sufrimiento, pero les aclara, para que no queden dudas, que eso no les da el derecho a alguna recompensa. Por qué el seguir a Cristo con la cruz de cada día no nos da derecho a recompensas especiales, lo explicará enseguida Jesús a todo el grupo apostólico. Hay una sola forma de seguir a Jesús, y es bebiendo su misma copa. Cada día hay que morir al propio ego, a la vanidad, al orgullo, al egoísmo, etc. Y cada vez que comulgamos, nos unimos a Cristo que derrama su vida por amor a los hombres.
Comulgar es comprometerse a compartir el mismo gesto de Jesús. En cada misa, Jesús vuelve a preguntarnos: ¿Puedes beber esta copa que yo bebo?
En un grupo donde las ambiciones tratan de escalar, pronto surge la indignación y el resentimiento de los demás. Así sucedió con los otros diez. Jesús, con toda paciencia, vuelve a catequizarlos sobre el tema del servicio a la comunidad. Jesús no niega que los apóstoles han de ocupar en su Iglesia cierto puesto de relevancia y jerarquía. Pero la pregunta es otra: ¿Qué significa tener autoridad dentro de la Iglesia? Jesús distingue dos formas de ejercer la autoridad. Una es la común a los gobernantes y los poderosos pues, hacen sentir que son dueños de la comunidad y lo hacen pesar. “Así no debe ser entre ustedes” En la Iglesia, la autoridad debe ser algo diametralmente distinto, incluso opuesto. “El que quiera ser grande que se haga servidor de todo” La comunidad cristiana es la comunidad siempre lista, con ese sí alegre y generoso. Una comunidad cristiana –con sus pastores a la cabeza- no puede esperar que le traigan problemas: debe buscarlos allí donde están para aportar una solución. Ella debe ser la presencia viva de Cristo. Una Iglesia servidora podrá olvidarse del sufrimiento propio, pero deberá ser la primera en levantar el grito cuando alguien, cualquier persona, sufra las injusticias propias del tiempo. El problema está en saber quiénes están dispuestos a asumir ese dolor y a derramar esa sangre. Quienes lo hagan, tienen derecho a llamarse cristianos. Los demás seguiremos en el catecumenado. La grandeza del ser humano consiste en esa posibilidad que tiene de darse como Dios se da. En ese don total encuentra el hombre su plena realización.
Sínodo: Sinodalidad
Este 9 y 10 de octubre, con la Misa de Apertura y el Momento de Reflexión, se dio inicio al Sínodo de los Obispos sobre la Sinodalidad que tiene como tema: “Por una Iglesia sinodal: comunión participación y misión”. Un itinerario que durará tres años y que está articulado en tres fases (diocesana, continental y universal).
“Hacer sínodo significa caminar juntos en la misma dirección. Miremos a Jesús, que en primer lugar encontró en el camino al hombre rico, después escuchó sus preguntas y finalmente lo ayudó a discernir qué tenía que hacer para heredar la vida eterna”, es desde el Evangelio, de la persona de Jesús, de donde inicia la reflexión del Papa Francisco en la Misa de Apertura del Sínodo sobre la Sinodalidad. A los más de tres mil fieles, entre delegados de las Conferencias Episcopales, cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, y laicos, reunidos este domingo 10 de octubre, en la Basílica de San Pedro para dar inicio a este proceso sinodal, que durará tres años y tiene tres fases, el Pontífice les propuso tres verbos como brújula para la reflexión sinodal: “Encontrar, escuchar, discernir”.
Dios camina a nuestro lado: el Santo Padre comentando el encuentro de Jesús con el hombre rico que el Evangelio de Marcos presenta este domingo señala que, “de este modo, Jesús nos revela que Dios no habita en lugares asépticos, en lugares tranquilos, lejos de la realidad, sino que camina a nuestro lado y nos alcanza allí donde estemos, en las rutas a veces ásperas de la vida”. Por eso, hoy, al dar inicio al itinerario sinodal, comenzamos preguntándonos: ¿encarnamos el estilo de Dios, que camina en la historia y comparte las vicisitudes de la humanidad? ¿Estamos dispuestos a la aventura del camino o, temerosos ante lo incierto, preferimos refugiarnos en las excusas del “no hace falta” o del “siempre se ha hecho así”? Vatican News.
Vigésimo primer domingo, “Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”
Vigésimo segundo domingo, “Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.”
Vigésimo tercer domingo, «Efatá», «Ábrete.» Presencia liberadora de Dios.”
Vigésimo Cuarto domingo, «Y ustedes ¿Quién dicen que soy yo?»
Vigésimo quinto domingo, «El que quiera ser el primero, debe hacerse el servidor de todos»
Vigésimo sexto domingo, «No se lo impidan»
Vigésimo séptimo domingo, «Y los dos no serán si no uno sola carne»
Vigésimo octavo domingo, «Jesús nos llama a entregarnos a nosotros mismos»
Aclaración: Se han consultado para la preparación del siguiente texto: El libro del Pueblo de Dios. Centro Bíblico CELAM. Dominicos.org. J. A. Pagola. Donbosco.org.ar. Hojitas anteriores.
Círculo Bíblico San José
“Tu palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino” Sal 119
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