Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guie y asista al meditar tus enseñanzas, para que pueda saborearla y comprenderla, para que tu Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la Verdad completa. Amén
Lectura del
libro del Génesis 2, 4b.7a.18-24
Cuando el señor Dios hizo la tierra y el cielo, entonces el Señor Dios modelo al hombre con arcilla del suelo y soplo en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente. Después dijo el Señor Dios: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.» Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre. El hombre puso un nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada. Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre.» Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne. Palabra de Dios.
Salmo 127, R. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
¡Feliz
el que teme al Señor y sigue sus caminos! Comerás del fruto de tu
trabajo, serás feliz y todo te irá bien. R.
Tu
esposa será como una vid fecunda en el seno de tu hogar; tus hijos, como
retoños de olivo alrededor de tu mesa. R.
¡Así
será bendecido el hombre que teme al Señor! ¡Que el Señor te bendiga
desde Sión todos los días de tu vida.
Que contemples la paz de Jerusalén. ¡Y veas a los hijos de tus hijos! ¡Paz a Israel! R.
Lectura de la
carta a los Hebreos 2, 9-11
Hermanos: A
aquel que fue puesto por poco tiempo debajo de los ángeles, a Jesús, ahora lo
vemos coronado de gloria y esplendor, a causa de la muerte que padeció. Así,
por la gracia de Dios, él experimentó la muerte en favor de todos.
Convenía, en efecto, que aquel por quien, y para quien existen todas las cosas,
a fin de llevar a la gloria a un gran número de hijos, perfeccionara, por medio
del sufrimiento, al jefe que los conduciría a la salvación. Porque el que
santifica y los que son santificados, tienen todo un mismo origen. Por eso, él
no se avergüenza de llamarlos hermanos. Palabra de Dios.
Santo Evangelio
según San Marcos 10, 2-16
Se
acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta
cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?» Él les
respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha
ordenado?»
Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y
separarse de ella.»
Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a
la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios
los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y
los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una
sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido.» Cuando regresaron a la casa, los discípulos le
volvieron a preguntar sobre esto. El les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa
con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su
marido y se casa con otro, también comete adulterio.» Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara,
pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo:
«Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de
Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el
Reino de Dios como un niño, no entrará en él.» Después los abrazó y los
bendijo, imponiéndoles las manos. Palabra del Señor.
Los textos de este domingo nos permiten reflexionar sobre el sentido del matrimonio de acuerdo con el proyecto de Dios.
Seguimos en el contexto de subida a Jerusalén y la
instrucción a los discípulos. Los fariseos plantean a Jesús una pregunta para
ponerlo a prueba. Esta vez no es una cuestión sin importancia, sino un hecho
que hace sufrir mucho a las mujeres de Galilea y es motivo de vivas discusiones
entre los seguidores de diversas escuelas rabínicas: «¿Le es lícito al marido
separarse de su mujer?».
No se trata del divorcio moderno que conocemos hoy, sino de la situación en que vivía la mujer judía dentro del matrimonio, controlado absolutamente por el varón. Según la Ley de Moisés, el marido podía romper el contrato matrimonial y expulsar de casa a su esposa. La mujer, por el contrario, sometida en todo al varón, no podía hacer lo mismo.
La respuesta de Jesús sorprende a todos. No entra en
las discusiones de los rabinos. Invita a descubrir el proyecto original de
Dios, que está por encima de leyes y normas. Esta ley «machista», en concreto,
se ha impuesto en el pueblo judío por la dureza del corazón de los varones, que
controlan a las mujeres y las someten a su voluntad.
Jesús ahonda en el misterio original del ser humano.
Dios «los creó varón y mujer».
Los dos han sido creados en igualdad, Dios no ha creado al varón con poder
sobre la mujer, ni ha creado a la mujer sometida al varón, entre varones y
mujeres no ha de haber dominación por parte de nadie.
Desde esta estructura original del ser humano, Jesús ofrece una visión del matrimonio que va más allá de todo lo establecido por la Ley. Mujeres y varones se unirán para «ser una sola carne» e iniciar una vida compartida en la mutua entrega, sin imposición ni sumisión.
Este proyecto matrimonial es para Jesús la suprema expresión del amor humano. El varón no tiene derecho alguno a controlar a la mujer como si fuera su dueño. La mujer no ha de aceptar vivir sometida al varón. Es Dios mismo quien los atrae a vivir unidos por un amor libre y gratuito. Jesús concluye de manera rotunda: «Lo que Dios unió que no lo separe el hombre». Con esta posición, Jesús está destruyendo de raíz el fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de control, sometimiento e imposición del varón sobre la mujer. No solo en el matrimonio, sino en cualquier institución civil o religiosa.
El único enemigo del amor es el egoísmo. El afán de buscar el beneficio propio arruina toda posibilidad de relaciones verdaderamente humanas. Esta búsqueda del otro para satisfacer las necesidades de mi ego anula todas las posibilidades de una relación de pareja. Desde la perspectiva hedonista, la pareja estará fundamentada en lo que el otro me aporta, nunca en lo que yo puedo darle. La consecuencia es nefasta: las parejas sólo se mantienen mientras se consiga un equilibrio de intereses mutuos. Esta es la razón por la que más de la mitad de los matrimonios se rompen, sin contar los que hoy ni siquiera se plantean la unión estable, sino que se conforman con sacar en cada instante el mayor provecho de cualquier relación personal. Desde estas perspectivas, por mucho que sea lo que una persona me está dando, en cualquier momento puedo descubrir a otra que me puede dar más. Ya no tendré motivos para seguir con la primera. También puede darse el caso de encontrar otra persona que, dándome lo mismo, me exige menos.
La capacidad humana consiste en la posibilidad de darse al otro y ayudarle a ser él, sintiendo que en ese darse, encuentra su propia plenitud, donde el amor consiste en darse sin esperar nada a cambio. El matrimonio va creciendo, va tomando valor con la entrega de cada uno. Hay que recordar también que el amor se vive en la vida ordinaria y repetida de lo cotidiano. Cada día vivido juntos, cada alegría y cada sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja, dan consistencia real al amor.
“Es posible hacer que la crisis no gaste el matrimonio, sino que lo mejore”. En nuestros días el mal del matrimonio es la separación y el divorcio, mientras que en tiempos de Jesús lo era el repudio. Sin embargo, Jesús no se limita a reafirmar la ley; le añade la gracia. Esto quiere decir que los esposos cristianos no aceptan sólo el compromiso de mantenerse fieles hasta la muerte; también reciben la ayuda necesaria para hacerlo. De la muerte redentora de Cristo viene una fuerza –el Espíritu Santo- que permea todo aspecto de la vida del creyente, incluido el matrimonio. Éste incluso es elevado a la dignidad de sacramento y de imagen viva de su unión esponsalicia con la Iglesia en la cruz (Ef. 5, 31-32).
Decir que el matrimonio es un sacramento no significa sólo que en él está permitida, es lícita y buena, la unión de los sexos significa –más todavía- decir que el matrimonio se convierte en un modo de unirse a Cristo a través del amor al otro, un verdadero camino de santificación. No podría ser de otra manera, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad.
La alarmante crisis que atraviesa la institución del matrimonio en nuestra sociedad está a la vista de todos. Palabras como: «estoy harto de esta vida», «me marcho», «si es así, ¡cada uno por su lado!», ya se pronuncian entre cónyuges a la primera dificultad. El matrimonio sufre en ello la mentalidad común del «usar y tirar». ¿Qué nos puede ayudar para contener esta tendencia, que causa tanto mal para la sociedad y tanta tristeza a los hijos?
San Pablo nos dice al respecto: «Si se enojan, no se dejen arrastrar al pecado ni permitan que la noche los sorprenda enojados, dando ocasión al demonio», «sopórtense los unos a los otros y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro», «Ayúdense mutuamente a llevar las cargas y así cumplirán la Ley de Cristo» (Ef. 4, 26-27; Col 3, 13; Ga 6, 2).
Sacramentos del matrimonio* Este sacramento nos conduce al corazón del designio
de Dios, que es un designio de alianza con su pueblo, con todos nosotros, un
designio de comunión. Al inicio del libro del Génesis, el primer libro de la
Biblia, como coronación del relato de la creación se dice: «Dios creó al hombre
a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó... Por eso
abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los
dos una sola carne» (Gn 1, 27; 2, 24). La imagen de Dios es la
pareja matrimonial: el hombre y la mujer; no sólo el hombre, no sólo la mujer,
sino los dos. Esta es la imagen de Dios: el amor, la alianza de Dios con
nosotros está representada en esa alianza entre el hombre y la mujer. Y esto es
hermoso. Somos creados para amar, como reflejo de Dios y de su amor. Y en la
unión conyugal el hombre y la mujer realizan esta vocación en el signo de la
reciprocidad y de la comunión de vida plena y definitiva.
Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento
del matrimonio, Dios, por decirlo así, se «refleja» en ellos, imprime en ellos
los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la
imagen del amor de Dios por nosotros.
*Papa Francisco, Audiencia 2 abril 2014.
Décimo noveno domingo, “Yo soy el pan de Vida”
Vigésimo domingo, María, lugar de encuentro con Dios
Vigésimo primer domingo, “Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”
Vigésimo segundo domingo, “Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.”
Vigésimo tercer domingo, «Efatá», «Ábrete.» Presencia liberadora de Dios.”
Vigésimo Cuarto domingo, «Y ustedes ¿Quién dicen que soy yo?»
Vigésimo quinto domingo, «El que quiera ser el primero, debe hacerse el servidor de todos»
Vigésimo sexto domingo, «No se lo impidan»
Aclaración: Se han consultado para la preparación del siguiente texto: El libro del Pueblo de Dios. Centro Bíblico CELAM. Dominicos.org. *J. A. Pagola. Donbosco.org.ar. P. Raniero Cantalamessa.
Círculo Bíblico San José
“Tu palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino” Sal 119
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