Para el cristiano la persona de Jesucristo es el centro que da sentido a su vida. Podemos recordar la frase del Santo Padre en Aparecida: “No se comienza a ser cristiano, nos decía, por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Ap. 243). Ahora bien, la pregunta importante es saber:
¿Dónde me encuentro hoy con Jesucristo?
Esta pregunta nos permite descubrir uno de los modos que él ha elegido para permanecer con nosotros, su Palabra, que es la Palabra de Dios.
Esta presencia de Jesucristo a través de su Palabra no tiene sólo un contenido doctrinal, sino que es para nosotros un acontecimiento que nos permite hoy entrar en comunión viva con él. La Biblia no es un libro del pasado, algo histórico, sino un acontecimiento que se hace presencia para quién la lee con un corazón abierto, este es el principio de la fe. La Palabra de Dios que se hizo realidad humana y divina en la persona de Jesucristo, es nuestro primer lugar de encuentro con él. Para esto he venido, nos dirá, para ser el Camino, la Verdad y la Vida de cada uno de ustedes. Como vemos, el lugar que ocupa la Palabra de Dios en un cristiano es único y central. Por ello se dice que el cristianismo no es tanto el camino del hombre hacia Dios, sino el camino de Dios hacia el hombre.
A este camino de Dios lo encontramos en la Biblia. Este
venir de Dios hacia nosotros requiere una actitud que ponga el acento en la
escucha de su Palabra. No estamos frente a un libro de historia
sino ante un libro de Vida, que para quien la recibe con un corazón abierto se
convierte en fuente de luz, de sentido, de alegría y de paz. La Palabra de Dios
tiene que ver con la verdad del hombre, porque hemos sido creados a su “imagen
y semejanza”. Dios no es ajeno al hombre, es su creador, por ello en él
encontramos el sentido de nuestras vidas. San Agustín, decía: “Mi corazón
estuvo inquieto, Señor, hasta que no te encontró a Ti”. Con cuánta sabiduría
canta el salmista: “Tu Palabra Señor es la verdad y la luz de mi vida”. O el
profeta Jeremías: “Cuando se presentaban tus palabras, decía, yo las devoraba,
porque tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón” (15, 16).
Esta Palabra alcanzó su plenitud y cercanía a nosotros en la
persona de Jesucristo, que es el Hijo de Dios hecho hombre. La vida cristiana,
recordemos, no nace de una doctrina sino del encuentro con la persona de
Jesucristo. Aquí adquiere todo su valor la lectura de los Evangelios, que es la
Palabra de Dios manifestada por su propio Hijo. Es una Palabra que tiene por
destinatario el corazón de cada uno de nosotros.
Esta Palabra, por otra parte, alcanza toda su plenitud
cuando se convierte en un diálogo personal con el mismo Señor, se hace oración
y en ella vamos descubriendo el sentido de nuestra vida desde Dios. Así nos
descubrimos como parte de un proyecto, es decir, mi vida tiene un sentido, no
soy una casualidad, soy un hijo amado por Dios. Sólo desde Dios nuestra vida
adquiere toda su dignidad y la grandeza de una vocación.
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