Dios mío, envía ahora tu
Espíritu sobre mí y que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guie y
asista al meditar tus enseñanzas, para que pueda saborearla y
comprenderla, para que tu Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la
Verdad completa. Amén
“¡Bendito
sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las
alturas!”.
Procesión: Evangelio
según S, Lucas 19, 28-40
Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: ‘¿Por qué lo desatan?’, respondan: ‘El Señor lo necesita’”. Los enviados partieron y encontraron todo como él les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: “¿Por qué lo desatan?”. Y ellos respondieron: “El Señor lo necesita”. Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino. Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: “¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”. Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Pero él respondió: “Les aseguro que, si ellos callan, gritarán las piedras”. Palabra del Señor.
Libro del
profeta Isaías 50, 4-7
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para
que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él
despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído
y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban
y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me
ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé
confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no
seré defraudado. Palabra de Dios.
Salmo 21. R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Los que
me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
«Confió en el Señor, que él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto» R
Me rodea una jauría de perros, me
asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Yo puedo contar
todos mis huesos. R.
Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero tú,
Señor, no te quedes lejos; tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme.
R.
Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en
medio de la asamblea: «Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo,
descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel» R.
Carta
de Pablo a los Filipenses 2, 6-11
Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y
presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la
muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está
sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el
cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de
Dios Padre: «Jesucristo es el Señor.» Palabra de Dios
Pasión de
nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 22,66c.23, 1b-49.
Cuando
amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos
sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron:
«Dinos si eres el Mesías». Él les dijo: «Si yo les respondo, ustedes no me
creerán, y si los interrogo, no me responderán. Pero en adelante, el Hijo del
hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso». Todos preguntaron:
«¿Entonces eres el Hijo de Dios?». Jesús respondió: «Tienen razón, yo lo soy».
Ellos dijeron: «¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído
de su propia boca». Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante
Pilato. Y comenzaron a acusarlo, diciendo: «Hemos encontrado a este hombre
incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al
Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías». Pilato lo interrogó, diciendo:
«¿Eres tú el rey de los judíos?». «Tú lo dices», le respondió Jesús. Pilato
dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: «No encuentro en este hombre
ningún motivo de condena». Pero ellos insistían: «Subleva al pueblo con su
enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí». Al oír
esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que
pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes
se encontraba en Jerusalén.
Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo
que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su
presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre
tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con
vehemencia. Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo
en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a
Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron
amigos.
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:
«Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la
rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo
de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha
devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la
muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad».
Pero la multitud comenzó a gritar: «¡Que muera este
hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!». A Barrabás lo habían encarcelado por una
sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención
de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo!
¡Crucifícalo!». Por tercera vez les dijo: «¿Qué mal ha hecho este hombre? No
encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo
dejaré en libertad». Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera
crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato
resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al
que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al
arbitrio de ellos. Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de
Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara
detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que
se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia
ellas, les dijo: «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por
ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices
las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no
amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los
cerros: ¡Sepúltennos! Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la
leña seca?». Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados. Cuando
llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los
malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus
vestiduras, sorteándolas entre ellos.
El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes,
burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el
Mesías de Dios, el Elegido!». También los soldados se burlaban de él y,
acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos,
¡sálvate a ti mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey
de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba,
diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro
lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma
pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas,
pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas
a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo
en el Paraíso».
Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la
tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio.
Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y
diciendo esto, expiró. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a
Dios, exclamando: «Realmente este hombre era un justo». Y la multitud que se
había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba
golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían
acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido. Palabra del
Señor.
Reflexión: Hoy la Iglesia entera conmemora el Domingo de Ramos. Durante la procesión de este domingo, llevamos en las manos olivos como signo de paz y esperanza, y después llevamos a nuestras casas los ramos bendecidos, como signo de la bendición de Dios, de su protección y ayuda. Según nuestra costumbre, se colocan sobre un crucifijo o junto a un cuadro religioso, y este olivo es un signo sacramental, es decir, nos recuerda algo sagrado, exterior, del que hemos optado, por seguir a Jesús en el camino hacia el Padre.
La presencia de los ramos en nuestros hogares nos recuerda de que hemos vitoreado a Jesús, nuestro Rey, y le hemos seguido hasta la cruz, hoy sigamos aclamando al Salvador durante toda nuestra vida, porque en el seguimiento de Cristo, pasando por nuestra propia pasión y muerte, viviremos la resurrección definitiva de Dios.
Entrada en Jerusalén. En la última semana de su vida y durante los días de la celebración de la Pascua. La Pascua era la fiesta en la que Israel conmemoraba, anualmente su liberación de la esclavitud de Egipto. Se celebraba en primavera y congregaba en Jerusalén, alrededor del templo, a miles de peregrinos israelitas venidos de todas partes. La ciudad triplicaba su población, y su ambiente en esos días era de fiesta multitudinaria y llamativa alegría. A la par, la pascua ponía al rojo vivo las expectativas políticas del pueblo, sus ansias de liberación y su esperanza mesiánica; y era una ocasión propicia para revueltas y movilizaciones populares de todo tipo. La dominación romana, que Israel soportaba desde hacía años, había exaltado los sentimientos nacionalistas del pueblo y hecho surgir un grupo violento, los zelotas, que esperaban imponer el reino de Dios por la fuerza.
Jesús era consciente de este clima y situación. Y a pesar de ello quiso aprovechar ese momento para realizar un importante gesto profético en contra de las expectativas mesiánicas de la inmensa mayoría.
La entrada de Jesús en Jerusalén es más que un simple recibimiento caluroso. Está más cercana de una auténtica manifestación popular, masiva y enardecida, en la que se mezclan los más profundos sentimientos de fe del pueblo en el Dios Liberador y en su Mesías con los sentimientos nacionalistas y políticos de los más diversos signos. Los zelotas quizás vieron en la actuación de Jesús una ocasión para conseguir un inmediato alzamiento popular, liberarse de los romanos e instaurar la soberanía de Dios. Los discípulos quizás pensaron que llegaba la hora del triunfo, la de un Mesías Rey que iba a instaurar su reino; que con el triunfo de Jesús venía el suyo. El pueblo pensó, que por fin Dios venía a ejercer su poder sobre la historia y realizar el juicio contra los paganos que dominaban Israel. Es lo que sucede en cualquier acto de masas. Aunque todos coincidan en su realización las expectativas son diversas. No se trata pues, en esta narración evangélica, de una procesión religiosa ordenada, con ramos que se agitan pacíficamente al ritmo de cantos religiosos. Aquello fue un verdadero tumulto.
La palabra “Hosanna” con la que Jesús es aclamado, significa literalmente: ¡Sálvanos por favor!”. Con ella se pedía a Dios ayuda para la victoria. Y ese tender los mantos y cortar los ramos para preparar y adornar el camino tiene su correlación en las fiestas de entronización de los reyes de Israel. Pero frente a la efervescencia popular de esos días y, quizá, frente a la tensión fuerte de las autoridades religiosas, Jesús toma medidas, que connotan una cierta clandestinidad, para proteger su acción de indiscreciones que pusieran a las autoridades sobre aviso. Eso es lo que debemos ver en detalles del intrincado sistema de hacerse con el burro, en el no hospedarse en Jerusalén, etc.
Jerusalén no es simplemente el nombre de la Ciudad
Santa, de la capital religiosa del pueblo. Jerusalén no es una palabra
neutra, es sede de los adversarios de Jesús; en ella viven los responsables de
la ortodoxia, del culto y de la Ley. Es el lugar donde ellos lo
matarán. Jesús llega al terreno de sus enemigos, va al lugar donde se
juegan los grandes intereses del ser humano, al centro mismo de la opresión
religiosa, y se enfrenta a Él.
Ven Señor Jesús, te necesitamos.
Aclaración: Se han consultado para la preparación de las reflexiones: El libro del Pueblo de Dios. Hojitas anteriores. Centro Bíblico del CELAM..
Círculo Bíblico San José
“Tu palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino” Sal 119
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