” Ven Espíritu Santo”
Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y que abra mis
ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guie y asista al meditar tus
enseñanzas, para que pueda saborearla y comprenderla, para que tu Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la
Verdad completa. Amén
“Levántate y vete, tú fe te ha
salvado”
Segundo
Libro de los Reyes 5,10.14-17.
El profeta Eliseo mandó un
mensajero para que dijera a Naamán, el leproso: “Ve a bañarte siete veces en el
Jordán; tu carne se restablecerá y quedarán limpio”. Naamán bajó y se sumergió
siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su
carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. Luego volvió
con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó
delante de él y le dijo: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la
tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu
servidor". Pero Eliseo replicó: "Por la vida del Señor, a quien
sirvo, no aceptaré nada". Naamán le insistió para que aceptara, pero él se
negó.
Naamán dijo entonces: "De
acuerdo; pero permite al menos que le den a tu servidor un poco de esta tierra,
la carga de dos mulas, porque tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios
a otros dioses, fuera del Señor. Palabra de Dios.
Salmo 97, R: El Señor manifestó su victoria
Canten al Señor un canto nuevo, porque él hizo maravillas: su mano
derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria. R
El Señor manifestó su victoria, reveló su justicia a los ojos de las
naciones: se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de
Israel. R
Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra, prorrumpan en cantos jubilosos.
R
Segunda Carta de Pablo a Timoteo 2,8-13.
Querido hijo: Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David. Esta es la Buena Noticia que yo predico, por la cual sufro y estoy encadenado como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso soporto estas pruebas por amor a los elegidos, a fin de que ellos también alcancen la salvación que está en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna. Esta doctrina es digna de fe: Si hemos muerto con él, viviremos con él. Si somos constantes, reinaremos con él. Si renegamos de él, él también renegará de nosotros. Si somos infieles, él es fiel, porque no puede renegar de sí mismo. Palabra de Dios.
Evangelio según San Lucas 17,11-19.
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaria y
Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que
se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "Jesús, Maestro, ¡ten
compasión de nosotros!". Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a
presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron
purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba sanado, volvió atrás alabando a Dios en
voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole
gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no
quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿Dónde están? ¿Ninguno volvió a
dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó: "Levántate y
vete, tu fe te ha salvado". Palabra del Señor.
Diez leprosos
son curados, uno se salva.
Una vez más el texto nos recuerda que Jesús va de
camino hacia Jerusalén. En esa subida se va haciendo presente la salvación,
no solo al final del viaje, sino que Jesús sale al encuentro de los oprimidos y
esclavizados de cualquier clase. Se preocupa de todo el que encuentra en su
camino.
Los diez leprosos. En Israel la lepra era
considerada como un castigo divino. De hecho, la palabra original con que se
denominaba la enfermedad de la lepra viene a significar “ser castigado por
Dios”. Quienes contraían esta enfermedad eran vistos como personas “impuras”,
tanto legal como religiosamente, y eran expulsados de la comunidad civil y del
culto. Y así, los leprosos sufrían a la vez marginación moral, social y
religiosa: vivían en lugares apartados, tenían estrictamente prohibido entrar
en el pueblo, cuando iban por los caminos debían avisar para que nadie se les
acercara, no podían participar en los actos de culto del pueblo, se les
consideraba pecadores.
En todo caso, si la curación se producía, un sacerdote tenía que comprobarla y certificar con su palabra que era cierta. Se creía y esperaba que, con la llegada del Mesías, en la nueva sociedad por Él inaugurada, desapareciera la lepra. Por eso, las curaciones de leprosos hechas por Jesús anuncian que el reino de Dios ha llegado ya.
El relato comienza narrando la curación de un grupo de diez leprosos en las cercanías de Samaría. Pero, esta vez, no se detiene Lucas en los detalles de la curación, sino en la reacción de uno de los leprosos al verse curado. El evangelista describe cuidadosamente todos sus pasos, pues quiere sacudir la fe rutinaria de no pocos cristianos.
Jesús ha pedido a los leprosos que se presenten a los
sacerdotes para obtener la autorización que los permita integrarse en la
sociedad. Pero uno de ellos, de origen samaritano, al ver que está curado, en
vez de ir a los sacerdotes, se vuelve para buscar a Jesús. Siente que para él
comienza una vida nueva. En adelante, todo será diferente: podrá vivir de
manera más digna y dichosa. Sabe a quién se lo debe. Necesita encontrarse con
Jesús.
Vuelve “alabando a Dios a grandes gritos”. Sabe que la fuerza salvadora de Jesús solo
puede tener su origen en Dios. Ahora siente algo nuevo por ese Padre Bueno del
que habla Jesús. No lo olvidará jamás. En adelante vivirá dando gracias a Dios.
Lo alabará gritando con todas sus fuerzas. Todos han de saber que se siente
amado por él.
Al encontrarse con Jesús, “se echa a sus pies dándole
gracias”. Sus compañeros han
seguido su camino para encontrarse con los sacerdotes, pero él sabe que Jesús
es su único Salvador. Por eso está aquí junto a él dándole gracias. En Jesús ha
encontrado el mejor regalo de Dios.
Al concluir el relato, Jesús toma la palabra y hace
tres preguntas expresando su sorpresa y tristeza ante lo ocurrido.
“¿No han quedado limpios los diez?” ¿No se han curado
todos? ¿Por qué no reconocen lo que han recibido? “Los otros nueve, ¿dónde
están ¿No significa nada nuevo para ellos?
“¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria
a Dios?”. ¿Por qué hay
personas alejadas de la práctica religiosa que sienten verdadera admiración y
agradecimiento hacia Jesús, mientras algunos cristianos no sienten nada
especial por él? Benedicto XVI advertía hace unos años que un agnóstico en
búsqueda puede estar más cerca de Dios que un cristiano rutinario que lo es
solo por tradición o herencia. Una fe que no genera en los creyentes alegría y
agradecimiento es una fe enferma.
La actitud de agradecimiento es una actitud básica de la
persona nueva, de la comunidad inaugurada por Jesús, que nos ayuda a ser
rectamente humildes, a liberarnos y a vivir como hijos y no como siervos. De
hecho, sólo el samaritano –el agradecido- descubre la novedad que Jesús trae y
queda totalmente liberado. Los otros nueve quedan liberados de la lepra, pero
continúan agarrados por la Ley y religiosidad que divide y
discrimina. Hasta que no se den cuenta, como el samaritano, de que la única
forma de evitar toda clase de “lepra” es liberarse de la Ley que
divide el mundo en sagrado y profano, puro e impuro, observantes y pecadores,
buenos y malos, no podrán descubrir la novedad del reino de Dios inaugurado por
Jesús.
El más necesitado, el doblemente marginal y pecador –por leproso y extranjero-
es el único que muestra agradecimiento por lo que ha recibido. Y es que toda
persona que se consideraba buena, que se aferra a la observancia y que pone en
el cumplimiento de la Ley su salvación, creía que no tenía nada que agradecer.
El milagro es un signo palpable de la presencia liberadora de Dios y de la gratuidad de sus dones. Él nos da la vida, la salud, las oportunidades, no porque seamos buenos, puros u observantes o para que se lo agradezcamos, sino porque nos quiere. Su amor es desinteresado, no busca nada a cambio.
La confianza produce la
curación, la fidelidad produce la salvación.
La principal tarea del ser humano es ese descubrimiento, que nos llevará a una fidelidad incondicional. Sin reconocimiento del don, no puede haber respuesta.
Jesús misericordioso en vos confío, amén
La gratitud. Como el leproso agradecido, la verdadera sanación nos llega cuando damos gracias por la vida, por la liberación, por la luz que recibimos de Jesús.
Para muchos creyentes, recuperar la gratitud
puede ser el primer paso para sanar su relación con Dios. Esta alabanza
agradecida no consiste primariamente en tributarle elogios ni en enumerar los
dones recibidos. Lo primero es captar la grandeza de Dios y su bondad
insondable. Intuir que solo se puede vivir ante Él dando gracias. Esta gratitud
radical a Dios genera en la persona una forma nueva de mirarse a sí misma, de
relacionarse con las cosas y de convivir con los demás.
El creyente agradecido sabe que su existencia entera es don de Dios. Las cosas que le rodean adquieren una profundidad antes ignorada; no están ahí solo como objetos que sirven para satisfacer necesidades; son signos de la gracia y la bondad del Creador. Las personas que encuentra en su camino son también regalo y gracia; a través de ellas se le ofrece la presencia invisible de Dios.
De los diez leprosos curados por Jesús, solo uno vuelve «glorificando a Dios», y solo él escucha las palabras de Jesús: «Tu fe te ha salvado». El reconocimiento gozoso y la alabanza a Dios siempre son fuente de salvación. (J.A. Pagola)
Quédate conmigo, Señor, porque Tú eres mi luz y sin ti yo estoy en la oscuridad.
Se está haciendo tarde y tengo miedo de la oscuridad, las tentaciones, la aridez, la cruz, los sufrimientos. Oh como te necesito, mi Jesús, en esta noche de exilio.
Quédate conmigo, esta noche, Jesús, en la vida con todos los peligros, yo te necesito. Déjame reconocerte como lo hicieron tus discípulos en la partición del pan, para que la Comunión Eucarística sea la luz que dispersa la oscuridad, la fuerza que me sostiene, el único gozo de mi corazón.
Amén. P. Pío
“La espera vigilante del discípulo” (19° domingo)
“Sin fuego, no es posible” (20° domingo)
“Traten de entrar por la puerta estrecha” (21° domingo)
“Felices los justos” (22° domingo)
“El que no renuncie a todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo” (23° domingo)
“Dios sale a nuestro encuentro” (24° domingo)
“No podemos servir a Dios y al dinero, tenemos que elegir” (25° domingo)
“Romper la indiferencia” (26° domingo)
“El servicio a Dios. Somos simples servidores” (27° domingo)
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de las reflexiones: El libro del Pueblo de Dios. Misioneros Oblatos. J A Pagola. Fray Marcos.
Círculo Bíblico San José
“Tu
palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino” Sal 119
Te esperamos todos los sábados a las 17 hs para compartir y reflexionar el evangelio de cada semana.
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