« Testigos vivos del amor al Señor y al prójimo»
Lecturas del 26-10-14 – Ciclo A –
Lectura del libro del Éxodo 22, 20-26
No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto.
No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si les haces daño y ellos me piden auxilio, yo escucharé su clamor. Entonces arderá mi ira, y yo los mataré a ustedes con la espada; sus mujeres quedarán viudas, y sus hijos huérfanos.
Si prestas dinero a un miembro de mi pueblo, al pobre que vive a tu lado, no te comportarás con él como un usurero, no le exigirás interés.
Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes que se ponga el sol, porque ese es su único abrigo y el vestido de su cuerpo. De lo contrario, ¿con qué dormirá? Y si él me invoca, yo lo escucharé, porque soy compasivo.
No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si les haces daño y ellos me piden auxilio, yo escucharé su clamor. Entonces arderá mi ira, y yo los mataré a ustedes con la espada; sus mujeres quedarán viudas, y sus hijos huérfanos.
Si prestas dinero a un miembro de mi pueblo, al pobre que vive a tu lado, no te comportarás con él como un usurero, no le exigirás interés.
Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes que se ponga el sol, porque ese es su único abrigo y el vestido de su cuerpo. De lo contrario, ¿con qué dormirá? Y si él me invoca, yo lo escucharé, porque soy compasivo.
Palabra de Dios.
Salmo 17
R. Yo te amo, Señor, mi fortaleza.
Yo te amo, Señor, mi fuerza, Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador. R.
Mi Dios, el peñasco en que me refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoqué al Señor, que es digno de alabanza y quedé a salvo de mis enemigos. R.
¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi Roca! ¡Glorificado sea el Dios de mi salvación. El concede grandes victorias a su rey y trata con fidelidad a su Ungido. R.
Pablo a los Tesalonicenses 1, 5c-10
Hermanos: Ya saben cómo procedimos cuando estuvimos allí al servicio de ustedes. Y ustedes, a su vez, imitaron nuestro ejemplo y el del Señor, recibiendo la Palabra en medio de muchas dificultades, con la alegría que da el Espíritu Santo. Así llegaron a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya.
En efecto, de allí partió la Palabra del Señor, que no sólo resonó en Macedonia y Acaya: en todas partes se ha difundido la fe que ustedes tienen en Dios, de manera que no es necesario hablar de esto. Ellos mismos cuentan cómo ustedes me han recibido y cómo se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo, que vendrá desde el cielo: Jesús, a quien él resucitó y que nos libra de la ira venidera. Palabra de Dios.
En efecto, de allí partió la Palabra del Señor, que no sólo resonó en Macedonia y Acaya: en todas partes se ha difundido la fe que ustedes tienen en Dios, de manera que no es necesario hablar de esto. Ellos mismos cuentan cómo ustedes me han recibido y cómo se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo, que vendrá desde el cielo: Jesús, a quien él resucitó y que nos libra de la ira venidera. Palabra de Dios.
Evangelio según san Mateo 22, 34-40
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?» Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.» Palabra del Señor.
Reflexión:
“La necesidad de traducir en gestos de amor la Palabra escuchada”
La Palabra del Señor, que se acaba de proclamar en el Evangelio, nos ha recordado que el amor es el compendio de toda la Ley divina. El evangelista San Mateo narra que los fariseos, después de que Jesús respondiera a los saduceos dejándolos sin palabras, se reunieron para ponerlo a prueba. Uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?". La pregunta deja adivinar la preocupación, presente en la antigua tradición judaica, por encontrar un principio unificador de las diversas formulaciones de la voluntad de Dios. No era una pregunta fácil, si tenemos en cuenta que en la Ley de Moisés se contemplan 613 preceptos y prohibiciones. ¿Cómo discernir, entre todos ellos, el mayor? Pero Jesús responde con prontitud: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento".
En su respuesta, Jesús cita el Shemá, la oración que el israelita piadoso reza varias veces al día, sobre todo por la mañana y por la tarde (cf. Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Nm 15, 37-41): la proclamación del amor íntegro y total que se debe a Dios, como único Señor. Con la enumeración de las tres facultades que definen al hombre en sus estructuras psicológicas profundas: corazón, alma y mente, se pone el acento en la totalidad de esta entrega a Dios. El término mente, diánoia, contiene el elemento racional. Dios no es solamente objeto del amor, del compromiso, de la voluntad y del sentimiento, sino también del intelecto, que por tanto no debe ser excluido de este ámbito. Más aún, es precisamente nuestro pensamiento el que debe conformarse al pensamiento de Dios.
Sin embargo, Jesús añade luego algo que, en verdad, el doctor de la ley no había pedido: "El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". El aspecto sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el hecho de que establece una relación de semejanza entre el primer mandamiento y el segundo, al que define también en esta ocasión con una fórmula bíblica tomada del código levítico de santidad (cf. v 19, 18). De esta forma, en la conclusión del pasaje los dos mandamientos se unen en el papel de principio fundamental en el que se apoya toda la Revelación bíblica: "De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas".
La página evangélica sobre la que estamos meditando subraya que ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor.
También la primera Lectura, tomada del libro del Éxodo, insiste en el deber del amor, un amor testimoniado concretamente en las relaciones entre las personas: tienen que ser relaciones de respeto, de colaboración, de ayuda generosa. El prójimo al que debemos amar es también el forastero, el huérfano, la viuda y el indigente, es decir, los ciudadanos que no tienen ningún "defensor". El autor sagrado se detiene en detalles particulares, como en el caso del objeto dado en prenda por uno de estos pobres. En este caso es Dios mismo quien se hace cargo de la situación de este prójimo.
En la segunda lectura San Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses, les da a entender que, aunque los conozca desde hace poco, los aprecia y los lleva con cariño en su corazón. Por este motivo los señala como "modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya". Por supuesto, no faltan debilidades y dificultades en aquella comunidad fundada hacía poco tiempo, pero el amor todo lo supera, todo lo renueva, todo lo vence: el amor de quien, consciente de sus propios límites, sigue dócilmente las palabras de Cristo, divino Maestro, transmitidas a través de un fiel discípulo suyo. "ustedes siguieron nuestro ejemplo y el del Señor —escribe San Pablo—, acogiendo la Palabra en medio de grandes pruebas". "Partiendo de ustedes —prosigue el Apóstol—, ha resonado la Palabra del Señor y su fe en Dios se ha difundido no sólo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes".
La lección que sacamos de la experiencia de los Tesalonicenses, experiencia que en verdad se realiza en toda auténtica comunidad cristiana, es que el amor al prójimo nace de la escucha dócil de la Palabra divina. Es un amor que acepta también pruebas duras por la verdad de la Palabra divina; y precisamente así crece el amor verdadero y la verdad brilla con todo su esplendor. ¡Qué importante es, por tanto, escuchar la Palabra y encarnarla en la existencia personal y comunitaria!
Testigos vivos del amor de Dios. (1) La religión cristiana les resulta a no pocos un sistema religioso difícil de entender y, sobre todo, un entramado de leyes demasiado complicado para vivir correctamente ante Dios. ¿No necesitamos los cristianos concentrar mucho más nuestra atención en cuidar antes que nada lo esencial de la experiencia cristiana?
Los evangelios han recogido la respuesta de Jesús a un sector de fariseos que le preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley. Así resume Jesús lo esencial: lo primero es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”; lo segundo es “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Los evangelios han recogido la respuesta de Jesús a un sector de fariseos que le preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley. Así resume Jesús lo esencial: lo primero es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”; lo segundo es “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
La afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor todo queda pervertido.
Al hablar del amor a Dios, Jesús no está pensando en los sentimientos o emociones que pueden brotar de nuestro corazón; tampoco nos está invitando a multiplicar nuestros rezos y oraciones. Amar al Señor, nuestro Dios, con todo el corazón es reconocer a Dios como Fuente última de nuestra existencia, despertar en nosotros una adhesión total a su voluntad, y responder con fe incondicional a su amor universal de Padre de todos.
Al hablar del amor a Dios, Jesús no está pensando en los sentimientos o emociones que pueden brotar de nuestro corazón; tampoco nos está invitando a multiplicar nuestros rezos y oraciones. Amar al Señor, nuestro Dios, con todo el corazón es reconocer a Dios como Fuente última de nuestra existencia, despertar en nosotros una adhesión total a su voluntad, y responder con fe incondicional a su amor universal de Padre de todos.
Por eso añade Jesús un segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir de espaldas a sus hijos e hijas. Una religión que predica el amor a Dios y se olvida de los que sufren es una gran mentira. La única postura realmente humana ante cualquier persona que encontramos en nuestro camino es amarla y buscar su bien como quisiéramos para nosotros mismos.
Todo este lenguaje puede parecer demasiado viejo, demasiado gastado y poco eficaz. Sin embargo, también hoy el primer problema en el mundo es la falta de amor, que va deshumanizando, uno tras otro, los esfuerzos y las luchas por construir una convivencia más humana.
Todo este lenguaje puede parecer demasiado viejo, demasiado gastado y poco eficaz. Sin embargo, también hoy el primer problema en el mundo es la falta de amor, que va deshumanizando, uno tras otro, los esfuerzos y las luchas por construir una convivencia más humana.
El mundo necesita testigos vivos que ayuden a las futuras generaciones a creer en el amor pues no hay un futuro esperanzador para el ser humano si termina por perder la fe en el amor. (1) J. A. Pagola
Francisco: En el Amor de Dios un mundo mejor es posible
El auténtico amor sufre con los últimos y necesitados, y valora y reconoce a quienes hacen los servicios más humildes y escondidos.
Hoy, nos preguntamos en qué sentido y por qué decimos que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo. No se trata simplemente de un modo de hablar, sino de una expresión llena de contenido. La Iglesia es una obra maestra del Espíritu Santo que, infundiendo en cada uno de nosotros la vida nueva del Señor Resucitado, nos congrega en la unidad, hasta el punto de convertirnos en un solo Cuerpo, edificado sobre la comunión del amor. Es en el Bautismo donde nos unimos realmente a Cristo Cabeza y a los hermanos como miembros del mismo cuerpo.
La que surge, entonces, es una profunda comunión de amor. En este sentido, es iluminante como Pablo, exhortando a los esposos a “amar a su mujer como a su propio cuerpo”, afirma: “así hace Cristo por la iglesia, por nosotros que somos los miembros de su cuerpo” (Ef 5,28-30). Qué bueno si recordáramos más a menudo lo que somos, lo que ha hecho de nosotros el Señor Jesús: somos su cuerpo, ese cuerpo que nada ni nadie puede arrancar de Él y que Él recubre con toda su pasión y todo su amor, así como un esposo con su esposa. Este pensamiento, sin embargo, debe hacer surgir en nosotros el deseo de corresponder al Señor y de compartir su amor entre nosotros, como miembros vivos de su mismo cuerpo.
La que surge, entonces, es una profunda comunión de amor. En este sentido, es iluminante como Pablo, exhortando a los esposos a “amar a su mujer como a su propio cuerpo”, afirma: “así hace Cristo por la iglesia, por nosotros que somos los miembros de su cuerpo” (Ef 5,28-30). Qué bueno si recordáramos más a menudo lo que somos, lo que ha hecho de nosotros el Señor Jesús: somos su cuerpo, ese cuerpo que nada ni nadie puede arrancar de Él y que Él recubre con toda su pasión y todo su amor, así como un esposo con su esposa. Este pensamiento, sin embargo, debe hacer surgir en nosotros el deseo de corresponder al Señor y de compartir su amor entre nosotros, como miembros vivos de su mismo cuerpo.
Queridos hermanos, invoquemos nosotros al Espíritu Santo para que su gracia y la abundancia de sus dones nos ayuden a vivir de verdad como Cuerpo de Cristo y como signo visible y hermoso de su amor. 22/10/14, Radio Vaticano
Charlas Bíblicas realizadas por la Hna.
Reneé Batalla en la Parroquia San José
Importancia de la Biblia para nuestra vida
2. DIOS NOS SIGUE HABLANDO HOY
2.3. La Palabra en el hermano
Dios también nos comunica su mensaje a través de nuestros semejantes. Aun cuando este aspecto de alguna forma está implícito en lo que hemos señalado anteriormente, preferimos ahora explicitarlo por razón de su importancia.
Las palabras, las actitudes, las carencias, la vida entera de nuestros hermanos, es una auténtica palabra del Señor, cuando sabemos discernirla a la luz del Evangelio, y somos capaces de salir de nuestro egoísmo para ir al encuentro del hermano, sobre todo el más necesitado e indefenso (Mt. 25, 31-46: Lc. 10, 29-37). “Se los aseguro- cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos tan pequeños, lo hicieron conmigo” (Mt. 25, 40).
2.4. La interrelación de estas palabras
La Palabra escrita en la Biblia, la palabra acontecida en la vida diaria y la palabra presente en el hermano, se interrelacionan mutuamente. La Biblia nos hace cuestionarnos nuestra vida: nuestros valores, nuestros criterios de juicio, nuestras actitudes, nuestra sociedad, nuestras estructuras económicas, ideológicas, políticas, etc. y a su vez los acontecimientos y los hermanos nos llevan a descubrir el mensaje que Dios, a la luz de la Biblia nos transmita a través de ellos.
“La evangelización, no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre. Precisamente por esto la evangelización, lleva consigo un mensaje explícito, adaptado a las diversas situaciones y constantemente actualizado, sobre los derechos y deberes de toda persona humana, sobre la vida familiar sin la cual apenas es posible el progreso personal, sobre la vida comunitaria de la sociedad, sobre la vida internacional, la paz, la justicia, el desarrollo; un mensaje especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación” (Evangelli Nuntiandi EN n. 29).
3. DIVERSAS ACTITUDES ANTE LA PALABRA DE DIOS
Cuando alguien le habla a otra persona, siempre espera que se le preste atención, que se le escuche y que luego se le responda. Así sucede con Dios que nos habla. Espera nuestra respuesta de fe que abarca la totalidad de nuestras dimensiones y aspectos personales y comunitarios. Solo así se instaura el verdadero diálogo de salvación. La Palabra de Dios, escrita y acontecida, no nos puede dejar neutrales e indiferentes: la aceptamos o la rechazamos.
Teniendo en cuenta esto podemos examinar las diversas actitudes que tomamos ante la Palabra de Dios.
No atender a la voz de Dios, como el pueblo que no quiso escuchar la voz de los profetas (Jer. 7, 23-28).
Escuchar la Palabra de Dios, pero no cumplir lo que allí se nos pide, como la gente que acudía en tropel a Ezequiel por simple curiosidad, lo escuchaban, pero no ponían en práctica el mensaje de Dios (Ez. 33, 30-33), o como el hijo que dice “sí” a su padre, pero luego no cumple con su palabra (Mt. 21, 28-32).
Escuchar la Palabra y ponerla en práctica, como el hombre que edifica sobre buenos cimientos (Lc. 6, 47-49), o como María que es la Madre de Jesús, no solo porque lo engendró a la vida, sino principalmente porque escucha y pone en práctica la Palabra de Dios (Lc. 8, 19-21; 11, 27-28),
Quien actúa así está difundiendo también la Palabra del Señor como lo realizaron los tesalonicenses con su ejemplo de acogida de esa palabra (1Tes. 1, 6-20; 2, 13), o como lo hicieron los apóstoles quienes con gran libertad y valentía predicaron la Palabra del Señor (Hech. 4, 18-20. 29-31). Continúa…
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de esta hoja: El libro del Pueblo de Dios. Unos momentos con Jesús y María. P. Fidel Oñoro, cjm CELAM.
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