Lecturas del 23 - 10 – 16 – Ciclo C –
Libro de Eclesiástico 35,12-14.16-18.
Porque el Señor es juez y no hace distinción de personas: no se muestra parcial contra el pobre y escucha la súplica del oprimido; no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja. El que rinde el culto que agrada al Señor, es aceptado, y su plegaria llega hasta las nubes. La súplica del humilde atraviesa las nubes y mientras no llega a su destino, él no se consuela: no desiste hasta que el Altísimo interviene, para juzgar a los justos y hacerles justicia. Palabra de Dios.
Salmo 33, R: El
pobre invocó al Señor, y Él lo escucho.
Bendeciré
al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se
gloría en el Señor; que lo oigan los humildes y se alegren.
R
El Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra. Cuando ellos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias. R
El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos. Pero el Señor rescata a sus servidores, y los que se refugian en él no serán castigados. R
El Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra. Cuando ellos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias. R
El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos. Pero el Señor rescata a sus servidores, y los que se refugian en él no serán castigados. R
2ª Carta de s. Pablo a Timoteo 4,6-8.16-18.
Querido hermano: yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe.
Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su Manifestación.
Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que todos me abandonaron. ¡Ojalá que no les sea tenido en cuenta!
Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Querido hermano: yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe.
Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su Manifestación.
Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que todos me abandonaron. ¡Ojalá que no les sea tenido en cuenta!
Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Palabra
de Dios.
Evangelio según San Lucas 18,9-14.
Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: "Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". Palabra del Señor
Evangelio según San Lucas 18,9-14.
Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: "Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". Palabra del Señor
Dios mío,
envía ahora tu Espíritu sobre mi y que abra mis ojos y mis oídos a tu Palabra,
que me guíe y asista al meditar tus enseñanzas, para que
pueda saborearla y comprenderla, para que tu
Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la Verdad completa. Amén
Reflexión:
La parábola del fariseo y el recaudador se sitúa en contexto urbano y, más en concreto, en la ciudad de Jerusalén: en el recinto del templo, el lugar propicio para obtener la purificación y redención de los pecados.
La
influencia y atracción del templo para los judíos se extendía incluso más allá
de las fronteras de Palestina, como lo mostraba claramente la obligación del
pago del impuesto al templo por parte de los judíos que no vivían en Palestina.
Pagar ese impuesto se había convertido en un acto de devoción hacia el templo,
porque éste hacía posible que los judíos mantuviesen una relación saludable con
Dios.
En
tiempos de Jesús, el cobro de impuestos no lo hacían los romanos directamente,
sino indirectamente, adjudicando puestos de arbitrios y aduanas a los mejores
postores, que solían ser gente de las élites urbanas o aristocracia. Estas
élites, sin embargo, no regentaban las aduanas, sino que, a su vez, dejaban la
gestión de las mismas a gente sencilla, que recibía a cambio un salario de
subsistencia. Los recaudadores de impuestos practicaban sistemáticamente el
pillaje y la extorsión de los campesinos. Debido a esto, el pueblo tenía hacia
estos cobradores de impuestos la más fuerte hostilidad, por ser
colaboracionistas con el poder romano. La población los odiaba y los
consideraba ladrones. Tan desprestigiados estaban que se pensaba que ni
siquiera podían obtener el arrepentimiento de sus pecados, pues para ello
tendrían que restituir todos los bienes extorsionados, más una quinta parte,
tarea prácticamente imposible al trabajar siempre con público diferente.
Esto
hace pensar que el recaudador de la parábola era un blanco
fácil de los ataques del fariseo, pues era pobre, socialmente vulnerable,
virtualmente sin pudor y sin honor, o lo que es igual, un paria considerado
extorsionador y estafador.
En su
oración, el fariseo aparece centrado en sí mismo, en lo que hace. Sabe lo que
no es: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco es como ese recaudador, pero
no sabe quién es en realidad. La parábola lo llevará a reconocer quién es,
precisamente no por lo que hace (ayunar, dar el diezmo...), sino por lo que
deja de hacer (relacionarse bien con los demás).
El
fariseo decimos que ayuna dos veces por semana y paga el diezmo de todo lo que
gana. Hace incluso más de lo que está mandado en la Torá. Pero su oración
no es tan inocente. Lo que parecen tres clases diferentes de pecadores a las
que él alude (ladrón, injusto, pecador) se puede entender como tres modos de
describir al recaudador. El recaudador, sin embargo, reconoce con gestos y
palabras que es pecador y en esto consiste su oración.
El
mensaje de la parábola es sorprendente, pues subvierte el orden establecido por
el sistema religioso judío: hay quien, como el fariseo, cree estar dentro, y
resulta que está fuera; y hay quien se cree excluido, y sin embargo está
dentro.
En el
relato se ha presentado al fariseo como un justo y ahora se dice que este justo
no es reconocido; debe haber algo en él que resulte inaceptable a los ojos de
Dios. Sin embargo, el recaudador, al que se nombra con un despectivo “ése”, no
es en modo alguno despreciable. ¿Qué pecado ha cometido el fariseo? Tal vez
solamente uno: mirar despectivamente al recaudador y a los pecadores que él
representa. El fariseo se separa del recaudador y lo excluye del favor de Dios.
Dios,
justificando al pecador sin condiciones, adopta un comportamiento
diametralmente opuesto al que el fariseo le atribuía con tanta seguridad. El
error del fariseo es el de ser “un justo que no es bueno con los demás”,
mientras que Dios acoge incluso al pecador. Esta parábola proclama, por tanto,
la misericordia como valor fundamental del reino de Dios. Con su comportamiento
el recaudador rompe todas las expectativas y esquemas, desafía la pretensión del
fariseo y del templo con sus medios redentores y reclama ser oído por Dios, ya
que no lo era por el sistema del templo y por la teología oficial, representada
por el fariseo.
Jesús
condena no un método de oración sino una actitud de hipocresía, orgullo y
arrogancia que nos lleva a separar a las personas en clases, a vivir esclavos
de una religión rígida, severa y legalista, a manipular a Dios.
Esta parábola, dirigida a todos los manipuladores de la religión, a los que entonces y ahora “presumen de ser hombres de bien y desprecian a los demás”, revela la espiritualidad del discípulo de Jesús, que reconoce su condición de pecador, su necesidad de ser salvado y confía en el amor/misericordia de Dios.
Esta parábola, dirigida a todos los manipuladores de la religión, a los que entonces y ahora “presumen de ser hombres de bien y desprecian a los demás”, revela la espiritualidad del discípulo de Jesús, que reconoce su condición de pecador, su necesidad de ser salvado y confía en el amor/misericordia de Dios.
Los
fariseos de hoy. Hoy nadie quiere ser
llamado fariseo, y con razón. Pero esto no prueba, desgraciadamente que los
fariseos hayan desaparecido.
El fariseo de ayer y de hoy es esencialmente el mismo. Una persona satisfecha de sí misma y segura de su valer, una persona que se cree siempre con la razón; que piensa poseer en exclusiva la verdad y se sirve de ella para juzgar y condenar a los demás. El fariseo juzga, clasifica y condena. Él siempre está entre los que poseen la verdad y tienen las manos limpias.
El
fariseo no cambia, no se arrepiente de nada, no se corrige. No se siente
cómplice de ninguna injusticia. Por eso exige siempre a los demás cambiar y ser
más justo. El fariseo piensa siempre que Dios está con él porque es observante,
duro, trabajador, severo y nada se escapa a su control. Clasifica las
injusticias, la violencia, las personas… Quizá sea éste uno de los males más
graves de nuestra sociedad y de nuestro cristianismo. Queremos cambiar las
cosas, lograr una sociedad más humana y habitable, transformar la historia de
los hombres y hacerla mejor, pero, ilusos de nosotros, pensamos cambiar la
sociedad sin cambiar nosotros.
“¡Dios
mío!, ten compasión de este pobre pecador”. Hoy
nadie quiere oír hablar de sus pecados. El hombre actual ensaya toda clase de
caminos imaginables para sacudirse de encima la culpa. Ya, difícilmente usamos
la palabra “pecado”. Nos produce sonrisa o alergia.
Hablamos
más bien de “debilidades normales del ser humano”, cuando no “de fantasmas y
cadenas” de una época oscurantista. Pero no es fácil suprimir la culpa. Y si
uno trata de ahogarla en su interior, puede aparecer de muchas maneras bajo
forma de angustia, inseguridad, tristeza, agresividad, descontento,
insatisfacción, fracaso, soberbia.
La parábola del fariseo y el recaudador nos sigue recordando a todos el camino más sano y liberador también hoy. Lo primero es reconocer nuestro pecado, llamar las cosas por su nombre, confesarnos pecadores y saber arrepentirnos sin angustias ni remordimientos estériles. Hacer lo que hizo el recaudador: no ponernos máscaras.
El remordimiento no es cristiano, por el contrario, mira al pasado, nos encierra obsesionadamente en la culpa y nos puede hundir en la angustia neurótica. Muchas personas arrastran consigo el peso de una culpabilidad reprimida porque no conocen la experiencia gozosa del perdón de Dios. Unas, al abandonar el sacramento de la confesión se han quedado sin nada. Otras, no han llegado a descubrir todavía la actitud del recaudador. Para muchos, la alegría del perdón sigue siendo una dimensión, si no olvidada, sí poco practicada.
La parábola del fariseo y el recaudador nos sigue recordando a todos el camino más sano y liberador también hoy. Lo primero es reconocer nuestro pecado, llamar las cosas por su nombre, confesarnos pecadores y saber arrepentirnos sin angustias ni remordimientos estériles. Hacer lo que hizo el recaudador: no ponernos máscaras.
El remordimiento no es cristiano, por el contrario, mira al pasado, nos encierra obsesionadamente en la culpa y nos puede hundir en la angustia neurótica. Muchas personas arrastran consigo el peso de una culpabilidad reprimida porque no conocen la experiencia gozosa del perdón de Dios. Unas, al abandonar el sacramento de la confesión se han quedado sin nada. Otras, no han llegado a descubrir todavía la actitud del recaudador. Para muchos, la alegría del perdón sigue siendo una dimensión, si no olvidada, sí poco practicada.
El arrepentimiento cristiano, por el contrario,
mira al futuro, se abre con confianza al perdón de Dios y genera ya la
esperanza de una vida renovada.
Oración del Papa Francisco para
el Jubileo de la Misericordia
Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a
ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo
ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo
y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la
felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la
traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche
como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don
de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre
invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el
perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor,
resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros
fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los
que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque
a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos
con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un
año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo,
llevar la Buena Nueva
a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y
restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María,
Madre de la Misericordia , a
ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los
siglos. Amén.
Aclaración: Se han utilizado para
la preparación de las reflexiones: El libro del Pueblo de Dios. Misioneros
Oblatos. Servicio Bíblico Latinoamericano. Pbro. Daniel Silva, 2010
Lectio Divina: los Sábados 17 hs. en:
Círculo Bíblico San José
Parroquia San José: Brandsen 4970
V.
Domínico.
Si querés
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