Jueves 27 de agosto, San Mateo 24,42-51.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día
vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la
noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su
casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora
menos pensada.
¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al
frente de su personal, para distribuir el alimento en el momento oportuno?
Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este
trabajo.
Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.
Pero si es un mal servidor, que piensa: 'Mi señor tardará', y se dedica a
golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, su señor llegará
el día y la hora menos pensada, y lo castigará. Entonces él correrá la misma suerte
que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. Palabra del Señor.
El hecho de la muerte nos pone de una forma más clara y evidente frente a la verdad de nosotros mismos; nos desnuda de toda prepotencia y orgullo para dejarnos con nuestra vulnerabilidad más viva y llenos de preguntas que tienen que ver con los para qué, con las deudas pendientes, con las esperanzas truncadas y con las que permanecen, con lo que quedó a medias y con lo que aprovechamos; con lo que es irreversible pero también con lo que es todavía posible; con lo que nos hizo sufrir pero también con lo que nos enriqueció; con las relaciones que descuidamos pero también con las que cultivamos. Por ejemplo, yo a veces me he preguntado: si por lo que fuera, de repente me pasara algo, ¿Cómo encontrarían los otros mi habitación? ¿Qué dicen de mí mis cosas? ¿Qué he ido guardando y guardando y por qué? ¿Estaría igual mi habitación y también mi vida si supiera que hoy era mi último día en esta vida? ¿Qué cuidaría más y a qué daría más valor?
Este “no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” y por tanto esta llamada a “estar en vela” es para mí hoy una invitación a soltar, a relativizar, a centrarme en lo esencial, a no perder tiempo ni gastarme en luchas inútiles, a cuidar a la gente, a sonreír y decir palabras amables a los otros más que a vivir enfadada; sobre todo a no perder el tiempo en provocar a mi alrededor más dolor del que ya existe, no añadir sufrimiento sino poner, en la medida del don recibido, algo de la bondad que hemos recibido de parte de Dios.
Dejemos resonar en nuestro corazón esta pregunta ¿Qué significa para mí hoy permanecer en vela, en medio de las situaciones que vivo y en esta etapa de mi vida? (Hna. María Ferrández Palencia, OP Congregación Romana de Santo Domingo)
Ven Señor Jesús,
te necesito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario