En ese momento
se acercaron algunos fariseos que le dijeron: "Aléjate de aquí, porque
Herodes quiere matarte".
El les respondió: "Vayan a decir a ese zorro: hoy y mañana expulso a los
demonios y realizo curaciones, y al tercer día habré terminado.
Pero debo seguir mi camino hoy, mañana y pasado, porque no puede ser que un
profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son
enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus
alas a los pollitos, y tú no quisiste!
Por eso, a ustedes la casa les quedará vacía. Les aseguro que ya no me verán
más, hasta que llegue el día en que digan: ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor!". Palabra del Señor
De camino hacia Jerusalén, Jesús recibe una advertencia: Herodes quiere matarle. Los fariseos le invitan a alejarse, lo cual parece lo más prudente. Sin embargo, Jesús contesta a los fariseos en unos términos fuertes y valientes, incluso provocativos. Frente a los consejos de los fariseos de evitar aquello que amenaza su vida, Jesús pone de manifiesto aquello que la sostiene, que le hace fuerte interiormente y que por tanto le permite vivir esa situación amenazante no como algo que le haga temblar y que le paralice, sino como algo que está ahí y es real, pero que nunca podrá impedirle vivir aquello que es para él lo fundamental, lo importante, incluso más que la propia vida: la fidelidad a la voluntad del Padre que ha hecho suya, que es su alimento y su orientación vital. Por eso Jesús puede afirmar con toda libertad “nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente.” (Juan 10, 18) (Dominicos. org).
Ven Señor
Jesús, te necesito.
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