En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido
por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios
y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo
has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo,
sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien
el Hijo se lo quiera revelar".
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos:
"¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos
profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que
ustedes oyen y no lo oyeron!". Palabra del Señor
En este Evangelio podemos encontrar una buena síntesis de
lo que Dios nos invita a vivir en la vida cristiana. Primero vemos a un Jesús
consciente de la acción de Dios en su vida. Este Evangelio acaece después de
que los discípulos regresan de su misión y narran las maravillas que han
vivido. En eso Jesús, que sabe reconocer la acción de Dios, se llena de
gratitud en el Espíritu e irrumpe en una alabanza para su Padre. Estamos
llamados a encontrar en la vida cotidiana esos momentos en los que constatamos
la presencia del Padre en nuestra vida. Hemos recibido el Espíritu Santo para
expresar esta alegría de sabernos hijos de un Padre providente.
Después Jesús toma consciencia de lo que es él; él es el hijo. Tiene
bien clara su identidad y se reafirma en ella: “Todo me lo ha entregado mi
Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre”. Continuamente a lo largo
del día podríamos recordar que somos hijos, que cada aspecto con el que nos
encontramos tiene un carácter pedagógico para aprender a vivir como hijos con
todas sus implicaciones. Es decir, tanto para encontrar seguridad y afirmación
de parte del Padre, como para responder con un comportamiento a la altura de
tal filiación. (catholic.net)
Ven Señor Jesús, te necesito
“Tengan cuidado y estén
prevenidos”
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