33 Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo".
34 Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios».
35 Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos
36 y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios».
37 Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
38 El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?». Ellos le respondieron: «Rabbí –que traducido significa Maestro– ¿dónde vives?».
39 «Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. (Jn 1, 33-39)
Los dos discípulos siguen a Jesús, en un momento. Éste se vuelve y les pregunta ¿Qué buscan? Los discípulos después le responden con otra pregunta. Jesús les invita a que ellos mismos hagan la experiencia de convivir con Él. No los fuerza. Respeta profundamente su libertad. Hasta el punto de que ellos mismos vieron dónde vivía y decidieron permanecer con Él. Lo que les atrajo no era tanto el lugar donde vivía el Maestro, eso más bien era un pretexto para acercarse a Él y conocerlo más íntimamente. Su testimonio les impactó tanto que interiormente lo único que deseaban era quedarse a su lado.
Maestro, ¿dónde vives? ¿Dónde está tu morada, cómo encontrarte o dónde puedo dejarme encontrar por ti? Quiero estar contigo porque tú eres el Maestro, sólo tú tienes palabras de vida. Tú, que eres el camino, revélame a lo largo de qué camino andas y me esperas. Tú, que eres la verdad, hazla resplandecer sobre tu servidor, porque sólo ella me hace libre.
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