Lecturas del 19-08-12
– Ciclo B –
Lectura del libro de los Proverbios 9, 1-6
La Sabiduría edificó su casa, talló sus siete columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino, y también preparó su mesa. Ella envió a sus servidoras a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad: «El que sea incauto, que venga aquí.»
Y al falto de entendimiento, le dice: «Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé. Abandonen la ingenuidad, y vivirán, y sigan derecho por el camino de la inteligencia.» Palabra de Dios.
Y al falto de entendimiento, le dice: «Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé. Abandonen la ingenuidad, y vivirán, y sigan derecho por el camino de la inteligencia.» Palabra de Dios.
Salmo 33
R. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que los oigan los humildes y se alegren. R.
Teman al Señor, todos sus santos, porque nada faltará a los que lo temen. Los ricos se empobrecen y sufren hambre, pero los que buscan al Señor no carecen de nada. R.
Vengan, hijos, escuchen: voy a enseñarles el temor del Señor. ¿Quién es el hombre que ama la vida y desea gozar de días felices? R.
Guarda tu lengua del mal, y tus labios de palabras mentirosas. Apártate del mal y practica el bien,
busca la paz y sigue tras ella. R.
busca la paz y sigue tras ella. R.
Carta de Pablo a los Efesios 5, 15-20
Hermanos, cuiden mucho su conducta y no procedan como necios, sino como personas sensatas que saben aprovechar bien el momento presente, porque estos tiempos son malos. No sean irresponsables, sino traten de saber cuál es la voluntad del Señor. No abusen del vino que lleva al libertinaje; más bien, llénense del Espíritu Santo. Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo corazón. Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.Palabra de Dios.
Santo Evangelio según san Juan 6, 51-59
Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.»
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente.»
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente.»
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún. Palabra del Señor.
Reflexión
DISCURSO EUCARISTICO:
Dios en carne viva.
Este discurso no procede de la sinagoga de Cafarnaúm sino de la última cena. Fue traspasado aquí por el evangelista como continuación del discurso sobre el pan de vida. Caeremos en cuenta de ello si nos fijamos en lo siguiente:
ü En el discurso sobre el pan de vida (vv.22-50) el protagonista es el Padre, que da el verdadero pan, y la respuesta del hombre es la fe; en el discurso eucarístico el protagonista es Jesús, que se da en comida y bebida, y la respuesta del hombre es comer y beber.
ü Necesidad de comer la carne y beber la sangre del Hijo del Hombre para tener vida.
ü No se podía hablar de este modo de la Eucaristía antes de su institución, pues nadie hubiera entendido tal lenguaje.
El evangelista pretende, con este discurso salir del paso de algunas discusiones que se daban en las primitivas comunidades en contra de la celebración de la Cena del Señor, y de la corriente gnóstica-doceta que consideraba la Eucaristía como mero símbolo. Frente a ellas pone de relieve la necesidad de tomar parte en la Eucaristía para participar en la vida, y presenta la carne y la sangre del Señor como verdadera comida y bebida.
Dios toma los caminos de los sentidos. Existía el riesgo de poner una religión cerebral o ritual. Para pensar en Dios era necesario poner juntas las ideas, para conocerlo era necesario hacer ritos. Pero Dios ha querido que la religión fuese una cosa simple. Se ha puesto a nuestro alcance: al alcance de las manos, al alcance de los labios. La encarnación no es otra cosa que esto. En Jesús de Nazaret, sobre todo en la Eucaristía, se ha puesto a nuestra disposición, al alcance de los sentidos: oigan, gusten, tomen, coman, beban… Dios entra en nosotros a través del camino más natural, el de los sentidos. Tenemos a un Dios a quien escuchar, comer, beber, gustar.
Jesús, cuya carne es verdadera comida y cuya sangre es verdadera bebida, produce escándalo. Pensar en Dios está bien; ofrecerle primicias y sacrificios, también; pero tomarlo en la mano, acercarlo a los labios, vivir de Él y en Él, es demasiado. Alcanzar a Dios con oraciones, con ritos, con razonamientos, no nos crea problema, nos parece normal; pero un Dios que nos atrae por el hambre, por la sed, y llega a nosotros por un trozo de pan o por un vaso lleno, puede parecer una blasfemia. No entendemos a un Dios que se hace presente y que se ofrece en las realidades cotidianas que están al alcance de nuestros sentidos. Pero es así.
El cuerpo que se entrega. Jesús mismo aparece como sujeto de la acción que se desarrolla en la cena; su mismo ser, toda la realidad implicada en la figura del Hijo del Hombre, muerto y resucitado, se hace presente en la celebración de la Eucaristía. Ésta es la prolongación de la encarnación y de sus efectos, aunque a veces, por nuestra manera de celebrarla, todo quede oscurecido cuando no desvirtuado. Pero el amor de Dios que se nos revela en Jesús llega a ella a hacerse comida y abrazo cuando la celebramos haciendo memoria de Él. Es un Dios que se entrega a nosotros. Lo único que nos pide a cambio es anunciar su muerte y resurrección. Una manera de anunciar esta muerte y resurrección es compartir. Cuando aprendo a no considerar mío nada de lo que tengo, a dar todo mi ser y mi poseer a los demás, estoy ofreciendo mi vida, estoy entregándome, estoy anunciando la muerte y resurrección del Señor. Jesús nos enseña, nos insta a comer su cuerpo y a beber su sangre para llenarnos de su espíritu y vida, y poder después, partirnos y repartirnos entre el resto de las personas y enmendar así la injusticia del reparto de la mesa de la creación.
Él es el que necesitamos para vivir.
Tener vida. Dios es autor y dador de vida. El Padre es que posee la vida. Estar en sintonía con Dios, es poder gozar la vida. Dios no es Dios de muerte sino de vida. Dios está siempre a favor de la vida. Quien introduce muerte en nuestro mundo, o quien considera que Dios pone límites a la vida, creer no en el Padre de Jesús sino en un ídolo. Con ídolos también se puede caminar, pero el horizonte se vuelve oscuro, angustioso, vacío o insoportable, o desesperanzador, o triste… Creer en Dios y su enviado Jesucristo es creer en la vida y tener vida ya aquí.
Oremos….
· Dejar que Dios entre en nosotros a través de los sentidos.
· Dejarme provocar por Jesús.
· Tener hambre.
· Tragarse a Jesús.
· Dar crédito a Jesús.
Padre Daniel Silva
“Nos hemos convertido en Cristo" *
Es una alegría que supera todo lo que me pueda pasar en mi vida diaria, tanto en los momentos que llamamos buenos, como en los que decimos que son malos, convertirse en Cristo, va mas allá de lo que podía imaginarme o de esperar que me pasara.
A medida que voy descubriendo a Jesús, al maestro de la vida, fuente de sabiduría, “luz para mí sendero”, activador de talentos dormidos, generador de ganas de ver hasta dónde podemos dar, veo un cambio en la forma que hago las cosas, voy aprendiendo a utilizar mi inteligencia, mi voluntad, mi libertad para elegir el camino que quiero seguir, no lo que quieren los demás que haga, si no lo que considero que me acerca más a Dios, momento de encuentro donde no hay lugar para miedos y dudas, ya no soy el de antes con ataduras que esclavizan, ahora empiezo a ser en Cristo, momento de gozo por ejercer el libre albedrio, ya que nadie me obliga a seguirlo.
Momento de encuentro donde mi ser siente que se encuentra con lo que estaba buscando, por eso lo acepto libremente, el cumplir por si solo queda lejos, y empiezo a renunciar aquellas cosas que parecen lindas a simple vista pero que no me dejan nada, sin culpas, sin sentimiento de perdidas, yo las saco de mi vida.
A medida que voy descubriendo a Jesús, al maestro de la vida, fuente de sabiduría, “luz para mí sendero”, activador de talentos dormidos, generador de ganas de ver hasta dónde podemos dar, veo un cambio en la forma que hago las cosas, voy aprendiendo a utilizar mi inteligencia, mi voluntad, mi libertad para elegir el camino que quiero seguir, no lo que quieren los demás que haga, si no lo que considero que me acerca más a Dios, momento de encuentro donde no hay lugar para miedos y dudas, ya no soy el de antes con ataduras que esclavizan, ahora empiezo a ser en Cristo, momento de gozo por ejercer el libre albedrio, ya que nadie me obliga a seguirlo.
Momento de encuentro donde mi ser siente que se encuentra con lo que estaba buscando, por eso lo acepto libremente, el cumplir por si solo queda lejos, y empiezo a renunciar aquellas cosas que parecen lindas a simple vista pero que no me dejan nada, sin culpas, sin sentimiento de perdidas, yo las saco de mi vida.
Momento de encuentro en que me siento bien, “Nos hemos convertido en Cristo", alegría que empuja, que mueve, que alimenta mi esperanza, descubro que debo seguir
ese peregrinar, para que un
día se haga eterno el gozo
de estar en la presencia de
Dios.
Gracias Señor por estar en
la Eucaristía, en vos confío.
* Basado de escritos de
San Agustín
Año de la Fe
El Papa Benedicto XVI convoca al año de la fe que Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013
Carta Apostólica Pota Fidei
del Sumo Pontífice Benedicto XVI
1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud». Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación. Continúa….
Lecturas de la Semana
Lunes 20: Ez. 24,15-24; Sal. Deut. 32, 18-21; Mt. 19, 16-22.
Martes 21: Ez. 28, 1-10; Sal Deut. 32, 26-36; Mt. 19, 23-30.
Miércoles 22: Is. 9, 1-6; Sal 112; Lc. 1, 26-38.
Jueves 23: Ez. 36, 23-38; Sal 50; Mt. 22, 1-14.
Viernes 24: Apoc. 21, 9-14; Sal. 84; Mt. 23, 1-12.
Sábado 18: Ez. 18, 1-10.13. 30-32; Sal 50; Mt. 19, 13-15.
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de las reflexiones: El libro del Pueblo de Dios. Unos momentos con Jesús y María.
Círculo Peregrino: queremos compartir con vos la Palabra del Señor, por eso podemos ir a tu casa a visitarte a vos o algún familiar enfermo.
Lectio Divina: También podes venir para compartirla el primer y tercer sábado de cada mes a las 16 hs. en:
Círculo Bíblico San José
Parroquia San José:
Brandsen 4970 Villa Domínico.
5 comentarios:
San Nersès Snorhali (1102-1173), patriarca armenio
Jesús, Hijo único del Padre, § 749-758 ; SC 203
“Mi sangre es verdadera bebida”
Después de haber cumplido las palabras de la Escritura,
Y entregado al Padre tu espíritu,
cuando el soldado te traspasó con la lanza,
de tu sagrado costado brotó una fuente (Jn 19,34):
Agua para lavar en la fuente sagrada del bautismo,
sangre para beber en el misterio de la eucaristía,
por la herida de la que nació del costado de Adán (Gn 2,21),
por la que el primer hombre pecó.
Yo que estoy constituido por una carne marcada por el pecado original
y por una sangre amasada en el polvo (Gn 2,7),
me lavaste con el rocío de tu costado.
y después, volví a caer en el pecado.
No permitas que permanezca allí,
Si no dígnate lavarme de nuevo;
y si no me concedes esta gracia,
por lo menos que riegue con lágrimas mis pecados.
Abre mi boca al torrente
de sangre sagrada que fluye por tu costado,
como el niño a la ubre
que tira hacia él el pecho de su madre,
para que beba el gozo
y exulte en el Espíritu Santo,
y para que se vuelva gustoso el sabor de esta copa
de vino de amor inmaculado sin mezcla...
Tú que eres el presente eterno del hombre efímero,
A Tí que te reclamo como presente ,
Tú que eres dador de presentes para las criaturas,
mortales e inmortales...
Concédeme tu persona como don de la gracia,
Tú que distribuyes a todos la vida.
Juan desarrolla el tema de la «incomprensión» para adentrarnos de forma didáctica en el conflicto entre los practicantes de la religión judía y los cristianos. La eucaristía desató sospechas entre israelitas, romanos y griegos. No podían entender como una comunidad de creyentes podían celebrar con gozo y entusiasmo la muerte de su Señor y Maestro. Sin embargo, lo que en realidad no entendían era el misterio pascual. Jesús había resucitado, superando el cerco de una muerte violenta e injusta, y ahora vivía en medio de sus seguidores. Él se había convertido en principio de vida para aquellos que yacían inermes bajo la opresión de una religión agobiada por un sinnúmero de preceptos o por una religión que adoraba al déspota de turno. La presencia de Jesús liberaba a sus seguidores del caos informe de religiones mistéricas que abundaban en el mundo antiguo y de las rígidas disposiciones de una religión étnica.
Jesús era el pan vivo, bajado del cielo, para alimentar a una muchedumbre que añoraba una vida de paz y plenitud. Para ellos la verdad no residía en un sistema abstracto de proposiciones o en la adecuación lógica de la ideología a la realidad. Para ellos la verdad era una praxis de vida que transformaba al ser humano y lo habilitaba para vivir en comunión con sus congéneres y con el universo.
El que coma de este pan, vivirá para siempre. Jn 6, 51-58
ALIMENTARNOS DE JESÚS
Según el relato de Juan, una vez más los judíos, incapaces de ir más allá de lo físico y material, interrumpen a Jesús,
escandalizados por el lenguaje agresivo que emplea: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?". Jesús no retira su
afirmación sino que da a sus palabras un contenido más profundo.
El núcleo de su exposición nos permite adentrarnos en la experiencia que vivían las primeras comunidades cristianas al
celebrar la Eucaristía. Según Jesús, los discípulos no solo han de creer en él, sino que han de alimentarse y nutrir su vida de
su misma persona. La Eucaristía es una experiencia central en sus seguidores de Jesús.
Las palabras que siguen no hacen sino destacar su carácter fundamental e indispensable: "Mi carne es verdadera comida
y mi sangre es verdadera bebida". Si los discípulos no se alimentan de él, podrán hacer y decir muchas cosas, pero no han
de olvidar sus palabras: "No tenéis vida en vosotros".
Para tener vida dentro de nosotros necesitamos alimentarnos de Jesús, nutrirnos de su aliento vital, interiorizar sus
actitudes y sus criterios de vida. Este es el secreto y la fuerza de la Eucaristía. Solo lo conocen aquellos que comulgan con él
y se alimentan de su pasión por el Padre y de su amor a sus hijos.
El lenguaje de Jesús es de gran fuerza expresiva. A quien sabe alimentarse de él, le hace esta promesa: "Ese habita en
mí y yo en él". Quien se nutre de la Eucaristía experimenta que su relación con Jesús no es algo externo. Jesús no es un
modelo de vida que imitamos desde fuera. Alimenta nuestra vida desde dentro.
Esta experiencia de "habitar" en Jesús y dejar que Jesús "habite" en nosotros puede transformar de raíz nuestra fe. Ese
intercambio mutuo, esta comunión estrecha, difícil de expresar con palabras, constituye la verdadera relación del discípulo
con Jesús. Esto es seguirle sostenidos por su fuerza vital.
La vida que Jesús transmite a sus discípulos en la Eucaristía es la que él mismo recibe del Padre que es Fuente inagotable
de vida plena. Una vida que no se extingue con nuestra muerte biológica. Por eso se atreve Jesús a hacer esta promesa a los
suyos: "El que come este pan vivirá para siempre".
Sin duda, el signo más grave de la crisis de la fe cristiana entre nosotros es el abandono tan generalizado de la Eucaristía
dominical. Para quien ama a Jesús es doloroso observar cómo la Eucaristía va perdiendo su poder de atracción. Pero es más
doloroso aún ver que desde la Iglesia asistimos a este hecho sin atrevernos a reaccionar. ¿Por qué
Lo decisivo en tener hambre Cada domingo
LO DECISIVO ES TENER HAMBRE
El evangelista Juan utiliza un lenguaje muy fuerte para insistir en la necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo. Sólo así experimentaremos en nosotros su propia vida. Según él, es necesario comer a Jesús:« El que me come a mí, vivirá por mí».
El lenguaje adquiere un carácter todavía más agresivo cuando dice que hay que comer la carne de Jesús y beber su sangre. El texto es rotundo. «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
Este lenguaje ya no produce impacto alguno entre los cristianos. Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a pensar en lo que venimos haciendo desde la primera comunión. Todos conocemos la doctrina aprendida en el catecismo: en el momento de comulgar, Cristo se hace presente en nosotros por la gracia del sacramento de la eucaristía.
Por desgracia, todo puede quedar más de una vez en doctrina pensada y aceptada piadosamente. Pero, con frecuencia, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra vida concreta. No sabemos cómo abrirnos a él para que nutra con su Espíritu nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.
Comer a Cristo es mucho más que adelantarnos distraídamente a cumplir el rito sacramental de recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo exige un acto de fe y apertura de especial intensidad, que se puede vivir sobre todo en el momento de la comunión sacramental, pero también en otras experiencias de contacto vital con Jesús.
Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar desde lo más profundo encontrarnos con él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y potencie lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme las zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar.
Entonces, alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.
CADA DOMINGO
La Eucaristía no es sólo el centro de la liturgia cristiana. Es, además y por eso mismo, la experiencia que, vivida domingo tras domingo, puede alimentar las grandes actitudes que configuran la vida de un cristiano. El que come y bebe en esa cena, alimenta su vida de discípulo fiel de Cristo.
En primer lugar, la eucaristía es acción de gracias a Dios por la vida y por la salvación que nos ofrece en su Hijo Jesucristo. Las palabras de acción de gracias, la estructura de todo el conjunto, el tono de toda la celebración contribuyen a vivir una experiencia intensa de alabanza y agradecimiento a Dios que no debe reducirse a ese momento cultual. La vida cotidiana de un cristiano ha de estar marcada por la acción de gracias.
La Eucaristía es, además, comunión con Cristo resucitado. Jesús no es una figura del pasado, alguien cada vez más lejano en el tiempo, sino el Señor de todos los tiempos que permanece vivo entre los suyos. No somos seguidores de un gran líder del pasado. La eucaristía nos enseña a vivir en comunión con un Cristo actual, acogiendo realmente hoy su Espíritu y fuerza renovadora.
La Eucaristía es también escucha de las palabras de Jesús que son «espíritu y vida». Para un discípulo de Cristo, el evangelio no es un mero testamento literario o un texto fundacional. En la eucaristía nos reunimos para escuchar la palabra viva de Jesús que ilumina nuestra experiencia humana de hoy. Esa acción dominical nos invita a no vivir como ciegos, sin evangelio ni luz alguna. El cristiano vive alimentado por la Palabra de Jesús.
La Eucaristía es un acto comunitario por excelencia. Todos los domingos, los cristianos dejan sus hogares, se reúnen en una iglesia y forman comunidad visible de seguidores de Jesús. Todas las oraciones de la eucaristía se dicen en plural: invocamos, pedimos perdón, ofrecemos, damos gracias... siempre juntos. Lo textos dicen que somos «tu familia», «tu pueblo» «tu Iglesia». No se nos debería olvidar. Los cristianos no somos individuos aislados que, cada uno por su cuenta, tratan de vivir el evangelio. Formamos una comunidad que quiere ser en el mundo testimonio e invitación a vivir de manera fraterna y solidaria.
Ser cristiano no consiste en ir a misa. Pero quien vive de verdad la misa se va a haciendo cristiano.
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