Lecturas del 26-08-12
– Ciclo B –
Lectura del libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b
Josué reunió en Siquém a todas las tribus de Israel, y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces y a sus escribas, y ellos se presentaron delante del Señor. Entonces Josué dijo a todo el pueblo: «Si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor.»
El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. El nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos.
Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que él es nuestro Dios.» Palabra de Dios.
El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. El nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos.
Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que él es nuestro Dios.» Palabra de Dios.
Salmo 33
R. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren. R.
Los ojos del Señor miran al justo y sus oídos escuchan su clamor; pero el Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra. R.
Cuando ellos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias. El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos. R.
El justo padece muchos males, pero el Señor lo libra de ellos. El cuida todos sus huesos, no se quebrará ni uno solo. R.
La maldad hará morir al malvado, y los que odian al justo serán castigados; pero el Señor rescata a sus servidores, y los que se refugian en él no serán castigados. R.
Carta de Pablo a los cristianos de Éfeso 5, 21-32
Hermanos: Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo. Las mujeres deben respetar a su marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido.
Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo. Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne.Este es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia. Palabra de Dios.
Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo. Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne.Este es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia. Palabra de Dios.
Santo Evangelio según san Juan 6, 60-69
Muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?» Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.»
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.» Palabra del Señor.
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.» Palabra del Señor.
Reflexión
Señor, ¿a quién vamos a acudir?
Las palabras de Jesús dichas anteriormente provocan una fuerte resistencia entre los discípulos, que las consideran excesivas. Han interpretado mal el anuncio de su muerte (El pan que voy a dar es mi carne para que el mundo viva), considerándolo una debilidad y un fracaso y, en consecuencia, se niegan a seguirle. Conservan la concepción del Mesías rey que manifestaron con ocasión de reparto de panes. Jesús les explica que su muerte es condición para la vida y que su realidad humana contiene la fuerza del Espíritu. A pesar de su explicación, la mayor parte le abandona.
Los discípulos que ahora le abandonan, los judíos que murmuran y la gente que pretende hacerle rey y que le busca porque comió pan hasta saciarse son las mismas personas con distintos nombres. Designan a aquellos que se entusiasmaron con Jesús en un primer momento, considerándole como un profeta, pero no se decidieron a dar el paso decisivo de la fe cristiana de su mesianismo.
El cuarto evangelio no se interesa en absoluto por los Doce (los menciona únicamente aquí y en 10, 24). ¿Por qué les da en este texto tanta importancia? La Comunidad joánica estaba discriminada, era perseguida, se habían producido en ella rupturas y abandonos. En esta situación surge el interrogante inevitable: ¿no seremos nosotros los equivocados? La respuesta a este interrogante únicamente podía darla la Iglesia oficial, representada por los Doce, a cuya cabeza está Pedro.
La manifestación de Pedro, en cuanto representante de los Doce, es la versión joánica de lo que conocemos como “la confesión de Cesarea de Filipo”. Pedro no confiesa aquí a Jesús como el Mesías, ni como Hijo del Hombre o Hijo de Dios, sino como el “Santo de Dios”. Es la expresión de la suprema dignidad de la persona a la que es atribuida. El Mesías tal como Dios lo quiere.
El punto central se encuentra en la oposición entre “carne” y “espíritu”, es decir, entre dos concepciones de la persona y, en consecuencia, de Jesús y de su misión. La condición indispensable para ser verdadero discípulo y poder identificarse con Él es la visión de la persona como “espíritu”, es decir, como realizada por la acción creadora del Padre, no meramente como “carne” o movida por los intereses egoístas.
A estas dos concepciones de la persona corresponden dos visiones de Jesús. El Mesías “según la carne” es el rey que ellos han querido hacer, el denominador que impone su gobierno, un Mesías político y triunfante. El Mesías “según el Espíritu” es el que se hace servidor de las personas hasta dar su vida por ellas, para comunicarles vida plena, es decir, libertad y capacidad de amar como Él. La aceptación de tal Mesías implica la asunción de su persona y mensaje.
Vivir las dudas con sinceridad. No pocos cristianos sienten dudas en su interior sobre el mensaje de Jesús y sobre la totalidad de la fe cristiana. Lo que les preocupa no son los dogmas, sino algo más fundamental y previo: ¿por qué he de orientar mi vida según las fórmulas del evangelio? ¿Por qué mi anhelo por la vida, el gozo y la libertad han de subordinarse a los mandamientos? ¿Por qué un hombre como nosotros ha de ser el Revelador de Dios, el Mesías? Y así muchas más preguntas… Y no nos damos cuenta es que Jesús es quien nos sigue preguntando, nos interpela: “¿También ustedes quieren marcharse?”. Y tarde o temprano llega el momento de tomar una decisión: o bien pongo a Cristo en el mismo plano que otras grandes figuras de la humanidad, o bien me decido a experimentar personalmente que es único en su persona y mensaje.
No hay que fiarse de las incertidumbres y seguridades del pasado ni desanimarse cuando comienzan las dudas. La verdadera fe no está en nuestras explicaciones bien fundadas ni en nuestras dudas, sino en la necesidad del corazón que busca a Dios como Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Los discípulos encuentran duro el lenguaje de Jesús. Les asusta el precio que es necesario pagar por tener vida, por seguirle y por seguir su causa. Jesús, no obstante, da un paso más en sus enseñanzas, aunque esto signifique el alejamiento de algunos de sus seguidores. Opone el “espíritu” que es vida y fuerza, a la“carne” que en la biblia significa muerte y cobardía y no cuerpo como tenemos a pensar nosotros marcados por la distinción entre alma y cuerpo que viene de la filosofía griega. Y recuerda una vez más que sus palabras son “espíritu y vida”. Creer en ellas es aceptar la vida; rechazarlas es, de alguna manera, entregar a Jesús a la muerte.
Así lo hará Judas, con él más tarde, todos lo que, a pesar de formar parte de los discípulos, no se sientan desafiados por la injusticia, la explotación y la marginación de los demás, en especial de los hoy excluidos.
Pero, en un ambiente social en el que el cuidado y el culto al cuerpo es práctica habitual a la que se dedica tiempo y economía; en una sociedad que, tras proclamar la revalorización del cuerpo, del sexo y el erotismo en el amor, muchos de los caminos emprendidos conducen a su trivialización y banalización, no son fáciles de entender las palabras de Jesús: “El Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve de nada”
Por otro lado, las radios martillean nuestros oídos con noticias, discursos y comunicados de última hora. Nos hemos convertido en una especie de pequeño radar impactado constantemente por palabras e imágenes que llegan de todo el mundo.
¿A dónde iremos? El problema no es “adónde” ir, sino a “quién”. Hay una nube de gurús y maestros apostados en el camino “comprensivos” de nuestra debilidad, persuasivos, suministradores de palabras domesticables, que nos ofrecen tranquilidad, seguridad, felicidad, novedad, etc., pero que nos dejan con el vacío, porque sus palabras son huecas. Pedro prefiere permanecer al lado de Jesús, aunque no entienda mucho, porque sólo en Él ha encontrado palabras de vida. Y nosotros, ¿a quién iremos?
El seguimiento de Jesús tiene condiciones que no todos aceptan. El evangelio nos emplaza a abordar claramente el asunto, a no pretender escuchar a Dios sin preocuparte de poner en práctica su palabra.
Hoy, Jesús nos desafía a nosotros. Nuestra vida es, toda ella, un camino de libertad y opciones. Queramos o no, tenemos que elegir. Unas veces lo hacemos conscientemente, otras de manera inconsciente. Todas tienen su importancia. Pero hay algunas, muy pocas, que nos marcan y orientan definitivamente. El evangelio nos recuerda uno de esos momentos que marcó a Pedro y a los otros discípulos.
Oremos…
No quedarse al margen – Poner delante de Él nuestras opciones de vida – Gustar lo que se me ofrece – Optar por Jesús – Decirle qué es hoy para mí inaceptable – Recordar personas que han dicho sí a Jesús.
Pbro. Daniel Silva
Toma Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo lo que tengo y poseo.
Tú me lo diste; A ti Señor, lo devuelvo; Todo es tuyo: dispone según tu voluntad.
Dame tu amor y tu gracia, Que esto me basta. Amén (San Ignacio de Loyola)
Año de la Fe
El Papa Benedicto XVI convoca al año de la fe que Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013
Carta Apostólica Pota Fidei
del Sumo Pontífice Benedicto XVI
4… En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II, con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis, realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica. Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe. Mi venerado Predecesor... Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca. Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla». Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios, para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.
5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y exigencia postconciliar, consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación. He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza». Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».
Continúa….
Lecturas de la Semana
Lunes 27: 2Tes. 1, 1-5. 11-12; Sal 95; Mt. 23, 13-22.
Martes 28: 2Tes. 2, 1-3. 14-17; Sal 95; Mt. 23, 23-26.
Miércoles 29: Jer. 1, 17-19; Sal 70; Mc. 6, 17-29.
Jueves 30: 2Cor. 10, 17—11-2; Sal 148; Mt. 13, 44-46.
Viernes 31: 1Cor. 1, 17-25; Sal 32; Mt. 13, 44-46.
Sábado 1: 1Cor. 1, 26-31; Sal 32; Mt. 25, 14-30.
Aclaración: Se han utilizado para la preparación de las reflexiones: El libro del Pueblo de Dios. Unos momentos con Jesús y María.
Círculo Peregrino: queremos compartir con vos la Palabra del Señor, por eso podemos ir a tu casa a visitarte a vos o algún familiar enfermo.
Lectio Divina: También podes venir para compartirla el primer y tercer sábado de cada mes a las 16 hs. en:
Círculo Bíblico San José
Parroquia San José:
Brandsen 4970 Villa Domínico.
5 comentarios:
PREGUNTA DECISIVA
El evangelio de Juan ha conservado el recuerdo de una fuerte crisis entre los seguidores de Jesús. No tenemos apenas
datos. Solo se nos dice que a los discípulos les resulta duro su modo de hablar. Probablemente les parece excesiva la
adhesión que reclama de ellos. En un determinado momento, "muchos discípulos suyos se echaron atrás". Ya no caminaban
con él.
Por primera vez experimenta Jesús que sus palabras no tienen la fuerza deseada. Sin embargo, no las retira sino que se
reafirma más: "Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen". Sus
palabras parecen duras pero transmiten vida, hacen vivir pues contienen Espíritu de Dios.
Jesús no pierde la paz. No le inquieta el fracaso. Dirigiéndose a los Doce les hace la pregunta decisiva: "¿También
vosotros queréis marcharos?". No los quiere retener por la fuerza. Les deja la libertad de decidir. Sus discípulos no han de
ser siervos sino amigos. Si quieren puede volver a sus casas.
Una vez más Pedro responde en nombre de todos. Su respuesta es ejemplar. Sincera, humilde, sensata, propia de un
discípulo que conoce a Jesús lo suficiente como para no abandonarlo. Su actitud puede todavía hoy ayudar a quienes con fe vacilante se plantean prescindir de toda fe.
"Señor, ¿a quién vamos a acudir?". No tiene sentido abandonar a Jesús de cualquier manera, sin haber encontrado un
maestro mejor y más convincente: Si no siguen a Jesús se quedarán sin saber a quién seguir. No se han de precipitar. No es bueno quedarse sin luz ni guía en la vida.
Pedro es realista. ¿Es bueno abandonar a Jesús sin haber encontrado una esperanza más convincente y atractiva? ¿Basta
sustituirlo por un estilo de vida rebajada, sin apenas metas ni horizonte? ¿Es mejor vivir sin preguntas, planteamientos ni
búsqueda de ninguna clase?
Hay algo que Pedro no olvida: "Tú tienes palabras de vida eterna". Siente que las palabras de Jesús no son palabras
vacías ni engañosas. Junto a él han descubierto la vida de otra manera. Su mensaje les ha abierto a la vida eterna. ¿Con qué
podrían sustituir el Evangelio de Jesús? ¿Dónde podrán encontrar una Noticia mejor de Dios?
Pedro recuerda, por último, la experiencia fundamental. Al convivir con Jesús han descubierto que viene del misterio de
Dios. Desde lejos, a distancia, desde la indiferencia o el desinterés no se puede reconocer el misterio que se encierra en
Jesús. Los Doce lo han tratado de cerca. Por eso pueden decir: "Nosotros creemos y sabemos". Seguirán junto a Jesús
¿QUIERES MARCHARTE?
El mundo en que vivimos no puede ser considerado como cristiano. Las nuevas generaciones no aceptan fácilmente la visión de la vida que se transmitía de padres a hijos por vía de autoridad. Las ideas y directrices que predominan en la cultura moderna se alejan mucho de la inspiración cristiana. Vivimos en una época «poscristiana».
Esto significa que la fe ya no es «algo evidente y natural». Lo cristiano está sometido a un examen crítico cada vez más implacable. Son muchos los que en este contexto se sienten sacudidos por la duda y bastantes los que, dejándose llevar por las corrientes del momento, lo abandonan todo.
Una fe combatida desde tantos frentes no puede ser vivida como hace unos años. El creyente no puede ya apoyarse en la cultura ambiental ni en las instituciones. La fe va a depender cada vez más de la decisión personal de cada uno. Será cristiano quien tome la decisión consciente de aceptar y seguir a Jesucristo. En el futuro, el cristianismo será fruto de una opción libre y responsable. Este es el dato, tal vez, más decisivo en el momento religioso que vive hoy Europa: se está pasando de un cristianismo por nacimiento a un cristianismo por elección.
Ahora bien, el hombre moderno necesita apoyarse en algún tipo de experiencia positiva para tomar una decisión tan importante. La experiencia se está convirtiendo en una especie de patente de autenticidad y en factor fundamental para decidir la orientación de la propia vida. Esto significa que, en el futuro, la experiencia religiosa será cada vez más importante para fundamentar la fe. Será creyente aquel que experimente que Dios le hace bien y que Jesucristo le ayuda a vivir.
El relato evangélico de Juan resulta hoy más significativo que nunca. En un determinado momento, muchos discípulos de Jesús dudan y se echan atrás. Entonces Jesús dice a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Simón Pedro le contesta en nombre de todos desde una experiencia básica: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos». Muchos se mueven hoy en un estado intermedio entre un cristianismo tradicional y un proceso de descristianización. No es bueno vivir en la ambigüedad. Es necesario tomar una decisión fundamentada en la propia experiencia. Muchos abandonan lo religioso pues piensan que les irá mejor. Y tú, ¿también quieres marcharte?
A QUIEN ACUDIREMOS?
Quien se acerca a Jesús tiene, con frecuencia, la impresión de encontrarse con alguien extrañamente actual y más presente a nuestros problemas de hoy que muchos de nuestros contemporáneos.
Hay gestos y palabras de Jesús que nos impactan todavía hoy porque tocan el nervio de nuestros problemas y preocupaciones más vitales.
Son gestos y palabras que se resisten al paso de los tiempos y al cambio de ideologías. Los siglos transcurridos no han amortiguado la fuerza y la vida que encierran, a poco que estemos atentos y abramos sinceramente nuestro corazón.
Sin embargo, son muchos los hombres y mujeres que no logran encontrarse con su evangelio. No han tenido nunca la suerte de escuchar con sencillez y directamente sus palabras. Su mensaje les ha llegado desfigurado por demasiadas capas de doctrinas, fórmulas, conceptualizaciones y discursos interesados.
A lo largo de veinte siglos es mucho el polvo que inevitablemente se ha ido acumulando sobre su persona, su actuación y su mensaje. Un cristianismo lleno de buenas intenciones y fervores venerables ha impedido, a veces, a muchos cristianos sencillos encontrarse con la frescura llena de vida de aquel que perdonaba a las prostitutas, abrazaba a los niños, lloraba con los amigos, contagiaba esperanza e invitaba a los hombres a vivir con la libertad y el amor de los hijos de Dios.
Cuántos hombres y mujeres han tenido que escuchar las disquisiciones de moralistas bien intencionados y las exposiciones de predicadores ilustrados, sin lograr encontrarse con El.
No nos ha de extrañar la interpelación de J. Onimus: «¿Por qué vas a ser tú propiedad privada de predicadores, doctores y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan simples, tan directas, palabras que siguen siendo palabras de vida para todos los hombres?».
Sin duda, uno de los mayores servicios que podemos realizar en la Iglesia actual es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de los hombres y mujeres de nuestros días. Ayudarles a abrirse camino hacia él. Acercarles a su mensaje.
Muchos cristianos que se han ido alejando estos años de la Iglesia, quizás, porque no siempre han encontrado en ella a Jesucristo, sentirían de nuevo aquello expresado un día por Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos».
¿Qué me resulta duro del mensaje de Jesús que no me permite seguirlo? La compasión es decir acompañar al necesitado, el compartir es decir dar parte delo mío en tiempo, bienes, conocimiento, renunciar a los placeres momentáneos que me propone la sociedad de consumo: cuantos televisores tenés, donde fuiste de vacaciones Europa, etc., ponerme en movimiento acercándome al próximo, dejando mi comodidad, hoy no me pasa a mí para que hacerme problemas.
Quizás tenga que preguntarme ¿quién soy realmente yo, por qué existo? ¿Realmente puedo ver que aparte de mi cuerpo material, tengo otra parte que no está a simple vista, pero que también es mía y si la descuido surgen cosas como tristeza, angustia, sin sentidos, peleas sin motivos, egoísmo, miedos, insatisfacción, es decir un vacio de existencia?
Realmente si necesito ayuda para poder transitar en este mundo, y veo que Jesús quiere compartir conmigo su experiencia de vida, para que yo siguiéndolo sienta su amor hacia mí y que juntos podamos sumar a otros hermanos en esta idea de que un mundo mejor es posible. Esto que siento en este momento no es que surge por iniciativa mía, sos vos Señor que me llevas a pensarlo, gracias por hacerte presente en mi vida
Agustín
San [Padre] Pio de Pietrelcina (1887-1968), capuchino
Epistolario 3, 980; GF, 196s
«Tú tienes palabras de vida eterna»
Ten paciencia y persevera en la práctica de la meditación. Al principio conténtate con no adelantar sino a pasos pequeños. Más adelante tendrás piernas que no desearán sino correr, mejor aún, alas para volar.
Conténtate con obedecer. No es nunca fácil, pero es a Dios a quien hemos escogido. Acepta no ser sino una pequeña abeja en el nido de la colmena; muy pronto llegarás a ser una de estas grandes obreras hábiles para la fabricación de la miel. Permanece siempre delante de Dios y de los hombres, humilde en el amor. Entonces el Señor te hablará en verdad y te enriquecerá con sus dones.
Ocurre a menudo que las abejas, al atravesar los prados, recorren grandes distancias antes de llegar a las flores que han escogido; seguidamente, fatigadas pero satisfechas y cargadas de polen, vuelven a entrar en la colmena para realizar allí la transformación silenciosa, pero fecunda, del néctar de las flores en néctar de vida. Haz tú lo mismo: después de escuchar la Palabra, medítala atentamente, examina los diversos elementos que contiene, busca su significado profundo. Entonces se te hará clara y luminosa; tendrá el poder de transformar tus inclinaciones naturales en una pura elevación del espíritu; y tu corazón estará cada vez más estrechamente unido al corazón de Cristo.
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