Lecturas del 30 / 12 / 12
Fiesta de la Sagrada Familia
de Jesús, María y José
– Ciclo C –
Lectura primer libro de Samuel 1, 20-22.24-28
En aquellos días, Ana concibió, y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo: "Se lo he pedido al Señor".
El marido, Elcaná, subió con toda su familia para ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir su voto. Pero Ana no subió, porque dijo a su marido: "No iré hasta que el niño deje de mamar. Entonces lo llevaré, y él se presentará delante del Señor y se quedará allí para siempre".
Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella, llevando además un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino, y lo condujo a la Casa del Señor en Silo. El niño era aún muy pequeño. Y después de inmolar el novillo, se lo llevaron a Elí. Ella dijo: "Perdón, señor mío; ¡por tu vida, señor!, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti, para orar al Señor. Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y él me concedió lo que le pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a él: para toda su vida queda cedido al Señor". Después se postraron delante del Señor. Palabra de Dios.
Salmo 83
R. ¡Señor, felices los que habitan en tu Casa!
¿Qué amable es tu morada, Señor del universo! Mi alma se consume de deseo por los atrios del
Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente. R
¡Felices los que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar! ¿Felices los que encuentran su fuerza en ti, al emprender la peregrinación! R
Señor del universo, oye mi plegaria, escucha, Dios de Jacob; protege, Dios a nuestro Escudo y mira el rostro de tu Ungido. R
Primera carta de san Juan 3, 1-2.21-24
¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamiento y hacemos lo que le agrada.
Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a los otros como él nos ordenó.
El que cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; y sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. Palabra de Dios.
Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a los otros como él nos ordenó.
El que cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; y sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. Palabra de Dios.
Evangelio según san Lucas 2, 41-52
Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?" .
Ellos no entendieron lo que les decía. El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres. Palabra del Señor
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?" .
Ellos no entendieron lo que les decía. El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres. Palabra del Señor
Reflexión
Situada inmediatamente después de la Navidad, esta fiesta nos invita a mirar la familia formada por Jesús, María y José. En primer lugar, nos recuerda una vez más que el hecho de la encarnación tuvo lugar en nuestra historia. No sólo en un tiempo y lugar concretos sino también en una familia concreta. María y José fueron el matrimonio en el que Jesús nació, creció y maduró físicamente y como persona.
Nos imaginamos la vida de aquella familia llena de amor, de paz, pero sus vivencias fueron realmente con dificultades. José tuvo que recibir a María cuando ésta se había quedado embarazada sin su participación. No debió ser fácil ese primer momento de relación. Luego viene el nacimiento en Belén en un pesebre porque ¡Nadie los recibió! Después la familia se vio obligada a emigrar a Egipto ¡refugiados políticos! Hoy sabemos lo duro que es la vida de los emigrantes. Mucho más duro sería en aquellos tiempos en los que no existían en absoluto las organizaciones y leyes que hoy mal que bien, se dedican a acogerlos y hacerles en cierta medida la vida más fácil. Cuantas adversidades ¿cómo las afrontaron?
Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.
Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres.
Comunión de Amor (1)
Queridos hermanos: Nos volvemos a encontrar en esta Octava de Navidad para celebrar la Fiesta de “LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ.
En la primera lectura nos encontramos con Samuel, el primero de los grandes profetas del Pueblo de Israel, hijo de Ana, una mujer estéril y, por lo tanto humillada por su entorno.
Mujer creyente, oró al Señor y le prometió que si le concedía el don de tener un hijo varón, se lo entregaría para su servicio.
Y así fue, Ana concibió un hijo varón y cuando le llegó el tiempo de destetarlo, Ana y su esposo Elcaná llevan al pequeño al Templo y lo entregan al Sacerdote Eli para que sirviera al Señor.
Ahí creció y, como dijimos antes, fue un grande para su Pueblo.
El salmista responde alabando la Fe de los que se refugian en el Señor en los momentos de angustia.
La 1ra. Carta del evangelista San Juan es un llamado a recapacitar sobre el Amor de Dios.
“¡Miren cómo nos amó el Padre!”. Realmente somos hijos de Dios, no por nuestro mérito, la gratuidad del Amor de Dios se ha expresado en la Venida del Hijo y su entrega.
El evangelio nos muestra una de las tantas escenas de la Familia de Jesús, María y José.
Los padres, María y José, ante todo los vemos como unos judíos creyentes que, a pesar de su humildad, iban todos los años en peregrinación a Jerusalén para la Fiesta de la Pascua.
Esto no era fácil, muchos kilómetros caminando en caravana junto a todos los judíos fieles a su Fe, y, como puede pasarnos a cualquiera de nosotros si salimos en peregrinación, de golpe se dan cuenta que Jesús, su hijo de 12 años no estaba en la caravana. La angustia de la situación se refleja en las palabras de María:
“hijo mío, ¿qué nos has hecho? Tu padre y
yo te buscábamos angustiados”
¡Cuánto AMOR HAY EN ESTA QUEJA! Amor que se mezcla con el asombro de ver a su hijo dialogando con los doctores de la Ley en el Templo.
“¿no sabían que debo ocuparme de los
asuntos de mi Padre?”
Realmente la respuesta de Jesús no les aclaró la situación, pero bueno, ya lo encontraron y vuelve con ellos a Nazaret a continuar su vida.
Para María no fue una travesura de su hijo, esa respuesta HIZO NIDO en su corazón hasta que llegó el momento oportuno. Y así siguieron esa familia que se constituyó en una ESCUELA DE VIDA para la humanidad.
EL SILENCIO: como actitud que favorece el RECOGIMIENTO y la INTERIORIDAD.
VIDA FAMILIAR: una familia que favorece el RECOGIMIENTO y la INTERIORIDAD.
VIDA FAMILIAR: una familia que se realiza como
COMUNION DE AMOR, algo que es posible cuando por encima de las legítimas aspiraciones está el AMOR A DIOS Y AL HERMANO.
EL TRABAJO: Jesús creció en un ámbito de trabajo, “¿no es el hijo del carpintero?”, trabajó a la par de su padre mientras su madre los atendía.
Ustedes dirán: “¡los tiempos cambiaron!” Si, es verdad, pero LOS VALORES NO CAMBIAN, SILENCIO, INTERIORIDAD, TRABAJO, siguen significando lo mismo.
El gran desafío es VIVIR estos Valores en las circunstancias del mundo actual.
¿Qué es difícil? ¡SI!, pero no imposible, los tiempos de Jesús, María y José NO FUERON FÁCILES PARA NADA, baste recorrer la historia del Imperio Romano, por algo esta semana nos mostró los ejemplos del Martirio de Esteban y la Matanza de los Santos Inocentes.
Es absolutamente necesario aferrarnos más que nunca a ese AMOR DE DIOS QUE QUIERE LLAMARNOS HIJOS SUYOS, y, si SOMOS HIJOS DE DIOS SOMOS HERMANOS ENTRE NOSOTROS.
No estamos solos, la Sagrada Familia de Nazaret está con nosotros, María, Madre de la Iglesia, José, Protector de la Iglesia Universal y Jesús imagen del Amor del Padre están con nosotros.
Que en este Año de la Fe la fuerza del Espíritu Santo nos siga guiando como Pueblo de Dios.
Que Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia en Oración nos ayude.
(1) Prof. Martha Pereyra o.c.s.
«Hombre y mujer los creó»
La Biblia plantea una relación estrecha entre ser creado «a imagen de Dios» y el hecho de ser «hombre y mujer» (v. Gn 1,27). La semejanza consiste en esto. Dios es único y solo, pero no es solitario. El amor exige comunión, intercambio interpersonal, requiere que haya un «yo» y un «tú». Por eso el Dios cristiano es uno y trino. En Él coexisten unidad y distinción: unidad de naturaleza, de voluntad, de intención, y distinción de características y de personas.
Precisamente en esto la pareja humana es imagen de Dios. La familia humana es reflejo de la Trinidad.
Marido y mujer son, en efecto, una sola carne, un solo corazón, una sola alma, aún en la diversidad de sexo y de personalidad. Los esposos están uno ante otro como un «yo» y un «tú», y están frente a todo el resto del mundo, empezando por los propios hijos, como un «nosotros», como si se tratara de una sola persona, pero ya no singular, sino plural. «Nosotros», o sea, «tu madre y yo», «tu padre y yo». Así habló María a Jesús, después de encontrarle en el templo.
Sabemos bien que éste es el ideal y que, como en todas las cosas, la realidad es con frecuencia bastante diferente, más humilde y más compleja, a veces incluso trágica.
Pero estamos tan bombardeados de casos de fracasos que a lo mejor, por una vez, no está mal volver a proponer el ideal de la pareja, primero en el plano sencillamente natural y humano, y después en el cristiano.
¡Ay de llegar a avergonzarse de los ideales en nombre de un malentendido realismo! El final de una sociedad, en este caso, estaría marcado. Los jóvenes tienen derecho a que se les transmitan, por parte de los mayores, ideales, y no sólo escepticismo y cinismo. Nada tiene la fuerza de atracción que posee el ideal.
P. Raniero Cantalamessa, OFM Cap. 2007
Ven a mí, Espíritu Santo, agua viva que lanza a la vida eterna: concédeme la gracia de llegar a contemplar el rostro del Padre en la vida y en la alegría sin fin. Amén
Lecturas de la Semana
Lunes 31: 1Jn. 2, 18-21; Sal. 95; Jn. 1, 1-18.
Martes 1: Núm. 6, 22-27; Sal 66; Gál. 4,4-7; Lc. 2,16-21.
Miércoles 2: 1Jn. 2,22-28; Sal 97; Jn.1, 19-28.
Jueves 3: 1Jn. 2, 29—3.6; Sal. 97; Jn. 1, 29-34.
Viernes 4: 1Jn. 3, 7-10; Sal 97; Jn. 1, 35-42.
Sábado5: 1Jn. 3, 11-20; Sal. 99; Jn.1, 43-51.
2 comentarios:
26/12/12.- Entre los católicos se defiende casi instintivamente el valor de la familia, pero no siempre nos detenemos a reflexionar el contenido concreto de un proyecto familiar, entendido y vivido desde el Evangelio. ¿Cómo sería una familia inspirada en Jesús?
La familia, según él, tiene su origen en el misterio del Creador que atrae a la mujer y al varón a ser “una sola carne”, compartiendo su vida en una entrega mutua, animada por un amor libre y gratuito. Esto es lo primero y decisivo. Esta experiencia amorosa de los padres puede engendrar una familia sana.
Siguiendo la llamada profunda de su amor, los padres se convierten en fuente de vida nueva. Es su tarea más apasionante. La que puede dar una hondura y un horizonte nuevo a su amor. La que puede consolidar para siempre su obra creadora en el mundo.
Los hijos son un regalo y una responsabilidad. Un reto difícil y una satisfacción incomparable. La actuación de Jesús, defendiendo siempre a los pequeños y abrazando y bendiciendo a los niños, sugiere la actitud básica: cuidar la vida frágil de quienes comienzan su andadura por este mundo. Nadie les podrá ofrecer nada mejor.
Una familia cristiana trata de vivir una experiencia original en medio de la sociedad actual, indiferente y agnóstica: construir su hogar desde Jesús. “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Es Jesús quien alienta, sostiene y orienta la vida sana de la familia.
El hogar se convierte entonces en un espacio privilegiado para vivir las experiencias más básicas de la fe cristiana: la confianza en un Dios Bueno, amigo del ser humano; la atracción por el estilo de vida de Jesús; el descubrimiento del proyecto de Dios, de construir un mundo más digno, justo y amable para todos. La lectura del Evangelio en familia es, para todo esto, una experiencia decisiva.
En un hogar donde se le vive a Jesús con fe sencilla, pero con pasión grande, crece una familia siempre acogedora, sensible al sufrimiento de los más necesitados, donde se aprende a compartir y a comprometerse por un mundo más humano. Una familia que no se encierra solo en sus intereses sino que vive abierta a la familia humana.
Muchos padres viven hoy desbordados por diferentes problemas, y demasiado solos para enfrentarse a su tarea. ¿No podrían recibir una ayuda más concreta y eficaz desde las comunidades cristianas? A muchos padres creyentes les haría mucho bien encontrarse, compartir sus inquietudes y apoyarse mutuamente. No es evangélico exigirles tareas heroicas y desentendernos luego de sus luchas y desvelos.
Orígenes (c. 185-253), sacerdote y teólogo
Homilía sobre el evangelio de
“A los tres días encontraron a Jesús en el templo”
A la edad de doce años, Jesús se queda en Jerusalén. No sabiéndolo, sus padres lo buscan con inquietud y no lo encuentran. Buscan "entre sus parientes cercanos", buscan "entre sus compañeros de camino", buscan "entre sus conocidos", pero, entre toda aquella gente, no lo encuentran... Mi Jesús no quiere ser encontrado entre la muchedumbre.
Aprended pues dónde lo encontraron... para que vosotros también podáis encontrarlo: "a fuerza de buscarlo, lo encontraron en el Templo". No en cualquier lugar, sino "en el Templo", y no simplemente en el Templo, sino "En medio de los doctores a los que escuchaba y hacía preguntas". Vosotros también, buscad pues a Jesús en el templo de Dios, buscadlo en la Iglesia, buscadlo cerca de los maestros que están en este templo y que no salen de él. Si buscáis de ese modo, lo encontraréis...
Lo encontraron "sentado en medio de los doctores, escuchándoles y haciéndoles preguntas". Ahora todavía, Jesús está aquí; nos interroga y nos escucha. "Todos estaban admirados ", dice Lucas. ¿Qué admiraban? No sus preguntas que sin embargo eran admirables, sino sus respuestas... "Moisés hablaba, dice la Escritura, y Dios le respondía" (Ex 19,19). Así es como el Señor le enseñaba a Moisés lo que ignoraba. Unas veces Jesús interroga, y otras responde, y por muy admirables que sean sus preguntas, sus respuestas todavía son más admirables.
Para que nosotros también podamos oírlo y que nos plantee preguntas que él mismo resolverá, supliquémosle, hagamos un esfuerzo intenso y doloroso por buscarle, y podremos entonces encontrar lo que buscamos. Con razón dice la Escritura: "Tu padre y yo te buscábamos angustiados". Hace falta en efecto que el que busca a Jesús no lo haga con negligencia y blandura, de forma intermitente, como lo hacen algunos... y que, por esta razón, no lo encuentran. Nosotros, digamos: "Te buscábamos angustiados".
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