Un sábado, Jesús entró a comer en
casa de uno de los principales fariseos. Uno de los invitados le dijo: “¡Feliz
el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!”
Jesús le
respondió: “Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente. A la
hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: ‘Vengan, todo
está preparado’. Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero
le dijo: ‘Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me
disculpes’. El segundo dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a
probarlos. Te ruego me disculpes’. Y un tercero respondió: ‘Acabo de casarme y
por esa razón no puedo ir’.
A su regreso,
el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y éste, irritado, le dijo:
‘Recorre enseguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los
pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos’.
Volvió el
sirviente y dijo: ‘Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar’.
El señor le respondió:
‘Ve a los caminos y a lo largo de los cercados, e insiste a la gente para que
entre, de manera que se llene mi casa. Porque les aseguro que ninguno de los
que antes fueron invitados ha de probar mi cena’”. Palabra del Señor
Movido por su experiencia de Dios, Jesús comenzó a hablarles de una manera sorprendente. La vida no es solo esta vida de trabajos y preocupaciones, penas y sinsabores. Dios está preparando una fiesta final para todos sus hijos e hijas. A todos nos quiere ver sentados junto a él, en torno a una misma mesa, disfrutando para siempre de una vida plenamente dichosa.
Él mismo invitaba a todos a su mesa y comía incluso
con pecadores e indeseables. Quería ser para todos la gran invitación de Dios a
la fiesta final. Los quería ver recibiendo con gozo su llamada, y creando entre
todos un clima más amistoso y fraterno que los preparara adecuadamente para la
fiesta final.
Hoy podemos reflexionar: ¿Qué ha sido de esta
invitación?, ¿Quién la anuncia?, ¿Quién la escucha?, ¿Dónde se pueden tener
noticias de esta fiesta? Quizás satisfechos con nuestro bienestar, sordos a
todo lo que no sea nuestro propio interés, no creemos necesitar de Dios. ¿No
nos estamos acostumbrando poco a poco a vivir sin necesidad de una esperanza
última?
Ven Señor Jesús, te necesito.
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