1 «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. 2 El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. 3 Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. 4 Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
5 Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. 6 Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
7 Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. 8 La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. 9 Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. 10 Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor. como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. 11 Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.
La Palabra del Señor nos guía a la verdad del cristianismo, donde el amor no se demuestra en bellas palabra o especiales iluminaciones, sino en obras de amor. La parábola de la vid y los sarmientos nos confirma que sólo podremos dar frutos de caridad, si permanecemos unidos a la vid verdadera, Cristo el Señor, en una unión recíproca, en el mutuo conocimiento y el amor, a semejanza de la unión que existe entre el Padre y el Hijo.
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