Décimo
octavo domingo
Lecturas 4-8-19, Ciclo C
Dios mío, envía ahora tu Espíritu sobre mí y que abra mis
ojos y mis oídos a tu Palabra, que me guie y asista al meditar tus
enseñanzas, para que pueda saborearla y comprenderla, para
que tu Palabra penetre en mi corazón, y me conduzca a la
Verdad completa. Amén
Libro del Eclesiastés 1, 2; 2. 21-23
¡Vanidad, pura
vanidad!, dice el sabio Cohélet. ¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad!
Porque un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene
que dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo. También
esto es vanidad
y una grave desgracia. ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que
busca afanosamente bajo el sol? Porque todos sus días son penosos, y su
ocupación, un sufrimiento; ni siquiera de noche descansa su corazón. También
esto es vanidad. Palabra de Dios.
Salmo 89, R. Señor, tú has sido nuestro refugio.
Tú haces que los
hombres vuelvan al polvo con sólo decirles: «Vuelvan, seres humanos.» Porque
mil años son ante tus ojos como el día de ayer, que ya pasó, como una vigilia
de la noche. R.
Tú los arrebatas, y son como un sueño, como la hierba que brota de mañana: por la mañana brota y florece, y por la tarde se seca y se marchita. R
Tú los arrebatas, y son como un sueño, como la hierba que brota de mañana: por la mañana brota y florece, y por la tarde se seca y se marchita. R
Enséñanos a
calcular nuestros años, para que nuestro corazón alcance la sabiduría.
¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...? Ten compasión de tus servidores. R.
Sácianos en seguida con tu amor, y cantaremos felices toda nuestra vida. Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor; que el Señor, nuestro Dios, haga prosperar la obra de nuestras manos. R.
Sácianos en seguida con tu amor, y cantaremos felices toda nuestra vida. Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor; que el Señor, nuestro Dios, haga prosperar la obra de nuestras manos. R.
Pablo a los cristianos de Colosas 3, 1-5 9-11
Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la esperanza de ustedes, entonces también aparecerán ustedes con él, llenos de gloria. Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría. Tampoco se engañen los unos a los otros. Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador. Por eso, ya no hay pagano ni judío, circunciso ni incircunciso, bárbaro ni extranjero, esclavo ni hombre libre, sino sólo Cristo, que es todo y está en todos. Palabra de Dios.
Santo Evangelio
según san Lucas 12, 13-21
Uno de
la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la
herencia.»
Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» Después les dijo: «Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas.» Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: "¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha." Después pensó: "Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida."
Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» Después les dijo: «Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas.» Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: "¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha." Después pensó: "Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida."
Pero
Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será
lo que has amontonado?" Esto es lo que sucede al que acumula riquezas
para sí, y no es rico a los ojos de Dios.» Palabra del
Señor.
Reflexión:
¿Cuál es mi tesoro?
En este domingo, la palabra de Dios nos lleva a reflexionar, que en el seguimiento de Cristo y en la instauración del reino de Dios, aparecen ciertos obstáculos que nos pueden desviar de nuestro camino, sobre todo el endiosamiento de las riquezas y el instinto de posesión. En la vida las cosas tienen un valor y “donde ponemos nuestro corazón, ahí está la realidad.
La primera
lectura del libro del Eclesiastés nos introduce al evangelio donde el autor
recorre a lo largo de su libro todas las esferas del ámbito humano: trabajo,
riqueza, dolor, alegría, decepciones, religión, justicia, sabiduría,
ignorancia, el tiempo, la muerte... buscando respuesta a su pregunta: ¿Qué
le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el
sol?
Hagamos lo que
hagamos en nuestra vida, al final el destino es el mismo para todos los
hombres: la muerte, y quizás nos preguntemos ¿Y después qué, la
nada? ¿Qué hacemos aquí, en la tierra? ¿Para qué vivir, trabajar, luchar,
amar, pensar, esforzarnos...?
¿Cuál es mi tesoro? ¿El dinero? ¿El poder? ¿Qué le da verdadero sentido a mi
vida?
Contra la
insensatez. Cada vez sabemos más de la situación social y económica que
Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las
ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el
hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los
terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes. En un
pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella
situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más
humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y
atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la
insensatez en que viven instalados.
Un rico
terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar
tanta abundancia. “¿Qué haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de
los poderosos que solo viven para acaparar riquezas y bienestar, excluyendo de
su horizonte a los necesitados.
El rico de la
parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y
construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede
acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar:
“descansa, come, bebe y date buena vida”. De forma inesperada, Dios
interrumpe sus proyectos: “Insensato, esta misma noche, te van a exigir tu
vida. Lo que has acumulado, ¿de quién
será?”.
Este hombre
reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el
centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los
jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que
luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta
vida solo es necedad e insensatez.
En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano:” los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres”
En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano:” los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres”
Este hecho no es
algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más
grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación
amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la humanidad por
la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más
poderosos del Planeta.
Ser felices porque ya somos inmensamente ricos.
Desplegar la verdadera Vida y darle sentido no depende
de tener más o menos, sino de ser en plenitud. El objetivo del hombre es
desplegar su humanidad. El evangelio nos dice que tener más no nos hace más
humanos. La conclusión es muy sencilla: la posesión de bienes de cualquier
tipo, no puede ser el objetivo último de ningún ser humano. La trampa de
nuestra sociedad está en que no hemos descubierto que cuanto mayor capacidad de
satisfacer necesidades tenemos, mayor número de nuevas necesidades desplegamos;
con lo cual no hay posibilidad alguna de marcar un límite. Ya los santos padres
decían que el objetivo no es aumentar las necesidades, sino el conseguir que
esas necesidades vayan disminuyendo cada día que pasa.
No está mal ocuparse de las cosas materiales e
intentar mejorar el nivel de vida. Dios nos ha dotado de inteligencia para que
seamos previsores. Prever el futuro es una de las cualidades más útiles del ser
humano. Jesús no está criticando la previsión, ni la lucha por una vida más
cómoda. Critica que lo hagamos de una manera egoísta, alejándonos de nuestra
verdadera meta como seres humanos. Si todos los seres humanos tuviéramos el
mismo nivel de vida, no habría ningún problema, independientemente de la
capacidad de consumir a la que hubiéramos llegado.
El hombre tiene necesidades, como ser biológico, que
debe atender. Pero a la vez, descubre que eso no llega a satisfacerle y anhela
acceder a otra riqueza que está más allá. Esta situación le coloca en un
equilibrio inestable, que es la causa de todas las tensiones. O se dedica a
satisfacer los apetitos biológicos, o intenta trascender y desarrollar su vida
espiritual, manteniendo en su justa medida las exigencias biológicas. En
teoría, está claro, pero en la práctica exige una lucha constante para mantener
el equilibrio. Bien entendidos, la satisfacción de las necesidades biológicas y
el placer que pueden producir, nada tienen de malo en sí. Lo nefasto es poner
la parte superior del ser al servicio de la inferior.
Solo hay un camino para superar la disyuntiva: dejar
de ser necio y alcanzar la madurez personal, descubriendo desde la vivencia lo
que en teoría aceptamos: El desarrollo humano, vale más que todos los placeres
y seguridades; incluso más que la vida biológica.
El problema es que la información que nos llega desde
todos los medios nos invita a ir en la dirección contraria y es muy fácil
dejarse llevar por la corriente. La sociedad nos invita a ser ricos. El mensaje
de Jesús nos propone ser felices porque ya somos
inmensamente ricos.
Se trata de desplegar una vida verdaderamente humana
que me permita alcanzar una plenitud. Solo esa Vida plena, puede darme la
felicidad. Se trata de elegir entre una Vida humana plena y una vida repleta de
sensaciones, pero vacía de humanidad. La pobreza que nos pide el evangelio no
es ninguna renuncia. Es simplemente escoger lo que es mejor para mí. No se
trata de la posesión o carencia material de unos bienes. Se trata de estar o
no, sometido a esos bienes, los posea o no. Es importante tomar conciencia
de que el pobre puede vivir obsesionado por tener más y malograr así su
existencia.
La clave está en mantener la libertad para avanzar
hacia la plenitud humana. Todo lo que te impide progresar en esa dirección es
negativo. Puede ser la riqueza y puede ser la pobreza. La pobreza material no
puede ser querida por Dios. Jesús no fue neutral ante la pobreza/riqueza. No
puede ser cristiana la riqueza que se logra a costa de la miseria de los demás.
No se trata solo de la consecución injusta, sino del acaparamiento de
bienes que son imprescindibles para la vida de otros. El cacareado progreso
actual es radicalmente injusto, porque se consigue a costa de la miseria de una
gran parte de la población mundial. El progreso desarrollista, en que estamos
inmersos, es insostenible además de injusto.
Esperar que las riquezas nos darán la felicidad es la
mayor insensatez. La riqueza puede esclavizarnos. Nos han convencido de que, si
no poseo aquello o no me libro de esto, no puedo ser feliz. Tú eres ya feliz.
Sin tener nada de lo que ambicionamos podríamos ser inmensamente felices.
Aquello en lo que ponemos la felicidad puede ser nuestra prisión. En realidad,
no queremos la felicidad sino seguridades, emociones, satisfacciones, placer
sensible.
“Les he dado poder, para vencer todas las fuerzas
del enemigo” (14°
domingo)
¿Cuál te parece que se portó como prójimo del
hombre necesitado? (15°
domingo)
(16°
domingo)
(17° domingo)
“El
perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito;
bendice al que lo da y al que lo recibe”
La
misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar
un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia.
¡¡¡Jesús
misericordioso en vos confío!!!
Aclaración: Se han utilizado para la preparación
de las reflexiones: J. A. Pagola.
P. Fidel Oroño, cjm
Centro Bíblico del CELAM. Fray marcos.
Círculo
Bíblico San José
“Tu palabra es una
lámpara a mis pies y una luz en mi camino” Sal 119
Te esperamos todos los sábados a las
16 hs para compartir y reflexionar el evangelio de cada semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario